Authors: Nick Hornby
—¡Eh, Sharpy!
Martin les sonrió amablemente.
—La gente debe de estarle diciendo eso continuamente —dijo uno de ellos.
—¿Qué?
—Ya sabes. «Eh, Sharpy»
[12]
y demás.
—Pues sí —dijo Martin—. No paran de llamármelo.
—Mala suerte. De toda la gente de la tele, vas y acabas con fama de un hijo puta.
Martin le dedicó un alegre, resignado encogimiento de hombros, y se volvió hacia mí.
—¿Estás bien?
Me miró.
—Así es la vida —dijo, dándole a este viejo cliché una profundidad nueva.
Maureen, mientras tanto, estaba completamente aterrorizada. Cada vez que alguien reía, o maldecía, o rompía algo, daba un brinco. Miraba fijamente a los presentes como si estuviera viendo las fotografías de Diane Arbus en una pantalla Imax de veinte metros de ancho.
—¿Quiere beber algo?
—¿Dónde está Jess?
—Buscando a Chas.
—Y luego, ¿nos podremos ir?
—Claro.
—Estupendo. No me estoy divirtiendo.
—Yo tampoco.
—¿Dónde cree que iremos después?
—No lo sé.
—Pero iremos juntos, ¿verdad?
—Supongo que sí. Ése era el trato, ¿no? Hasta que encontremos a ese tipo.
—Espero que no le encontremos —dijo Maureen—. Al menos durante un rato. Me tomaría un jerez, por favor, si es que puede conseguírmelo.
—¿Sabe qué? No creo que en este sitio vaya a haber mucho jerez. Estos tipos no tienen mucha pinta de ser amantes del jerez.
—¿Y vino blanco? ¿Cree que tendrán vino blanco?
Encontré un par de copas de cartón, y una botella de vino blanco en la que aún quedaba un poco.
—Salud.
—Salud.
—Cada Nochevieja lo mismo, ¿eh?
—¿A qué se refiere?
—Ya sabe. Vino blanco templado, una fiesta aburrida y llena de imbéciles. Me prometí a mí mismo que este año sería diferente.
—¿Dónde estaba el año pasado a esta hora?
—En una fiesta, en casa. Con Lizzie, mi ex.
—¿Estuvo bien?
—Sí, estuvo bien. ¿Y usted?
—En casa. Con Matty.
—Ya. ¿Y el año pasado ya pensó...?
—Sí —dijo Maureen rápidamente—. Oh, sí.
—Ya.
Y ya no supe cómo seguir, así que seguimos bebiéndonos el vino blanco y mirando a aquellos imbéciles.
MAUREEN
No puede ser higiénico, vivir en un sitio sin habitaciones. Hasta la gente que vive de alquiler en cuartos amueblados normalmente puede utilizar un cuarto de baño como es debido, con puertas y paredes y una ventana. Este sitio, el piso donde se estaba celebrando la fiesta, ni siquiera tenía eso. Era como un retrete de estación de tren, sólo que ni siquiera había una separación para el de caballeros. No había más que un simple murete que separaba la bañera y el inodoro de lo demás, así que aunque tenía ganas de ir, no pude; cualquiera podía rodear el murete y ver lo que estaba haciendo. Y no necesito explicar con detalle lo malsano que es todo esto. Madre solía decir que un mal olor no es más que el gas de los gérmenes; bien, pues, sea quien fuera, el propietario de aquel piso debía de tener gérmenes por todas partes. Aquel cuarto de baño no lo podía utilizar cualquiera. Cuando fui a buscarlo, y entré, había una persona arrodillada en el suelo y oliendo la tapa. No tengo la menor idea de por qué a alguien podía apetecerle oler la tapa del retrete (¡mientras otra persona miraba! ¿Se lo imaginan?). Pero supongo que la gente tiene montones de perversiones distintas. Era más o menos lo que me esperaba cuando llegué a aquella fiesta y oí el ruido y vi el tipo de gente que había; si alguien me hubiera preguntado lo que pensaba que aquella gente hacía en el cuarto de baño, quizá le habría respondido que oler la tapa del váter.
Cuando volví, Jess estaba allí de pie, llorando a moco tendido, y la gente de la fiesta se había apartado un poco de todos nosotros. Un chico le había dicho que Chas había estado y se había marchado con alguien, alguien que había conocido en la fiesta, una chica. Jess quería que todos nosotros fuéramos a la casa de esa chica, y JJ intentó convencerla de que no era una buena idea.
