En picado (19 page)

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Authors: Nick Hornby

LINDA: ¿Un grupo musical? ¿Cuál?

YO: No sé. Radiohead, o alguno por el estilo.

LINDA: ¿Por qué Radiohead?

(No podías decir nada sin que la mujer aquella te hiciese una pregunta. Contesté que Radiohead porque no tienen ninguna pinta especial. No son más que tíos, ¿no?)

YO: No sé. O Blur. O..., ¿cómo se llama ese tío? ¿El de esa película? Ganaron un Oscar. No es ese que no se ha casado con Jennifer López, es el otro, el que hace de un tío que es muy bueno en matemáticas, a pesar de no ser más que un empleado de la limpieza... El rubio, Matt...

LINDA: ¿Se parecía a Matt Damon, el ángel?

YO: Sí, supongo. Un poco.

LINDA: Vaya. Un apuesto ángel que se parecía a Matt Damon.

YO: No, no era muy Matt Damon. Pero sí.

LINDA: ¿Y cuándo apareció ese ángel?

YO: ¿Cuándo?

LINDA: Sí, cuándo. Quiero decir que si te faltaba mucho para... para lanzaros al vacío.

YO: Oh, no faltaba ni esto, tía. Apareció en el último minuto.

LINDA: Jo. ¿Así que estabais ya en la cornisa? ¿Los cuatro?

YO: Sí. Decidimos tirarnos juntos. Por la compañía, o algo. Así que estábamos allí de pie, diciéndonos adiós y todo eso. Y cuando ya íbamos a contar Uno, Dos, Tres, Abajo, oímos esa voz a nuestra espalda.

LINDA: Tuvisteis que pegaros un susto de muerte.

YO: Sí.

LINDA: Fue un milagro que no os cayerais.

YO: Sí.

LINDA: Y entonces os disteis la vuelta...

YO: Sí. Nos dimos la vuelta los cuatro, y él dijo...

LINDA: Perdona. ¿Cómo iba vestido?

YO: Pues una especie de... Como un traje muy holgado. Un traje muy holgado blanco. Muy a la última, la verdad. Un traje que tenía que costar lo suyo.

LINDA: ¿De diseño?

YO: Sí.

LINDA: ¿Corbata?

YO: No. Sin corbata.

LINDA: Un ángel informal.

YO: Sí. Informal y elegante.

LINDA: ¿Y os disteis cuenta enseguida de que no era humano?

YO: Oh, sí.

LINDA: ¿Cómo?

YO: Estaba... como borroso. Como si no estuviera «sintonizado» como es debido. Y se pudiera ver a través de él. No es que le vieras el hígado o algo parecido. Pero era como si pudieras ver los edificios del otro lado de su cuerpo. Oh, sí... Y además estaba en el aire, por encima del suelo de la azotea.

LINDA: ¿A qué altura?

YO: A mucha, tía. Cuando lo vi por primera vez, dije algo así como: «Ese tío mide cinco metros.» Pero cuando le miré los pies, me di cuenta de que estaba a un metro del suelo.

LINDA: ¿O sea que medía unos cuatro metros?

YO: Pues a dos metros del suelo, entonces.

LINDA: Así que medía unos tres metros.

YO: Unos tres metros. Algo así.

LINDA: Entonces los pies los tenía más arriba que vuestras cabezas.

YO:
(Empezando a encabronarme con su manía de los metros, pero intentando que no se me notara.)
Eso para empezar. Pero luego pareció darse cuenta de que se había pasado, y, bueno, ya sabes, bajó un poco. Me dio la impresión de que llevaba sin mantenerse en el aire algún tiempo. Lo tenía un poco olvidado.

(Me lo iba inventando a medida que hablaba. Bueno, ya sé que ya saben que me lo estaba inventando. Pero si se tiene en cuenta que había llamado al periódico sin pensarme bien la historia, no lo estaba haciendo nada mal. A ella parecía que le gustaba, al menos.)

LINDA: Asombroso.

YO: Sí. Asombroso.

LINDA: Y ¿qué os dijo?

