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Authors: Marion Zimmer Bradley

Tags: #Ciencia ficción, Fantasía

El sol sangriento (48 page)

Kindra le miró inquisitivamente… No había creído que complaciera tanto a un hombre de su banda.

—El muchacho no significa nada para mí —dijo Brydar, a la defensiva—. No es mi hermano adoptivo, ni mi pariente, ni siquiera mi amigo. Pero luchó a mi lado y es valiente; fue él quien mató a Cara Cortada frente a frente. Y tal vez eso le valga la muerte.

—¿Por qué querrá hablar conmigo?

—Dice,
mestra
, que se trata de algo referente a su hermana. Y te ruega en nombre de Avarra la piadosa que vayas. Es lo bastante joven como para ser tu hijo.

—Bien —asintió Kindra finalmente. No había visto a su propio hijo desde que el niño tenía ocho días; sin duda sería demasiado joven para blandir una espada—. No puedo negarme a alguien que me lo pide en nombre de la Diosa —dijo, incorporándose y frunciendo el ceño.

El joven Marco le había dicho que no tenía ninguna hermana. No, había dicho que ya no había nadie a quien pudiera llamar hermana. Lo que podría significar algo diferente.

En la escalera escuchó la voz de uno de los hombres de Brydar que decía:

—Muchacho, no te haremos daño. Si no nos dejas atender esa herida, podrías morirte, ¿me oyes?

—Aléjate de mí —gruñó la voz del joven—. ¡Juro por los infiernos de Zandru y por las tripas desparramadas de Cara Cortada, muerto allá afuera, que degollaré al primer hombre que me toque con este mismo cuchillo!

Dentro, a la luz de las antorchas, Kindra vio a Marco semisentado, semiyacente sobre un jergón de paja; tenía una daga en la mano y los mantenía a distancia con ella, pero estaba pálido como la muerte, con la frente perlada de sudor helado. El jergón de paja empezaba a enrojecerse con su sangre. Kindra sabía lo suficiente de heridas como para comprender que el cuerpo humano podía perder más sangre de lo que todos creían posible sin sufrir serios daños, pero para cualquier persona común el espectáculo era alarmante.

Cuando Marco vio a Kindra, jadeó:


Mestra
, te ruego… Debo hablar contigo a solas…

—Ésa no es manera de hablarle a un camarada, muchacho —dijo uno de los mercenarios, arrodillándose junto a él al mismo tiempo que lo hacía Kindra.

Estaba herido en lo alto del muslo, cerca de la ingle; los pantalones de cuero habían parado un poco el golpe, pues si no el muchacho hubiera sufrido la misma suerte que el hombre que Annelys había matado con el hacha.

—Pequeño tonto —le susurró Kindra—. Tus amigos pueden hacer por ti mucho más que yo. —Los ojos de Marco se cerraron por un momento, por dolor o debilidad. Kindra creyó que se había desmayado e hizo un gesto al hombre que estaba detrás de ella—. Rápido, ahora, mientras está desmayado… —dijo rápidamente, pero los ojos torturados del muchacho se abrieron.

—¿También tú me traicionarás?

Hizo un gesto con la daga, pero tan débil que Kindra se alarmó.

Sin duda, no había tiempo que perder. Lo mejor sería complacerle.

—Vete —ordenó al hombre—. Yo razonaré con él. Si no quiere escucharme, ya es lo bastante mayor como para responsabilizarse de las consecuencias de su necedad. —Su boca se plegó mientras el hombre se alejaba. Luego añadió—: Espero que lo que tengas que decirme justifique que arriesgues tu vida, ¡condenado tonto! —Pero una enorme y aterradora sospecha empezó a surgir en ella cuando se arrodilló sobre el ensangrentado jergón—. Necio, ¿sabes que es probable que esta herida sea mortal? Tengo poca habilidad para curar; tus camaradas podrían haberlo hecho mejor.

—Sin duda será mi muerte si no me ayudas —dijo con voz débil y ronca—. Ninguno de ellos es suficientemente fiable para mí…
Mestra
, ayúdame, en nombre de la piadosa Avarra… Soy una mujer.

