El Séptimo Secreto (23 page)

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Authors: Irving Wallace

—Pues sólo las personas con las que he de trabajar, como el profesor Blaubach y otros dos o tres. Y, también, claro, unos cuantos más en los que creí que podía confiar, como tú, Tovah Levine, Nicholas Kirvov.

—¿Pero no se lo dijiste a nadie de la prensa?

—Claro que no. Bueno, en realidad sí, a un individuo llamado Peter Nitz, del Morgenpost. Pero él es el primero que me aconsejó que actuara en secreto. —Frunció el entrecejo y dijo—: ¿Por qué me preguntas todo esto, Rex?

Desplegó el periódico que llevaba en la mano y respondió: —Porque ahora todo el mundo conoce el motivo de tu estancia aquí.

—No, no lo entiendo.

Foster abrió el periódico por la tercera página y lo puso sobre el regazo de Emily.

—Léelo tú misma.

Emily levantó la edición matutina del BZ y se encontró con una fotografía de sí misma con Blaubach y Vogel en el montículo del búnker del Führer. Durante varios segundos se sintió aterrorizada. Clavó la mirada en el pie de fotografía.

—Saben... saben incluso mi nombre y lo que estoy intentando hacer —dijo para sí. Levantó la cabeza—. Rex, ¿cómo consiguieron esta foto?

—No lo sé. Sin duda alguien la sacó desde la plataforma de observación sobre el Muro. Tal vez la prensa tenga allí a un vigía enterándose de lo que pasa al otro lado.

—Es terrible —dijo Emily bajando el periódico—. Pero no me voy a preocupar por eso. Tengo demasiadas cosas que hacer. Simplemente haré lo que tenga que hacer y me volveré a casa a terminar mi obra.

—Admirable —dijo Foster—; sin embargo, pienso que deberías estar prevenida. Reconócelo, Emily. Yo no quiero atemorizarte, pero quiero que seas realista. Exponerte de este modo puede suponer un riesgo para ti. Me refiero a que eso podría incitar a algún fanático neonazi a detenerte, a provocar algún accidente, como le pasó a tu padre.

Emily irguió la espalda y contestó:

—No creo que pase nada. Al fin y al cabo tal vez murió en un accidente real. No puedo creer que haya muchos nazis sueltos después de casi medio siglo.

—¿Ah, no? —preguntó Foster—. Entonces, ¿por qué pretendes excavar el búnker del Führer? ¿Para demostrar que todos murieron cuando se dice que lo hicieron? ¿O para descubrir si alguno de ellos sigue vivo aún?

—Eso es otro asunto —dijo Emily tozudamente—. Es una simple investigación histórica, un examen exhaustivo del pasado. Y francamente, no creo que vaya a descubrir nada nuevo con esto. —Se levantó—. Creo que cada uno debería seguir adelante con su trabajo. Pero antes que nada repasaré los ficheros de arquitectura y buscaré lo que necesitas sobre Rudi Zeidler.

Foster estaba ya en pie.

—Si insistes, de acuerdo, pero lo de Zeidler no corre prisa.

—No querrás quedarte rondando por aquí para siempre. Sabré algo sobre él antes de cenar. Si quieres puedes venir a tomar una copa a mi suite antes de que me traigan algo de comer. Por entonces, probablemente ya lo haya encontrado.

—¿Tienes alguna cita para la cena?

—En realidad no. Iba a pedir que me subiesen un bocadillo.

—¿Te importa que te acompañe? —Foster la estaba guiando hacia el ascensor—. Me encantaría cenar contigo. No sólo esta noche, sino todas las noches que estés libre.

En el ascensor Emily pulsó el botón y le miró de frente. —Una atractiva propuesta. ¿Qué hay detrás de eso? ¿Intentas protegerme?

—Ese podría ser un motivo —reconoció Foster—, pero el verdadero motivo es... que quiero estar contigo.

