El secreto del Nilo (116 page)

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Authors: Antonio Cabanas

Tags: #Histórico

—Comprendo tu amargura, amigo mío. Yo mismo tardé muchos años en saber lo que el Oculto te había reservado.

—Hablas como si alrededor de mi persona se hubiera forjado un plan divino; difícil de imaginar.

—Así fue proyectado hace más de cuarenta años. Amón te necesitaría cuando llegara el momento.

Neferhor pareció desconcertado.

—En realidad eres parte de un juego, como lo somos todos. A veces los intereses nos sobrepasan, y es necesario el discurrir de los años para que tengamos una perspectiva adecuada de las cosas.

—¿Pretendes decirme que Karnak sabía que un rey hereje gobernaría Egipto?

—No solo eso. También aventuraba que, algún día, su odio visceral hacia todo lo que representamos acabaría, y que serían necesarios años de transición hasta que las aguas fluyeran de nuevo por su cauce. Tú estabas predestinado para todo ello. Siempre fuiste una referencia para nosotros, sobre todo cuando nos hallábamos escondidos de la ira. Mientras uno de los hermanos quedara a salvo todo se reconduciría, tarde o temprano. Amón no necesitaba que fueras ordenado. No olvides que él te adoptó desde niño, y que para el Oculto tu servicio siempre ha estado por encima del de la mayoría de los sacerdotes de este templo.

El escriba atendía sin perder detalle.

—Te mantuviste firme cuando la oscuridad era absoluta, contra intrigas y las peores desgracias, para impulsar cuando te llegó la hora el regreso a la ortodoxia. El pequeño Tutankhamón escuchó tus razones más de lo que piensas; durante su reinado le asesoraste adecuadamente y resultaste de gran ayuda para Karnak. Nada de cuanto has hecho hubiera sido posible en caso de ser un sacerdote de Amón. En tal caso hubiera resultado impensable el que permanecieras cercano al trono en una corte repleta de seguidores del Atón.

—Cuesta creer que hace cuarenta años supierais de la llegada de Tutankhamón —apuntó el escriba con mordacidad.

—Como te expliqué al principio, se trataba de un juego. Un enorme tablero repleto de fichas para mover. Yo también ocupé una casilla, como tú. Las piezas se mueven en función de los acontecimientos, y estos derivaron hacia tu posición. Piensa que el Oculto nunca deja nada al azar. Él calcula hasta el más mínimo movimiento.

—La reina Tiyi me descubrió en cuanto me vio —recordó Neferhor como para sí.

—Amón ya contaba con ello, pero no importó; más allá de los sinsabores que la antipatía de la Gran Esposa Real te causó. Ella sabía que no habías sido ordenado, y también que eras una persona útil para la Tierra Negra.

—He pasado toda una vida sin conocer con certeza qué era lo que se esperaba de mí —volvió a lamentarse Neferhor.

—Eso fue lo que te mantuvo a salvo. Sin advertirlo, has enjugado las lágrimas divinas; el llanto de los dioses.

—A punto estuve de que Osiris enjugara las mías.

Wennefer lanzó una carcajada.

—No era el momento para que el señor del Más Allá te recibiera. Aunque no lo creas, alguien velaba por ti.

—¡Imposible!

—¿De verdad te lo parece, honorable escriba? —inquirió Wennefer, burlón.

Neferhor le miró pensativo, y al punto tuvo un presentimiento.

—Horemheb —susurró.

El primer profeta asintió levemente.

—No creerás que eres el único hijo del Oculto, ¿verdad?

El escriba perdió su mirada en el cercano lago sagrado en tanto consideraba las palabras de su amigo, y al reflexionar sobre ellas la luz se hizo en su corazón para hacerle ver la magnitud de cuanto le había rodeado en su vida.

—¡Horemheb estaba al servicio de Karnak! —musitó el escriba sin ocultar su asombro.

