El pasaje (47 page)

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Authors: Justin Cronin

Pero el padre de Peter había visto el océano. Su padre, el gran Demetrius Jaxon, jefe del Hogar, y el tío de Peter, Willem, comandante de la Guardia. Juntos habían liderado las largas marchas y llegado más lejos que nadie, desde antes del Día. Hacia el este, hacia el sol de la mañana, y hacia el oeste, hacia la línea del horizonte y más allá, hasta las ciudades desiertas del Tiempo de Antes. Su padre siempre había regresado con historias de las cosas grandes y terribles que había visto, pero ninguna era más prodigiosa que el océano, en un lugar que él llamaba la Playa Larga.

—Imaginaos —dijo el padre de Peter a los dos (porque Theo todavía estaba con ellos, los dos hermanos Jaxon sentados a la mesa de la cocina de su pequeña casa a la hora del regreso de su padre, escuchando embelesados, bebiendo sus palabras como agua)—, imaginaos un lugar en que la tierra se acaba, y más allá de ese punto una extensión azul infinita, como el cielo vuelto del revés. Y hundidas en él, las costillas oxidadas de grandes barcos, un millar de ellos, como toda una ciudad sumergida obra del hombre, que sobresale de las aguas del océano hasta perderse de vista.

Su padre no era hombre de palabras. Se comunicaba mediante las frases más lacónicas y parcelaba sus afectos de la misma manera; la mano apoyada sobre un hombro, un fruncimiento de ceño en el momento adecuado o, en momentos de aprobación, un breve asentimiento con la barbilla, sustituían a las palabras. Pero las historias de las largas marchas le despertaban la voz. Cuando estabas parado al borde del océano, dijo su padre, sentías la inmensidad del mundo, lo silencioso y desierto que era, la soledad, sin que ningún hombre o mujer lo mirara o pronunciara su nombre durante todos aquellos años.

Peter tenía catorce años cuando su padre regresó del mar. Como todos los varones Jaxon, incluido su hermano mayor Theo, Peter se había preparado para la Guardia, con la esperanza de unirse algún día a su padre y su tío en las largas marchas. Pero eso no llegó a suceder. El verano siguiente, la partida de exploración cayó víctima de una emboscada en un lugar al que su padre llamaba Milagro, en las profundidades de los desiertos orientales. Se perdieron tres almas, entre ellas el tío Willem, y ya no hubo más largas marchas. La gente decía que había sido culpa de su padre, que había ido demasiado lejos, se había arriesgado en exceso, ¿y para qué? Hacía años que no sabían nada de las demás Colonias. La última, Colonia Taos, había caído hacía casi ochenta años. Su transmisión final, que se remontaba a antes de la separación de los oficios y la Ley Única, cuando la radio estaba todavía permitida, comunicaba que su central eléctrica estaba fallando y las luces se estaban apagando. La habrían invadido como a las demás. ¿Qué esperaba lograr Demo Jaxon, abandonando la seguridad de las luces, a veces durante meses seguidos? ¿Qué esperaba encontrar en la oscuridad? Había algunos que todavía hablaban del Día del Regreso, en que el ejército volvería a por ellos, pero durante sus viajes Demo Jaxon nunca se había topado con el ejército. El ejército ya no existía. Habían tenido que morir muchos hombres para descubrir lo que ya sabían.

Y era cierto que, desde el día en que el padre de Peter regresó de la última Larga Marcha, se mostró diferente. Lo embargaba una gran y cansada tristeza, como si hubiera envejecido de repente. Como si una parte de él se hubiera quedado en el desierto con Willem, a quien su padre quería más que a nadie, sabía Peter, más que a él, a Theo o incluso a su madre. Su padre renunció a su cargo en el Hogar y delegó su autoridad en Theo. Empezó a salir solo, acompañando a los rebaños al apuntar el día, y regresaba pocos minutos antes del segundo toque nocturno. Por lo que Peter sabía, nunca decía a nadie adónde iba. Cuando preguntó a su madre, sólo pudo decirle que su padre iba por libre. Cuando estuviera preparado, volvería con ellos.

La mañana de la última marcha de su padre, Peter (que en aquel tiempo prestaba servicios a la Guardia como corredor) estaba parado sobre la pasarela cerca de la Puerta Principal, cuando vio que su padre se disponía a marchar. Las luces acababan de apagarse. El toque matutino estaba a punto de sonar. Había sido una noche tranquila, sin señales, y durante la hora previa al amanecer había caído una leve nevada. El día amaneció con parsimonia, gris y frío. Cuando el rebaño se estaba congregando en la puerta, el padre de Peter apareció sobre su montura, la gran yegua ruana que siempre montaba, en dirección al sendero. El caballo se llamaba
Diamante
debido a la marca de su frente, una sola mancha blanca bajo la máscara elegante de su largo copete. No era un animal muy veloz, decía siempre su padre, pero era leal e incansable, y era rápido cuando necesitabas que fuera rápido. Mientras su padre sujetaba las riendas, parado en la retaguardia del rebaño a la espera de que se abriera la puerta, Peter observó que
Diamante
pateaba la nieve. De las ventanas de su nariz surgían chorros de vapor, que remolineaban como una guirnalda de humo alrededor de su cara larga y serena. Su padre se inclinó y acarició un lado de su cuello. Peter vio que sus labios se movían como si susurrara algo, palabras de aliento, en su oído.

