El pasaje (48 page)

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Authors: Justin Cronin

El ataque fue de los más típicos, del tipo que se producía casi todas las estaciones, aunque los más frecuentes eran en verano. Era un grupo de tres, dos machos y una hembra grande. Según Soo Ramírez, y otros que se mostraron de acuerdo, debía de ser el mismo grupo que habían avistado dos veces durante las cinco noches anteriores, acechando cerca del cortafuegos. Solía suceder así, en fases discretas, separadas por varias noches. Un grupo de virales aparecía al borde de las luces, como si examinara las defensas de la Colonia. A continuación se sucedían dos noches sin señales. Entonces volvían a aparecer, esta vez más cerca, y tal vez uno se alejaba de los demás para atraer el fuego, pero siempre retrocedía. Después, durante la tercera noche, se producía un ataque. La muralla era demasiado alta para que ni siquiera el viral más fuerte pudiera salvarla de un único salto. La única forma de ascender era utilizando las junturas situadas entre las planchas a modo de apoyapiés. Las plataformas de tiro, con sus redes de acero colgantes, estaban situadas sobre dichas junturas. Si algún viral consiguiera llegar tan lejos se quedaría cegado y desorientado por las luces. Muchos retrocederían en ese momento. Los que no lo hicieran acabarían colgados de las redes cabeza abajo, lo cual concedía al centinela amplias posibilidades de dispararlos en el punto débil con una ballesta, o bien pasarlos a cuchillo. Muy pocas veces lograba un viral burlar las redes (de hecho, Peter sólo lo había presenciado una vez durante los cinco años que llevaba en la muralla), pero cuando sucedía, eso significaba siempre que el centinela había muerto. Después, tan sólo había que descubrir hasta qué punto estaba debilitado el viral por las luces, cuánto tardaría el centinela en abatirlo y cuántas personas morirían antes de que ello sucediera.

El grupo de aquella noche había corrido hacia la plataforma 6. Había sido un golpe de suerte, o tal vez habían descubierto, en el curso de sus dos apariciones anteriores, el hueco no detectado bajo la plataforma, una grieta de no más de medio centímetro de ancho, causada por el inevitable movimiento de las planchas. Sólo uno había llegado a lo alto. Se trataba de una hembra, un detalle que Peter siempre consideraba curioso, puesto que las diferencias parecían muy leves y no servían de nada, teniendo en cuenta que los virales no se reproducían, hasta donde se sabía. Era grande, de dos metros largos. Lo más notable era que poseía una mata de pelo blanco. Resultaba imposible saber si el pelo indicaba que ya era mayor cuando la secuestraron o si se trataba de un síntoma de algún cambio biológico operado con el paso de los años (se creía que los virales eran inmortales, o algo por el estilo). Pero Peter no conocía a nadie que hubiera visto un viral con pelo. Usó la juntura para escalar a toda velocidad hasta la base de la red. Allí se volvió, saltó de la muralla y aferró el borde exterior del armazón. Todo eso había sucedido en un par de segundos, a lo sumo. Suspendida a veinte metros de distancia del suelo, había balanceado su cuerpo con un veloz movimiento y saltado sobre la red, aterrizando sobre sus pies como garras en el borde de la plataforma, donde Arlo Wilson le había propinado un empujón en el pecho con su ballesta, y luego disparado a quemarropa en el punto débil.

A la luz del amanecer, Arlo refirió esos acontecimientos a Peter y a los demás con todo lujo de detalles. Arlo, como todos los Wilson varones, era muy aficionado a contar buenas historias. No era Capitán, pero lo parecía, un hombretón de poblada barba y brazos poderosos, así como una disposición cordial que transmitía energía y seguridad en sí mismo. Tenía un hermano gemelo, Hollis, idéntico en todos los aspectos, salvo que se afeitaba la cara. La esposa de Arlo, Leigh, era una Jaxon, prima de Peter y Theo, lo cual los convertía también en primos. A veces, por las noches, cuando no estaba en la Guardia, Arlo se sentaba bajo las luces del Solárium y tocaba la guitarra para todo el mundo, viejas canciones populares que había aprendido de un libro abandonado por los Constructores, o iba al Asilo y tocaba para los niños, mientras éstos se preparaban para acostarse, divertidas canciones compuestas por él acerca de una cerda llamada
Edna
a la que le gustaba chapotear en el barro y comer tréboles todo el día. Ahora que Arlo tenía a su hijo en el Asilo (un trasto lloriqueante llamado Dora), se suponía que serviría dos años más en la muralla antes de dedicarse a otro trabajo más seguro.

El que Arlo se llevara el mérito de haber abatido a la hembra fue pura casualidad, tal como él se apresuraba a aclarar. Cualquier otro habría podido estar en la plataforma de tiro 6. A Soo le gustaba mover a la gente de un lado a otro, de modo que nunca sabías dónde te tocaría estar en una noche determinada. No obstante, Peter sabía que Arlo había tenido algo más que suerte, aunque la modestia de éste le impidiera presumir de ello. Más de un centinela se había quedado de piedra en un momento semejante, y Peter, que nunca había abatido a uno tan cerca, en las redes (siempre había matado a durmientes, a plena luz del día), no estaba seguro de que no le fuera a pasar a él. Por lo tanto, si había sido una cuestión de suerte, todo el mundo tuvo la buena suerte de que Arlo Wilson fuera el protagonista.

