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Authors: Nick Hornby

En picado (20 page)

Así que sólo quedaba Lizzie, y si ella veía una foto mía en el periódico, pues qué le íbamos a hacer. ¿Saben por qué me dejó? Me dejó porque vio que yo ya no iba a ser una estrella del rock. Joder,
¿se
lo pueden creer? No, no pueden porque es algo imposible de creer, y por tanto increíble. «Cabronada, tienes nombre de mujer», me dije cuando me pasó. Así que pensé, ya saben, que no le dolería nada enterarse de cómo había destrozado mi vida. De hecho, si pudiera volverme invisible durante un tiempo, lo primero que haría —después de robar un banco y de meterme en las duchas de las chicas en el gimnasio y todo eso— sería ponerle el periódico delante y quedarme mirando cómo lo leía.

En fin, entonces no sabía nada de nada. Creía que sabía, pero no sabía.

MAUREEN

Después de la entrevista con Linda, pensé que nunca más me atrevería a volver a la iglesia. Había estado pensando un poco en ello el día anterior: echaba enormemente de menos la iglesia, y me preguntaba si a Dios le importaría que me sentara en los bancos del fondo y no me confesara, y saliera sigilosamente antes de la comunión. Pero en cuanto le dije a Linda que había visto un ángel supe que me tendría que mantener lejos de la iglesia, y que no podría volver nunca en todo lo que me quedara de vida. No sabía exactamente qué pecado había cometido, pero estaba segura de que los pecados que tenían que ver con inventarse haber visto ángeles eran mortales.

Cuando pasaron las seis semanas seguía pensando en matarme. ¿Qué habría podido hacerme cambiar de opinión? Estaba más ocupada que nunca, con las entrevistas con la prensa y las reuniones y demás, y supongo que la idea se me fue quitando de la cabeza. Pero toda aquella actividad seguía pareciéndome de última hora, ya saben, como si tuviera que hacer un montón de cosas antes de irme de vacaciones. Y ésa era yo entonces: una persona que iba a quitarse la vida muy pronto, en cuanto tuviera tiempo de ponerme manos al asunto.

Iba a decir que vi el primer destello de luz aquel día, el día de la entrevista con Linda, pero no fue realmente así. Fue más como si ya hubiera escogido lo que iba a ver en la televisión, y empezara a tener muchísimas ganas de verlo, y luego me diera cuenta de que había algo más interesante. No sé ustedes, pero lo que yo elijo no es siempre lo que quiero. Puedo acabar cambiando de cadena continuamente, y no viendo ningún programa como es debido. No sé cómo la gente puede arreglarse con toda esa cantidad de programas de la televisión por cable.

Lo que pasó fue que, después de la entrevista, estuve hablando con JJ. El iba camino de su apartamento, y yo camino de la parada del autobús, y nos pusimos a hablar mientras andábamos. No estaba muy segura de que él quisiera, porque apenas habíamos hablado desde que le di el tortazo a aquel jovenzuelo de la fiesta, pero era una de esas situaciones violentas en la que yo iba unos cinco pasos detrás de él, así que se paró a esperarme.

—Ha sido duro, ¿eh? —dijo, y me sorprendió, porque pensé que era la única a la que se le había hecho difícil.

—Odio las mentiras —dije.

Me miró y se echó a reír, y entonces me acordé de su mentira.

—No quería ofender —dije—. Yo también he mentido. En lo del ángel. Y también le mentí a Matty. Sobre lo de la fiesta de Nochevieja. Y a la gente de la residencia.

—Dios seguro que se lo perdona —dijo. Seguimos caminando un poco más, y luego, no alcanzo a comprender por qué, añadió—: ¿Qué le haría cambiar de opinión?

—¿Sobre qué?

—Sobre... Ya sabe, sobre querer acabar con todo.

No supe qué decir.

—Si pudiera hacer un trato con Dios, o algo así... Él, El Gran Tipo, está sentado Allí Arriba, al otro lado de la mesa, y le dice: De acuerdo, Maureen, usted nos gusta, pero la verdad es que queremos que siga allí, en la Tierra. ¿Qué podemos hacer para convencerla? ¿Qué podemos ofrecerle?