YO: Dijo: «No saltéis.» Pero lo dijo con mucha paz. Con mucha calma. Tenía como esa sabiduría interior. Te dabas perfecta cuenta de que era un mensajero de Dios.

LINDA: ¿Lo dijo él mismo?

YO: No con tantas palabras. Pero lo veías enseguida.

LINDA: Por la sabiduría interior.

YO: Sí. Tenía esa especie de aire a su alrededor, como si hubiera visto a Dios en persona. Era genial.

LINDA: ¿Eso fue lo único que dijo?

YO: Dijo algo así como: «Vuestra hora aún no ha llegado. Bajad y transmitid a la gente este mensaje de consuelo y alegría. Y decidle que la guerra es estúpida.» Que es exactamente lo que yo pienso.

(Esto último de la guerra —«que es exactamente lo que yo pienso»— no lo dije en la entrevista. Les estoy dando a ustedes información extra, para que se hagan una mejor idea de la clase de persona que soy.)

LINDA: ¿Y queréis difundir ese mensaje?

YO: Sí. Por supuesto. Es una de las razones por la que queríamos esta entrevista. Y si alguno de los lectores de tu periódico es un líder mundial o un general o un terrorista o lo que sea, debería saber que Dios no está nada contento en este momento. Está de bastante mala leche sobre este particular.

LINDA: Estoy segura de que a nuestros lectores les hará reflexionar lo que dices. ¿Y los cuatro lo visteis?

YO: Sí, claro. No podías no verle.

LINDA: ¿También lo vio Martin Sharp?

YO: Sí, claro. Por supuesto. Lo vio..., lo vio más que cualquiera de nosotros.

(No tenía ni idea de qué quería decir con aquello, pero me di cuenta de que era superimportante que Martin estuviera bien en el ajo.)

LINDA: ¿Y ahora qué?

YO: Bueno. Tenemos que pensar lo que vamos a hacer.

LINDA: Por supuesto. ¿Pensáis hablar con algún otro periódico?

YO: Oh, sí. Por supuesto que sí.

Me gustó mucho eso. Al final le hice subir hasta cinco mil libras. Pero tuve que prometerle que podría hablar con todos los demás.

JJ

Al principio no parecía que fuera a ser demasiado difícil. De acuerdo, ninguno de nosotros estaba entusiasmado con que Jess nos hubiera metido en todo aquello del ángel, pero no parecía que mereciera la pena bajarse del carro. Apretaríamos los dientes, diríamos que habíamos visto un ángel, cogeríamos el dinero y trataríamos de olvidar lo sucedido. Pero al día siguiente estás sentado delante de un periodista, y, con la cara toda seria, dices que sí, que el jodido ángel se parecía a Matt Damon, y la lealtad te parece la más estúpida de todas las virtudes. Cuando se supone que has visto un ángel, la cosa no se reduce a cumplir el expediente. No puedes decir simplemente: «Sí, bla, bla, el ángel, etcétera.» Ver un ángel es algo extraordinario, así que tienes que actuar como si estuvieras tratando algo de verdadero peso, con excitación y reverencia boquiabierta, y se te hace muy difícil mostrar reverencia boquiabierta cuando tienes apretados los dientes. Maureen era quizá la persona que podía resultar más convincente, porque creía en ese tipo de cosas (más o menos). Pero precisamente porque creía en ese tipo de cosas, era la que más difícil lo tenía a la hora de mentir.

—Maureen —dijo Jess despacio, con paciencia, como si Maureen estuviera siendo sencillamente tonta, en lugar de estar temiendo por su alma inmortal—. Estamos hablando de
cinco mil libras
.

El periódico arregló las cosas para que una persona de la residencia cuidara a Matty en su casa, y nos entrevistamos con Linda en la cafetería donde habíamos desayunado la mañana de Año Nuevo. Nos sacaron fotos —la mayoría, de grupo—, y luego, afuera, un par más, en las que se nos veía apuntando al cielo con las mandíbulas desencajadas por el asombro. Al final éstas no las sacaron, seguramente porque uno o dos de nosotros exageramos un poco, y uno no puso cara ni de sorpresa. Y luego, después de las fotografías, Linda nos hizo las preguntas.

