El templete de Nasse-House (12 page)

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Authors: Agatha Christie

Tags: #policiaco, #Intriga

—Ya lo sé —dijo Bland irritado—. Le he dicho que la encuentre.

—El sargento Farrel y Lorrimer están registrando la finca, señor —dijo Hoskins—. No está en la casa.

—Averigüe por el hombre que está en la puerta de la finca, cogiendo las invitaciones, si salió en coche o a pie.

—Sí, señor.

Hoskins salió de la habitación.

—Y averigüe cuándo y dónde fue vista por última vez —le gritó Bland.

—¡Conque ésa es la idea que tiene usted en la cabeza! —dijo Poirot.

—No tengo todavía ninguna idea —dijo Bland—; pero acabo de caer en la cuenta de que una señora que debía estar en la finca no está en la finca... y quiero saber por qué. Dígame todo lo que sepa sobre ese señor De Sousa, o como se llame.

Poirot describió su encuentro con el joven que había llegado por el sendero que bajaba al embarcadero.

—Debe de estar todavía en la fiesta. ¿Le digo a sir George que quiere usted verlo?

—Hasta dentro de un momento, no —dijo Bland—. Quisiera primero averiguar algo más. ¿Cuándo vio usted a lady Stubbs por última vez?

Poirot hizo retroceder su imaginación. No le resultaba difícil recordar con exactitud. Recordaba haber vislumbrado vagamente su figura alta, vestida de color ciclamen, con el sombrero negro, moviéndose por el campo, hablando con la gente, deteniéndose aquí y allá; de cuando en cuando había oído su risa extraña y ruidosa, sobresaliendo entre los demás ruidos confusos.

—Creo —dijo inseguro— que debe haber sido no mucho antes de las cuatro.

—¿Y dónde y con quién estaba entonces?

—Estaba en medio de un grupo de personas, cerca de la casa.

—¿Estaría allí cuando llegó De Sousa?

—No recuerdo. No creo; por lo menos, yo no la vi. Sir George le dijo a De Sousa que su esposa no podía estar lejos. Recuerdo que parecía sorprendido de que no estuviera en el concurso infantil de trajes. Tenía que formar en el jurado.

—¿Qué hora era cuando llegó De Sousa?

—Debían ser alrededor de las cuatro y media, creo. No miré el reloj, conque no puedo decírselo con exactitud.

—¿Y lady Stubbs había desaparecido antes de que él llegara?

—Eso parece.

—Posiblemente se escapó, para no encontrarse con él —sugirió el inspector.

—Posiblemente —convino Poirot.

—Bueno, no puede haber ido lejos —dijo Bland—. Tenemos que encontrarla fácilmente, y cuando la encontremos...

Se calló de pronto.

—¿Y si no la encuentran?

La voz de Poirot, al hacer la pregunta, tenía una curiosa entonación.

—¡Tonterías! —dijo el inspector con firmeza—. ¿Por qué? ¿Qué cree usted que le ha ocurrido?

Poirot se encogió de hombros.

—¡Qué le ha ocurrido! Cualquiera lo sabe. ¡Lo único que sabemos es que ha... ha desaparecido!

—¡Caramba monsieur Poirot, lo pone usted de un modo que resulta siniestro!

—¡Puede que
sea
siniestro!

—Lo que estamos investigando es el asesinato de Marlene Tucker —dijo el inspector con severidad.

—Claro está. Entonces..., ¿por qué ese interés por De Sousa? ¿Cree usted que ha matado a Marlene Tucker?

El inspector Bland contestó con un despropósito:

—¡Es esa mujer!

Poirot sonrió.

—¿Se refiere usted a la señora Oliver?

—Sí. Mire, monsieur Poirot, el asesinato de Marlene Tucker no tiene sentido. No tiene el menor sentido. Una chica vulgar, bastante tonta, aparece estrangulada y sin el menor asomo de motivo.

—¿Y la señora Oliver le ha proporcionado a usted un motivo?

—¡Una docena de motivos, por lo menos! Entre ellos, indicó que Marlene podía tener conocimiento de un amor secreto de alguien, o que Marlene podía haber presenciado un asesinato, o acaso, sabía el lugar donde estaba escondido un tesoro, o que podía haber visto, desde la ventana de la caseta de los botes, cómo De Sousa hacía algo, cuando subía el río en la lancha.

—¡Ah! ¿Y cuál de todas esas tonterías le atrae a usted,
mon cher
?

—No lo sé. Pero no puedo dejar de pensar en ellas. Escuche, monsieur Poirot. Ponga toda su atención. Por lo que le dijo lady Stubbs esta mañana, ¿cree usted que tenía miedo de la llegada de su primo porque quizá podía saber algo de ella que no quisiera que llegara a oídos de su marido o que se tratara de un miedo personal y directo del hombre en sí?

Poirot no dudó.

—Yo creo que se trata de un miedo personal y directo del hombre en sí —contestó.

—¡Hum! —dijo el inspector Bland—. Bueno, será mejor que hable unas palabras con ese joven, si es que todavía anda por aquí.