Kindra contuvo una exclamación. Había empezado a sospechar… y era cierto, entonces.

—Y ninguno de los hombres de Brydar lo sabe…

—Ninguno. He vivido entre ellos durante medio año, y no creo que ninguno de ellos sospeche… Todavía temo más a las mujeres. Pero tú… Sentí que podía confiar en ti…

—Lo juro —repuso Kindra apresuradamente—. Mi juramento me obliga a no negar jamás ayuda a una mujer que me lo pida en nombre de la Diosa. ¡Pero ahora déjame ayudarte, mi pobre muchacha, y ruega a Avarra que no sea demasiado tarde!

—Aun cuando así fuera… —susurró la extraña muchacha—, prefiero morir como mujer antes que… deshonrada y descubierta. He conocido tanta desdicha…

—¡Silencio! ¡Silencio, niña!

La joven cayó sobre el jergón. Esta vez sí se había desmayado por fin. Kindra cortó los pantalones de cuero, mirando la seria herida que afectaba la ingle y que subía por el monte púbico.

Había sangrado mucho, pero a Kindra no le pareció que fuera fatal. Tomó una de las toallas limpias que habían dejado los hombres y la oprimió con fuerza sobre la herida; cuando la hemorragia disminuyó, frunció el ceño, pensando que habría que darle puntos. Vaciló ante la idea. Tenía poca habilidad para esas cosas y estaba segura de que cualquiera de los hombres de Brydar podría hacerlo con más precisión y con mano más segura, pero sabía que eso era precisamente lo que la joven más temía: ser tocada por hombres, exponerse a ellos.

Si fuera posible hacerlo antes de que recobre la conciencia… No es necesario que lo sepa…
, pensó Kindra.

Pero le había hecho una promesa y la cumpliría. La muchacha no se movió cuando Kindra fue hasta la sala.

Brydar apareció por la escalera.

—¿Cómo anda?

—Envíame a la joven Annelys —le dijo Kindra—. Dile que traiga una aguja, hilo de lino, vendajes y agua caliente y jabón.

Annelys tenía valor y fuerza; lo que era más, estaba segura de que, si le pedía que guardara el secreto, Annelys lo haría y no andaría chismorreando por ahí.

Brydar murmuró con voz tan baja que sólo fue perceptible para Kindra:

—Es una mujer, ¿verdad?

—¿Estabas escuchando? —inquirió Kindra, frunciendo el ceño.

—¡Escuchando, infiernos! Tengo suficiente cerebro y estaba recordando un par de cositas. ¿Puedes pensar otro motivo para que un miembro de mi banda no nos deje quitarle los pantalones? Sea quien sea, ¡tiene tanto coraje como dos!

Kindra meneó la cabeza con pesar. Así pues, todo el sufrimiento de la muchacha iba a ser inútil; en cualquier caso, habría deshonra y escándalo.

—Brydar, tú prometiste que yo tendría mi recompensa. Me debes algo, ¿no?

—Te debo.

—Entonces, jura por tu espada que nunca abrirás la boca sobre esto, y ya me habrás pagado. ¿Te parece justo?

Brydar esbozó una sonrisa.

—No te quitaría tu paga por esto —dijo—. ¿Crees que quiero que se diga en las montañas que Brydar de Fen Hills no puede diferenciar a los hombres de las mujeres? El joven Marco estuvo en mi banda medio año y demostró ser todo un hombre. Si su hermana adoptiva o su parienta o lo que quieras desea cuidarlo y llevárselo después con ella, ¿qué significaría para mis hombres? ¡Maldito sea si quiero que mi banda piense que una chica mató a Cara Cortada bajo mis propias narices! —Se llevó la mano a la empuñadura de la espada—. Que Zandru me corte esta mano si digo algo al respecto. Te enviaré a Annelys —prometió, y se marchó.

Kindra regresó junto a la muchacha. Seguía inconsciente. Cuando Annelys entró, Kindra dijo lacónicamente:

—Sostén la lámpara ahí. Quiero coser esto antes de que recupere la conciencia. Trata de no impresionarte y no te desmayes. Deseo hacerlo rápido para que no tengamos que sujetarla mientras tanto.

