Authors: Justin Cronin
—Será mejor que continuemos —dijo Alicia, parada detrás de él.
Allí había algo, pensó Peter, algo que debía averiguar.
—No tardará en oscurecer, Peter. Tenemos que encontrar la escalera.
Apartó la vista de la mujer.
Desembocaron en un atrio con una cúpula de cristal. La noche estaba cayendo. Las escaleras automáticas descendían hacia otro hueco oscuro. A la izquierda vieron una fila de ascensores, y otro pasillo más, y más tiendas.
—¿Estamos caminando en círculos? —preguntó Michael—. Juro que ya hemos pasado por aquí.
Alicia compuso una expresión seria.
—Peter...
—Lo sé, lo sé.
Debían tomar una decisión. Seguir buscando la escalera, o encontrar refugio en la planta baja. Se volvió hacia el grupo, que, de repente, se le antojó muy pequeño.
—Maldita sea, ahora no.
Mausami señaló los escaparates de la tienda más cercana.
—Allí está.
DESERT GIFT EMPORIUM, rezaba el letrero. Peter abrió la puerta y entró. Amy estaba mirando una pared de estanterías, al lado del mostrador, un expositor de objetos esféricos de cristal. Amy había cogido uno. Lo sacudió, y un movimiento borroso se produjo en su interior.
—¿Qué es eso, Amy?
La chica se volvió, con el rostro resplandeciente («He encontrado algo, algo maravilloso», parecía decir su mirada), y extendió la mano hacia él. Sobre la palma se apoyó un peso inesperado: la esfera estaba llena de líquido. Suspendidos en él, fragmentos de una materia blanca brillante, como copos de nieve, se estaban posando sobre un paisaje de edificios diminutos. En el centro de la ciudad en miniatura se alzaba una torre blanca; la misma, comprendió Peter, en la que se hallaban ahora.
Los demás se congregaron a su alrededor.
—¿Qué es eso? —preguntó Michael.
Peter se lo pasó a Sara, que lo enseñó a los demás.
—Una especie de maqueta, creo. —El rostro de Amy todavía transmitía felicidad—. ¿Por qué ha querido que viéramos esto?
Fue Alicia quien aportó la respuesta.
—Peter —dijo—, será mejor que veas esto.
Había puesto vuelto el globo del revés, lo que reveló las palabras escritas en la base.
MILAGRO
HOTEL Y CASINO
LAS VEGAS
El olor no tenía nada que ver con los flacuchos, explicó Michael. Era gas de alcantarilla. Sobre todo metano. Por ese motivo el edificio olía como un retrete. Debajo del hotel había un mar de aguas residuales de cien años de antigüedad, los residuos encharcados de toda una ciudad, atrapados como un gigantesco depósito de fermentación.
—Será mejor que no estemos aquí cuando reviente —advirtió—. Será el pedo más potente de la historia. Todo el edificio arderá como una antorcha.
Estaban en la planta 15 del hotel, viendo caer la noche. Durante unos breves minutos de pánico, habían pensado que se habían cobijado en los niveles inferiores del hotel. La única escalera que habían encontrado, al otro lado del casino, estaba sembrada de cascotes: sillas, mesas, colchones y maletas, todo ello torcido y destrozado, como si lo hubieran arrojado desde una gran altura. Fue Hollis quien sugirió que abrieran por la fuerza uno de los ascensores. Suponiendo que el cable estuviera intacto, explicó, podrían subir un par de pisos, suficiente para rodear la barricada y continuar el resto del trayecto por la escalera.
Salió bien. Después, en la planta 16, toparon con una segunda barricada. El suelo de la escalera estaba sembrado de cartuchos. Salieron y se encontraron en un pasillo en penumbra. Alicia partió otra barrita de cialum. El pasillo estaba flanqueado de puertas. Un letrero en la pared anunciaba AMBASSADOR SUITE LEVEL.
Peter señaló con su rifle la primera puerta.
