Dodd descubrió demasiado tarde que lo que le había dicho a Haber, sencillamente, no era correcto. A la semana siguiente, el 5 de agosto, Dodd escribió a Isador Lubin, jefe del Departamento de Estadísticas Laborales de Estados Unidos: «Ya sabrá que la cuota está llena, y probablemente se dará cuenta de que a un gran número de personas excelentes les gustaría emigrar a Estados Unidos, aunque tengan que sacrificar sus propiedades al hacerlo».
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A la luz de todo esto, Dodd quería saber si el Departamento de Trabajo había descubierto algún medio por el cual «las personas que más lo merezcan puedan ser admitidas».
Lubin entregó la carta de Dodd al coronel D. W. MacCormack, comisionado de inmigración y naturalización, que el 23 de agosto contestó a Lubin y le dijo: «Parece que el embajador está mal informado sobre este asunto».
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De hecho, sólo se había emitido una pequeña fracción de visados permitidos por la cuota alemana, y el fallo, esto lo dejaba claro MacCormack, había sido del Departamento de Estado y Asuntos Exteriores, y su entusiasta aplicación de la cláusula que impedía la entrada a las personas «que pudieran convertirse en una carga pública».
Nada en los documentos de Dodd explica por qué creía que la cuota estaba completa.
Todo esto llegó demasiado tarde para Haber. Se fue a Inglaterra a enseñar en la Universidad de Cambridge,
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una resolución aparentemente feliz, pero se encontraba perdido en una cultura ajena, arrancado de su pasado, y sufriendo los efectos de un clima inhóspito. Al cabo de seis meses de salir del despacho de Dodd, durante una convalecencia en Suiza, sufrió un ataque al corazón que resultó fatal, y su muerte no fue lamentada por la nueva Alemania. Sin embargo, al cabo de una década, el Tercer Reich encontraría un nuevo uso para la regla de Haber, y para un insecticida que Haber había inventado en su instituto, compuesto en parte por gas de cianuro y que se usaba normalmente para fumigar estructuras usadas para el almacenaje de grano. Al principio lo llamaron Zyklon A, pero los químicos alemanes lo transformarían en una variante mucho más letal: Zyklon B.
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A pesar de esta entrevista, Dodd seguía convencido de que el gobierno se estaba volviendo más moderado y que los malos tratos de los nazis hacia los judíos iban en disminución. Lo dijo así en una carta al rabino Wise, del Congreso Judío Americano, con quien se había reunido en el Century Club de Nueva York, y que había ido de pasajero con él en el mismo barco hacia Alemania.
El rabino Wise estaba asombrado. En su respuesta del día 28 desde Ginebra, decía: «¡Cómo desearía compartir su optimismo!
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Sin embargo, debo decirle que cada palabra de un montón de refugiados en Londres y París en las últimas dos semanas me lleva a pensar que lejos de haber, como usted cree, una mejora, las cosas se están volviendo más graves y más opresivas para los judíos alemanes de día en día. Estoy seguro de que mi impresión sería compartida por los hombres con los que se reunió en la pequeña conferencia del Century Club». Le recordaba a Dodd la reunión en Nueva York a la que éste había asistido con Wise, Felix Warburg y otros líderes judíos.
En privado, en una carta a su hija, Wise decía que a Dodd «le están mintiendo».
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Dodd se atuvo a su punto de vista. Como respuesta a la carta de Wise, Dodd replicaba que «las muchas fuentes de información abiertas a la oficina me parecen indicar un deseo de ceder en el problema judío.
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Por supuesto, se sigue informando de muchos incidentes de carácter enormemente desagradable. Estos me parecen la resaca de la agitación anterior. Aunque no estoy dispuesto en absoluto a excusar o disculparme por tales condiciones, estoy convencido de que los dirigentes del gobierno se inclinan hacia una política más suave en cuanto sea posible».
Y añadía: «Por supuesto, usted sabe que el gobierno no puede intervenir en estos asuntos internos. Lo único que podemos hacer es presentar el punto de vista americano e insistir en las desgraciadas consecuencias de que se prosiga una política semejante». Le decía a Wise que se oponía a una protesta abierta. «Considero que… la mayor influencia que podemos ejercer en favor de una política más amable y humana debe aplicarse extraoficialmente y a través de conversaciones privadas con hombres que ya empiezan a ver los riesgos implicados».
Wise estaba tan preocupado por el hecho de que Dodd fuese incapaz de comprender lo que estaba ocurriendo realmente que le ofreció acudir a Berlín y, según le dijo a su propia hija, Justine, «contarle unas verdades que de otro modo quizá no oiga».
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En aquel momento Wise viajaba por Suiza. Desde Zúrich, de nuevo rogó «a Dodd por teléfono que dispusiera mi viaje en avión a Berlín».
