En picado (24 page)

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Authors: Nick Hornby

JESS

No creo que todo lo del día siguiente fuera culpa mía. Admito que alguna culpa tuve, pero cuando las cosas se tuercen no haces más que empeorarlas si reaccionas haciendo un drama de ellas, ¿o no? Y creo que alguna gente hace un drama de las cosas.

Mi padre, por ser del Nuevo Laborismo y demás, siempre está hablando de que hay que tener tolerancia con la gente de culturas diferentes, y yo pienso que lo que pasó fue que alguna gente, o, dicho de otro modo, Martin, no fue nada tolerante con mi cultura, que es bastante más de beber y drogarte y follar que la suya. Y me gusta pensar que yo respeto la suya. Yo no le digo que tiene que ponerse ciego a copas y a drogas ni que tenga que ligarse a más chicas. Así que él debería ser más respetuoso conmigo. No me diría que comiese cerdo si fuese judía, ¿no?, así que, ¿por qué tiene que decirme que no haga esas otras cosas?

Entre el primero y el último de los álbumes de los Beatles sólo hay siete años. No es nada, siete años, cuando piensas en cómo cambiaron en la forma de peinarse y hacer música. Algunos grupos de hoy se pasan siete años sin casi molestarse en hacer nada. Al final de esos siete años los Beatles seguramente estaban hartos de su aspecto, y te das perfecta cuenta de que quieren hacer cosas diferentes. John quería estar encerrado en sí mismo o yo qué sé, y Paul quería vivir en una granja, y cuesta bastante comprender cómo podían mantener una relación siendo tan distintos, y estando uno de ellos como dentro de una bolsa. Muy bien, nosotros no llevábamos ni siete semanas juntos, y siempre hemos sido distintos, mientras que a John y a Paul les gustaba la misma música y fueron a los mismos colegios y demás. Nosotros no teníamos nada de eso para seguir juntos. Ni siquiera éramos todos del mismo país. Así que no es nada extraño que nuestros siete años se condensaran en unas tres semanas.

Lo que sucedió fue que desayunamos juntos, y luego decidimos ir cada uno por su lado hasta la noche; nos reuniríamos en el bar del hotel, tomaríamos una copa y buscaríamos algún sitio para cenar. Y entonces JJ y yo nos fuimos a dar un chapuzón en la piscina del hotel mientras Maureen se quedaba sentada mirándonos. Hasta que decidí irme por ahí por mi cuenta.

Estábamos en el norte de la isla, en un sitio llamado Puerto de la Cruz, que está muy bien. La otra vez que vine estuvimos en el sur, que es realmente de locos, pero quizá demasiado de locos para Maureen, y como se suponía que eran sus vacaciones, no me importó mucho. Pero quería comprar algo de yerba, y allí era mucho más difícil de conseguir que en el sur, y así es como acabé metiéndome en un lío y Martin no tuvo el menor respeto conmigo.

Entré en un par de bares buscando el tipo de gente que podría
pasar
yerba, y en el segundo vi a una chica que era exactamente igual que Jen. No estoy exagerando: cuando me miró y no me reconoció, pensé que estaba tomándome el pelo, pero luego me di cuenta de que tenía los ojos más pequeños y que se había decolorado el pelo. Jen jamás se habría decolorado el pelo por mucho que hubiera querido disfrazarse. Sea como sea, a la chica no le gustó que la estuviera mirando fijamente, así que le dije unas cuantas palabras, con la mala suerte de que era inglesa y entendió perfectamente lo que dije; así que ella me mandó a no sé dónde y yo la puse de vuelta y media. Y al poco de que siguiéramos insultándonos, nos echaron del local. Si quiero ser sincera tendré que admitir que me había tomado ya un par de Bacardi Breezers, a pesar de que aún era muy temprano, y creo que me habían puesto agresiva, aunque la tía no aceptó mi oferta de una pelea. Y luego sucedió lo que suele suceder: el hermano de No-Jen, tal bar, tal tío, dinero, hachís y un par de éxtasis; pero eso no iba a ser lo único que me esperaba: acabé hecha unos zorros con unos tipos de un sitio llamado Nantwich, con uno en particular, y flipé, y me dejó sola flipando. Vomité, dormí en la playa, me desperté, flipé, me llevaron al hotel en un coche de policía. Creo que nunca había conocido a nadie de Nantwich, y todo esto era durante el día, pero por lo demás no creo que fuera una noche de marcha muy distinta de las de siempre. Le dije a la policía que Maureen y Martin eran mis padres, y a Martin no le hizo ninguna gracia. Pero no creo que fuera para tanto como para marcharse del hotel. Todo se habría olvidado enseguida.