—Adelante, Caleb.
La habitación albergaba dos cadáveres, un hombre y una mujer, tendidos en la cama. Ambos iban vestidos con bata y zapatillas. Sobre la mesa contigua a la cama había una botella de
whisky
abierta, cuyo contenido se había evaporado hacía mucho tiempo, hasta formar una mancha marrón, y una jeringa de plástico. Caleb verbalizó las palabras que todo el mundo estaba esperando y dijo que no iba a pasar la noche con una pareja de flacuchos, sobre todo de flacuchos que se habían suicidado. Forzaron cinco puertas hasta que encontraron una sin cadáveres. Tres habitaciones, dos con un par de camas y una tercera, más grande, encarada hacia una pared de ventanas que daban a la ciudad. Peter se acercó. El día estaba agonizando, y bañaba el escenario de un resplandor anaranjado. Deseó encontrarse en un punto más elevado, incluso en el tejado, pero aquello tendría que servir.
—¿Qué es eso de ahí abajo? —preguntó Mausami. Estaba señalando al otro lado de la calle, donde un enorme edificio de acero nervado, sobre cuatro patas que se elevaban hasta un extremo puntiagudo, descollaba entre los edificios.
—Creo que es la Torre Eiffel —dijo Caleb—. Una vez vi una foto en un libro.
Mausami frunció el ceño.
—¿No estaba en Europa?
—Está en París. —Michael estaba arrodillado en el suelo, sacando su instrumental—. En París, en Francia.
—¿Y qué hace aquí?
—¿Yo qué sé? —Michael se encogió de hombros—. Tal vez la trasladaron.
Contemplaron juntos la caída de la noche; primero la calle, después los edificios y luego las montañas, todo ello zambulléndose en la oscuridad, como en las aguas de un tubo. Las estrellas estaban saliendo. Nadie tenía humor para hablar. Resultaba evidente que su situación era precaria. Sara, sentada en el sofá, vendaba de nuevo el brazo herido de Hollis. Peter comprendió que estaba preocupada por él, pero no por lo que decía sino por lo que callaba, por cómo trabajaba con su eficacia habitual, y por cómo apretaba los labios.
Se dividieron las raciones de comida preparada y se tumbaron para descansar. Alicia y Sara se ofrecieron para hacer la primera guardia. Peter estaba demasiado agotado para protestar.
—Despertadme cuando me toque —dijo—. Es muy probable que sea incapaz de dormir.
No durmió. Se acostó en el suelo del dormitorio, con la cabeza apoyada sobre la mochila, la vista clavada en el techo. Milagro, pensó. Estaban en Milagro. Amy estaba sentada en un rincón con la espalda apoyada contra la pared, sosteniendo el globo de cristal. Cada pocos minutos, lo levantaba del regazo y le daba una sacudida, lo acercaba a su cara mientras miraba la nieve remolinear y posarse en su interior. En tales momentos, Peter se preguntaba qué significaba él para ella, y qué significaban todos los demás. Le había explicado adónde iban y por qué. Pero si ella sabía qué había en Colorado, y quién había enviado la señal, no lo demostró.
Por fin se dio por vencido y volvió a la habitación principal. Un gajo de luna se había alzado sobre los edificios. Alicia estaba parada frente a la ventana, escudriñando la calle. Sara estaba sentada a una pequeña mesa, haciendo un solitario, con el rifle sobre el regazo.
—¿Alguna señal?
Sara frunció el ceño.
—Si la hubiera, ¿estaría jugando a las cartas?
Tomó asiento. Durante un rato se limitó a mirarla jugar, sin decir nada.
—¿De dónde has sacado las cartas?
En el dorso se podía leer el nombre de aquel lugar: MILAGRO.
—Lish las encontró en un cajón.
—Deberías descansar, Sara —dijo Peter—. Yo te relevaré.