Iba detrás de Martin —Martin era el trofeo—. Si podía conseguir que Martin Sharp dijera que un ángel había impedido que se quitara la vida (es decir, si conseguía que Martin Sharp dijera: «SOY UN CHALADO DIAGNOSTICADO»), tenía garantizada la primera plana. Martin lo sabía, así que su actuación fue heroica (o tan cercana al heroísmo como se pueda imaginar en un pobre anfitrión de programas de entrevistas que en su vida ha hecho nada remotamente parecido a un acto heroico). Martin diciéndole a Linda que había visto un ángel me recordó al Sidney Cartón de
Historia de dos ciudades
, que va hacia la guillotina para que su amigo pueda vivir: Martin tenía la expresión de un hombre que está a punto de que le corten la cabeza por un alto ideal. Pero el tal Sidney había descubierto su nobleza interna, así que seguramente tenía un aire noble, mientras que Martin tenía un cabreo de mil demonios.

La que lo contó todo fue Jess, pero Linda se cansó de ella y empezó a preguntarle cosas a Martin directamente.

—Así que cuando esa figura se quedó suspendida en el aire. ¿Suspendida en el aire? ¿Está bien descrito?

—Suspendido en el aire —confirmó Jess—. Como te dije, al principio se quedó muy alto, porque le faltaba práctica, pero luego encontró la altura justa.

Martin hizo un gesto doliente, como si la negativa del ángel a poner los pies en el suelo le hiciera las cosas aún más embarazosas.

—Así que cuando tuvo al ángel flotando delante de usted, ¿qué pensó, Martin?

—¿Qué pensé? —repitió Martin.

—No pensamos mucho, ¿verdad? —dijo Jess—. Estábamos demasiado pasmados.

—Eso es cierto —dijo Martin.

—Pero seguro que pensó algo —dijo Linda—. Aunque sólo fuera: «Joder, ojalá pudiera llevarlo a
Buenos días con Penny y Martin.»
—Soltó unas risitas de aliento.

—Bueno —dijo Martin—. Llevo sin presentar el programa algún tiempo, ¿recuerda? Habría sido una pérdida de tiempo preguntárselo.

—Ahora tiene ese programa por cable.

—Sí.

—Pues podría haber ido de invitado. —Volvió a reír como para infundirle ánimos.

—Nos dedicamos sobre todo al mundo del espectáculo. Humoristas de monólogos, estrellas de telenovelas... Algún que otro deportista.

—¿Quiere decir que no lo habría llevado a su programa? —Cuando había empezado una línea de preguntas, Linda era muy reacia a abandonarla.

—No lo sé.

—¿No lo sabe? —dijo, bruscamente—. Bueno, su programa no es el de David Letterman, ¿no es cierto? La gente no es que se arremoline a su alrededor para que les invite.

—Nos va muy bien.

No pude evitar la sensación de que Linda se estaba apartando del meollo de la historia. Un ángel —posiblemente un emisario del Mismísimo Señor, quién sabe...— había visitado un edificio de apartamentos de Archway para impedir que nos matáramos, y lo que ella quería saber era por qué Martin no le había invitado a su programa de la tele. No sé, tío. Lo más lógico es que se lo hubiera preguntado hacia el final de la entrevista.

—Habría sido la primera persona de su programa de la que hubiéramos oído hablar, de todas formas.

—Usted ya había oído hablar de él, ¿no? —dijo Martin—. De ese ángel en particular. Del que se parecía a Matt Damon.

—He oído hablar de
ángeles
—dijo Linda.

—Bien, y seguro que ha oído hablar de
actrices
—dijo Martin—. También hemos llevado a actrices al programa.

—¿Adonde nos lleva todo esto? —dije yo—. ¿Es que de verdad quiere escribir un artículo sobre por qué el Ángel Matt no estuvo en el programa de Martin?

—¿Así es como le llama? —dijo ella—. ¿El Ángel Matt?