Cuando Peter pensaba en aquella mañana de cinco años antes, todavía se preguntaba si su padre había sido consciente de que lo estaba observando desde la pasarela resbaladiza a causa de la nieve. Pero no había levantado los ojos en ningún momento, ni Peter había hecho nada para advertir a su padre de su presencia. Mientras le veía hablar a
Diamante
, y acariciaba el costado de su cuello con una mano serena, Peter había pensado en las palabras de su madre, y supo que eran ciertas. Su padre iba por libre. Siempre, en los últimos momentos previos al toque matutino, Demo Jaxon extraía la brújula del bolsillo del cinto y la abría una vez para examinarla, y después la cerraba mientras gritaba la contraseña a los centinelas. «¡Uno fuera!», bramaba con su voz profunda y potente. «¡Uno dentro!», era la respuesta del centinela. Siempre se repetía el mismo ritual, que se observaba de manera escrupulosa. Pero aquella mañana no. Sólo después de que las puertas se abrieran y su padre hubiera pasado en dirección a la carretera de la central eléctrica, lejos de los pastos, Peter cayó en la cuenta de que su padre no portaba arco, y de que la funda de su cinturón estaba vacía.

Aquella noche, el segundo toque sonó sin él. Como Peter averiguaría más tarde, su padre había llevado agua a la central eléctrica a mediodía, y lo vieron por última vez saliendo bajo las turbinas al desierto. Por costumbre, una madre no podía representar a uno de sus hijos, ni una esposa a su marido. Aunque no había nada escrito al respecto, el trabajo de la Misericordia había recaído en una cadena de padres, hermanos e hijos mayores, que llevaban a cabo dicha tarea desde el Día. De modo que Theo sustituyó a su padre, así como Peter sustituiría ahora a Theo, al igual que alguien, tal vez su hijo, sustituiría a Peter si llegaba el día.

Porque si la persona no estaba muerta, si ellos se habían apoderado de él, siempre volvían a casa. Podían pasar tres días, o cinco, o una semana, pero no más de eso. La mayoría eran centinelas, que habían sido capturado en partidas de saqueo o en desplazamientos a la central eléctrica, jinetes que acompañaban al rebaño o a personal de Maquinaria Pesada, que salían a registrar, efectuar reparaciones o transportar basura hasta el vertedero. Incluso a plena luz del día había gente que resultaba muerta o secuestrada. Nunca estabas a salvo por completo mientras hubiera una sombra por la que los virales pudieran moverse. La víctima más joven de la que Peter había oído hablar era la hija pequeña de los Boyes (¿Sharon? ¿Shari?), que contaba nueve años cuando fue secuestrada durante la Noche Oscura. El resto de su familia había sido exterminada, en el terremoto o durante el ataque posterior. Como nadie la representaba, fue Willem, el tío de Peter, quien, en el desempeño de su cargo de comandante, tuvo que ocuparse del espantoso deber. Muchos, como la niña Boyes, se habían transformado por completo cuando regresaban. Otros aparecían en mitad de su acelerada alteración, enfermos y temblorosos, mientras se desgarraban las vestiduras y avanzaban tambaleantes. Los que llevaban más tiempo eran los más peligrosos. Más de un padre, hijo o tío habían muerto de esta manera. Pero generalmente no oponían resistencia. La mayoría se quedaban parados ante la puerta, parpadeando bajo los focos, a la espera del disparo. Peter imaginaba que, en parte, aún seguían siendo lo bastante humanos como para desear morir.

Su padre no regresó, lo cual significaba que estaba muerto, asesinado por los virales en las Tierras Oscuras, en un lugar llamado Milagro. Su padre había afirmado haber visto a un caminante allí, una figura solitaria que corría entre las sombras dibujadas por la luz de la luna, justo antes de que atacaran los virales. Pero a aquellas alturas, cuando el Hogar e incluso Old Chou se habían opuesto a las largas marchas, y el padre de Peter había caído en desgracia, tras haber renunciado a proseguir sus misteriosas y solitarias expediciones fuera de la muralla, nadie lo había creído. Se trataba de una afirmación osada: sin duda el deseo de Demo Jaxon de continuar las marchas era lo que le había inspirado una declaración tan absurda. El último caminante en llegar había sido el Coronel, casi treinta años antes, y ahora era un anciano. Con su gran barba blanca y el rostro curtido por la intemperie, bronceado como una piel curtida, parecía casi tan viejo como Old Chou, o incluso Tía, la Última de los Primeros. ¿Un solo caminante, después de tantos años? Imposible.

Ni siquiera Peter había sabido qué creer, hasta hacía seis días.