—Estoy bien. —Volvió a fruncir el ceño, barajó las cartas y las repartió de nuevo— Vuelve a la cama.
Peter no dijo nada más. Tenía el presentimiento de que había cometido alguna equivocación, pero no sabía cuál.
Alicia se volvió desde la ventana.
—Si no te importa, creo que aceptaré tu oferta. Echaré una cabezadita unos minutos. Si te va bien, Sara.
Ella se encogió de hombros.
—Como quieras.
Alicia los dejó solos. Peter se levantó y caminó hacia la ventana, y utilizó el visor nocturno de su rifle para escudriñar la calle: coches abandonados, montañas de cascotes y basura, los edificios vacíos. Un mundo congelado en el tiempo, atrapado en el momento de su abandono durante las últimas y violentas horas del Tiempo de Antes.
—No hace falta que finjas.
Se volvió. Sara le estaba mirando con frialdad, su rostro bañado por la luz de la luna.
—¿Fingir qué?
—Peter, por favor. Ahora no. —Peter intuyó su resolución. Había decidido algo—. Hiciste lo que pudiste. Lo sé. —Lanzó una silenciosa carcajada y desvió la vista—. Diría que te lo agradezco, pero quedaría como una idiota, de modo que no lo haré. Si todos vamos a morir aquí, sólo quería que supieras que no pasa nada.
—No va a morir nadie.
Fue lo único que se le ocurrió decir.
—Bien, espero que sea verdad. —Sara se detuvo—. De todos modos, aquella noche...
—Escucha, Sara, lo siento. —Respiró hondo—. Tendría que habértelo dicho antes. Fue culpa mía.
—No tienes por qué disculparte, Peter. Como ya he dicho, lo intentaste. Fue un buen intento, pero estáis hechos el uno para el otro. Creo que siempre lo he sabido. Fue estúpido por mi parte no aceptarlo.
Él se sentía confundido por completo.
—Sara, ¿de qué estás hablando?
Sara no contestó. Sus ojos se abrieron de par en par de repente. Estaba mirando hacia la ventana.
Peter se volvió al instante. Sara se levantó y corrió a su lado.
—¿Qué has visto?
Ella señaló.
—Al otro lado de la calle, en la torre.
Peter miró por el visor nocturno.
—Yo no veo nada.
—Estaba allí. Lo sé.
Entonces, Amy entró en la habitación. Apretaba el globo contra el pecho. Con la otra mano, agarró a Peter del brazo y empezó a alejarle de la ventana.
—¿Qué pasa, Amy?
Más que astillarse, el cristal que tenían detrás estalló en una lluvia de fragmentos centelleantes. Su cuerpo se quedó sin aire cuando salió lanzado al otro extremo de la habitación. Peter comprendió más tarde que el viral había caído sobre ellos. Oyó chillar a Sara; ni siquiera fueron palabras, sólo un grito de terror. Cayó al suelo y rodó, sus miembros enredados con los de Amy, a tiempo de ver que el ser saltaba por la ventana.
Sara había desaparecido.
Alicia y Hollis irrumpieron en la habitación. Entraron todos. Hollis estaba parado ante la ventana, apuntando su rifle hacia abajo, barriendo el escenario con el cañón. Pero no disparó.
—¡Joder!
Alicia puso en pie a Peter.
—¿Te has cortado? ¿Te has hecho arañazos?
Aún tenía el estómago revuelto. Negó con la cabeza.
—¿Qué ha pasado? —gritó Michael—. ¿Dónde está mi hermana?
Peter encontró la voz.
—Se la llevó.
Michael había agarrado a Amy con rudeza por los brazos. Ella aferraba todavía el globo, que había conseguido salir indemne.
—¿Dónde está? ¿Dónde está?
—¡Basta, Michael! —gritó Peter—. ¡La estás asustando!
El globo cayó al suelo con un estallido cuando Alicia tiró de Michael y le envió de un empujón al sofá. Amy se tambaleó hacia atrás, con los ojos dilatados a causa del miedo.