Emily se relajó repentinamente y sonrió diciendo:

—Mejor así. En ese caso, pásate a las ocho.

Eran las ocho menos cuarto y Foster, que estaba en su habitación, había empezado a ponerse nervioso.

Emily Ashcroft ocupaba totalmente su mente. El hecho de que ella pudiera correr algún peligro le hacía darse cuenta más vivamente de lo mucho que le preocupaba. Foster reconocía en ese momento que, a pesar de su recelo hacia los lazos afectivos, lo que sentía era algo más que una simple preocupación. Nunca había sentido eso hacia ninguna otra mujer, el deseo de estar con ella cada minuto y de que sólo fuera suya.

Terminó de anudarse la corbata y se puso rápidamente la chaqueta. El reloj de mesa marcaba las ocho menos catorce minutos. Decidió llegar antes de lo previsto. Si ella no estaba lista, se tomaría una copa mientras terminaba de vestirse. Al menos estaría cerca de ella.

Salió de su habitación, fue a esperar el ascensor, y bajó en él hasta la segunda planta. Cuando las puertas del ascensor se abrieron deslizándose, vio que la suite número 229 estaba al fondo del pasillo, directamente enfrente.

Al salir del ascensor, Foster vio a un camarero del servicio de restaurante, un joven bajo y fornido, con una bandeja de copas, que procedente de otro pasillo se dirigía a la puerta de Emily, y sin llamar siquiera, empleaba una llave maestra para entrar.

Lo primero que se le ocurrió fue que Emily había sido tan amable de pedir algún cóctel para tomarlo en su suite antes de la cena, y que el camarero simplemente lo llevaba. Confiado, recorrió el pasillo despacio, esperando que el camarero saliese y se marchase. ¡Pero el camarero no salía! Foster notó que la puerta que comunicaba con la suite estaba parcialmente abierta, así que decidió entrar.

Al llegar al cuarto de estar, le sorprendió que estuviera vacío. El camarero no se veía por ninguna parte, aunque había dejado la bandeja con las bebidas sobre el escritorio. Foster, con curiosidad, se asomó al dormitorio, esperando ver al camarero inmóvil junto a Emily, mientras ella firmaba la nota. Pero tampoco había nadie en la habitación. Era desconcertante. Foster dio varios pasos por el dormitorio sin hacer ruido, avanzando hacia el baño, con la intención de llamar a Emily.

Pero, ante su sorpresa, vio que la puerta del baño estaba abierta de par en par y corrió hasta llegar a ella preguntándose qué estaba pasando. Rápidamente vio lo que estaba pasando, y la impresión le dejó clavado junto a la puerta abierta.

El baño no estaba precisamente vacío.

Podía oír el agua correr y era evidente que Emily seguía en la ducha; pero en la parte exterior de la puerta de cristal de la ducha, de espaldas a Foster, estaba muy quieto el corpulento camarero.

Por un momento, Foster pensó que se trataba de un voyeur, o posiblemente de alguien que iba a intentar una violación. En ese instante, Emily cerró el grifo de la ducha, y entonces el camarero sacó un cuchillo de debajo de su chaqueta y tiró bruscamente de la puerta de la ducha.

Foster oyó el grito sofocado de incredulidad de Emily. El camarero, con el cuchillo levantado, estaba a punto de entrar en la ducha.

En ese mismo instante, Foster sintió explotar dentro suyo todos sus instintos de agresión incubados en Vietnam, y se catapultó hacia adelante con un alarido de rabia.

El camarero, aturdido, se detuvo y se dio la vuelta, con el cuchillo aún en alto, tratando de descubrir qué estaba sucediendo, pero Foster estaba encima suyo como un loco, cogiéndole por la muñeca levantada hasta que la navaja cayó al suelo. Con un rápido movimiento de experto judoca, Foster se encogió, agarró al camarero y le lanzó hacia el aire a una cierta altura sobre su cabeza, estrellando al agresor contra el suelo de baldosas del baño, enfrente suyo.

