Authors: Nick Hornby
Al final me decidí por los trenes para las cortinas, y el tipo de
La guerra de las galaxias
para la pantalla de la lámpara. Y al poco tiempo empecé a comprar cómics de vez en cuando, por nada especial sino por ver lo que los chicos de su edad leían y pensaban. Y los sábados por la mañana veíamos la televisión juntos, y aprendí un poco sobre los cantantes pop que tendrían que gustarle, y a veces sobre los programas de la tele que vería normalmente. Ya he dicho que una de las peores cosas es que jamás avanzas, y el fingir que sí lo haces no cambia nada de nada. Pero ayuda. Sin ello, ¿qué te queda? Y, de todas formas, pensar en estas cosas me ayudaba, de un modo un poco extraño, a ver a Matty como una persona. Supongo que eso es lo que hacen cuando piensan en un nuevo personaje para la serie
EastEnders
: se deben de decir a sí mismos: Bien, ¿qué le gusta a esta persona? ¿Qué música escucha, quiénes son sus amigos, de qué equipo de fútbol es hincha? Y eso es lo que yo hice: me inventé un hijo. Es hincha del Arsenal, le gusta pescar, aunque aún no tiene caña. Le gusta la música pop, pero no esa en que la gente canta medio desnuda y dice montones de juramentos. Muy de cuando en cuando, la gente pregunta qué es lo que quiere Matty para su cumpleaños o para Navidad, y yo se lo digo, y ni se les ocurre poner cara de extrañeza. Los familiares más lejanos nunca lo han conocido, y nunca han mostrado ningunas ganas de conocerlo. Lo único que saben de él es que no tiene la cabeza bien del todo, o que no es completamente normal. No quieren saber nada más, así que nunca preguntan si sabe pescar, o como mi tío Michael, si sabe bucear y si es capaz de mirar el reloj cuando está sumergido. Se sienten agradecidos de que les diga lo que tienen que hacer. Matty ha acabado por ocupar todo el apartamento. Ya se sabe cómo son los chicos. Todo por todas partes.
—No importa si sé quiénes son o no —dije—. Son de Matty.
—Oh, es un gran fan de...
—Haz lo que ha dicho y ponlos donde estaban —dijo Martin—. Ponlos donde estaban o lárgate. ¿Hasta dónde quieres llegar en lo de ser una auténtica cabrona?
Un día, pensé, aprenderé a decir eso yo misma.
MARTIN
Los pósters de Matty no volvieron a mencionarse aquel día. Todos sentíamos curiosidad, cómo no, pero Jess había logrado que ni JJ ni yo pudiéramos expresarla: Jess había puesto las cosas de tal modo que o estábamos con ella o estábamos contra ella, y en este caso concreto —y en muchísimos más— estábamos contra ella, y ello significaba que teníamos que mantener la boca cerrada en relación con el asunto. Pero como estábamos de mal humor por tener que estar callados, nos pusimos agresivos y gritones en los demás asuntos que iban saliendo a relucir.
—No puedes soportar a tu padre, ¿verdad? —le pregunté.
—No, por supuesto que no. Es un mamón.
—Pero vives con él.
—¿Y qué?
—¿Cómo puedes aguantarlo, tía? —le preguntó JJ.
—No me puedo permitir irme de casa. Además, tienen señora de la limpieza y televisión por cable y banda ancha y todo eso.
—¡Ah, ser joven e idealista y con principios! —dije—. En contra de la globalización, partidarios de tener señoras de la limpieza, ¿eh?
—Sí, ¿y me vais a dar la vara con eso, so memos? Además, sigo con ellos porque también está lo otro. Lo de Jen. Les preocupa mucho.