Annelys soltó una exclamación al ver a la muchacha y la fea herida, que había empezado a sangrar otra vez.

—¡Una mujer! ¡Bendita Evanda! Kindra, ¿es una de tu Hermandad? ¿Lo sabías?

—No, a ambas preguntas. Sostén la lámpara…

—No —protestó Annelys—. Yo he hecho esto muchas veces; tengo buenas manos. Una vez mi hermano se cortó en el muslo cortando madera, y yo le cosí. También he ayudado a la partera. Sostén tú la lámpara.

Aliviada, Kindra le cedió la aguja.

Annelys empezó a trabajar con tanta habilidad como si estuviera bordando un cojín; cuando estaba a mitad de su tarea, la muchacha recuperó la conciencia y soltó un breve grito de temor, pero Kindra le habló y la joven se tranquilizó y se quedó quieta, con los dientes apretados, aferrada a la mano de aquélla. Después se mojó los labios y susurró:

—¿Es una de las tuyas,
mestra
?

—No. No más que tú, niña. Pero es una amiga. Y no hablará de ti, lo sé —dijo Kindra con confianza.

Cuando Annelys terminó, buscó un vaso de vino para la mujer y le sostuvo la cabeza mientras lo bebía. A sus pálidas mejillas volvió un poco de color, y empezó a respirar con mayor facilidad. Annelys le trajo uno de sus camisones.

—Creo que estarás más cómoda con esto. Me gustaría llevarte a mi cama, pero no creo que sea bueno moverte. Kindra, ayúdame a levantarla.

Tan pronto como estuvo preparado con una almohada y sábanas limpias, puso cómoda a la mujer en el jergón de paja.

La desconocida soltó una exclamación de protesta cuando empezaron a desvestirla, pero estaba demasiado débil.

Kindra se quedó mirando atónita cuando le quitaron la túnica interior. Nunca hubiera creído que una mujer de más de catorce años lograra pasar como hombre entre hombres. Sin embargo, esta mujer lo había hecho. Ahora advertía Kindra cómo. Las formas que se veían eran planas, enjutas, sin pechos; los hombros tenían la dura musculatura de un espadachín. En sus brazos había más vello que el que cualquier mujer hubiera tolerado sin depilarlo con cera.

Annelys también observaba asombrada. La mujer, al ver las miradas de consternación, ocultó el rostro en la almohada.

—No hay necesidad de quedarse mirando —dijo Kindra con aspereza—. Ella es
emmasca
, eso es todo. ¿Nunca has visto ni oído hablar de eso antes?

La operación de neutralización de sexo era ilegal en todo Darkover y peligrosa. A esta mujer debían de habérsela hecho antes o poco después de la pubertad. Kindra estaba repleta de preguntas, pero la cortesía le impedía formularlas.

—Pero… —susurró Annelys—. ¿Nació así o se lo hicieron? Es ilegal… ¿Quién se habría atrevido?

—Me lo hicieron —respondió la muchacha, con el rostro todavía oculto en la almohada—. Si hubiera nacido así, no tendría nada que temer… ¡Y yo elegí esto para no tener nada que temer!

Apretó los labios cuando ellas la levantaron y le dieron vuelta. Annelys soltó una exclamación al ver las terribles cicatrices, como de latigazos, que surcaban la espalda de la mujer, pero no dijo nada sino que tan sólo ocultó las marcas piadosamente con su camisón. Con suavidad, lavó el rostro y las manos de la mujer con agua jabonosa. El pelo color jengibre estaba oscuro por el sudor, pero en las raíces Kindra vio otra cosa: el pelo crecía de color rojo fuego.

Comyn. La casta telépata, de pelo rojo… ¡Esta mujer fue noble; nació para gobernar en los Dominios de Darkover!