Ahora, después de esos acontecimientos, Arlo se encontraba en un grupo congregado ante la puerta, parte del destacamento de reemplazo que se desplazaría hasta la central eléctrica, para sustituir a los equipos de mantenimiento y renovar las existencias. El grupo habitual contaba con seis miembros: un par de centinelas delante y detrás, y en medio, a lomos de mulas, dos miembros del Equipo de Maquinaria Pesada (todo el mundo los llamaba «forzudos»), cuya tarea consistía en mantener las turbinas de viento que alimentaban la electricidad. Una tercera mula tiraba del carrito de provisiones, sobre todo comida y agua, pero también herramientas y odres de grasa. La grasa se fabricaba a partir de una mezcla de harina de maíz y grasa de oveja fundida. Una nube de moscas ya se había reunido alrededor del calor, atraídas por el olor.

En los últimos momentos antes del toque matutino, los dos forzudos, Rey Ramírez y Finn Darrell, revisaron sus provisiones, mientras los centinelas esperaban a lomos de sus monturas. Theo, el oficial al mando, ocupó la primera posición, al lado de Peter. En la retaguardia iban Arlo y Mausami Patal. Mausami era una Primera Familia. Su padre, Sanjay, era jefe del Hogar. Pero el verano anterior se había emparejado con Galen Strauss, lo cual la convertía ahora en una Strauss. Peter todavía no se había hecho a la idea. Galen, de entre todo el mundo. Era un tipo bastante agradable, pero en el fondo un poco indefinido, como si una sustancia esencial no hubiera acabado de madurar por completo en su interior. Como si Galen Strauss fuera una aproximación de sí mismo. Tal vez era su forma de mirarte fijamente cuando hablaba (todo el mundo sabía que estaba mal de la vista), o su aire distraído. Fuera lo que fuera, daba la impresión de ser la última persona a la que Mausami elegiría. Aunque su hermano nunca había abierto la boca, Peter creía que Theo había confiado en emparejarse algún día con Mausami. Theo y Mausami habían crecido juntos en el Asilo, habían sido liberados el mismo año y entrenados para la Guardia. La noticia de su matrimonio con Galen le había afectado mucho. Durante los días posteriores al anuncio, estuvo abatido y apenas habló con nadie. Cuando Peter sacó a colación por fin el asunto, Theo se limitó a decir que lo aceptaba, que suponía que había esperado demasiado. Quería que Maus fuera feliz. Si Galen era el elegido, no había nada más que decir. Theo no era muy propenso a hablar de esas cosas, ni siquiera con su hermano, de modo que Peter se había visto obligado a aceptar su palabra. Pero aun así, Theo no lo había mirado cuando habló.

Así era Theo. Como su padre, un hombre poco expresivo, que se comunicaba mediante el silencio tanto como con palabras. Y cuando, en los días posteriores, Peter recordó aquella mañana en la puerta, acabó preguntándose si su hermano había sufrido una alteración, si había revelado algún indicio de que supiera, como al parecer lo había intuido su padre, lo que iba a sucederle, que se marchaba por última vez. Pero no pasó nada. La mañana se desarrolló como de costumbre, un destacamento de reemplazo habitual, Theo sentado sobre su montura con la impaciencia de siempre, manoseando las riendas.

A la espera del toque que señalara su partida, con la montura moviéndose nerviosa debajo de él, Peter dejaba que su mente se perdiera en esos pensamientos (cuya relación sólo llegaría a comprender después), cuando levantó los ojos y vio que Alicia se dirigía hacia ellos a pie desde el arsenal con paso decidido. Esperaba que se detuviera ante la montura de Theo (dos capitanes conferenciando, tal vez para comentar los acontecimientos de la noche y la posibilidad de montar una caza de pitillos para ahuyentar al resto del grupo), pero no ocurrió nada de eso. Pasó de largo junto a Theo y se encaminó a la retaguardia del grupo.

—Olvídalo, Maus —dijo Alicia con brusquedad—. No vas a ir a ningún sitio.

Mausami paseó la mirada a su alrededor, un gesto de estupor que Peter reconoció como falso al instante. Todo el mundo decía que Maus tenía suerte por haber heredado los rasgos de su madre: el mismo rostro ovalado y el lustroso pelo negro que, cuando lo soltaba, caía hasta sus hombros en una ola oscura. Pesaba más que muchas mujeres, pero la mayor parte era músculo.

—¿De qué estás hablando? ¿Por qué?

Alicia apoyó las manos sobre sus esbeltas caderas. Incluso a la fría luz del amanecer, su pelo, ceñido en una larga trenza, desprendía reflejos rojizos teñidos de miel. Como siempre, llevaba tres cuchillos en el cinto. Todo el mundo decía en broma que aún no se había emparejado porque dormía con los cuchillos encima.

—Porque estás embarazada —anunció Alicia—. Por eso.

