El Universo holográfico (35 page)

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Authors: Michael Talbot

Tags: #Autoayuda, Ciencia, Ensayo

Fantasmas del pasado

La idea de que el pasado se queda grabado holográficamente en las ondas cósmicas y que la mente humana puede tirar de él de vez en cuando y convertirlo en hologramas puede explicar también al menos algunas apariciones fantasmales. Muchas de éstas parecen ser poco más que hologramas o grabaciones tridimensionales de una persona o escena del pasado. Por ejemplo, una teoría sobre los fantasmas dice que son el alma o el espíritu de un difunto, pero no todos los fantasmas son humanos. Hay muchos casos registrados de individuos que también ven fantasmas de objetos inanimados, lo cual contradice la idea de que las apariciones son almas descarnadas.
Phantasms of the Living
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, un conjunto de informes bien documentados de apariciones y otros fenómenos paranormales, compilados por la Society for Psychical Research de Londres en dos grandes volúmenes, ofrece muchos ejemplos. Uno de ellos es el de un oficial del ejército británico y su familia que vieron llegar un coche de caballos espectral y pararse sobre el césped. Tan real era el carruaje fantasmal que el hijo del oficial se acercó y vio en el interior lo que parecía una figura femenina. La imagen se desvaneció antes de que pudiera verla mejor y no dejó huellas del caballo ni de las ruedas.
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¿Son muy comunes esas experiencias? No lo sabemos, pero sí sabemos que, en Estados Unidos y en Inglaterra, varios estudios han revelado que entre un 10 y un 17 por ciento de la población ha visto una aparición, lo que indica que esos fenómenos pueden ser mucho más comunes de lo que sospechamos la mayoría de nosotros.
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La tendencia de las apariciones a producirse en lugares en los que ha ocurrido un acto de violencia terrible u otro acontecimiento con una carga emocional inusualmente intensa respalda la idea de que algunos acontecimientos dejan una impronta más profunda que otros en el registro holográfico. La literatura está llena de apariciones en escenarios de asesinatos, batallas militares u otras situaciones caóticas. Esto indica que, además de las imágenes y los sonidos, las emociones que se sienten durante un acontecimiento también se quedan grabadas en el holograma cósmico. Además, parece que la intensidad emocional de tales acontecimientos es lo que les hace destacar en el registro holográfico, lo que posibilita su utilización involuntaria por parte de individuos normales.

Por otra parte, muchas apariciones, más que fruto de espíritus desgraciados ligados a la tierra, parecen simples destellos accidentales del registro holográfico del pasado. La literatura sobre el tema sustenta asimismo esta idea. Por ejemplo, en 1907, un antropólogo de la UCLA especialista en temas religiosos llamado W.Y. Evans-Wentz, animado por el poeta William Butler Yeats, emprendió un viaje de dos años de duración por Irlanda, Escocia, Gales, Cornualles y Bretaña, para entrevistar a personas que supuestamente se habían encontrado con hadas y otros seres sobrenaturales. Evans-Wentz acometió el proyecto porque Yeats le había dicho que, a medida que los valores del siglo XX reemplazaban a las viejas creencias, los encuentros con las hadas eran cada vez menos frecuentes y era preciso documentarlos antes de que la tradición se perdiera completamente.

Cuando Evans-Wentz fue de pueblo en pueblo entrevistando a las personas —ancianas habitualmente— que permanecían fieles a la fe en las hadas, descubrió que no todas las hadas que la gente se encontraba en cañadas y llanuras bañadas bajo la luna eran pequeñas. Algunas eran altas y parecían seres humanos normales, si no llega a ser porque eran luminosas y translúcidas y tenían la curiosa costumbre de vestirse con ropa de períodos históricos anteriores.

Por otra parte, las «hadas» aparecían con frecuencia en parajes con ruinas arqueológicas o en sus alrededores —túmulos funerarios, menhires, fortalezas derruidas del siglo XVI, etcétera— y participaban en actividades asociadas con el pasado. Evans-Wentz entrevistó a testigos que habían visto duendes con aspecto de hombres, con atuendos isabelinos, participando en cacerías, o en procesiones fantasmales que entraban y salían de los restos de antiguos fuertes, o que tocaban las campanas mientras estaban en las ruinas de iglesias antiguas. Una actividad por la que mostraban una afición desmedida era la guerra. En su libro
The Fairy-Faith in Celtic Countries
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presenta el testimonio de docenas de personas que aseguraban haber visto conflictos espectrales, prados bañados por la luz de la luna abarrotados de hombres con armaduras medievales luchando, o pantanos desolados cubiertos de soldados con uniformes de colores. A veces, las luchas eran misteriosamente silenciosas. Otras veces eran auténticas algarabías; y otras veces ocurría lo más inquietante de todo: podían oírlos pero no verlos.

