El secreto del Nilo (7 page)

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Authors: Antonio Cabanas

Tags: #Histórico

Cuando todo terminó, la joven se quedó postrada sin saber qué hacer. Mas al punto su amante se levantó, con el miembro todavía tumefacto, cubierto de un líquido viscoso. Resoplaba como congestionado, y le dedicó una mueca que ella no supo interpretar.

—Has aliviado mi pesar de forma placentera —le dijo al fin—, como hacía mucho tiempo que nadie lo conseguía. Creo que nos veremos a menudo, pues tu compañía me resulta muy grata.

Pronto descubrió Repyt que aquellas palabras resultaban ciertas, ya que Hekaib se aficionó sobremanera a visitarla. Espabilada como era, la joven se dio cuenta de que podía tener cierto ascendiente sobre el escriba, y en poco tiempo aprendió cómo sacar algún provecho de la situación. Las presiones y castigos sobre su pobre padre fueron desapareciendo, y hasta vieron reducida la tasa de impuestos que el inspector les solía aplicar.

A pesar de la discreción que Repyt acostumbraba guardar, su padre estaba al tanto de todo, aunque mirara hacia otro lado, como ya había hecho en tiempos con su difunta esposa. Para él ya nunca habría felicidad, y sufría en silencio sin atreverse a decir nada a su amada hija.

Con el paso de los años Repyt se convirtió en una amante experimentada, a pesar de su corta edad. Ella había leído en el corazón del escriba y era capaz de conducirle por caminos que le enardecían.

Aprendió a dominar la situación y descubrió que a aquel
sehedy sesh
venido del Amenti le gustaban las prácticas más oscuras, como lo era su
ba
. Todo su despotismo desaparecía como por encanto cuando Repyt alimentaba sus deseos. Entonces Hekaib se transformaba en un individuo servil, capaz de suplicar para que le llevaran a través de las sombras de su propia desesperación. Cuando Repyt se sentaba sobre su miembro se sentía dueña de la voluntad de aquel remedo de la infernal Apofis para desesperarle todavía más, y así tejió la invisible red con la que trató de proteger a los suyos.

Indudablemente, aquellos encuentros no garantizaban que Hekaib fuera a cambiar su malévolo carácter. El inspector tenía amantes por todo el nomo y Repyt no era tan estúpida como para creer que influiría en cada decisión que tomara el escriba; no obstante, ella y su familia pudieron vivir con relativa tranquilidad.

Una de las consecuencias de las prácticas de Hekaib fue la de dejar descendientes por muchas de las granjas. Él no sentía el más mínimo remordimiento por ello, e incluso se tomaba la libertad de visitar a la familia para dar la enhorabuena al sufrido marido. El escriba se vanagloriaba de esto no pocas veces, y animaba a sus allegados a que le llamaran «Toro Poderoso», como si se tratara del dios que gobernaba Kemet.

Repyt tuvo buen cuidado de guardarse de un inoportuno embarazo. La horrorizaba la idea de que pudiera concebir de una bestia como aquella, aunque siempre existía un riesgo. La joven tomaba sus precauciones y evitaba recibir la simiente del déspota en su interior. Cuando veía que este gruñía más de [ítomla cuenta y comenzaba a bizquear, descabalgaba al momento para sentarse sobre su cara, cosa que enloquecía al
sehedy sesh
, y hacer que este se derramara hasta dejarlo exhausto.

Nadie se atrevió nunca a hablar al canalla de sus posibles paternidades. Él jamás reconocería más hijos que los que le había dado su esposa. Para el inspector, todos aquellos niños surgidos de sus constantes amoríos eran como el resto del ganado que habitaba en las haciendas, y solo a los dominios del divino Amón pertenecían; en todo caso, este era su verdadero padre.

Cuando Repyt caminaba por la vereda aquella mañana con la cesta entre sus manos, pensaba en cómo habían sido aquellos últimos años y también en su familia. Su padre había envejecido mucho y hacía tiempo que su mirada se había tornado algo vidriosa, tal y como si su
ka
ya lo hubiera abandonado. Temía que en cualquier instante Anubis viniera a visitarlo para llevárselo al mundo de los muertos, y estaba convencida de que Kai ya esperaba ese momento. Iki era su otra preocupación; el pequeño era como un hijo para ella, pues se había encargado de criarlo desde el mismo día en que naciera. En unos años el chiquillo se haría un hombre, y heredaría aquella tierra que tendría que cultivar hasta su muerte; sin embargo…

Hacía tiempo que Repyt sabía que su hermano era muy diferente a ellos, y no porque se abstuviera de ayudarles en las labores cotidianas o no fuera trabajador. Iki se esforzaba cada día, como hacían la mayoría de los niños que vivían en el campo, a fin de echar una mano cuando era preciso. Pero estaba claro que el pequeño no tenía alma de campesino. A sus diez años, Iki poseía una mente despierta y una facilidad para hacer cálculos que llenaban de orgullo a su hermana. Siempre que podía, esta lo llevaba a la ciudad para que la ayudara a comprar en el mercado, donde el chiquillo era ya bien conocido por la habilidad que demostraba en los cambalaches y la facilidad con la que calculaba los precios.