Ah, sí. Lo de Jen. JJ y yo nos acusamos momentáneamente el golpe. Si se mira desde cierta óptica, la conversación previa podía resumirse como sigue: un hombre recientemente encarcelado por tener relaciones sexuales con una menor, y otro que se ha inventado una enfermedad fatal porque así gana tiempo, y se ahorra problemas y salva la cara, habían ridiculizado a una jovencita afligida porque quería quedarse en casa con sus afligidos padres. Tomé nota de que más tarde tenía que tomarme el tiempo suficiente para hacer una sinopsis diferente.
—Nos apenó mucho enterarnos de lo de tu hermana —dijo Maureen.
—Sí, ya. No sucedió ayer, ¿sabéis?
—Pero nos apenó de todas formas —dijo JJ con voz cansina. Concederle la superioridad moral a Jess significaba que iba a poder jodernos de lo lindo hasta que volviéramos a dejarla a un lado.
—Nos hemos acostumbrado ya.
—¿Sí? —dije yo.
—Más o menos.
—Tiene que ser muy extraño acostumbrarse a eso.
—Un poco.
—¿No pensáis en ello todo el tiempo? —le preguntó JJ.
—¿No podríamos hablar de lo que tendríamos que estar hablando?
—¿Que es qué exactamente?
—De lo que vamos a hacer. De los periódicos y demás.
—¿Tenemos que hacer algo?
—Creo que sí —dijo JJ.
—Se olvidarán de nosotros muy pronto —dije—. Les interesamos sólo porque este puto asunto (perdón, Maureen) ha sucedido a primeros de año.
—¿Y si no queremos que se olviden de nosotros? —dijo Jess.
—¿Y por qué diablos vamos a querer que no nos olviden? —dije yo.
—Podemos sacar algo de pasta. Y tendremos algo que hacer.
—¿Cómo que tendremos algo que hacer?
—No sé. Es... Tengo la sensación de que somos diferentes. Y de que vamos a gustarle a la gente. De que vamos a interesarle.
—Estás loca.
—Sí. Exactamente. Por eso se van a interesar por mí. Y podría hasta exagerar un poco, si te parece.
—Estoy seguro de que no será necesario —dije rápidamente, en nombre de todos nosotros, y, ciertamente, en nombre de la población entera de Gran Bretaña—. Estás bien como estás.
Jess sonrió con dulzura, sorprendida por un cumplido que no había buscado.
—Gracias, Martin. Tú también. Y tú... Querrán saber cómo te has jodido la vida por esa chica. Y tú, JJ, querrán saber lo de las pizzas y demás. Y Maureen podría contar a todo el mundo lo horrible que es vivir con Matty. Seremos como superhéroes, los Hombres X
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o algo por el estilo. Los cuatro tenemos algún superpoder secreto.
—Sí —dijo JJ—. Muy cierto. Yo tengo el superpoder de repartir pizzas. Y Maureen tiene el superpoder de un hijo discapacitado.
—Bien, de acuerdo. Superpoder no es la palabra correcta. Pero, ya sabes,
algo
.
—Ah, ya. «Algo.»
Le mot juste
, ya veo.
Jess puso mala cara, pero estaba demasiado engolfada en su idea como para soltarme el insulto que mi conocimiento de una frase en un idioma extranjero exigía y merecía.
—Y podríamos decir que aún no hemos decidido del todo si quitarnos de en medio o no. Eso les gustará.
—Y si vendemos los derechos para televisión de la Noche de San Valentín... Puede que la conviertan en algo parecido a
Gran Hermano
. Los telespectadores podrían apoyar a sus concursantes preferidos, animándoles a que se tiraran —dijo JJ.
Jess parecía indecisa.
—No entiendo de estas cosas —dijo—. Pero tú sabes de periódicos y demás, Martin. Podríamos sacar algo de dinero, ¿no te parece?
—¿No se te ha ocurrido pensar que yo ya he tenido bastantes problemas con la prensa?
—Oh, siempre tú y tú, ¿no? —dijo Jess—. ¿Y si nosotros podemos ganarnos unas libras qué?
—Pero ¿cuál es la historia? —dijo JJ—. No hay historia. Subimos a esa azotea, y luego bajamos, y eso es todo. La gente está haciendo eso continuamente, supongo.