—¡Haz el favor de calmarte, Circuito! —dijo Alicia.
Unas lágrimas de furia asomaron a sus ojos.
—¡No me llames así, joder!
—¡Todo el mundo callado! —gritó una voz potente.
Se volvieron hacia Hollis, parado ante la ventana abierta con el rifle apoyado en la cadera.
—Cerrad-el-pico. —Paseó la mirada sobre ellos—. Yo iré a buscar a tu hermana, Michael.
Hollis dobló una rodilla y comenzó a buscar más cargadores en su mochila, al tiempo que los iba guardando en los bolsillos del chaleco.
—He visto por dónde se la llevaron. Eran tres.
—Hollis... —empezó Peter.
—No lo estoy pidiendo. —Su mirada se cruzó con la de Peter—. Tú más que nadie sabes que debo ir.
Michael avanzó.
—Te acompaño.
—Yo también —se sumó Caleb. Miró al grupo, con expresión vacilante—. O sea, porque vamos a ir todos, ¿no?
Peter miró a Amy. Estaba sentada en el sofá, con las rodillas apretadas contra el pecho en un gesto protector. Peter pidió su pistola a Alicia.
—¿Para qué?
—Si vamos a salir, Amy necesita un arma.
La desenfundó del cinto. Peter soltó el cargador para echarle un vistazo, después lo embutió en la culata y amartilló el arma para introducir una bala en la recámara. Se volvió y la extendió hacia Amy.
—Un disparo —dijo. Se dio unos golpecitos en el esternón—. Es el único que podrás hacer. Aquí. ¿Sabrás hacerlo?
Amy levantó los ojos del arma y asintió.
Reunieron el equipo y Alicia se llevó a Peter aparte.
—No es que me oponga —dijo en voz baja—, pero podría ser una trampa.
—Sé que es una trampa. —Peter cogió el rifle y la mochila—. Creo que lo he sabido desde que llegamos a este lugar. Todas esas calles bloqueadas nos condujeron justo hasta aquí. Pero Hollis tiene razón. Nunca habría tenido que abandonar a Theo, y ahora no voy a abandonar a Sara.
Rompieron las barritas de cialum y salieron al pasillo. En lo alto de las escaleras, Alicia se acercó a la barandilla y miró hacia abajo, al tiempo que barría la zona con el cañón de su rifle. Les indicó que todo estaba despejado y que avanzaran.
Bajaron de esta manera, tramo a tramo, Alicia y Peter delante, Mausami y Hollis en la retaguardia. Cuando llegaron al tercer piso, salieron de las escaleras y avanzaron por el pasillo hacia los ascensores.
El ascensor de en medio estaba abierto, tal como lo habían dejado. Peter miró por encima del borde y vio la caja, con la escotilla del techo abierta, más abajo. Se asió el cable, con el rifle colgado a la espalda en bandolera, descendió hasta el techo de la caja y se dejó caer en el interior. El ascensor se abría a otro vestíbulo, de dos pisos de altura y techo de cristal. La pared que daba a la puerta abierta estaba cubierta de espejos, lo cual le proporcionaba una vista en ángulo del otro lado. Levantó apenas el cañón del rifle, al tiempo que contenía el aliento, pero el espacio iluminado por la luna estaba vacío. Lanzó un silbido a través de la escotilla a los demás.
El resto del grupo le siguió por la escotilla. La última fue Mausami. Peter vio que cargaba con dos mochilas, una en cada hombro.
—La de Sara —explicó—. He pensado que la necesitará.
El casino estaba a su izquierda, a la derecha el pasillo a oscuras de tiendas vacías. Al otro lado se encontraban la entrada principal y los Humvees. Hollis había visto que se llevaban a Sara al otro lado, a la torre. El plan consistía en salvar la distancia a bordo de los vehículos, protegiéndose con las ametralladoras. Después de eso, ya verían.