—Este niño acabará trabajando para la tesorería del faraón —le decían en ocasiones los mercaderes, divertidos.

A Repyt tales lisonjas la colmaban de felicidad, pues quería mucho a su hermanito. Cuando supo que le apodaban Neferhor se sonrió complacida, aunque ella siguiera llamándole por el nombre con el que le bautizara su padre. Estaba convencida de que Iki podía liberarse del yugo que suponía estar atado a aquellos campos para siempre, o al menos ella tenía esa ilusión. En caso contrario, cuando Hekaib ya no estuviera en el mundo de los vivos, otro, seguramente alguno de sus hijos, ocuparía su lugar para exigir las cosechas cada año a sus labriegos. Entonces Iki envejecería, y se lamentaría en vano de que Shai nunca le hubiera favorecido. El Nilo seguiría su curso y también la historia de Kemet, y pasados los
hentis
nadie se acordaría ya del bueno de Iki.

Por todo ello, y de un tiempo a esta parte, Repyt había vertido pequeñas gotas en los oídos del
sehedy sesh
que le hablaban de las dotes de su hermano. Con habilidad y prudencia, ella le susurraba sus aptitudes y lo que podría llegar a ser si tuviera oportunidad de ingresar en la Casa de la Vida. La joven aprovechaba los momentos en los que el corazón del escriba era más vulnerable a causa de sus deseos, y Hekaib terminó por co [rmide ntestarle un día que estudiaría el asunto para ver lo que se podía hacer.

Mas, en su fuero interno, Hekaib no tenía la más mínima intención de ayudar a un
meret
, un siervo de la tierra. A él le interesaba que las cosas continuaran tal y como estaban. El viejo Kai acudiría ante el Tribunal de Osiris en pocos años, y su hijo era la persona que debería reemplazarle. Tendría que casarse y tener muchos hijos para que le ayudaran en la labranza. Así podría seguir visitando a su hermana, y quién sabe si también a la mujer que fuera su esposa. Sí, aquello sería lo más apropiado, por muy listo que llegara a ser el muchacho.

Sin embargo, Repyt creía que su amante estaba próximo a brindarle la ayuda que necesitaban y recomendar a su hermano para que pudiera ser admitido en la Casa de la Vida. Pero el tiempo pasaba, y diez años empezaba a ser una edad avanzada para acudir a aquellos centros; por lo que la joven se decidió a convencer definitivamente al escriba.

Próxima al sicómoro, Repyt divisó la oronda figura del
sehedy sesh
. Aquella mañana Hekaib le pareció más gordo, como si se hubiera hinchado o atiborrado de pasteles en una de las fiestas a las que era tan aficionado. Además de su concupiscencia, el inspector era esclavo de su glotonería, y no solía tener medida, sobre todo con el dulce al que era tan aficionado.

Repyt, que conocía sus gustos, le había preparado un poco de queso tierno, pastelillos de miel y también una jarra de cerveza que elaboraba ella misma. El escriba aguardaba sentado en el viejo taburete, y al verla acercarse se relamió sin ningún recato. Había despachado a sus dos acompañantes y, como de costumbre, sus ojos brillaron de deseo al contemplar a la joven. Le pareció más apetitosa que nunca y, sin mediar palabra alguna, notó cómo su miembro se inflamaba.

—Hoy la espera se me hizo tediosa —dijo al fin por todo saludo.

—Te traigo un poco de queso, y también unos pastelillos que yo misma hice.

—Deja la cesta junto al tronco. La espera me despertó otro tipo de apetito, ¡ja, ja, ja!

Ella le sonrió maliciosa y se sentó sobre sus rodillas. Enseguida él la asió de las caderas y comenzó a besarle los pechos.

—Parece que estás hambriento —le susurró ella—. Te advierto que los pasteles son de miel.

—No hay dulces que se puedan comparar a estos —respondió él, atragantándose en tanto le mordisqueaba los pezones.

Repyt rio quedamente, sin ocultar el desprecio que sentía por aquel tipo.

—Hoy estás particularmente lascivo —le dijo mientras alargaba su mano para acariciarle el pene. Al sentir su contacto, Hekaib gruñó con desesperación—. Llevabas más de un mes sin visitarme —le advirtió ella, para simular un tono de reproche. Él la miró de soslayo, sin atreverse a apartar los labios de sus pechos.

—Demasiado tiempo —dijo haciendo un esfuerzo por separarse—. La estación de
Shemu
requiere de toda mi atención; pero ya falta poco para que llegue la crecida.

Hekaib parecía más ansioso que de costumbre, y la joven decidió sacar partido de ello.

—Echaba de menos tus caricias —le mintió—. Hoy te ofreceré algo especial.

—¿Qué es? —quiso saber el escriba, que para entonces ya se hallaba enardecido.

—Algo que sé te gustará y que deseas desde hace tiempo.

—Dime qué vas a ofrecerme —se atropelló él en tanto le apretaba los pechos.

