El secreto del Nilo (3 page)

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Authors: Antonio Cabanas

Tags: #Histórico

—Si sigues moviendo la caña de esa manera no picará ni un pez —le advirtió Heny—. Cualquiera diría que es la primera cosecha que vas a recoger.

Neferhor se encogió de hombros en tanto continuaba absorto en váyase a saber qué.

—Seguro que estás pensando en los sacos de harina que obtendrás y en los panes que se podrán amasar con ella —apuntó Heny molesto—. Hoy volveremos a casa con las manos vacías. ¡Con la cantidad de mújoles que hay en este lago!

—Claro, por eso pertenece a la reina. El dios lo hizo para ella y por ese motivo hay tanta pesca. Mide tres mil setecientos por seiscientos codos —apuntó Neferhor sin poder contenerse.

Heny lanzó una carcajada.

—No me extraña que te apoden Neferhor —señaló su amigo todavía entre risas—, aunque, en confianza, te diré que me gusta más tu sobrenombre que el de Iki.

—Ya estoy acostumbrado; además, me da igual como quieran llamarme. Mi nombre no lo elegí yo.

—Pero ya sabes lo importante que es tener un buen nombre —se apresuró a decir Heny con los ojos muy abiertos.

—En ese caso, creo que el de Neferhor resulta insuperable.

Ambos amigos rieron mientras volvían a lanzar los aparejos.

—Qué lugar tan hermoso —dijo Heny—. No hay ninguno en Ipu que se le pueda comparar.

Neferhor asintió en tanto observaba cómo una carpa nadaba alrededor de su anzuelo.

—¿Crees realmente que el dios construyó este lago por amor? —preguntó sin apartar la vista del pez.

—Claro. Por qué si no —se apresuró a contestar Heny.

—Bueno. Con toda esta agua estancada la reina mejorará la irrigación de sus campos. Las cosechas que obtiene de ellos son insuperables —dijo Neferhor convencido.

—Nunca se me hubiera ocurrido pensarlo —señaló Heny en tanto se rascaba la cabeza.

—Eso es porque tu familia no tiene que arar la tierra. —Heny no supo qué contestar—. Mira a tu alrededor. No hay espigas tan altas como estas en todo Egipto —continuó Neferhor—. Mi padre me lo dice a menudo.

Durante unos instantes ambos amigos volvieron a fijar su atención en la pesca. Era la suya una curiosa relación, pues los chiquillos pertenecían a estratos sociales diferentes. Mientras que Neferhor era un simple campesino, Heny procedía de una familia de comerciantes que había prosperado con la venta de vinos de los oasis. La bonanza económica que sonreía al pa Conrdía deís durante los últimos años había hecho aumentar el consumo de vino en una sociedad que se había aficionado al derroche y a la buena vida. Así, de haber tenido que ganarse el sustento comerciando con las peores casas de la cerveza de la región unos caldos infames, la familia de Heny había pasado a hacer negocios con los burócratas de la administración del nomo, a los que proporcionaba un vino aceptable a muy buen precio.

Ya no necesitaban recorrer los polvorientos caminos con las ánforas a cuestas. Ahora se habían establecido como personas principales, e incluso se habían hecho construir una bonita casa cerca del río. Hacía tiempo que no tenían que aguantar los toscos modales propios de los locales de mala nota, y se habían aficionado a mirar por encima del hombro a aquellos que antaño les criticaban. Heny, por tanto, sería vinatero como lo era su padre y lo había sido su abuelo, y a sus diez años ya se había iniciado en el negocio para acompañar a su progenitor en el trabajo, como solía ser habitual en aquel tiempo.