Después de agarrar y lanzar al tipo, Foster detuvo por un momento su mirada en Emily que seguía en la ducha. La vio desnuda, rezumando agua, apoyada contra una pared de la ducha, con los ojos cerrados, temblando de miedo, intentando mantener el equilibrio.

Foster, tras asegurarse de que no estaba herida, se dio la vuelta para seguir con el agresor. Pero el corpulento camarero había conseguido levantarse tambaleando, y sin mirar atrás se precipitó hacia el dormitorio. Foster, jadeante, comenzó a perseguirle. Cuando llegó a la puerta del cuarto de estar, el camarero se había ido. Foster corrió hasta la puerta abierta de la suite, miró a un lado y a otro del pasillo del hotel. Vio al camarero desaparecer a toda carrera doblando una esquina.

Quería perseguirle, pero sabía que el asesino habría planeado cuidadosamente su vía de escape. No le atraparía nunca. Se preguntaba si debería llamar al vestíbulo, pero sabía que también sería imposible interceptarle. El criminal habría encontrado otros medios para entrar y salir del hotel.

Y lo único que preocupaba realmente a Foster en ese momento era Emily y su seguridad.

Volvió apresuradamente al baño para ayudarla. Aún estaba en la ducha. Había resbalado por la pared de baldosas y yacía encogida bajo el teléfono de la ducha que seguía goteando, en estado de colapso.

Se agachó para meterse en la ducha, se arrodilló y alcanzó su cuerpo mojado y resbaladizo. Cuando sus brazos la rodearon por debajo intentando sostenerla firmemente, Emily se dio cuenta de que era Foster quien la cogía y de que estaba segura, y entonces reclinó la cabeza contra su hombro con un gemido de gratitud.

Foster la levantó del suelo de baldosas casi sin dificultad, y salió de la ducha con Emily arrebujada estrechamente contra él, tiró de uno de los albornoces del hotel y se lo echó por encima. La llevó con cuidado a través del baño hasta el dormitorio.

—¿Cómo estás?, ¿cómo estás? —le susurraba sin cesar.

—Gracias a Dios que viniste, gracias a Dios.

—Échate aquí —dijo Foster, sosteniéndola todavía y retirando con dificultad la colcha y la manta al mismo tiempo. Al final lo consiguió, la depositó delicadamente sobre la cama y cubrió su cuerpo con la manta, dejando el albornoz a un lado.

Cuando estuvo tapada, Emily comenzó a recuperar la serenidad, mientras le miraba parpadeando:

—¿Qué pasó, Rex? ¿Quién era?

—Era un camarero del servicio del restaurante que traía las bebidas que encargaste, o eso pensé al menos cuando le seguí hasta aquí.

—Pero yo no pedí nada al servicio de restaurante —dijo. Se enderezó, sosteniendo la parte superior de la manta sobre sus pechos—. Ya tenía aquí bebidas para nosotros. No creo que fuera un camarero.

—Y no lo era. Alguien vino aquí para matarte. Cuando lo vi en el cuarto de baño, perdí los estribos. —La miró con detenimiento—. ¿Estás segura de que te encuentras bien?

—Estoy viva —dijo—, supongo que eso es estar perfectamente. —Se detuvo—. ¿Quién puede haber sido?

Él le dirigió una media sonrisa.

—Al parecer un asiduo lector que vio la fotografía en el periódico de la mañana, alguien a quien no le gusta que husmees en el pasado nazi.

Emily sacudió su húmedo y enmarañado cabello con incredulidad:

—Pero asesinato...— dijo.

—¿Sabes que es la mejor manera de disuadir a las personas fisgonas? —Volvió a mirarla con preocupación—. Emily, ¿cómo te sientes?