—He estado pensando en ello. ¿Qué tal si vimos algo allí arriba? —dijo Jess.
—¿Como qué? ¿Qué se supone que vimos?
—Bueno. ¿Qué tal si vimos un ángel?
—Un ángel —dijo JJ, sin tono de interrogación.
—Sí.
—Yo no vi ningún ángel —dijo Maureen—. ¿Cuándo viste tú un ángel?
—Nadie vio ningún ángel —expliqué yo—. Jess está proponiendo que nos inventemos una experiencia espiritual para obtener una ganancia de dinero.
—Eso es terrible —dijo Maureen, siquiera porque era eso lo que claramente se esperaba que dijera.
—No sería realmente un «invento», ¿no? —dijo Jess.
—¿No? ¿En qué sentido vimos un ángel, entonces?
—¿Cómo se le llama en las poesías?
—¿Qué?
—Ya sabéis, en los poemas. En la literatura inglesa. A veces dices que algo es parecido a algo, y a veces dices que algo es algo. Ya sabéis, mi amor es como una jodida rosa, o algo así.
—Símiles y metáforas.
—Eso. Exactamente. Las inventó Shakespeare, ¿no? Por eso era un genio.
—No.
—¿Quién las inventó, entonces?
—No importa.
—Entonces ¿por qué era un genio Shakespeare, eh? ¿Qué es lo que hizo?
—Ya te lo diré en otro momento.
—Está bien. Pero ¿cómo se llama cuando dices que algo es algo, cuando dices «eres un gilipollas» y en realidad no lo eres? O sea, no eres un pene
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. Está claro.
Maureen estaba al borde de las lágrimas.
—Oh, por el amor de dios, Jess —dije.
—Perdón. Perdón. No sabía si teníamos las mismas reglas para los tacos cuando la discusión es sobre gramática y demás.
—Sí, las tenemos.
—Vale. Lo siento, Maureen. Está bien. «Eres un cerdo», cuando está claro que no eres un cerdo de verdad.
—Una metáfora.
—Exacto. No vimos literalmente un ángel. Pero es como si lo hubiéramos visto, metafóricamente.
—Como si lo hubiéramos visto, metafóricamente —repitió JJ. Su tono era ahora de total escepticismo.
—Sí, sí. Quiero decir que algo nos hizo dar marcha atrás. Algo nos salvó la vida. ¿Por qué no un ángel?
—Porque no había ninguno.
—Está bien, no vimos ningún ángel. Pero podría decirse que cualquier cosa es un ángel. Cualquier chica, al menos. Yo, o incluso Maureen.
—Cualquier chica puede ser un ángel —repitió JJ en el mismo tono.
—Sí. Por ser chica.
—¿No has oído nunca hablar del Ángel Gabriel?
—No.
—Bueno, pues era
él
; o sea, masculino.
—¿Y?
No sé exactamente por qué, pero de pronto perdí la paciencia.
—¿Qué diablos es toda esta idiotez? ¿Es que no puedes
oírte
, Jess?
—¿Qué he dicho ahora?
—No vimos un ángel, ni literal mi metafóricamente. Y, por cierto, ver algo metafóricamente, sea lo que sea, no es lo mismo que ver algo realmente. Con los ojos. Que, según he entendido, es lo que propones que digamos. Eso no es embellecer las cosas. Eso es decir gilipolleces. Perdón, Maureen. Si quieres que te sea sincero, yo me lo guardaría para mí misma. No le diría a nadie lo del ángel. Ni siquiera a la prensa nacional.
—Pero ¿y si salimos en la tele y tenemos la ocasión de..., ya sabes, de difundir nuestro mensaje?
Todos nos quedamos mirándola.
—¿Qué coño es eso de nuestro mensaje?
—Bueno. Eso depende de nosotros, ¿no?