—¿Me lo pide Dios personalmente?

—Sí.

—Si me lo pidiera personalmente, no necesitaría ofrecerme nada.

—¿No?

—Si Dios, en Su infinita sabiduría, quisiera que me quedara en la Tierra, ¿cómo iba a pedirle algo a cambio?

JJ rió.

—De acuerdo, pues. No se lo pide Dios.

—¿Quién, entonces?

—Una especie de... No sé. Una especie de..., ya sabe, de presidente cósmico. O primer ministro. Tony Blair. Alguien que puede hacer que las cosas se hagan. Usted no tendría que hacer lo que Tony Blair le pidiera a menos que le ofreciera algo a cambio.

—¿Puede curar a Matty?

—No. Sólo puede
arreglar
cosas.

—Me gustarían unas vacaciones.

—Dios. Sale barata. ¿Elige tener que vivir todo lo que le quedaría de vida a cambio de una semana en Florida?

—Me gustaría ir al extranjero. Nunca he estado en ningún país.

—¿Nunca ha ido al extranjero?

Lo dijo como si tuviera que avergonzarme de ello, y durante unos segundos me sentí avergonzada.

—¿Cuándo fue la última vez que tuvo vacaciones?

—Justo antes de que naciera Matty.

—¿Y cuántos años tiene Matty?

—Diecinueve.

—Muy bien. Pues como soy su mánager, voy a pedirle al Gran Tipo unas vacaciones de un año. O de dos.

—¡No puedes hacer eso! —Me sentía escandalizada. Ahora me doy cuenta de que estaba hablando de ello con demasiada seriedad, pero para mí era como real, y me daba la sensación de que un año de vacaciones era demasiado.

—Confíe en mí —dijo JJ—. Conozco el mercado. El Tony Cósmico ni va a pestañear. Venga, ¿qué más?

—Oh, no me atrevería a pedir nada más.

—Digamos que le concede dos semanas de vacaciones al año. Pero esperar cincuenta semanas a que lleguen es mucho esperar, ¿no le parece? Y no va a tener ninguna otra entrevista con el Tony Cósmico. Sólo tiene esa ocasión. Tiene que pedirle de una vez todo lo que quiere.

—Un trabajo.

—¿Quiere un trabajo?

—Sí. Por supuesto que sí.

—¿Qué tipo de trabajo?

—Cualquiera. En una tienda, quizá. Cualquier cosa que me haga salir de casa.

Antes de que Matty naciera, yo trabajaba. Tenía un empleo en una papelería de Tufnell Park. Y me gustaba. Me gustaban todas aquellas plumas y bolígrafos diferentes, aquella cantidad de tamaños de papel y sobres. Me gustaba mi jefe. Y ya no he trabajado desde entonces.

—Muy bien. Siga, siga.

—Bueno, quizá un poco de vida social. La iglesia a veces organiza concursos. Como los de los pubs. Pero en la iglesia. Me encantaría poder jugar a esas cosas.

—Sí, podríamos montarle un juego.

Intenté sonreír, porque sabía que JJ estaba bromeando, pero a mí la conversación se me estaba haciendo cuesta arriba. No podía pensar en nada como es debido, y eso me mortificaba. Y me dio un poco de miedo, y de una forma un poco... extraña. Era como si en tu casa te encontraras con una puerta que no hubieras visto nunca. ¿Querrías saber lo que hay detrás de ella? Hay gente que sí, seguro que sí, pero yo no. No quería seguir hablando de mí misma.

—¿Y tú? —le dije a JJ—. ¿Qué le dirías tú al Tony Cósmico?

—Ajá. No estoy seguro, tío. —Llama «tío» a todo mundo, aunque seas una mujer. Pero te acostumbras—. Quizá, no lo sé. Vivir otra vez los últimos quince años, o algo parecido. Acabar el instituto. Olvidarme de la música. Ser una de esas personas que son felices conformándose con lo que son, no con lo que querrían ser, ¿entiende?