—Como otros muchos que no vienen al caso. Sabes mejor que nadie que Amón elige siempre a sus hijos más preclaros, y Horemheb es la mejor prueba de ello. Por designio divino ha llegado a convertirse en señor de las Dos Tierras bajo las bendiciones de nuestro padre. Al fin Kemet tiene en su trono a un rey que velará por sus dioses y les restituirá lo que nunca debieron perder.

Neferhor apenas hizo caso pues parecía abstraído en sus razonamientos.

—¡Durante todos estos años ha fingido sus propósitos! —exclamó el escriba, perplejo.

—Para este templo resultaban claros. No olvides que Amón lee mejor que nadie la ambición de los hombres. Mas era justo recompensar a Horemheb para que alcanzase las suyas.

Neferhor sonrió, mordaz.

—Por eso me advirtió en Akhetatón —dijo con suavidad.

—Y protegió a tu familia durante tu ausencia.

El escriba miró de nuevo a su amigo fijamente.

—Mis perseguidores no seguían sus órdenes. Casi me matan.

Wennefer se encogió de hombros.

—Pareces olvidar que el Oculto te guía en todo momento. Él nunca hubiera permitido que te dieran muerte en su casa. Por algún extraño motivo, la maza que te golpeó no acabó con tu vida. Convendrás conmigo en que se trató de un milagro.

—Un milagro —volvió a repetir Neferhor.

—Me alegro de que lo veas con claridad. Amón deseaba que regresaras a su casa, aunque se hallara abandonada, y que iniciaras el viaje que tarde o temprano debías emprender a fin de que tu corazón se librara de cuanto lo oprimía.

El escriba se quedó boquiabierto, pero enseguida Wennefer le dio unas palmaditas en la espalda, al tiempo que le animaba a continuar con el paseo.

—El nuevo dios, Djoserkheprura, vida, salud y prosperidad le sean dadas, pronto nos restituirá todas nuestras tierras de labor. De nuevo habrá trabajo suficiente para el pueblo y olvidaremos las penurias —apuntó el primer profeta, distraídamente.

Pero Neferhor seguía abstraído en sus razonamientos.

—Pero... ¿por qué Horemheb no se levantó en armas a la muerte de Tutankhamón? —inquirió el escriba en voz queda.

—Aún no había llegado su momento. Piénsalo bien.

Neferhor se acarició la barbilla.

—Era mejor que sus enemigos cayesen por sí mismos —discurrió el escriba—. Ay era un anciano que no podría mantenerse demasiado tiempo en el trono, y a su muerte ya no habría una cabeza visible para los viejos seguidores del Atón. Su causa estaría perdida, y el general dispondría de su carisma y de todo un ejército detrás para conquistar el poder sin apenas lucha.

—Es como el fuego que se consume —señaló Wennefer—. Si se atiza antes de tiempo, las llamas se reavivarán.

Neferhor se quedó sin palabras. Todo cuanto le había rodeado durante años formaba parte de un descomunal rompecabezas en el que cada porción ocupaba un lugar determinado. Se trataba de un dibujo imposible, que solo podía haber sido diseñado por una mente insondable. Abrumado por cuanto había escuchado, el escriba se sintió insignificante.

—El mayor peligro vino de la mano de la bella Nefertiti —continuó Wennefer sin ocultar su desprecio—. Escribir a un rey extranjero para ofrecer el trono de Egipto a uno de sus hijos fue algo que no se conocía. ¿Puedes imaginar lo que hubiera sido de la Tierra Negra si el príncipe Zannanza se hubiera convertido en dios?

Neferhor hizo un gesto con el que se hacía cargo de la dimensión del problema.

—Tu intervención resultó determinante, querido amigo. Todos nos sentimos en deuda contigo.

Ambos habían llegado al muro exterior de la capilla, y Wennefer se detuvo para sonreír maliciosamente al escriba.