¿Cómo va uno a discutir con una mente como ésa? Ninguno de los tres había conseguido arreglárselas para encontrar el modo de hacerlo, así que nos conformamos con burlas y sarcasmos, y la tarde terminó con el acuerdo tácito de que, dado que las tres cuartas partes de nosotros no habíamos disfrutado en absoluto de nuestra breve exposición ante los medios de comunicación, lo que íbamos a hacer es dejar que el interés actual por nuestra salud mental fuera menguando hasta quedar en nada. Y luego, cuando llevaba ya un par de horas en casa, me llamó Theo por teléfono para preguntarme por qué no le había dicho que había visto un ángel.
JESS
No estaban muy contentos. Martin era el peor: estaba que se subía por las putas paredes. Me llamó a casa y estuvo poniéndome verde unos diez minutos. Pero yo sabía que al final se le iba a pasar, porque fue papá el que cogió el teléfono, y Martin no le contó nada de nada. Si le hubiera dicho algo a papá, la historia se habría ido al traste. Era necesario que los cuatro nos mantuviéramos en nuestros trece, porque mientras lo hiciéramos podríamos decir que habíamos visto cualquier cosa. Era una idea demasiado buena para desperdiciarla, ¿no? Y ellos lo sabían (por eso pensé que acabarían entrando en razón, que es lo que hicieron, más o menos). Y para mí fue la primera gran prueba de nuestro grupo. Los tres tenían una elección muy clara que hacer: ¿estaban conmigo o no? Y, a decir verdad, si hubieran decidido que no estaban conmigo, dudo mucho que hubiera seguido teniendo algo que ver con ellos. Habría tenido mucho que decir de ellos como personas, y nada bueno.
Admito que fui un poco artera. En primer lugar le pregunté a JJ el nombre de la reportera que había ido a verle aquella mañana, y él me dijo no sólo su nombre sino también el periódico para el que trabajaba, lo cual fue genial. Pensó que era sólo parte de la conversación, pero yo me dije para mis adentros que me venía de perlas. Y cuando llegué a casa llamé al periódico. Dije que sólo hablaría con esa reportera, y cuando les dije mi nombre me dieron su número de móvil.
Se llamaba Linda, y era muy simpática. Pensé que iba a pensar que todo era un poco raro, pero se mostró muy interesada y me animó mucho, la verdad. Si tuviera que encontrarle algún defecto como periodista, diría que animaba demasiado a la gente que entrevistaba. Que se creía demasiado las cosas, que era demasiado confiada. Una se espera que una buena periodista va a decirte..., ya sabes: ¿Cómo sé que me está diciendo la verdad?, pero le podría haber dicho cualquier cosa y ella habría tomado nota. Diré, entre nosotros, que era un poco «poco profesional».
En fin, decía cosas como: ¿Cómo era ese ángel, Jess? Decía «Jess» montones de veces, para que pareciera que éramos amigas.
Me quedé pensando un poco. Lo estúpido habría sido decir que el ángel —había decidido que era
él
, por el ángel Gabriel— era como un ángel de iglesia, con alas y demás. Habría hecho saltar la alarma.
No como tú piensas, digo. Y Linda dice: ¿Cómo? ¿Sin alas ni aureola, Jess? Y se echa a reír, como diciendo: ¿Qué clase de majadero diría que ha visto un ángel con alas y aureola? Así que sé que he hecho bien. Me río con ella, y digo: No, tenía un aspecto muy moderno, y ella dice: ¿Sí?
(Siempre hago esto cuando estoy diciendo lo que alguien ha dicho. Digo: Y yo digo, y ella dice, y así todo el tiempo. Pero cuando la conversación se extiende un poco es una lata, ¿no?
Todo el rato «digo» y «dice». Así que de ahora en adelante voy a decirlo como si fuera una obra de teatro, ¿vale? No soy nada buena en puntuación y demás, pero de las obras de teatro sí me acuerdo, de haberlas leído en el colegio.)
YO: Sí. Iba vestido con ropa actual. Podría haber sido de algún grupo o algo.