No obstante, a Heny lo que de verdad le gustaba era correr por los campos, zascandilear por las riberas en compañía de Neferhor, y lanzar piedras a los cocodrilos. Ambos se habían conocido una tarde mientras jugaban en los palmerales, y enseguida se habían hecho amigos inseparables. Poco importaba la ocupación de sus mayores, ellos eran como hermanos, y siempre que podían quedaban para pescar, cazar patos o jugar con otros niños del lugar junto al río. Allí hacían planes, aunque estos formaran más parte de un sueño que otra cosa.

—Algún día mi vino se servirá en la mesa del dios —solía decir Heny, con los ojos entrecerrados—. Entonces seré una persona principal y vendré a cazar patos cuando me plazca. Tú te convertirás en un gran escriba y viviremos cerca el uno del otro, para así poder ir a pescar juntos.

A Neferhor le hacían gracia los sueños de su amigo, y se limitaba a sonreír en silencio con la mirada perdida. Ni el concurso directo del sapientísimo dios Thot podría hacer de él un escriba. Debería resignarse a ser campesino, como su padre, o al menos eso creía el rapaz.

Por fin uno de los hilos se tensó, y al momento Neferhor sacó del agua una carpa que luchaba frenética por desprenderse del anzuelo.

—¡Qué suerte! —exclamó Heny—. Es de buen tamaño.

—Por lo menos podré cenar pescado —dijo su amigo en tanto depositaba el pez en el interior de un zurrón—. Hoy me libraré de comer lentejas.

—¿Hoy tienes lentejas?

—Casi todas las noches hay lentejas. Parece que es el único plato que sabe preparar mi hermana. Claro que a mi padre le gustan mucho.

—Donde estén unos buenos pichones asados, que se quite todo lo demás —apuntó Heny, categórico.

—Y que lo digas —se apresuró a decir su amigo—. Ese sí que es un plato digno de la mesa del dios.

—Pues en mi casa lo comemos siempre que mi padre regresa de algún viaje —se ufanó Heny sin pretenderlo.

Durante unos instantes se hizo un embarazoso silencio y Neferhor pareció abstraerse de nuevo en sus habituales reflexiones. A él no le molestaban las palabras de su amigo, pues sabía que no había malicia en ellas. Simplemente reflejaban una realidad a la que hacía ya tiempo se había resignado. Neferhor pertenecía al estrato más bajo de aquella sociedad, y así debía aceptarlo.

Un codazo de su amigo vino a sacarle de sus pensamientos.

—¡Mira quién viene por allí! —exclamó Heny sin ocultar su excitación—. ¡Es Niut!

Neferhor dio un respingo, justo para ver cómo la niña se detenía un poco más allá, como si no los hubiera visto. Como de costumbre venía acompañada por su hermano pequeño, un verdadero diablo.

—Niut —musitó Neferhor sin poder evitarlo.

Aquella era una de las pocas palabras capaces de hacerle perder la concentración, pues a pesar de su corta edad se sentía tan irremisiblemente atraído por aquella jovencita de apenas diez años que le parecía tan bonita, que a veces perdía la noción del tiempo mientras la miraba, embobado, sin saber qué decir. Niut era hija de uno de los capataces al cargo de los campos que pertenecían a la reina, y se daba mucha importancia por ello. Además era consciente de la influencia que su persona ejercía sobre los otros niños, a los que gustaba de zaherir siempre que podía.

La jovencita se disponía a bañarse cuando oyó cómo la llamaban.

—¡Eh, Niut, estamos aquí!

Ella hizo un gesto de sorpresa, aunque ya supiera dónde se encontraban sus amigos, y con un mohín de fastidio se dirigió hacia ellos.

—¿Y vosotros qué hacéis aquí? —quiso saber por toda salutación.

Ambos niños se miraron perplejos.

—Qué quieres que hagamos. Hemos venido a pescar —dijo Heny como si fuera lo más natural.

—¿Ah, sí? Pues aquí no podéis estar. Este lago pertenece a la reina y vosotros no tenéis derecho a pescar en él.

Los chiquillos no supieron qué decir, y enseguida dirigieron sus miradas hacia el hermano de Niut que se entretenía lanzando piedras a todo lo que se movía.