—Siempre ha sido mi lugar preferido del templo —le confió el primer profeta.

—La Oreja que Escucha. Reconozco que poseías buenas habilidades para suplantar al oráculo —señaló Neferhor.

—Ja, ja. En eso tienes razón. Por ese motivo hemos venido hasta aquí. Me gustaría que reviviéramos aquellos días en los que todavía teníamos el corazón ligero; libre de tribulaciones.

El escriba sonrió a su amigo.

—Yo diría que hoy es un buen día para confiar en el oráculo
—continuó Wennefer—; el momento oportuno para escuchar lo que tenga que decirnos.

Neferhor le miró sin comprender, aunque todavía recordaba lo aficionado que era su amigo a las bromas.

—Preguntémosle por Neferhor —dijo el primer profeta en tanto invitaba a su acompañante a entrar en la capilla—. Tengo curiosidad, ¿sabes?

El escriba accedió sin saber adónde quería llegar Wennefer, aunque no tuviese el ánimo para burlas. El interior del santuario se conservaba tal y como lo recordaba, casi en penumbra, y en unos pebeteros se quemaba incienso, como era costumbre.

—Ahora debes quedarte solo, hasta que el oráculo te diga cuanto considere oportuno. Yo te esperaré fuera —señaló Wennefer.

Neferhor se volvió hacia su amigo, pero su sombra desaparecía ya tras una de las puertas. Pensó que aquello resultaba ridículo, pero permaneció inmóvil a la espera de ver qué broma le habían preparado. Entonces, una voz cavernosa resonó como si llegara desde el Mundo Inferior. El escriba se sobresaltó.

—¡Oh, Neferhor, a quien el Oculto adoptó hace muchos
hentis
para hacerle partícipe de su gloria! Tus pasos te han conducido hasta aquí para que escuches la palabra de tu padre, el que no olvida a sus hijos bajo ninguna circunstancia. Yo soy Amón. ¡El poder de los cielos y el de la tierra están en mí, y por ello puedo escrutar en el interior de las criaturas y discernir entre la verdad y la mentira, la bondad y la traición, el inocente y el condenado! —exclamó la voz.

El escriba permaneció impertérrito, y después de una breve pausa el oráculo continuó hablando.

—¡Hoy regresas a mí, justo cuando debías, cuando el tiempo se hallaba cumplido, para recibir mi bendición y también hacer justicia con quien me sirvió con lealtad! Los años se han convertido en apenas un suspiro, para que tú puedas retomar el "3~ camino allí donde te obligaron a dejarlo. Por eso es mi deseo que te conviertas en uno de mis sacerdotes, y que mi clero alabe tu nombre y también tu memoria. Serás nombrado gran celebrante, para que todos los misterios escritos por la mano de los dioses no tengan secretos para ti; para que conozcas la magia oculta en los papiros que nadie puede leer; tú serás mago entre los magos y así alcanzarás el conocimiento pleno, como siempre deseaste. ¡Este es mi oráculo, y así se habrá de cumplir!

12

En el día de su gloria, Neferhor se sumergió en las aguas de la espiritualidad que siempre había deseado. Tras una jornada de ayuno, el nuevo sacerdote fue iniciado como correspondía a su dignidad; en las impenetrables salas reservadas solo para aquellos que eran conocedores de los grandes misterios. Fue una ceremonia solemne en la que el boato no tenía cabida, pues lo terrenal apenas contaba en el pacto con los dioses. Por fin Neferhor entraba a formar parte del clero de Amón, y aunque el día hubiese llegado con cuarenta años de retraso, el escriba se sintió como si continuara siendo aquel adolescente que, en compañía de sus amigos, un día soñara con convertirse en sacerdote
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. Estos le felicitaron al finalizar el ritual, y Wennefer y Neferhotep lo abrazaron como a un hermano. También Tait corrió a darle la enhorabuena, pues el escriba había sido como un padre para ella; el único que deseaba tener.