—No pasa nada —dijo Jess—. La conozco. Seguro que ha habido un malentendido. Seguramente ella no sabía que Chas y yo estamos juntos.
—¿Y si lo sabía? —dijo JJ.
—Bien —dijo Jess—, en ese caso no podría dejarlo así.
—¿A qué te refieres?
—No la mataría. No estoy tan loca. Pero tendría que hacerle algo. Rajarla un poco o algo parecido.
Cuando Frank rompió nuestro compromiso pensé que nunca lo superaría. Él me daba casi tanta pena como yo, porque no se lo puse fácil. Estábamos en el Ambler Arms (ya no se llama así), en un rincón, junto a la máquina de las frutas. Y el dueño vino hasta nuestra mesa y le dijo a Frank que me llevara a casa, porque nadie se atrevería a echar dinero en la máquina tragaperras mientras yo siguiera chillando y berreando y llorando como una magdalena, y la máquina de las frutas solía darles bastante dinero en las noches tranquilas como aquélla.
Aquella vez por poco me quito la vida (pensé seriamente hacerlo). Pero me dije que lo superaría, me dije que las cosas mejorarían. ¡Imaginen la de problemas que me habría ahorrado si lo hubiera hecho entonces! Habríamos muerto los dos, yo y Matty, pero, como es lógico, yo entonces no sabía...
No presté ninguna atención a las tonterías que decía Jess sobre rajar a no sé quién. Cuando Frank y yo rompimos empecé a decir verdaderas tonterías. Le contaba a la gente que Frank había tenido que irse a vivir a otro sitio, que estaba enfermo de la cabeza, que estaba borracho y que me había pegado. Nada de eso era cierto. Frank era un hombre cariñoso cuyo crimen fue no amarme lo bastante, y como éste no era un crimen lo suficientemente horrible tuve que inventarme otros más graves.
—¿Estabais prometidos? —le pregunté a Jess, y en cuanto lo hice deseé no haberlo hecho.
—¿Prometidos? —dijo Jess—. ¿Prometidos? ¿Qué es eso? ¿El puto
Orgullo y prejuicio
o algo semejante? «Oh, señor Cascarrabias Darcy, ¿puedo hacerle promesa de matrimonio?» «Oh, señorita Estirada, estaré encantado, cómo no.» —Estas dos últimas frases las dijo fingiendo voces remilgadas (aunque seguramente ustedes ya lo han adivinado).
—La gente sigue prometiéndose —dijo Martin—. No es una pregunta tonta.
—¿Qué gente se promete aún?
—Yo —dije. Pero lo dije en voz muy baja, porque Jess me daba miedo, y me lo hizo repetir.
—¿Tú? ¿De veras? Muy bien, pero ¿qué gente
viva
se promete hoy día? No estoy interesada en gente salida del Arca. No estoy interesada en gente que lleva esos..., esos zapatos y gabardinas y qué sé yo...
Quería preguntarle qué pensaba ella que debía llevarse en lugar de zapatos, pero estaba aprendiendo la lección.
—En fin, ¿con quién coño te prometiste?
No quería nada de esto. No me parecía justo que fuera esto lo que sucedía cuando intentabas ayudar a alguien.
—¿Te lo follaste? Apuesto a que sí. ¿Cómo le gustaba hacerlo? ¿Contigo a cuatro patas? ¿Para no tener que verte?
Entonces Martin la agarró de la mano y la sacó a la calle.
JESS
Cuando Martin me sacó a rastras a la calle hice eso que se hace cuando decides convertirte en otra persona. Era algo que yo podía hacer siempre que se me antojaba. ¿No lo hace todo el mundo, cuando sienten que están perdiendo los papeles? Ya saben, decirte a ti mismo: Está bien, soy una persona amante de los libros, y vas y sacas unos cuantos libros de la biblioteca y los paseas por ahí durante un tiempo. O: Está bien, soy una drogadicta, y fumo montones de yerba. Lo que sea. Y eso te hace sentirte diferente. Si coges prestada la ropa de otra persona, o los temas que le interesan, o sus palabras —lo que dicen—, entonces puedes darte un respiro de ti misma, en mi opinión.