Todo esto llevó a Evans-Wentz a concluir que al menos algunos fenómenos que sus testigos interpretaban como apariciones de duendes eran realmente una especie de imagen posterior de acontecimientos que habían tenido lugar en el pasado. «La naturaleza misma tiene memoria —teorizó—. Hay un elemento psíquico indefinible en la atmósfera de la tierra en el que quedan fotografiadas o grabadas todas las acciones o fenómenos humanos y psíquicos. En ciertas condiciones inexplicables, personas normales que no son videntes pueden observar registros mentales de la naturaleza en forma de imágenes proyectadas sobre una pantalla, muchas veces como si fueran películas».
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En cuanto se refiere al motivo de que los encuentros con los duendes o hadas fueran cada vez menos frecuentes, encontramos una pista en una observación realizada por uno de los entrevistados por Evans-Wentz. Era un caballero de edad avanzada llamado John Davies que vivía en la isla de Man y que, tras describir numerosas visiones realizadas por personas buenas, declaró: «Antes de que la educación llegara a la isla, mucha gente buena podía ver a los duendes; ahora, muy poca gente puede verlos».
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Como la «educación» comprendía sin duda un anatema contra la creencia en duendes, el comentario de Davies hace pensar que fue un cambio de actitud lo que causó que se atrofiaran las extendidas capacidades retrocognitivas de los habitantes de la isla de Man. Queda subrayada una vez más la enorme influencia de nuestras creencias a la hora de determinar qué dotes extraordinarias potenciales manifestamos y cuáles no.

Ahora bien, tanto si nuestras creencias nos permiten ver películas del pasado tipo hologramas como si hacen que el cerebro las elimine, los indicios apuntan a que existen pese a todo. Tampoco se limita esa clase de experiencias a los países celtas. Hay narraciones de testigos que han visto a soldados fantasmales vestidos con trajes hindúes antiguos en la India.
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En Hawai, las manifestaciones de fantasmas son muy conocidas y los libros sobre las islas están llenos de relatos de individuos que han visto procesiones espectrales de guerreros hawaianos con mantos de plumas desfilando con antorchas y bastones de guerra.
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Hasta en los textos antiguos asirios se mencionan visiones de ejércitos espectrales librando batallas igualmente fantasmales.
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En alguna ocasión, los historiadores pueden reconocer el acontecimiento que se representa. A las cuatro de la mañana del 4 de agosto de 1951, un ruido de cañonazos despertó a dos mujeres inglesas que estaban de vacaciones en el pueblo costero de Puys Francia. Se acercaron corriendo a la ventana pero se quedaron sorprendidas al ver que, tanto el pueblo como el mar que se extendía tras él, estaban en calma y no había actividad alguna que pudiera explicar lo que estaban oyendo. La British Society for Psychical Research investigó y descubrió que la secuencia cronológica de los hechos relatada por aquellas mujeres reproducía exactamente los informes militares de una incursión de los aliados contra los alemanes que tuvo lugar en Puys, el 19 de agosto de 1942. Al parecer, las mujeres habían oído el sonido de una matanza ocurrida nueve años antes.
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Aunque la negra intensidad de acontecimientos semejantes les confiere un perfil más alto dentro del paisaje holográfico, no debemos olvidar que la reluciente grabación holográfica del pasado contiene también todas las alegrías de la raza humana. Constituye, en esencia, una biblioteca de todo lo que ha sido alguna vez; si aprendiéramos a utilizar ese tesoro escondido, asombroso e infinito, a gran escala y de forma sistemática, podríamos ampliar nuestros conocimientos, tanto sobre nosotros mismos como sobre el universo en aspectos y maneras que no nos atrevemos a soñar todavía. Llegará el día en que podamos manipular la realidad como el cristal en la metáfora de Bohm, trocando lo real y lo invisible como en un caleidoscopio y reviviendo imágenes del pasado con la misma facilidad con que encontramos hoy un programa en nuestro ordenador. Pero ni siquiera esto es todo lo que puede ofrecer una interpretación más holográfica del tiempo.

El futuro holográfico

Por desconcertante que resulte pensar que tenemos acceso al pasado, palidece ante la idea de que también podemos acceder al futuro en el holograma cósmico. Sin embargo, hay una colección enorme de datos que prueban que al menos algunos acontecimientos futuros son tan fáciles de ver como los pasados.

Es un hecho que ha sido ampliamente demostrado en centenares de estudios. En la década de 1930, J.B. y Louisa Rhine descubrieron que los voluntarios podían adivinar las cartas que sacarían al azar de una baraja, con una estadística de aciertos que superaba el azar en una proporción tres millones contra uno.
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En los años setenta, Helmut Schmidt, un físico del Boeing Aircraft de Seattle, Washington, inventó un mecanismo que le permitía probar si se podían predecir hechos subatómicos al azar. Con la ayuda de tres voluntarios y más de sesenta mil pruebas realizadas, obtuvo resultados de mil millones contra uno contra el azar.
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En su trabajo en el Laboratorio del Sueño del Centro Médico Maimónides, Montague Ullman, junto con el psicólogo Stanley Krippner y el investigador Charles Honorton, consiguieron indicios vehementes de que se puede obtener información precognitiva acertada en los sueños. En su estudio, pidieron a los voluntarios que pasaran ocho noches consecutivas en el laboratorio del sueño y cada noche les pedían que intentaran soñar con una imagen que les enseñarían al día siguiente elegida al azar. Ullman y sus colegas esperaban lograr un éxito entre ocho, pero descubrieron que algunos voluntarios podían tener hasta cinco «aciertos» de cada ocho.