A la mañana siguiente me sentí fatal, sobre todo porque me había ido a la cama sin comer nada, aunque estoy segura de que los éxtasis y los Breezers y el hachís tampoco ayudaban gran cosa. Me sentía deprimida, además. Tenía esa terrible sensación que se tiene cuando te das cuenta de que estás pegada a quien eres, y que no puedes hacer nada para evitarlo. O sea, aunque puedes inventarte personajes, como cuando fui como un personaje de Jane Austen en Nochevieja, y eso te da cierto respiro. Pero es imposible seguir con ello mucho tiempo, y de pronto vuelves a estar con náuseas fuera de un club de mala muerte, y queriéndote pegar con alguien. Mi padre se pregunta por qué escogí ser como soy, pero lo cierto es que uno no tiene elección, y eso es lo que te hace querer matarte. Cuando intento pensar en una vida en la que no esté teniendo náuseas frente a la puerta de un club de mala muerte, no lo consigo. No logro visualizar nada. Ésta soy yo; ésta es mi voz, éste es mi cuerpo, ésta es mi vida. Jess Crichton, ésta es tu vida, y aquí tienes a una gente de Nantwich que puede hablar de ti.

Una vez le pregunté a mi padre qué es lo que haría si no se dedicase a la política, y me dijo que se dedicaría a la política, y lo que quiso decir, creo, es que, estuviera donde estuviese en el mundo, hiciera el trabajo que hiciese, encontraría la forma de volver, lo mismo que los gatos, que según dicen son capaces de encontrar el camino de vuelta a casa cuando se los llevan a otra parte. Estaría en el ayuntamiento, o repartiendo panfletos, o lo que fuera. Estaría haciendo cualquier cosa que perteneciera a ese mundo. Y al decirlo estaba un poco triste. Y me dijo que, al fin y al cabo, no era más que falta de imaginación.

Y ésta soy yo: carezco de imaginación. Podría hacer lo que quisiera todos los días de mi vida, y lo que quiero hacer, parece ser, es
colocarme y
buscar camorra. Decirme a mí que puedo hacer lo que quiera es como sacar el tapón de una bañera y decirle al agua que puede irse donde le apetezca. Háganlo, a ver qué pasa.

JJ

Tuve un buen día, aquel primer día. Por la mañana leí
El periodista deportivo
, junto a la piscina, y ése sí que es un buen libro. Y luego pedí un sándwich, y luego... Bueno, la verdad es que pensé que ya era hora de dar un empujoncito a mi libido, que llevaba «conectada a la máquina» y sin dar señales de vida cuatro o cinco meses. ¿Han leído ese libro que un tipo escribió con los párpados? Tenía que moverlos cada vez que el que le estaba ayudando se paraba en la letra deseada del abecedario. Es una historia real. Bueno, pues mi jodida libido ni siquiera habría podido escribir ese libro. Pero, allí sentado junto a la piscina en traje de baño, con el sol caldeándome partes de mi anatomía que llevaban heladas largo tiempo (y en todos los modos posibles de congelación), percibí unos tenues aunque inconfundibles signos de vida.