Pero Dodd se negó. Wise era demasiado conocido en Alemania, y se le odiaba demasiado. Su foto aparecía en el
Völkischer Beobachter
y
Der Stürmer
demasiado a menudo. Tal como relataba Wise en sus memorias, Dodd temía «que pudieran reconocerme, sobre todo a causa de mi pasaporte inconfundible, y diera lugar a un “incidente desagradable” al aterrizar en un lugar como Núremberg».
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El embajador no se dejó convencer por la sugerencia de Wise de que un oficial de la embajada le esperase en el aeropuerto, y le custodiara a lo largo de toda su estancia.
Mientras estaba en Suiza, Wise asistió a la Conferencia Judía Mundial en Ginebra, donde introdujo una resolución que solicitaba un boicot mundial para el comercio alemán. La resolución se aprobó.
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Wise se habría sentido más animado si hubiera sabido que el cónsul general Messersmith tenía una visión mucho más sombría de los acontecimientos que Dodd. Aunque Messersmith estaba de acuerdo en que los incidentes de violencia explícita contra los judíos habían disminuido mucho, éstos se habían visto sustituidos por una forma de persecución que era mucho más insidiosa y penetrante. En un despacho al Departamento de Estado indicaba: «En breve, se puede decir que la situación de los judíos en todos los aspectos excepto su seguridad personal se está volviendo cada vez más difícil, que las restricciones se hacen más efectivas diariamente en la práctica, y que aparecen constantemente nuevas restricciones».
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Citaba algunos casos nuevos. A los dentistas judíos se les prohibía hacerse cargo de pacientes bajo el sistema de la seguridad social alemana, un eco de lo que había ocurrido aquel mismo año a los médicos. Una nueva «oficina alemana de la moda» acababa de excluir también a los sastres judíos e impedir que participasen en una muestra de moda que se iba a celebrar. Los judíos y cualquiera que tuviese un aspecto no ario tenían prohibido hacerse policías. Y los judíos, decía también Messersmith, oficialmente tenían prohibido bañarse en la playa de Wannsee.
Estaba de camino una persecución mucho más sistemática aún, según explicaba Messersmith. Se había enterado de que se estaba redactando una nueva ley que privaría de manera efectiva a los judíos de su ciudadanía y de todos sus derechos civiles. Los judíos de Alemania, afirmaba, «contemplan esa proposición de ley como el golpe moral más grave que se les puede infligir. Se les está privando prácticamente de todos los medios de ganarse la vida, y creen que la nueva ley de ciudadanía pretende despojarles de todos sus derechos civiles».
El único motivo de que el borrador no se hubiese convertido en ley todavía, según se había enterado Messersmith, era que por el momento los hombres que estaban detrás temían «la opinión pública desfavorable que puede surgir en el extranjero». El borrador llevaba nueve semanas circulando, y esto impulsaba a Messersmith a concluir su despacho con un toque de esperanza. «El hecho de que la ley lleve tanto tiempo en consideración puede resultar una indicación de que en su forma final será menos radical de lo que se ha contemplado ya», afirmaba.
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Dodd reiteró su compromiso con la objetividad y la comprensión en una carta que escribió el 12 de agosto a Roosevelt, en la cual explicaba que aunque no aprobaba el trato que daba Alemania a los judíos, ni la tendencia de Hitler a restaurar el poder militar del país, «fundamentalmente, creo que un pueblo tiene derecho a gobernarse a sí mismo y que otros pueblos deben ejercer la paciencia aunque existan crueldades e injusticias. Demos a la gente una oportunidad de poner a prueba sus planes».
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TIERGARTENSTRASSE 27a
Martha y su madre se dedicaron a la tarea de encontrar una casa de alquiler para la familia, para poder mudarse del Esplanade, escapar a su opulencia, según el punto de vista de Dodd, y llevar una vida más asentada. Bill hijo, mientras tanto, se había apuntado a un programa doctoral en la Universidad de Berlín. Para mejorar su alemán con la mayor rapidez posible, vivía durante la semana escolar con la familia de un profesor.