—Él es diferente porque viene conmigo —se apresuró a decir la niña, que había adivinado al momento el significado de aquellas miradas—. Yo sí puedo disfrutar de este lugar, y bañarme en el lago si lo deseo.

—Claro, olvidaba que tu padre es capataz en estas tierras —se burló Heny—, y que él decide quién puede o no venir a pescar.

—Así es. Bueno, por esta vez quizás os permita estar aquí, pero en la próxima ocasión deberéis pedirme permiso —señal Cisouieres ó la niña al tiempo que se sumergía en el agua.

—Vas a ahuyentar la pesca —dijo Heny muy serio.

—Mejor —contestó Niut, haciendo uno de sus característicos mohínes de niña mimada.

En ese momento, una piedra pasó silbando sobre sus cabezas para caer muy cerca de una garza real que emprendió el vuelo asustada.

—¡Je, je! Esta vez casi le doy.

Ambos amigos observaron al pequeño con disgusto.

—Dile a tu hermano que se esté quieto si no quiere llevarse un sopapo —dijo Heny.

—Espero que no os atreváis; por vuestro bien —respondió ella con desdén.

Los pequeños se sentían fascinados ante el dominio de la situación que siempre demostraba aquella niña con carita de princesa. Así era como Neferhor la llamaba cuando pensaba en ella, pues creía que las princesas debían de ser las mujeres más bellas del valle, y aquella niña bien le parecía digna de ser hija de Hathor, la diosa de la belleza.

De nuevo silbaron los pedruscos en tanto Anu, el hermanito de Niut, no dejaba de proferir bravuconadas. Mas, por mucho que ambos amigos le miraran amenazadoramente, él continuaba lanzando proyectiles a diestro y siniestro.

—Yo que tú me estaría quieto —dijo al fin Neferhor, mirándolo muy serio.

—Yo hago lo que quiero —contestó Anu, al tiempo que le sacaba la lengua.

—Allá tú —señaló Neferhor—. Pero hace poco vimos una cobra justo donde te encuentras. Creo que debe de tener su nido cerca.

Aquellas palabras fueron como un bálsamo llegado de manos del más reputado
sunu
, y el pequeño se quedó lívido.

—Mi amigo tiene razón, es mejor que no te muevas —intervino Heny divertido.

A Niut aquello no le hizo ninguna gracia.

—Dejadle en paz o se lo diré a mi padre, y os molerá a palos.

—Solo tratamos de protegerle —dijo Neferhor muy serio—, pero ya deberías saber que es mejor no molestar a las cobras.

Esto hizo que Anu empezara a hacer pucheros, y al poco se puso a llorar. Asustada, su hermana lo llamó e hizo que se sentara en la orilla hasta que se le pasara el berrinche.

—Si queréis podéis bañaros conmigo —dijo Niut, cambiando de tono—. Os doy permiso para ello.

Los dos chiquillos lanzaron una carcajada y con gran estrépito se lanzaron al agua.

—Dime, Iki, ¿cómo es que no estás junto a tu padre preparando la recogida de la cosecha? —preguntó Niut, maliciosa—. Según dicen, los inspectores de los campos llegarán esta semana.

A Neferhor no le molestó el tono de la niña, ni tampoco que esta le llamara por su verdadero nombre, aunque comprendía que con ello intentaba fastidiarlo. De sobra sabía él que el momento de la siega había llegado y que durante las próximas semanas trabajaría de lo lindo.

—Todo está preparado para la recolección —contestó con timidez.

—Es una suerte para Kai el poder contar con tu ayuda —aseguró Niut, ladina—. Mi padre dice que no entiende cómo podéis seguir labrando vuestra tierra. También vaticina que, tarde o temprano, pasará a manos de la reina. En Ipu todo le pertenece. —Neferhor se encogió de hombros—. Entonces mi padre tendrá que echaros —continuó Niut mientras chapoteaba—, aunque puede que yo interceda para que os dejen vivir allí. Mi padre me concede todo lo que le pido.