—Pero el Tony Cósmico no puede arreglar eso.

—No. Claro que no.

—Así que tú estás peor que yo, la verdad. El Tony Cósmico puede hacer cosas por mí, pero no por ti.

—No, no, mierda. Perdone, Maureen. No quería decir eso. Usted tiene una... Tiene una vida realmente dura, y no tiene la menor culpa de ello, y todo lo que me ha pasado a mí se debe exclusivamente a mis estupideces, y... No se puede comparar. De verdad. Y siento haberlo mencionado.

Pero yo no lo sentía. Me gustaba pensar en el Tony Cósmico mucho más que pensar en Dios.

MARTIN

El titular del periódico de Linda (en primera página, acompañado de una fotografía mía, caído de bruces en la calle, ante la entrada de un club nocturno) rezaba: «PARA HARPS
[21]
, MIREN A SHARP.» La historia, a diferencia de lo prometido por Linda, no hacía hincapié en la belleza y el misterio de nuestra experiencia en la azotea; más bien había preferido enfocar la cosa desde otra óptica, a saber, la súbita, gratificante y divertida locura de una ex celebridad de la televisión. El periodista que hay en mí sospecha que, a grandes rasgos, lo que dice es cierto.

—¿Qué quiere decir eso? —me preguntó Jess por teléfono aquella mañana.

—Es un viejo anuncio de cerveza —dije—. «HARP SIEMPRE INTENSA.»

—¿Y qué tiene que ver esa cerveza con todo lo demás?

—Nada. Pero el nombre de esa cerveza era Harp. Y el mío Sharp. Ya ves.

—Bien. Entonces ¿qué tienen que ver las arpas con todo esto?

—Los ángeles tocan el arpa, ¿no?

—¿Sí? ¿Tendríamos que haber dicho que el nuestro tocaba el arpa? ¿Para que fuera más convincente?

Le dije que, en mi opinión, el añadido de un arpa al retrato del ángel que se parecía a Matt Damon no habría servido en absoluto para convencer a la gente de su autenticidad.

—Bueno, y ¿por qué no hace más que hablar de ti? De nosotros casi no hace ni puta mención.

Tuve otras llamadas telefónicas esa mañana: de Theo, que dijo que había habido muchísimo interés por la historia, y que pensaba que por fin le había dado algo con lo que ponerse a trabajar, siempre, claro, que me sintiera cómodo hablando con el público de lo que obviamente no era sino un instante espiritual íntimo; de Penny, que quería que nos viésemos para charlar; y de mis hijas.

No había podido hablar con ellas durante semanas, pero el instinto maternal de Cindy sin duda le había aconsejado que el día en que papá salía en los periódicos hablando de haber visto a mensajeros de Dios era un buen día para reanudar el contacto entre ellos.

—¿Viste un ángel, papi?

—No.

—Mami dice que sí.

—Bueno, pues no lo vi.

—¿Por qué dice que sí, entonces?

—Será mejor que le preguntes a ella.

—Mami, ¿por qué has dicho que papá ha visto un ángel?

Esperé pacientemente a que terminase la breve conversación que tenía lugar a un palmo del auricular.

—Dice que ella no lo ha dicho. Dice que lo dicen los periódicos.

—Dije una mentirilla, cariño. Para ganar algo de dinero.

—Oh.

—Y así podré comprarte un bonito regalo de cumpleaños.

—¿Y por qué te dan dinero por decir que has visto un ángel?

—Ya te lo contaré otro día.

—Oh.

Y luego hablamos Cindy y yo, pero no mucho. Durante nuestra breve charla pude hacer referencia a dos diferentes tipos de animales domésticos hembras.

También recibí la llamada de mi jefe en FeetUp. Y me llamaba para decirme que estaba despedido.

—Bromeas.

—Ojalá lo hiciera, Sharpy. Pero no me has dejado otra opción.

—¿Al hacer qué, exactamente?