Parado en la pasarela bajo la luz desfalleciente, Peter se descubrió, como le ocurría con tanta frecuencia, deseando que su madre siguiera con vida, para hablar de estas cosas. Había enfermado una estación después de que su padre se marchase por última vez. La aparición de la enfermedad había sido tan gradual que, al principio, Peter no se había dado cuenta de la tos ronca que le nacía en el pecho, ni de lo mucho que estaba adelgazando. Como enfermera, debía saber demasiado bien lo que estaba sucediendo, que el cáncer que se había llevado a tantos se había instalado en su interior, pero había decidido ocultar esa información a Theo y Peter durante el mayor tiempo posible. Al final, no quedaba gran cosa de ella, salvo una fina lámina de piel sobre los huesos, que luchaba por respirar. Una buena muerte, admitió todo el mundo, morir en la cama de su casa como Prudence Jaxon. Pero Peter había estado a su lado en las horas finales y sabía lo terrible que había sido para ella, cuánto había sufrido. No, no existía la buena muerte.

El sol se estaba ocultando tras el horizonte, y dibujaba los últimos tramos de su senda dorada en el fondo del valle. El cielo se había teñido de un negro azulado profundo, que absorbía la oscuridad procedente del este. Peter notó que la temperatura descendía con rapidez y brusquedad. Por un momento, todo pareció sumirse en un silencio vibrante. Los hombres y mujeres del turno de noche estaban subiendo por las escalerillas (Ian Patal, Ben Chou, Galen Strauss, Sunny Greenberg y todos los demás, quince en total, con ballestas y arcos colgados a la espalda), y se llamaban entre ellos mientras avanzaban por las pasarelas hasta los puestos de tiro, mientras Alicia ladraba órdenes desde abajo y espoleaba las piernas de los corredores. La voz de Alicia era un consuelo pequeño pero muy real. Era ella quien había estado al lado de Peter durante todas las noches de espera, lo abandonaba pero nunca se alejaba mucho, para que él supiera que podía contar con ella. Y si Theo regresaba, sería Alicia quien bajaría la muralla con Peter para hacer lo que era debido.

Peter respiró hondo y contuvo el aire. Sabía que las estrellas no tardarían en salir. Tía le había hablado a menudo de las estrellas, al igual que su padre, esparcidas por el cielo como relucientes granos de arena, más estrellas que todas las almas que habían existido, un número imposible de contar. Siempre que su padre le hablaba de ellas, contando historias de las largas marchas y las cosas que había visto, la luz de las estrellas se había encendido en sus ojos.

Pero Peter no vería las estrellas esta noche. La campana empezó a doblar de nuevo, con dos repiques intensos, y Peter oyó a Soo Ramírez gritar desde abajo.

—¡Despejad la puerta! ¡Despejad la puerta para el segundo toque!

Notó un profundo temblor debajo de él cuando las pesas se acoplaron. Con un chirrido metálico, las puertas, de veinte metros de alto y medio de espesor, empezaron a surgir de sus huecos amurallados. Cuando levantó la ballesta de la plataforma, Peter deseó en silencio llegar a la mañana sin dispararla.

Y entonces, las luces se encendieron.

20

Diario de la Guardia

Verano 92

Día 41: Sin señales.

Día 42: Sin señales.

Día 43: 23:06: Viral solitario avistado a 200 m, FP 3. No se acerca.

Día 44: Sin señales.

Día 45: 02:00: Grupo de 3 en FP 6. Un objetivo se separa y trata de subir la muralla. Se lanzan flechas desde FP 5 + 6. Objetivo retrocede. Ningún contacto más.

Día 46: Sin señales.

Día 47: 01:15: el corredor Kip Darrell informa de movimientos al NO del cortafuegos entre FP 9 y FP 10, no confirmado por la Guardia en puesto, declarado oficialmente sin señales.

Día 48: 21:40: Grupo de 3 en FP 1, 200 m. Un objetivo se acerca hasta 100 m, pero retrocede sin luchar.

Día 49: Sin señales.

Día 50: 22:15: Grupo de 6 en FP 7. En busca caza menor, sin acercamiento.

23:15: Grupo de 3 en FP 3. 2 machos, 1 hembra. Enfrentamiento, 1 KO. Abatido en las redes por Arlo Wilson, ayudante de Alicia Donadio, capitán. Eliminación del cuerpo remitida a TP. Avisar a TP de que repare juntura de punto de apoyo agrietada en FP 6. Recibido por Finn Darrell para TP.

Durante este período: 6 contactos, 1 no confirmado, 1 KO. Ninguna alma abatida o secuestrada.

Se somete respetuosamente al Hogar,

S. C. Ramírez, comandante

Cualquier suceso puede correlacionarse de manera significativa en un marco local de acontecimientos, hasta el punto de que la desaparición de Theo Jaxon, Primera Familia y jefe del Hogar, y capitán de la Guardia, podría decirse que se había gestado doce días antes, la mañana del día 51 de verano, después de una noche en que el centinela Arlo Wilson mató a un viral en las redes.

El ataque se había producido a primera hora de la noche desde el sur, cerca de la plataforma de tiro 3. Peter, situado en su puesto del lado opuesto del perímetro de la Colonia, no había visto nada. No recibió un informe completo hasta el amanecer, en el momento en que el destacamento de reemplazo se estaba congregando ante la puerta.

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