Un silencio lleno de sorpresa cayó sobre el grupo. Peter no pudo evitarlo. Se volvió en la silla y dejó que sus ojos se posaran un momento sobre el estómago de Mausami. Bien, si estaba embarazada aún no se notaba, aunque era difícil detectarlo debajo de la tela holgada del jersey. Miró a Theo, cuyos ojos no traicionaron nada.

—Vaya, vaya —dijo Arlo. Sus labios se curvaron en una amplia sonrisa dentro del círculo de su barba—. Me estaba preguntando cuándo os decidiríais.

Las mejillas color cobre de Mausami se tiñeron de un púrpura intenso.

—¿Quién te lo ha dicho?

—¿Tú quién crees?

Mausami desvió la vista.

—¡No me jodas! Lo mataré, lo juro.

Theo se había vuelto en la silla para mirar a Mausami.

—Galen tiene razón, Maus. No puedo permitir que nos acompañes.

—¿Qué sabrá él? Hace un año que intenta apartarme de la muralla. No puede hacerlo.

—Galen no ha hecho nada —intervino Alicia—. He sido yo. Estás fuera de la Guardia, Maus. Se acabó, y no hay más que hablar.

Detrás de ellos, el rebaño estaba bajando por el sendero. Al cabo de unos momentos, se habría transformado en un ruidoso caos de animales. Mientras miraba a Mausami, Peter se esforzó por imaginarla como madre, pero no lo consiguió. Era tradición que las mujeres descansaran cuando llegaba el momento. Incluso muchos hombres lo hacían cuando sus mujeres quedaban embarazadas. Pero Mausami era una centinela de pies a cabeza. Mejor que la mitad de los hombres, conservaba la cabeza fría en momentos de crisis, cada movimiento sereno y decidido. Como
Diamante
, pensó Peter. Veloz cuando necesitaba que lo fuera.

—Deberías estar contenta —dijo Theo—. Es una gran noticia.

Una expresión de desdicha se pintó en su cara. Peter vio que sus ojos estaban anegados en lágrimas.

—Por favor, Theo. ¿Me imaginas sentada en el Asilo, haciendo calceta? Creo que me volveré loca.

Theo extendió la mano hacia ella.

—Maus, escucha...

Mausami lo rechazó.

—No, Theo. —Volvió la cara para secarse los ojos con el dorso de la mano—. Muy bien, chicos, el espectáculo ha terminado. ¿Contenta, Lish? Ya has conseguido lo que deseabas. Me voy.

Dio media vuelta y se alejó al galope.

Cuando ya no podía oírle, Theo enlazó las manos sobre el cuerno de la silla y miró a Alicia, quien estaba secando un cuchillo con el dobladillo del jersey.

—Podrías haberte esperado a que volviéramos.

Alicia se encogió de hombros.

—Un pequeño es un pequeño, Theo. Conoces las normas tan bien como cualquiera. Además, si quieres que te diga la verdad, me irritó bastante que no me lo dijera. No podía mantenerlo en secreto. —Hizo girar la hoja alrededor de su dedo índice y la envainó—. Es por su bien. Ya lo comprenderá.

Theo frunció el ceño.

—No la conoces como yo.

—No voy a discutir contigo, Theo. Ya he hablado con Soo. No hay nada más que hablar.

El rebaño se estaba impacientando. La luz de la mañana proyectaba un resplandor uniforme. En cualquier momento sonaría el toque matutino y las puertas se abrirían.

—Necesitaremos un cuarto —dijo Theo.

Una sonrisa iluminó el rostro de Alicia.

—Es curioso que digas eso.

Alicia Cuchillos. Era la última Donadio, pero todo el mundo la llamaba Alicia Cuchillos. La Capitana Más Joven desde el Día.

Alicia era pequeña cuando sus padres fueron asesinados en la Noche Oscura. Desde aquel día fue el Coronel quien se ocupó de ella, la tomó bajo su protección como si fuera su hija. Sus historias estaban inextricablemente unidas, porque fuera quien fuera el Coronel (y había muchas discusiones al respecto), había modelado a Alicia a su imagen y semejanza.

Su historia era vaga, más mito que realidad. Se decía que un día había aparecido como caído del cielo ante la Puerta Principal, armado con un rifle descargado y con un largo collar de objetos afilados y centelleantes que resultaron ser dientes, dientes de virales. Si alguna vez había tenido un nombre, nadie lo sabía. Era, simplemente, el Coronel. Algunos decían que era un superviviente de los Asentamientos de Baja, y otros, que pertenecía a un grupo de virales nómadas. Si Alicia conocía la historia auténtica, nunca se la había contado a nadie. El Coronel no se casó nunca y vivió solo en la pequeña cabaña que había construido bajo la muralla oriental a base de restos desechados. Declinó todas las invitaciones a integrarse en la Guardia, y en cambio eligió trabajar en el colmenar. Se rumoreaba que conocía una salida secreta que utilizaba para cazar, que abandonaba a hurtadillas la Colonia justo antes de amanecer para atrapar virales cuando salía el sol. Pero nadie lo había visto hacerlo.

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