Cuando se despertó un voluntario, por ejemplo, dijo que había soñado con «un gran edificio de cemento» del que intentaba escapar un «paciente». El paciente llevaba una bata blanca, como la de los médicos, y había conseguido llegar solamente «hasta los arcos». La fotografía elegida al azar al día siguiente resultó ser la obra de Van Gogh
Pasillo de hospital en St. Rémy
, una acuarela en la que se ve a un paciente solitario, al fondo de un vestíbulo enorme y desierto, saliendo a toda prisa por una puerta bajo un arco.
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En sus experimentos con la visión remota en el Stanford Research Institute, Puthoff y Targ averiguaron que los sujetos de los mismos, además de poder describir psíquicamente los lugares lejanos que visitaban las otras personas que participaban en los experimentos, podían describir también los lugares que dichas personas iban a visitar en el futuro,
antes
de que se hubieran decidido siquiera. En una ocasión, por ejemplo, a una persona con dotes inusuales que se llamaba Helia Hammid y era fotógrafa vocacional, le pidieron que describiera el lugar que visitaría Puthoff media hora después. Ella se concentró y dijo que podía verle entrando en «un triángulo de hierro negro». El triángulo era «más alto que un hombre» y aunque no sabía qué era exactamente, oía un sonido rítmico agudo que sonaba «una vez por segundo más o menos».

Diez minutos antes, Puthoff había emprendido un viaje de una media hora en coche, por la zona del Menlo Park y Palo Alto. Al cabo de la media hora y mucho después de que Hammid hubiera registrado su visión del triángulo de hierro negro, Puthoff sacó diez sobres sellados que contenían diez lugares diferentes. Eligió uno al azar utilizando un generador de números aleatorios. Contenía la dirección de un pequeño parque que distaba del laboratorio algo más de nueve kilómetros. Condujo hacia el parque y cuando llegó vio un columpio infantil (el triángulo de hierro negro) y caminó hasta el centro del mismo. Cuando se sentó, el columpio chirriaba rítmicamente mientras se balanceaba de delante hacia atrás.
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Numerosos laboratorios del mundo entero han duplicado los descubrimientos de Puthoff y Targ sobre la visión remota precognitiva; entre otros, las instalaciones para la investigación, en Princeton, de Jahn y Dunne. En efecto, en 334 pruebas formales, Jahn y Dune descubrieron que los voluntarios podían dar información precognitiva acertada un 62 por ciento de las veces.
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Aún más espectaculares son los resultados de las llamadas «pruebas de la butaca», una serie famosa de experimentos ideados por Croiset. En primer lugar, el experimentador elegía una butaca al azar sobre un plano de asientos para un acontecimiento público que iba a tener lugar en una gran sala o auditorio. La sala podía estar situada en cualquier ciudad del mundo y solamente servían aquellos acontecimientos en los que no hubiera asientos reservados. Entonces, sin que Croiset dijera el nombre, ni la localización de la sala, ni la naturaleza del acontecimiento, el experimentador pedía al psíquico holandés que describiera la persona que se sentaría en la butaca durante la noche en cuestión.

En el curso de veinticinco años, numerosos investigadores tanto en Europa como en América sometieron a Croiset a los rigores de la prueba de la butaca y descubrieron que casi siempre conseguía dar una descripción acertada y detallada de la persona que se iba a sentar en el asiento, especificando entre otras cosas el género, los rasgos faciales, cómo iría vestida, su ocupación y hasta episodios de su pasado.

Por ejemplo, el 6 de enero de 1969, en un estudio dirigido por el doctor Jule Eisenbud, catedrático de Psiquiatría Clínica de la Facultad de Medicina de la Universidad de Colorado, le dijeron a Croiset que se había elegido una butaca para un acontecimiento que se celebraría el 23 de enero de 1969. Croiset, que estaba en Utrecht, Holanda, en aquel entonces, le dijo a Eisenbud que la persona que se sentaría en el asiento sería un hombre de un metro ochenta y cinco de altura, de pelo negro peinado hacia atrás, con un diente de oro en la mandíbula inferior, una cicatriz en el dedo gordo del pie, que trabajaba tanto en el campo de la ciencia como en la industria y que a veces llevaba la bata de laboratorio manchada por una sustancia química verdosa. El 23 de enero de 1969, el hombre que se sentó en la butaca, que pertenecía a un auditorio de Denver, Colorado, se ajustaba a la descripción de Croiset en todos los aspectos salvo en uno: no medía un metro ochenta y cinco, sino un metro ochenta y siete centímetros.
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