No es que saliera del hotel con el propósito expreso de hacer algo al respecto. Simplemente pensé ir a dar un paseo y echar un vistazo, quizá con intención de volver a entrar en contacto con ese aspecto de la vida. Pero primero subí a la habitación a vestirme. No soy de esos tipos que salen con el pecho desnudo a la calle. Peso unos sesenta kilos (la hostia de delgado), soy blanco como la leche, y cuando uno tiene ese aspecto no puede andar por ahí al lado de tíos bronceados y cachas. Aunque hubiera una tía a la que le gustasen los delgaduchos y blancuchos, ni se acordaría de que le gustan en un marco como éste, ¿me equivoco? Si te gusta Dolly Parton y pusieran una de sus canciones en un concierto de hip-hop, no sonaría bien, ¿no es cierto? De hecho, ni siquiera alcanzarías a
oírla
. Así que mi forma de que las tías adecuadas pudieran oírme fue ponerme los vaqueros negros desteñidos y mi vieja camiseta de los Drive-By Truckers.

Y óiganme: no sólo me hice oír —si es que se me permite el eufemismo—, sino que me oyó alguien que había visto al grupo y le había gustado. Joder, quiero decir: ¿cuántas eran las posibilidades? De acuerdo, no nos recordaba claramente, y casi le tuve que decir que le habíamos gustado, pero, oigan, aun así. Lo que sucedió fue que me vi en esa bonita piscina de agua salada que hay en la ciudad, diseñada por no sé qué artista local, y me paré a tomar una cerveza y un sándwich justo enfrente. Y esa chica inglesa estaba sentada en la mesa de al lado, sola, y leía un libro titulado
Bel canto
, así que le dije que lo había leído, y empezamos a charlar sobre él, y me pasé a su mesa. Y entonces nos pusimos a hablar de música, porque
Bel canto
trata de música —o sea, de ópera, que alguna gente piensa que es música—, y ella dijo que le gustaba mucho más el rock and roll que la ópera, así que dije: ¿Qué grupos? Y ella empezó a citar un montón, y resulta que con uno de ellos, los Clockers, habíamos hecho una gira hacía unos años. Ella los había visto en aquella gira, en Manchester, donde vivía, y le parecía que había llegado con tiempo suficiente para ver al grupo telonero, y entonces le dije: Bueno, pues éramos nosotros. Y ella dijo: Oh, ya, me acuerdo, estuvisteis geniales. Y yo dije: Lo sé, lo sé, pero estaba en una época de mi vida en la que aceptaba lo que me salía.

Acabamos pasando la tarde juntos, y luego me fumé la cena «familiar», y pasamos la velada juntos, y luego la noche juntos en mi cuarto del hotel, porque ella, en el suyo, compartía habitación con una amiga. Y fue la primera vez que tenía ese tipo de relación desde la última noche que pasé con Lizzie (que, si he de ser sincero, fue algo parecido a la necrofilia).

A la mañana siguiente, Kathy y yo desayunamos en el comedor del hotel, y no sólo porque éste no tuviera las suficientes estrellas para disponer de un servicio de habitaciones, sino también porque tenía ganas de encontrarme con mis compañeros. Pensé, no sé muy bien por qué, que obtendría algunos parabienes —está bien, quizá no de Maureen, pero sí de Martin, que ciertamente tiene buen ojo para las chicas guapas—. E incluso se me metió en la cabeza que Jess iba a quedarse impresionada. Podía verlos a los tres en el otro extremo del comedor, y a dos de ellos susurrándose chistes sucios, y volví a sentirme bien.

Maureen fue la primera en bajar. Cuando la vi entrar, la saludé con la mano para mostrarme amistoso, pero ella tomó el gesto como una invitación y vino hasta nosotros y se sentó en la mesa. Miró a Kathy con recelo.

—¿Alguien no va a bajar a desayunar? —No estaba siendo descortés; sólo estaba confusa.

—No, verá... —Pero, de pronto, no supe qué decir.

—Soy Kathy —dijo Kathy, que también estaba confusa—. Soy una amiga de JJ.

—Lo malo es que no hay sitio para cinco en la mesa —dijo Maureen.