En nombre de todos los Dioses, se preguntó Kindra, ¿quién puede ser y qué le ha ocurrido? ¿Cómo llegó hasta aquí con este disfraz, incluso con el pelo teñido para que nadie pudiera identificar su linaje? ¿Y quién la ha maltratado de este modo? La deben de haber golpeado como a un animal…

Después, consternada, escuchó las palabras que se formaban en su mente, sin saber cómo:

Cara Cortada
, habló la voz dentro de su cabeza.
Pero ahora estoy vengada. Aun cuando eso signifique mi muerte…

Estaba asustada; nunca había percibido con tanta claridad. Su rudimentario don telepático siempre había sido antes una cuestión de rápida intuición, de corazonadas, de suerte. Susurró, con horror y pesar:

—¡Por la Diosa! Muchacha, ¿quién eres?

El rostro pálido se plegó en un gesto que Kindra supo que reemplazaba a una sonrisa.

—No soy… nadie. Creí ser la hija de Alaric Lindir. ¿No has escuchado la historia?

Alaric Lindir. La familia Lindir era orgullosa y rica, algo emparentada con la familia Aillard del Comyn. Demasiado encumbrados, en realidad, como para que Kindra pudiera conocerlos; eran de la antigua sangre de los descendientes de Hastur.

—Sí, son gente orgullosa —susurró la mujer—. El nombre de mi madre era Kyria; era hermana menor de Dom Lewis Ardais; no Lord Ardais sino su hermano menor. Pero, aun así, era de suficiente alcurnia. Cuando se demostró que estaba embarazada de uno de los señores Hastur de Thendara, la alejaron y la casaron apresuradamente con Alaric Lindir. Y mi padre, el que siempre creí que era mi padre, estaba orgulloso de su hija pelirroja. Durante toda mi infancia escuché cuán orgulloso estaba de mí, pues me casaría dentro del Comyn o iría a alguna de las Torres y me convertiría en una gran hechicera o en una Celadora poderosa. Después llegó Cara Cortada con su banda. Saquearon el castillo y se llevaron a algunas mujeres. Fue una reflexión tardía. Para cuando descubrió quién era su última cautiva, el daño ya estaba hecho. Aun así, pidió rescate a mi padre. Y mi padre, el mismo Dom Alaric que tan orgulloso estaba de su belleza pelirroja que complacería su ambición gracias a un matrimonio dentro del Comyn… —Se ahogó, y después escupió las palabras—: Mi padre mandó decir que, si Cara Cortada le aseguraba que yo estaba… intacta, pagaría mucho dinero por rescatarme, pero que, si no, no pagaría nada. Pues si yo estaba… maculada, sucia, no le serviría para nada, y Cara Cortada podría colgarme o darme a uno de sus hombres, como le pareciera mejor.

—¡Santo Portador de las Cargas! —susurró Annelys—. ¿Y ese hombre te había criado como hija suya?

—Sí… y yo había creído que me amaba —dijo la joven, con el rostro convulsionado.

Kindra cerró los ojos, horrorizada, viendo con demasiada claridad al hombre que había recibido con gusto a la bastarda de su mujer, pero sólo mientras le sirvieran para satisfacer su ambición.

Los ojos de Annelys estaban llenos de lágrimas.

—¡Qué espantoso! ¿Cómo puede un hombre…?

—He llegado a creer que cualquier hombre podría hacerlo —dijo la joven—. Cara Cortada se enfureció tanto ante la negativa de mi padre que me entregó como juguete a uno de sus hombres. Podéis ver cómo me usó. A
ése
lo maté una noche mientras dormía, cuando había llegado a creer que me había sometido a golpes. Así pude escaparme y regresar a mi madre. Aunque ella me recibió con lágrimas de pena, pude ver en su mente que su mayor temor era ahora que la avergonzara dando a luz al hijo del bastardo de Cara Cortada. Tuvo miedo de lo que mi padre le diría:
de tal madre, tal hija
. Mi desgracia reviviría su olvidada historia. No pude perdonar a mi madre; no pude perdonarle que siguiera amando al hombre que me había rechazado y que me había arrojado a ese destino y viviendo con él. Y entonces recurrí a una
leronis
que se compadeció de mí… o tal vez también ella quiso asegurarse de que no deshonraría mi sangre Comyn convirtiéndome en una ramera o en la amante de un bandido. Ella me hizo
emmasca
. Y yo me alisté entre los hombres de Brydar. Así conseguí vengarme…

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