Capítulo IX
1

Aunque no tenía contra los extranjeros ninguno de los arraigados prejuicios de Hoskins, al inspector Bland le desagradó inmediatamente Étienne De Sousa. La refinada elegancia del joven, el perfecto corte de su traje, el penetrante perfume de su cabello untado de brillantina, todo se unía para irritar al inspector.

De Sousa se mostraba muy seguro de sí mismo, muy tranquilo. También, aunque decorosamente velado, mostraba cierto regocijo despectivo.

—Tiene uno que reconocer —dijo— que la vida está llena de sorpresas. Llego en viaje de placer, admiro la belleza del paisaje, vengo a pasar la tarde con una primita a quien hace años que no veo, y ¿qué es lo que ocurre? Primero me veo envuelto en una especie de carnaval, con cocos que pasan silbando junto a mi cabeza, e inmediatamente después, pasando de la comedia a la tragedia, estoy metido en un asesinato.

Encendió un cigarrillo, aspiró profundamente el humo y comentó:

—Claro que este asesinato no me concierne en absoluto. La verdad es que no me explico por qué quiere usted entrevistarse conmigo.

—Usted es un extranjero que llega...

De Sousa le interrumpió.

—Y los extranjeros son sospechosos por necesidad. ¿No es eso?

—No, no; nada de eso, señor. No, no me ha comprendido usted. Según creo, su yate está anclado en Helmmouth, ¿no es verdad?

—Así es.

—¿Y subió usted el río esta tarde en una lancha motora?

—También es cierto.

—Cuando remontaba usted el río, ¿vio a su derecha una pequeña caseta para botes, proyectada sobre el agua, con techo de paja y un pequeño muelle debajo?

De Sousa echó hacia atrás su hermosa cabeza morena y frunció el ceño, reflexionando.

—Espere un momento..., había una caleta y una casa pequeña con tejado gris.

—Más arriba, señor De Sousa. Rodeada de árboles.

—Ah, sí; ya recuerdo. Un sitio muy pintoresco. No sabía que fuera el embarcadero de esta casa. De haberlo sabido hubiera amarrado mi bote y desembarcado allí. Cuando pregunté la dirección, me dijeron que subiera hasta el barco y desembocara en el muelle que hay allí.

—Exacto. ¿Y eso es lo que usted hizo?

—Eso es lo que hice.

—¿No bajó usted a tierra en la caseta de los botes o cerca de ella?

De Sousa negó con la cabeza.

—¿Vio usted a alguien en la caseta, al pasar?

—¿Si vi a alguien? No. ¿Tenía que haber visto a alguien?

—Era únicamente una posibilidad. Mire, señor De Sousa, la chica asesinada estaba en la caseta esta tarde. Allí la asesinaron y el hecho debió cometerse aproximadamente a la hora en que usted pasó por allí.

De nuevo alzó De Sousa las cejas.

—¿Cree usted entonces que pude haber presenciado el asesinato?

—El asesinato se cometió dentro de la caseta, pero podía haber visto usted a la chica, que podía haberse asomado a la ventana o salido al balcón. Si la hubiera visto, por lo menos hubiéramos podido saber con mayor exactitud la hora de su muerte. Si cuando usted pasó por allí estaba todavía viva...

—¡Ah, ya comprendo! Sí, comprendo. Pero ¿por qué preguntarme precisamente
a mí
? Hay muchos botes que suben y bajan por el río de Helmmouth a aquí. Barcos de recreo. Están pasando continuamente. ¿Por qué no les pregunta a ellos?

—Ya les preguntaremos a ellos —dijo el inspector—. Descuide, que ya les preguntaremos. Entonces ¿debo entender que no ha visto usted nada fuera de lo normal en la caseta de los botes?

—Nada en absoluto. No había nada que indicara que había alguien dentro. Naturalmente, no miré a la caseta con gran atención, y tampoco pasé muy cerca. Puede que hubiera alguien mirando por la ventana, como usted sugiere, pero, si fue así, yo no he visto a esa persona. —y añadió cortésmente—: Siento mucho no poder ayudarle.

—Bueno —dijo el inspector en tono amistoso—; no hay que hacerse demasiadas ilusiones. Hay unas cuantas cosas que quisiera saber, señor De Sousa.

—Diga.

—¿Ha venido usted solo en este crucero o está con algunos amigos?

—Han estado conmigo amigos hasta hace muy poco, pero desde hace tres días estoy solo... con la tripulación, por supuesto.

—¿Y cómo se llama su yate, señor De Sousa?


Espérance
.

—Según tengo entendido, lady Stubbs es prima suya.

De Sousa se encogió de hombros.

—Prima lejana, No muy próxima. Tenga usted en cuenta que en las islas hay muchos matrimonios entre parientes. Todos somos primos unos de otros. Hattie es prima segunda o tercera. No la veo desde que era una completa chiquilla, de catorce a quince años.

—¿Y pensó usted hacerle hoy su visita sorpresa?

—Visita
sorpresa
no, inspector. Le había escrito diciéndoselo.

—Ya sé que ha recibido una carta de usted esta mañana, pero fue para ella una sorpresa el saber que se encontraba en el país.