—Aún un poco asustada, pero me voy recuperando. Estaré bien en seguida. Sin embargo, me temo que no voy a estar en forma para cenar. Creo que he perdido el apetito, ¿sabes? Lo único que necesito es compañía, si puedes quedarte haciéndome compañía con el estómago vacío. Compañía y nos tomamos una buena copa. Yo quizás un whisky. ¿Y tú?

—Compañía y una buena copa —afirmó Foster—. Y al infierno con la cena. Esto es mucho más agradable. Creo que deberíamos celebrar tu supervivencia y el que estemos juntos, emborrachándonos un poquito. Permíteme que sirva un par de whiskies para empezar. —Se detuvo antes de entrar en el cuarto de estar—. Sabes, Emily, esta noche quería decirte algo, en cuanto estuviésemos solos.

—¿Qué es?

—Que creo que te amo, sólo eso. Ahora bebamos también por esto.

Era casi medianoche. Habían estado en el dormitorio de la suite de Emily tomando copas y charlando durante casi tres horas. Emily se las había arreglado para ponerse el albornoz desabrochado y había apartado la colcha. Estaba todavía sentada en la cama y el albornoz tapaba sus pechos a medias. Foster pronto se cansó de estar sentado en una silla y se sentó sobre la cama, a su lado. Emily se había tomado su tercer whisky y él se estaba terminando el cuarto.

Durante la última hora, su conversación se había ido volviendo más íntima. Emily, soñolienta y un poco bebida, le había hablado de su breve matrimonio, su error de juventud. Y a medida que se iba sintiendo segura con él, le contó algunos detalles de su humillante historia con Jeremy Robinson. Él, a su vez, le había contado algunos de sus encuentros con otras mujeres, y su insatisfacción. Finalmente, por primera vez en su vida, había querido hablar libremente de su fracaso en el matrimonio con Valery Granich. Emily le había escuchado comprensivamente.

—Así que los dos somos víctimas —murmuró Emily—. ¿Y víctimas de qué? Pues de la guerra entre los sexos.

Foster sonreía.

—Yo lo diría más rotundamente. Somos supervivientes de elecciones equivocadas, que hemos aprendido ya lo que queremos. Emily, deteniéndose a pensarlo, se preguntó en voz alta:

—¿Qué queremos? ¿Qué quieres tú de una mujer, Rex?

Él, titubeando, intentó contárselo, y luego ella empezó a decirle lo que esperaba de un hombre. Las palabras proximidad, confianza y ternura se repitieron bastante.

Ahora estaban en silencio, fuera del mundo de las palabras.

Foster se sentía excitado, temblaba interiormente porque la quería, la deseaba, incitado por el perfume natural de sus pechos y su piel, pero en cierto modo incapaz de pasar de la intimidad verbal a la física. Decidió no forzar nada, dejar que la relación madurara, esperar otro momento, y a punto de levantarse de la cama dijo:

—Creo que es mejor que me vaya.

Ella se le quedó mirando.

—¿Por qué?

Con inseguridad contestó:

—Para dejarte descansar.

Emily fijó su mirada en él mientras parecía tomar una decisión. Dejó con lentitud su vaso sobre la mesita.

—Creí que habías dicho que me amabas.

—Y lo dije.

—Dijiste que no debería estar sola. Espero que quisieras decir eso. Yo no quiero estar sola, Rex. Quiero estar contigo. —Se quitó el albornoz con el que se había estado tapando el pecho a medias y dijo—: Tú me has visto desnuda...

—Bueno, muy poco... —Le resultaba difícil hablar, tenía la mirada clavada en sus pechos, pequeños, firmes, redondos, en los grandes círculos marrones que acentuaban los pezones endurecidos y afilados—. Realmente no te he visto.

Se destapó del todo y tiró el albornoz a un lado.

—Pues ahora puedes hacerlo —dijo—. Y creo que yo también tengo derecho. Yo también quiero verte desnudo. Por amor de Dios, Rex, ¿quieres quitarte tus malditas ropas de una vez? Si quieres, claro.

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