Los vecinos que trabajaban para otros acreedores se regocijaban, ya que existía una gran rivalidad, pero sus comentarios se hacían en voz baja o si acaso entre sonrisas maliciosas.
Repyt, por su parte, se hallaba nerviosa, convencida de que todo aquel revuelo, de una u otra forma, traería consecuencias. Ignoraba por completo a qué se debía tanta agitación, pues no era la primera vez que los visitaban inspectores llegados de Tebas; no obstante, advertía que en aquella ocasión las cosas eran diferentes.
Toda la mañana había sido un ir y venir de funcionarios a fin de que tuvieran todo bien dispuesto para recibir la visita de Pairi.
Los escribas de Hekaib habían sido los más madrugadores, y no habían perdido el tiempo en advertirles.
—Si sabéis lo que os conviene, procurad no contrariar al muy alto Pepynakht —les habían dicho—. Es como un padre que vela por vosotros. Todo lo malo que le pueda acontecer lo recibiréis multiplicado por cien.
De manera que cuando llegó la comitiva todo estaba preparado. Hacía varios días que el grano había sido recogido en sacos, y aquella misma mañana Repyt había ayudado a que quedaran bien dispuestos.
Los jornaleros habían continuado su camino hacia otros campos en los que ofrecer su ayuda, y en la granja Kai esperaba receloso, como siempre que recibía visitas de aquel tipo.
Cuando el séquito llegó por fin, la pequeña familia lo esperaba junto a su casa. Al frente de él se destacaba una figura alta y delgada que portaba un báculo, símbolo de su autoridad. Iba vestido con una amplia camisa de lino de un blanco inmaculado, y calzaba unas sandalias del mismo color, como solía ser habitual entre los sacerdotes de rango. Iba afeitado de pies a cabeza y su rostro lucía una expresión de total ausencia, como si fuera ajeno a todo lo que le contaban sus acompañantes.
Entre estos Repyt reconoció al instante a Hekaib y a varios de los acólitos que solían ayudarle en sus desmanes; al ver a su amante, la joven notó que su pulso se aceleraba y también cómo su corazón se llenaba de despecho.
—Paso al muy alto Pairi, sacerdote purificado, supervisor de los Granjeros de los Dominios de Amón —anunciaron desde la comitiva.
Kai hizo amago de postrarse, pero el sacerdote se lo impidió con un gesto.
—Te doy la bienvenida a mi humilde casa —se apresuró a decir el viejo—. Mi nombre es Kai y esta es mi familia.
—Gracias, Kai. Observo que habéis trabajado la tierra de forma apropiada. Con arreglo a las leyes que rigen en Kemet desde los tiempos antiguos.
Kai no supo qué contestar. La voz de aquel hombre le intimidaba pues, aunque su tono era amable, su timbre resultaba grave, como su gesto, que parecía poco propicio al agasajo.
—¿Me presentas a tu familia? —le indicó el sacerdote seguidamente.
Kai se azoró durante unos instantes, pero al momento le mostró sus desdentadas encías en lo que se suponía era un gesto de agradecimiento.
—Esta es mi hija Repyt, y él es mi hijo Iki.
—¡Repyt! —alabó el sacerdote—. Un nombre magnífico, y muy apropiado para alguien que vive aquí; no en vano, Repyt es la diosa que se venera en Ipu. Te felicito.
La joven le sonrió y, sin poder evitarlo, dirigió la vista un instante hacia Hekaib, que la miraba fijamente. El
sehedy sesh
había llegado el día anterior a Ipu, y no pensaba separarse del sacerdote ni un instante. Sabía que su sola presencia atemorizaba a los campesinos, y eso era suficiente para él.
Pairi observó un momento al chiquillo, que lo miraba con los ojos muy abiertos, pero se abstuvo de hacer ningún comentario.
—Cuidar de doce
seshat
con tan pocos brazos se me antoja una ardua tarea —continuó Pairi.
—Tuve seis hijos —respondió Kai—. Pero Osiris los fue llamando uno a uno, y esto es cuanto me queda, noble sacerdote —dijo, señalando a sus dos vástagos—. Aun así, siempre hemos cubierto el cupo correspondiente al Templo.
—Sin la ayuda de los segadores no podrían recolectar la granja —intervino Hekaib, que quería dejar claro a Repyt cuál era su posición.
Pairi giró ligeramente la cabeza para mirar de soslayo al escriba e hizo un gesto de disgusto. Luego se dirigió de nuevo a Kai.
—Los segadores son benditos a los ojos del Oculto. Ellos ayudan a mantener los campos bajo las reglas del
maat
, y así evitan que el tiempo cometa injusticias con quienes han pasado toda una vida en ellos.
Durante unos segundos se hizo el silencio. La actitud del sacerdote había dado confianza al corazón de Repyt, que aprovechó la ocasión para fijar la vista de nuevo en Hekaib, desafiante; este la fulminó con la mirada, y ella se dio cuenta de que solo podría esperar desgracias de aquel hombre.
—Quiero que me muestres los establos, el ganado y donde guardas el grano —dijo Pairi muy serio.