Repyt le miró fijamente a los ojos. Aquel infame era un pozo de vicio, tan profundo como aseguraban que era el Gran Verde, el mar que se extendía más allá de la Tierra Negra.

—No desesperes, cada cosa a su tiempo —le susurró.

Hekaib emitió un sonido gutural y le dedicó una mirada suplicante. En tales momentos le gustaba mostrarse servil sin temor a que le envilecieran.

—Te llevaré en presencia de Hathor, la diosa del amor, pero deberás concederme un deseo —le advirtió ella.

El escriba tragó saliva con dificultad, pues la joven le acariciaba el glande con una habilidad que le acercaba al paroxismo.

—¿Qué es lo que deseas?

—Cada cosa a su tiempo. Tú solo debes prometerme que lo harás —le contestó mimosa.

Hekaib gimió sin contenerse por el placer que sentía y volvió a mirarla fuera de sí.

—Te concederé lo que me pidas —le dijo sin ocultar su ansiedad.

Ella le sonrió ladina.

—Hathor es testigo de tu promesa. Ahora ocultémonos tras los arbustos.

Aquel lugar fue testigo de un nuevo encuentro, como ya lo había sido en numerosas ocasiones. Allí había perdido Repyt su doncellez, y también allí pensaba, por fin, sacar algún provecho de ello, aunque se viera obligada a vilipendiar a su detestable amante para conseguirlo.

Hekaib se encontraba desatado, como jamás lo había visto, y en su mirada cargada de lujuria se podía leer el sufrimiento que la concupiscencia producía en su alma condenada. Mientras le pasaba suavemente su lengua por el glande, la joven se imaginó al déspota a la hora de rendir cuentas ante el Tribunal de Osiris. Allí, en la Sala de las Dos Justicias, estaría todo preparado para realizar la
psicostasia
, el pesaje de su alma. Repyt no tenía ninguna duda de lo que ocurriría. En la balanza en la que se pesarían sus acciones, su
ba
corrompido vencería a la pluma que representaba al
maat
, el orden y la justicia, en el contrapeso, y sería condenado sin remisión. Ammit, la «Devoradora de los muertos», daría buen fin del alma de aquel canalla cuyo nombre sería maldito para siempre.

Tales pensamientos le produjeron un indisimulado regocijo, y sin poder evitarlo mordisqueó aquel miembro con más entusiasmo del habitual. Hekaib se quejó con un espasmo y al punto se incorporó para mirarla inflamado, para suplicarle que continuara con aquellas prácticas en las que le infligía dolor. Ella lo martirizó un poco más y, seguidamente, se sentó sobre su abultado vientre, tal y como acostumbraba, para sentir en su interior toda la desesperación de tan abyecta naturaleza. El falo del
sehedy sesh
la quemaba como si fuera una tea, y al inclinarse sobre él para morderle las areolas el escriba bramó como un toro en celo, en tanto se aferraba a sus nalgas con desesperación. Hekaib disfrutaba con el dolor que le causaba y su pene se endureció hasta límites desconocidos para él. Era un camino que no tenía final, y Repyt descargó parte de sus aflicciones hasta atormentar aquel cuerpo voluminoso sin compasión alguna. Mas el inspector aparentaba encontrarse en los Campos del Ialú, en un paraíso más allá del mundo de los vivos donde parecía haber hallado la completa felicidad. Gemidos, lamentos, convulsiones… Repyt lo observaba perpleja en tanto aceleraba la cadencia de los movimientos que imprimía a sus caderas; decidida a terminar de una vez con el éxtasis de su amante. Cuando adivinó próximo el final de aquel galope desmontó de su grupa entre protestas contenidas y, asiendo el miembro entre sus manos, lo apretó con fuerza para moverlo arriba y abajo, muy despacio. Ella sentía su palpitar, y también cómo la pasión de aquel canalla pugnaba por abrirse paso a través de sus
metu
, desde sus entrañas. Entonces todo se precipitó, como solía ocurrir de ordinario; Hekaib gimió lastimeramente para arquearse en tanto se aferraba a los pechos de la joven. Una serie de espasmos se apoderaron de su corpachón y una descarga de fuego líquido se desparramó sobre su vientre en forma de espesos goterones, mientras Hekaib bizqueaba de manera exagerada.

A Repyt el cuadro le pareció gracioso y se levantó para observar mejor al escriba. Desde arriba su cuerpo parecía inerte, pues se le veía desmadejado, incapaz de mover un solo músculo. Únicamente su abultada barriga subía y bajaba al compás de una respiración que poco a poco trataba de normalizarse.

La joven se hizo a un lado para orinar, y al darse cuenta Hekaib se incorporó para observarla. Le gustaba verla en cuclillas y Repyt lo miró maliciosa. El escriba inspector más parecía una piltrafa que un representante del clero más poderoso de la Tierra Negra. Su estampa era cómica, sin duda, con su protuberante vientre y su miembro derrotado, y la mirada perdida como quien regresa de un sueño imposible.

Repyt vio llegada su oportunidad y rio grácilmente.

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