—¿Has visto el periódico esta mañana?

—¿Te causa eso algún problema?

—Sales como una especie de chiflado, a decir verdad.

—¿Y qué me dices de la publicidad que supone para la cadena?

—Toda negativa, a mi entender.

—¿Piensas realmente que cabe algo parecido a una «mala publicidad» para FeetUp?

—¿A qué te refieres?

—¿Cuando nadie ha oído hablar de nosotros en su vida?

Se hizo un silencio largo, largo, durante el cual podía oírse cómo giraban trabajosamente los herrumbrosos engranajes de la mente de mi pobre jefe.

—Ah, entiendo. Muy astuto. No se me había ocurrido.

—No voy a suplicarte, Declan. Pero la verdad es que lo que quieres hacer se me antoja un tanto absurdo. Me contratas cuando nadie en el mundo me daría ni la hora. Y ahora vas y me despides cuando estoy en el candelero. ¿Cuántos de tus presentadores han salido hoy en los periódicos?

—No, no, está bien, está bien. Entiendo de dónde surge tu razonamiento. Lo que me estás diciendo, si te interpreto correctamente, es que no hay tal cosa como una «mala publicidad» para un..., para un canal por cable que
aún está algo verde
.

—Yo no habría podido decirlo de forma más elegante. Pero sí, eso es lo que quiero decir, a grandes rasgos.

—De acuerdo. Me acabas de convencer, Sharpy. ¿A quién tenemos de invitados esta tarde?

—¿Esta tarde?

—Sí. Es jueves.

—Ah.

—¿Lo habías olvidado?

—Más o menos, la verdad. Sí.

—¿Así que no tenemos a nadie?

—Supongo que podríamos tener a JJ, a Maureen y a Jess.

—¿Quiénes son?

—Los otros tres.

—¿Qué otros tres?

—¿No has leído la historia?

—Sólo lo de que habías visto un ángel.

—Estaban allí arriba conmigo.

—¿Arriba de dónde?

—El asunto del ángel, Declan, vino del hecho de que yo iba a suicidarme. Y entonces aparecieron tres personas en la azotea del edificio de apartamentos donde me disponía a hacerlo, y los tres con intención de hacer lo mismo. Y entonces... Bueno, para abreviar, el ángel nos dijo que desistiéramos y bajáramos a la calle.

—No jodas.

—Exactamente.

—¿Y crees que puedes conseguir a los otros tres?

—Casi seguro que sí.

—Dios santo. ¿Cuánto crees que cobrarían?

—Puede que trescientas libras entre los tres, no sé. Más gastos. Uno de ellos tiene... Bueno, es una madre sola, y a su crío lo tendría que cuidar alguien.

—Continúa, pues. Joder. A tomar por el culo los gastos.

—Eres grande, Dec.

—Creo que es una buena idea. Me alegro de poder hacer algo por ella. El viejo Declan sigue en la brecha, ¿eh?

—Completamente de acuerdo. Eres un sabueso de la noticia. Eres el perro cazanoticias de Baskerville.

—Lo que tenéis que deciros a vosotros mismos —les dije— es que nadie os está mirando.

—Es uno de tus viejos trucos profesionales, ¿no? —dijo JJ, en plan de entendido.

—No —dije—. Creedme. Lo digo literalmente: nadie os estará viendo. Aún no he conocido a nadie que haya visto mi programa.

La sede central mundial de FeetUpTV! —conocida por su personal, inevitablemente, como TitsUpTV!
[22]
— está en Hoxton, en una especie de gran tinglado que consta de una pequeña sala de recepción, dos camerinos y un estudio, donde se realizan los cuatro programas de la casa. Una mañana tras otra, una mujer llamada Candy-Ann vende cosméticos. Yo comparto las tardes de los martes con un hombre llamado DJ Goodnews, que habla con los muertos, normalmente en nombre de la recepcionista, del mozo que limpia los cristales, del chófer del minibús que le lleva a casa, o de cualquiera que coincida que pase por allí en ese momento. Las preguntas son del tenor siguiente:

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