Kai hizo un gesto para que lo siguiera, y toda la comitiva se puso en marcha de nuevo. Entonces el sacerdote se volvió hacia sus acompañantes.
—Yo soy el superintendente de los Granjeros, no vosotros. Deberéis esperar aquí.
Hekaib sintió un sudor frío que le recorría todo el cuerpo y cómo le flojeaban las piernas. Apenas pudo sobreponerse a su ira apretando los dientes. Entonces supo con seguridad que estaba señalado.
Tal y como había requerido, Pairi visitó los establos, que, aunque humildes, estaban ordenados y con forraje suficiente para alimentar al ganado. El sacerdote asintió satisfecho al comprobar que los bueyes se encontraban bien cuidados.
—Son nuestro sustento. Los quiero casi tanto como a mis hijos —se apresuró a decir Kai.
Pairi lo miró con gesto inexpresivo y luego pidió que le mostrasen el grano. Mientras caminaba hacia el granero, Repyt no apartaba la vista del sacerdote. Aquel era un hombre recto, pensaba, y ello la reconfortó hasta el punto de olvidar el temor que le producía Hekaib. Pairi era poderoso, y al ver a Iki correteando a su alrededor vio llegada la oportunidad que durante tanto tiempo había estado esperando.
—¡Neferhor, deja de molestar! —se atrevió a decir la joven.
El sacerdote no ocultó su sorpresa.
—¿Neferhor? ¿No es Iki su nombre? —inquirió al momento.
—Así es, noble sacerdote, aunque en el nomo todos le llaman Neferhor —señaló Repyt, satisfecha de haber conseguido despertar el interés del supervisor.
Kai miró con disgusto a su hija, ya que era poco aficionado a lo que él consideraba como majaderías. Pero el sacerdote no parecía ser de la misma opinión.
—Ese sí es un buen nombre. De los mejores que se pueden elegir. ¿Y dices que todos le llaman de ese modo?
—Así es, noble Pairi —se apresuró a señalar la joven, que se sentía animada por la confianza que le demostraba un personaje tan importante como aquel.
El sacerdote miró con atención al pequeño unos instantes.
—¿Sabes quién fue Neferhor? —le preguntó.
—Claro —contestó el niño con timidez—. Fue hijo del sapientísimo Thot.
Pairi enarcó una de sus cejas.
—¿Por qué te llaman así? ¿Acaso estás emparentado con el dios de la sabiduría?
El chiquillo se puso colorado como una sandía y fue incapaz de pronunciar palabra, pero Repyt acudió en su ayuda.
—Mi hermano es famoso entre las gentes de estos campos por su perspicacia y buen juicio. Calcula las cosechas sin ninguna dificultad, e incluso es capaz de predecir el nivel de k eltre lla crecida; los escribas lo conocen bien, y todos nos preguntamos adónde podría llegar si pudiera asistir a la Casa de la Vida.
Kai no daba crédito a lo que escuchaba, y el muchacho se sintió tan abrumado que clavó la vista en el suelo; incapaz de mirar al sacerdote. Este se quedó estupefacto ante la audacia de la joven y emprendió de nuevo el paso hacia los graneros.
—Todo el grano está dispuesto en los sacos —dijo Kai al llegar.
Pairi echó un vistazo y vio los fardos separados en tres grupos.
—Bien, Neferhor —indicó en tanto señalaba las sacas—. No podemos negar que este año la Señora de las Cosechas fue pródiga.
El pequeño le sonrió.
—Renenutet nos dio diez
khar
por
seshat
—se atrevió a decir.
—Y eso es mucho, ¿verdad?
—¡Ciento veinte
khar
en esta granja; del mejor trigo! —exclamó el niño con entusiasmo—. Nunca había visto unas espigas semejantes.
Pairi asintió y, poniendo una de sus manos sobre el hombro del chiquillo, le invitó a que le acompañase.
—Es una magnífica cosecha —aseguró el sacerdote—. A veces los dioses están satisfechos con nosotros y se muestran pródigos. Nuestro padre Amón, que vela por todos los que le sirven, se regocija con esta abundancia. Él proporciona los campos y alimenta a quienes viven en ellos. Es justo que reciba nuestro tributo.
—Esto es lo que le corresponde —señaló Neferhor, sonriente—. La tercera parte de lo recolectado, cuarenta sacos de un
khar
, y no falta ni un
hekat
. Yo mismo estaba presente cuando lo pesaron los escribas.
—El Oculto os bendecirá por ello —continuó Pairi—. ¿Es cierto lo que asegura tu hermana de ti? ¿Que calculas las cosechas y predices la avenida de las aguas?
El niño se puso colorado de nuevo, y se encogió de hombros. Se sentía impresionado por aquel hombre al que atribuía los más profundos conocimientos. Su aspecto lo intimidaba, pues llevaba afeitadas las cejas y las pestañas, y su mirada le desarmaba.
—Dime, ¿cómo puedes hacer tales cosas si, al parecer, no has acudido nunca a la Casa de la Vida? —le preguntó el sacerdote en tanto le invitaba de nuevo a caminar.