A su vez la enigmática Sothis observó la escena en silencio, con el corazón rebosante de felicidad y la emoción de ver cumplido el deseo máximo de su esposo. Ella siempre había sabido que aquel día habría de llegar, y al ver a la ciudad santa de Amón rendir pleitesía a su gran amor, pensó que por una vez los hombres hacían justicia en aquella tierra, aunque fuera en nombre de uno de sus dioses. Su magia había resultado ser poderosa, y los acontecimientos habían ocurrido tal y como ella esperaba. Por su parte poco más le podía pedir a la vida, y en compañía de sus hijos corrió a abrazar a Neferhor, el escriba real de corazón bondadoso, al que amaría hasta el final de sus días.

Las torvas nubes que habían encapotado el cielo de Egipto durante años se alejaban definitivamente para dar paso a la bonanza. El tiempo en el que podrían vivir sus ansiados sueños se encontraba próximo, y Sothis era inmensamente feliz por ello.

Neferhor también tuvo un encuentro inesperado que le emocionó sobremanera. Al cruzar uno de los patios se tropezó con Penw quien, al parecer, lo estaba esperando. Al verle, el escriba abrió sus brazos, y el hombrecillo corrió a estrecharse contra su cuerpo.

—¡Cuánta alegría! —exclamó el viejo pinche—. Dame tu bendición ahora que tienes a dos dioses principales por padres.

—¡Penw! —repuso a su vez Neferhor—. Llevas mis bendiciones desde el día que te conocí. Pero déjame que te mire. Apenas has cambiado con los años.

El hombrecillo se pasó el dorso de las manos para secarse las lágrimas que asomaban a sus ojos.

—Es por la emoción —se disculpó en tanto se sonaba la nariz—. Ya soy muy viejo para soportar esta F clase de excitaciones. Sabes que mi cuerpecillo siempre fue débil y mi corazón se ha vuelto aún más frágil con el paso de los años.

—Estás tal y como te recordaba. Pero dime qué ha sido de ti y tu familia. No tengo perdón por haberme olvidado de vosotros durante tanto tiempo.

—Es natural, gran Neferhor. Tu sitio está cerca de los dioses y no de los hombres. Mira si no a tu alrededor. Hoy el templo hace justicia contigo. Tu nombre dará lustre a estos muros. —Ahora fue al escriba a quien se le saltaron las lágrimas—. Entre tanta mediocridad como hay en el mundo, los elegidos como tú nunca lo tienen fácil, gran sacerdote. Yo me las he apañado bien, dada mi condición; qué más puedo desear.

El escriba sonrió malicioso, puesto que Penw se había convertido en una celebridad en el templo.

—Jamás pude suponer que terminaría mis días alimentando a los acólitos del Oculto. Qué barbaridad, un hombre tan insignificante como yo a cargo de la panadería de Karnak. Inaudito.

—Siempre observé en ti unas condiciones innatas como servidor de los dioses —apuntó Neferhor, burlón.

—No hagas chanzas de mí, noble hijo de Amón —se lamentó Penw con teatralidad—, que la vida es como un mapa indescifrable en el que nunca puedes estar seguro de adónde te diriges.

—Karnak es un buen lugar para un hombre como tú. Invita al recogimiento.

Penw se lamentó con la cabeza.

—Entiendo que bromees conmigo, ya que siempre fui un buen pecador, aunque sin maldad. Aquí disfruto de paz, sin duda, aunque en ocasiones me vea obligado a imponer mi disciplina a todos estos relamidos, si me permites la expresión. —Neferhor lanzó una carcajada—. A veces parecen espíritus puros desfilando por los pasillos, como si se tratara de cuerpos etéreos. Están obsesionados con los ayunos, y también con las lavativas. Espero, oh poderoso sacerdote, que no te acostumbres a semejante afición pues, en confianza, creo que no hay ano que lo resista.

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