El tema del alojamiento del embajador de Estados Unidos en Berlín se había convertido en una molestia desde hacía tiempo. Algunos años antes el Departamento de Estado adquirió y renovó un edificio grande y lujoso, el palacio Blücher, en la plaza Pariser, detrás de la puerta de Brandenburgo, para proporcionar una residencia al embajador y consolidar en una sola ubicación todas las demás oficinas diplomáticas y consulares dispersas por toda la ciudad, y también para elevar una presencia física norteamericana junto a la de Gran Bretaña y Francia, cuyas embajadas llevaban mucho tiempo alojadas en majestuosos palacios de la plaza. Sin embargo, justo antes de que el predecesor de Dodd, Frederic Sackett, se mudase allí, el fuego devoró el edificio. Desde entonces no era más que una ruina abandonada, y eso obligó a Sackett y a Dodd a encontrar un alojamiento alternativo. A nivel personal, Dodd no se sentía demasiado triste por ese hecho. Aunque se quejaba de todo el dinero gastado hasta el momento en el palacio
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(el gobierno, según decía, había pagado una cifra «exorbitante» por el edificio, pero «ya se sabe, fue en 1928 o 1929, cuando todo el mundo estaba loco») le gustaba la idea de tener un hogar fuera de la misma embajada. «Personalmente, yo prefería tener mi residencia a media hora de distancia a pie que estar en el propio Palais», escribió.
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Reconocía que tener un edificio lo bastante grande para albergar a los funcionarios de menor rango sería buena cosa, «pero cualquiera de nosotros que deba recibir a gente verá que la residencia unida a las oficinas nos dejará prácticamente sin intimidad alguna… cosa que a veces resulta esencial».
Martha y su madre recorrieron los grandes y bonitos barrios residenciales de Berlín y descubrieron que la ciudad estaba llena de parques y jardines, con macetas y flores en todos los balcones. En los distritos más lejanos que visitaron vieron lo que parecían pequeñas granjas, posiblemente lo más adecuado para el padre de Martha. Encontraron batallones de jóvenes uniformados marchando alegremente y cantando, y amenazadoras formaciones de Tropas de Asalto con hombres de todos los tamaños que llevaban uniformes mal ajustados, cuya pieza central era siempre una camisa parda con un corte espectacularmente poco favorecedor. Más raramente veían a los hombres esbeltos y mejor vestidos de las SS, de negro noche con unos toques rojos, como mirlos enormes.
Los Dodd encontraron muchas propiedades entre las que elegir,
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aunque al principio no se preguntaban por qué se encontraban libres y en alquiler tantas mansiones antiguas y grandiosas, tan lujosamente amuebladas, con mesas y sillas talladas, resplandecientes pianos y jarrones preciosos, con mapas y libros todavía en su sitio. Una zona que les gustaba especialmente era el distrito que estaba justo al sur del Tiergarten, a lo largo de la ruta que usaba Dodd para ir a trabajar, donde encontraron jardines, mucha sombra, una atmósfera tranquila y muchas casas bonitas. En el distrito se encontraba disponible una casa de la que supieron a través del agregado militar de la embajada, quien había sabido de su disponibilidad directamente a través del propietario, Alfred Panofsky, el adinerado judío propietario de un banco privado y uno de los muchos judíos (unos dieciséis mil, un 9 por ciento de los judíos de Berlín) que vivían en el distrito. Aunque los judíos eran despedidos de sus trabajos en toda Alemania, el banco de Panofsky seguía trabajando, y sorprendentemente, con indulgencia oficial.
Panofsky les prometió que el alquiler sería muy razonable. Dodd ya se estaba arrepintiendo, pero empeñado todavía en su juramento de vivir de su salario, se interesó y a finales de julio fue a echar un vistazo.
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La casa, en Tiergartenstrasse 27a, era una mansión de piedra de cuatro pisos construida por Ferdinand Warburg, de la famosa dinastía Warburg. El parque estaba al otro lado de la calle. Panofsky y su madre le enseñaron la propiedad a Dodd, y Dodd se enteró entonces de que Panofsky no le ofrecía toda la casa, sino sólo los tres primeros pisos. El banquero y su madre se proponían ocupar el piso superior, y se reservaban también el uso del ascensor eléctrico de la mansión.
Panofsky era lo suficientemente rico como para no necesitar los ingresos procedentes del alquiler, pero ya había visto lo suficiente desde el nombramiento de Hitler como canciller para saber que ningún judío, por muy importante que fuese, estaba a salvo de la persecución nazi. Le ofreció el 27a al nuevo embajador con la intención expresa de conseguir un nivel de protección física mucho más elevado para él y su madre, calculando que seguramente ni siquiera las Tropas de Asalto se arriesgarían a las protestas internacionales que podían surgir si se atacaba una casa compartida por el embajador americano. Los Dodd, por su parte, conseguirían todas las comodidades de una casa grande pero por una fracción de su coste, en una estructura cuya presencia en la calle era lo suficientemente impresionante para comunicar el poder y el prestigio norteamericano, y cuyos espacios interiores eran lo bastante grandiosos como para permitir recibir a huéspedes del gobierno y diplomáticos sin avergonzarse. En una carta al presidente Roosevelt, Dodd le explicaba, exultante: «Hemos conseguido una de las mejores residencias de Berlín por sólo 150 dólares al mes… debido al hecho de que su propietario es un adinerado judío, que está muy dispuesto a alquilárnosla».
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