—No, inspector; se equivoca usted. Le escribí a mi prima... espere un momento, hace tres semanas. Le escribí desde Francia, poco antes de salir para aquí.

El inspector se sorprendió.

—¿Le escribió usted desde Francia, diciéndole que tenía intención de visitarla?

—Sí. Le dije que estaba de viaje en mi yate y que probablemente llegaría a Torquay o Helmmouth alrededor de esta fecha y que le haría saber más tarde la fecha exacta de mi llegada.

El inspector Bland le miró fijamente. Esta declaración estaba en completo desacuerdo con lo que le habían dicho sobre la llegada de la carta de Étienne De Sousa a la hora de desayunar. Más de un testigo había declarado que lady Stubbs al enterarse del contenido de la carta, se había disgustado y alarmado, mostrando claramente su miedo. De Sousa le devolvió la mirada sin perder la calma. Sonriendo ligeramente, se quitó de la rodilla una mota de polvo.

—¿Contestó lady Stubbs a su primera carta? —preguntó el inspector.

De Sousa dudó unos segundos antes de contestar. Luego respondió:

—Es tan difícil de recordar... No, creo que no. Pero no era necesario. Yo estaba viajando, sin dirección fija. Y además, no creo que a mi prima Hattie le guste mucho escribir. No es muy inteligente, aunque creo que se ha convertido en una mujer muy guapa.

—¿No la ha visto usted todavía? —Bland lo dijo en forma de pregunta, y De Sousa mostró los dientes en una agradable sonrisa.

—Creo que ha desaparecido del modo más inexplicable —dijo—. No hay duda de que esta
espèce
de gala la aburre.

Escogiendo con cuidado su palabras, dijo Bland:

—¿Tiene usted algún motivo para creer, señor De Sousa, que su prima podía querer evitarle a usted por alguna razón?

—¿Qué motivo iba a tener para ello?

—Eso es lo que me pregunto yo, señor De Sousa.

—¿Cree usted que Hattie se ha ausentado de la fiesta para no encontrarse conmigo? ¡Qué idea más absurda!

—¿No tenía, que usted sepa, ningún motivo para... digamos, tener miedo de usted?

—¿Miedo...
de mí
? —De Sousa se mostraba incrédulo y divertido—. ¡Permítame que le diga, inspector, que ésa es una idea fantástica!

—¿Ha estado usted siempre en buenas relaciones con ella?

—Ya se lo he dicho a usted. No he tenido relaciones con ella. No la veo desde que era una joven chiquilla de catorce años.

—Sin embargo, viene usted a verla, cuando viene a Inglaterra.

—Ah, vi una nota sobre ella en una de sus revistas de sociedad. Mencionaba su nombre de soltera y que estaba casada con un acaudalado inglés y pensé: «Tengo que ver qué tal está la pequeña Hattie; a ver si ahora le rige la cabeza mejor que antes». —Se encogió nuevamente de hombros—. Fue una mera cortesía entre primos. Curiosidad... nada más que eso.

De nuevo el inspector se quedó mirando a De Sousa. ¿Qué habría tras la máscara burlona y serena? Adoptó un tono más confidencial.

—¿No podría usted decirme algo más sobre su prima? ¿Su carácter, sus reacciones?

De Sousa mostró una sorpresa cortés.

—La verdad..., ¿tiene eso algo que ver con el asesinato de la chica en la caseta de los botes, que, según creo, es el asunto que le ocupa?

—Puede tener relación —dijo el inspector Bland.

De Sousa observó al inspector en silencio durante unos pocos segundos. Luego dijo encogiéndose de hombros:

—Nunca conocí bien a mi prima. Era uno de tantos parientes en una larga familia y no de los más interesantes para mí. Pero, en respuesta a su pregunta, le diré que, aunque mentalmente deficiente, nunca, que yo sepa, tuvo mi prima tendencias homicidas.

—Por favor, señor De Sousa, yo no he insinuado semejante cosa.

—¿No? No estoy seguro. No veo qué otra razón puede usted tener para hacer esa pregunta. No; a menos que Hattie haya cambiado mucho, no es homicida —Se levantó—. Estoy seguro, inspector, de que no puede usted desear preguntarme nada más. Lo único que me queda es desearle mucho éxito y que encuentre usted al asesino.

—Supongo, señor De Sousa, que no pensará usted marcharse de Helmmouth hasta dentro de un par de días.

—Habla usted con mucha cortesía. ¿Es una orden?

—Solamente un ruego, señor.

—Gracias. Tengo intención de quedarme en Helmmouth dos días. Sir George ha tenido la amabilidad de pedirme que me quede en su casa, pero prefiero quedarme en el
Espérance
. Si desea usted preguntarme algo más será allí donde me encuentre.

Hizo una inclinación cortés.

Hoskins le abrió la puerta y De Sousa salió de la habitación.

—¡Qué tipo más pelotillero!—murmuró el inspector.

—Sí —dijo Hoskins de completo acuerdo.

—Supongamos que lady Stubbs tiene manía homicida —continuó el inspector para sí—. ¿Por qué iba a atacar a una chica tan vulgar? No tiene sentido.

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