Neferhor la escuchaba embobado, sin saber qué decir, como le ocurría de ordinario.

—Tu padre no tiene poder para hacer lo que dices —intervino Heny con sorna—. Él solo se encarga de manejar el látigo.

Aquellas palabras enfurecieron a Niut, a quien no le gustaba nada que la contradijeran, y menos que se burlaran de ella. En su opinión, Heny era un desvergonzado y Neferhor un pobrecito atolondrado al que dominaba a su antojo. En apenas dos años Niut sería ya mujer, y veía a sus amigos como niños que ya no estaban a su altura. Ella tenía grandes expectativas, pues se veía bonita y era capaz de intuir el poder que podía llegar a tener sobre los hombres.

—¡Ja! Eso ya lo veremos. No sois más que mosquitos insolentes —señaló muy digna en tanto trataba de ver lo que hacía su hermano, que zascandileaba por entre unos cañaverales.

—Algún día el dios alabará nuestros vinos y seré un hombre poderoso —dijo Heny muy serio—. Poseeré tierras aquí y tú te casarás conmigo.

Niut abrió los ojos desmesuradamente a la vez que lo fulminaba con su mirada. Heny tenía la facultad de enojarla, y no había ocasión en que no le recordara que algún día la desposaría.

—¡Ja! —respondió ella con aquella coletilla a la que era tan aficionada—. ¿Casarme contigo? ¿Con un vinatero? Ni lo sueñes. Seré la mujer de un gran personaje, o puede que de un príncipe.

Heny lanzó una carcajada y al momento se oyeron gritos y un gran alboroto, pues Anu se había caído al agua, entre un bosque de papiros.

—¡No puedo salir! ¡Sacadme de aquí! —gritaba despavorido—. ¡Algo me ha rozado el pie!

—Será una cría de cocodrilo en busca de la cena —dijo Neferhor, que llevaba un buen rato sin habla.

Aquello no hizo sino enardecer más al pequeño, que comenzó a chillar con todas sus fuerzas.

—¡Sacadme de aquí! ¡Libradme del cocodrilo!

Niut salió del agua al momento y, asustada, increpó a sus amigos.

—Pero ¿es que no vais a ayudarle? ¿No veis que se lo va a comer un cocodrilo?

Heny hizo un gesto de impotencia.

—No querrás que nos ataque a nosotros, ¿verdad? —dijo categórico—. Además, un hermano de Neferhor ya fue devorado por uno, y no es cuestión de que se repita la cosa.

—En eso tienes razón —apostilló Neferhor muy serio—. El viejo Kai se quedaría sin ayuda y no podría recoger la cosecha.

Entonces Niut comenzó a hacer pucheros, y al momento se puso a llorar desconsoladamente. Los amigos se sonrieron con malicia.

—Bueno, si nos lo pides por favor puede que te ayudemos —indicó Heny, saliendo del agua.

Niut apenas acertó a musitar algunas palabras inconexas mientras su hermano lanzaba unos alaridos que daba miedo oírlos.

—Ten en cuenta que vamos a tener que arriesgar nuestras vidas. A cambio tienes que prometernos algo —señaló Heny al tiempo que disimulaba lo divertido que le parecía todo aquello.

—¿Qué queréis que haga? —dijo la niña entre hipidos, en tanto se aproximaba a los cañaverales.

Al verla tan próxima, Anu redobló sus chillidos como si fuera un cochinillo el día de matanza.

—¡Creo que me han devorado un pie! —gritaba el infeliz—. ¡Sacadme de aquí!

—Parece que el asunto no va a resultar fácil —convino Neferhor mientras observaba al pequeño atrapado entre los papiros—. Tendremos que enfrentarnos con el animal.

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