—Son mis secretos —respondió el niño con tono misterioso.
—¿Y no me los puedes contar?
—Entonces dejarían de serlo.
Pairi lo miró sorprendido.
—No hay nada como la discreción —le dijo con una media sonrisa—. Sobre todo cuando se trata de secretos, ¿verdad?
Neferhor asintió, y al momento pareció arrepentirse de algo.
—Bueno, hay uno que te puedo contar, porque eres un hombre sabio, pero no deberás decírselo a nadie —advirtió.
—Conforme.
—No necesito saber leer ni escribir para hacer mis cálculos. Mi padre me enseñó a contar y con eso me basta. —Pairi le dio una palmadita en el hombro, animándole a continuar—. Lo que hago es dividir los campos en parcelas de un codo cuadrado. Una vez un escriba me mostró cuál era su medida, y yo la copié con mis pasos. Cada uno que doy es un codo, y solo necesito saber la cosecha en cada superficie de un codo por un codo para conocer lo que dará todo el campo. Es fácil —se ufanó.
—Entonces conoces el número de espigas que ha de tener cada área del terreno —observó Pairi.
—No hace falta. Esta tierra es buena, según dicen la mejor de Kemet; mi padre asegura que cuando la crecida es beneficiosa las espigas surgen del suelo casi atropellándose. Esa es mi referencia.
—Ah. Olvidaba que también predices la crecida —apuntó Pairi, jocoso.
El niño pareció cohibido.
—Ese secreto no te lo puedo contar. Lo hice con Sobek, y Hapy estaba de testigo.
Aquella respuesta dejó al sacerdote pasmado.
—¡También conoces a los señores del río! —exclamó Pairi con ironía.
—Tengo tratos con los cocodrilos —le confió el chiquillo en voz baja.
—Los cocodrilos son sabios —aseguró el sacerdote con gesto circunspecto—, pero es a nuestro padre Amón a quien deberías elevar tus preces. Él te escuchará.
—¿Aunque lo que le pida sea ir a estudiar a la Casa de la Vida?
Por primera vez Pairi le sonrió.
—Tú pídeselo.
Kai y Repyt observaban la escena desde cierta distancia, aunque no acertaban a escuchar lo que decían.
—Veo que este año tus cálculos han sido correctos —indicó el sacerdote para cambiar de conversación—. Nada menos que ciento veinte
khar
, de los cuales cuarenta serán para nuestro divino padre y ochenta para tu familia…
—No —le interrumpió el chiquillo sin pensarlo—, nos corresponden sesenta y cinco. Tuvimos que pagar siete
khar
de salario a los segadores y el resto será para el inspector.
Al escuchar aquellas palabras Pairi torció el gesto, y Neferhor se llevó las manos a la boca en un acto reflejo. El sacerdote observó de nuevo los sacos dispuestos en tres partes y pudo contar los ocho que corresponderían a Pepynakht, tal y como había sospechado al verlos separados.
El niño, asustado, cruzó su mirada con la de Pairi, y le pareció tan dura que empezó a hacer pucheros, para reprimir sus lágrimas. Al punto salió corriendo a abrazar a su hermana, que no entendía nada de lo que pasaba.
El que sí lo entendió fue Kai en cuanto el supervisor le señaló los sacos en cuestión. Aquel niño les había metido en un buen problema, y todo por su afición a los cálculos. Enseguida comprendió que el sacerdote le había llevado a su terreno para sonsacarle algo que ya sospechaba. Los más oscuros presagios nublaron el corazón del pobre viejo. De una u otra forma su suerte estaba echada, pues ellos siempre eran la parte más débil. Habría castigos, de eso no tenía ninguna duda, y según se aproximaba al supervisor notó que las piernas le temblaban, y se sintió desfallecer.
Repyt y su hermano acudieron prestos a apoyar a su padre, que se secaba una lágrima solitaria de su ajado rostro, en tanto Pairi le observaba impasible.
—¿Para quién son estos sacos? —le preguntó al viejo mientras este se levantaba.
—Tú sabes para quién son —le contestó este lacónico, harto de tantos vilipendios.
—Quiero que tú me lo digas.
—He llevado una vida de humillaciones para intentar huir de Anubis. Pero de él nadie puede escapar; tarde o temprano viene a buscarnos, y mi
ba
se encuentra tan marcado por el odio que al final será pasto de Ammit, la Devoradora. Hubiera sido mejor irme antes, al menos podría haber sido declarado justificado ante Osiris en la Sala del Juicio.
—No has contestado a mi pregunta —le repitió Pairi.
—Por lo que parece, mi hijo ya lo hizo por mí —aseveró Kai con una mueca.
Pairi pareció considerar aquellas palabras mientras miraba al viejo. Este se imaginó la que se le venía encima. Habría litigios, interrogatorios, amenazas, golpes… En cualquier caso los poderosos saldrían indemnes y de alguna manera se lo harían pagar a él y a los suyos.
—¿Cuánto hace que ocurre esto? —preguntó el sacerdote en un tono más amable.