—Si aparecen los demás, Kathy y yo nos sentamos en otra —dije yo.

—¿Quiénes son los demás? —preguntó Kathy; razonablemente, en mi opinión.

—Martin y Jess —dijo Maureen—. Pero Jess anoche vino en un coche de la policía. Así que puede que tenga que quedarse en la cama hasta más tarde.

—Oh —dije yo. Por supuesto que quería saber por qué Jess había llegado al hotel en un coche de la policía la noche pasada. Pero no lo quería saber en ese preciso momento.

—¿Qué había hecho? —preguntó Kathy.

—¿Qué había hecho? —dijo Maureen. La camarera se acercó a la mesa y nos sirvió café, y Maureen se levantó y fue hasta el bufé a por sus cruasanes.

Kathy me miró. No había duda: tenía ciertas preguntas que hacerme.

—Maureen es... —Pero de pronto me vi incapaz de terminar la frase. No tuve que encontrar la forma, sin embargo, porque apareció Jess y se sentó con nosotros.

—Que me jodan —dijo, a modo de presentación—. Estoy hecha mierda. Normalmente con una buena vomitona suelo sentirme mejor. Pero anoche eché hasta las entrañas. No me queda nada más.

—Soy Kathy —dijo Kathy.

—Hola —dijo Jess—. Estoy en tal estado que ni siquiera me he dado cuenta de que no te conozco.

—Soy una amiga de JJ —dijo Kathy, y los ojos de Jess se encendieron ominosamente.

—¿Qué clase de amiga?

—Nos conocimos ayer.

—¿Y estáis desayunando juntos?

—Cállate, Jess.

—¿Qué he dicho?

—Es lo que ibas a decir.

—¿Qué iba a decir?

—No tengo ni idea.

—¿Has conocido ya a mamá y papá, Kathy?

Los ojos de Kathy pestañearon con nerviosismo en dirección a Maureen.

—Eres más valiente que yo, JJ —dijo Jess—. Yo no me atrevería a traer a un ligue de una noche a la mesa del desayuno familiar. Qué moderno, tío. Joder.

—¿Ésa es tu madre? —dijo Kathy. Intentaba actuar con naturalidad, pero se notaba claramente que alucinaba un poco.

—Por supuesto que no es mi madre. Ni siquiera somos de la misma nacionalidad. Jess está siendo...

—¿Te ha dicho ya que es músico? —dijo Jess—. Apuesto a que sí. Siempre lo dice. Es su única manera de conseguir una chica. No hacemos más que decirle que deje de emplear ese truco, porque al final se acaban enterando. Y se sienten decepcionadas. Apuesto a que te ha dicho que era cantante, ¿no es eso?

Kathy dijo que sí con la cabeza, y me miró.

—Qué risa. Canta para ella, JJ. Tendrías que oírle. La hostia.

—Kathy vio a mi grupo —dije. Pero en cuanto lo dije recordé que era yo quien le había dicho a Kathy que había visto a mi grupo, lo que no es lo mismo exactamente. Kathy se volvió hacia mí, y supe que estaba acordándose de lo mismo. Oh, Dios...

Maureen se sentó en la mesa con sus cruasanes.

—¿Qué vamos a hacer si Martin baja a desayunar? No hay sitio para los cinco.

—Oh, no —dijo Jess—. Aaaaar. Socorro. Nos entrará el pánico, supongo.

—Quizá debería irme —dijo Kathy, levantándose y tomando un sorbo de café—. Anna se estará preguntando qué me ha pasado.

—Podríamos sentarnos a otra mesa —dije, pero sabía que se había acabado, arrollado por una malévola fuerza que estaba más allá de mi control.

—Hasta luego —dijo Jess en tono alegre.

Y ésa fue la última vez que vi a Kathy. Si yo fuera ella, aún estaría reconstruyendo los diálogos en mi cabeza, escribiéndolos y haciendo que algunos amigos los interpretaran, por ver si era posible encontrar alguna clave que pudiera explicar un poco aquel desayuno.

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