—Normalmente le llamamos «el Ángel» —dijo Jess—. Pero...

—¿Te importaría si Martin contestara a un par de preguntas?

—Ya le has hecho un montón —dijo Jess—. Maureen aún no ha dicho ni una palabra. Y JJ no ha hablado casi nada.

—Martin es el único del que la mayoría de la gente ha oído hablar —dijo Linda—. Dígame, Martin, ¿es así como lo llama?

—Sólo «el Ángel» —dijo Martin. Parecía más feliz la noche en que trató de matarse.

—¿Le importaría ratificarme algo? —dijo Linda—. Usted lo vio, Martin, ¿no es cierto?

Martin se movió en la silla. Se veía claramente que buscaba y buscaba en el interior de su cabeza, para cerciorarse de que no había ninguna vía de escape que hubiera pasado por alto.

—Oh, sí —dijo Martin—. Lo vi, sí. Era... Era imponente.

Y, con eso, al fin se había metido en la jaula que Linda le había abierto. Ahora todo el público lector se sentiría autorizado para meterse con él y llamarle barbaridades, y él no tenía que hacer más que quedarse allí sentado y encajarlas, como en una feria de monstruos.

Pero también nosotros éramos monstruos. Cuando los amigos y la familia y los ex amantes abrieran los periódicos a la mañana siguiente, llegarían a una de las dos únicas conclusiones posibles: 1) habíamos rizado el rizo, o 2) éramos virtuosos del chanchullo. Muy bien, de acuerdo: en sentido estricto, había una tercera conclusión: estábamos diciendo la verdad. Habíamos visto un ángel que se parecía a Matt Damon, que por razones que sólo él conocía nos dijo que nos bajáramos de la azotea. Pero tengo que decir que no conozco a nadie que se crea eso. Quizá mi tía abuela Ida, que vive en Alabama y manipula serpientes los domingos por la mañana en su iglesia, pero, claro, también está como una cabra.

Y no sé, tío, a mí todo esto me estaba pareciendo un largo regreso a aquella tierra. Si tuvieras que dibujar un mapa, dirías que las hipotecas y las relaciones y los trabajos y demás, todo lo que constituye una vida normal y corriente, estaban en sitios como Nueva Orleans, y que salir ahora con todas estas gilipolleces era como situarnos en un sitio más al norte que Alaska. ¿Quién va a darle un empleo a un tipo que ve ángeles? Y ¿quién va a darle un empleo a un tipo que dice que ve ángeles porque si lo dice puede sacarse unos dólares? No, estábamos acabados como gente seria. Habíamos vendido nuestra seriedad por mil doscientas cincuenta libras inglesas, y me daba la impresión de que aquel dinero iba a tener que durarnos toda la vida, a menos que viéramos a Dios, o a Elvis, o a Lady Di. Y esa vez tendríamos que verlos de verdad, y sacarles fotos.

Hace poco más de dos años el mánager de REM vino a ver actuar a Big Yellow, y nos preguntó si estábamos interesados en que su compañía nos representase, y le dijimos que estábamos contentos con lo que teníamos. ¡REM! ¡Hace veintiséis meses! Estábamos sentados en aquella oficina elegante, y el tipo trataba de convencernos. Y ahora yo estaba sentado con gente como Maureen y Jess, participando en un patético intento de sacarle unos cuantos dólares a alguien que se moría por dárnoslos, siempre que estuviéramos dispuestos a ponernos en el más absoluto de los ridículos. Una cosa que los dos últimos años me habían enseñado era que no hay nada que no puedas joder si te empeñas lo bastante.

Mi único consuelo era no tener ni amigos ni familia en este país; nadie sabía quién era yo —salvo, quizá, un puñado de fans del grupo, y quiero pensar que no son del tipo de lectores del periódico de Linda—. Algunos de los repartidores de pizza del sitio donde trabajaba quizá vieran un ejemplar dejado en alguna parte, pero seguro que se imaginaban lo de la pasta, y mi desesperación, y que no les importaba nada la humillación por la que he pasado.

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