Era hora de sentirme diferente. No sé por qué le dije lo que le dije a Maureen; no sé por qué digo la mitad de las cosas que digo. Sabía que me había pasado de la raya, pero no pude parar. Me enfado, y cuando la cosa empieza es como si estuviera enferma. Digo pestes y pestes de alguien, y no puedo parar hasta que estoy vacía. Me alegro de que Martin me sacara a la calle. Necesitaba parar. Necesito un montón parar. Así que me dije a mí misma que desde aquel momento iba a ser como más persona de los viejos tiempos, o algo parecido. Me juré no jurar, ja ja, o escupir. Me juré no preguntar a indefensas ancianitas —que por supuesto siguen siendo más o menos vírgenes— si follaban a lo perrito.
Martin se puso como una fiera conmigo, me dijo que era una cabrona, y una idiota, y me preguntó que qué diablos me había hecho la pobre Maureen. Y yo le digo: Sí, señor, y No, señor, y Lo siento mucho, señor, y miro al suelo, no a él, para hacerle saber que realmente lo siento. Y entonces le hago una reverencia (me parecía un toque bonito). Y él dice: ¿Qué cojones haces? ¿Qué es eso de «Sí, señor», «No, señor»? Le digo que voy a dejar de ser yo, y que nadie va a volver a ver mi viejo yo, y él, ante eso, no sabe qué decir. No quería que se hartaran de mí. La gente se harta de mí, me he dado cuenta. Chas se hartó de mí, por ejemplo. Y yo necesito de veras que no vuelva a sucederme, porque acabaré quedándome sola. Creo que con Chas todo fue demasiado; me dio demasiado fuerte y demasiado rápido, y Chas se asustó. Como lo que nos pasó en la Tate Modern. Fue un rotundo error. Porque las vibraciones allí dentro... Bueno, algunas obras eran muy raras e intensas y demás, pero el que algunas cosas fueran raras e intensas no tenía forzosamente que hacer que yo me pusiera toda rara e intensa. Fue una forma de actuar inapropiada, como diría Jen. Debería haber esperado hasta terminar de mirar las pinturas e instalaciones y estar ya en la calle para despotricar contra una de ellas.
Creo que Jen también se hartó de mí.
Y lo del cine. Cuando lo recuerdo pienso que puede que fuera el acabose. También fue una forma de actuar inapropiada. O puede que la forma de actuar no lo fuera, porque era una conversación que tenían que tener tarde o temprano, pero el sitio (el Holloway Odeon) no era el más adecuado, y tampoco el momento (más o menos a mitad de la película), y tampoco el volumen (muy alto). Una de las cosas que me dijo Chas aquella noche es que no tenía la madurez suficiente para ser madre, y ahora comprendo que al ponerme a gritar como una energúmena para rebatírselo a mitad de la peli
Moulin Rouge
no hacía más que probar que lo que él decía era cierto.
En fin. Martin se puso como una fiera conmigo al principio, y luego fue como si se encogiera, como un globo pinchado. ¿Qué pasa, señor?, le dije, pero él no hizo más que sacudir la cabeza, y comprendí lo que le pasaba. Lo que comprendí fue que era ya muy entrada la madrugada y que él estaba en la calle, de pie, fuera de una fiesta llena de gente a la que no conocía, gritándole a una chica que tampoco conocía, un par de horas después de haber estado sentado en el borde de una azotea pensando en tirarse. Oh, Dios, y su mujer y sus hijas lo odiaban. En cualquier otra situación habría dicho que aquel hombre, de repente, había perdido las ganas de vivir. Me acerqué a él y le puse la mano en el hombro, y él me miró como si yo fuera una persona y no un engorro irritante, y casi tuvimos un Momento increíble —no un momento romántico del tipo Ross y Rachel o algo parecido, sino un Momento de Entendimiento Compartido—. Pero nos interrumpieron, y el Momento pasó.
JJ
Quiero hablarles de mi antiguo grupo («antiguo» porque supongo que he empezado a pensar en esta gente como mi grupo nuevo). Éramos cuatro, y nos llamábamos Big Yellow. Al principio nos llamábamos Big Pink, como tributo al álbum de The Band, pero todo el mundo pensó que éramos un grupo gay, así que cambiamos de color. Yo y Eddie empezamos el grupo en el instituto, y escribíamos las canciones juntos, y éramos como hermanos, y seguimos siéndolo hasta el día en que dejamos de serlo. Y Billy era el batería, y Jess el bajo, y... Mierda, a ustedes les importa un pimiento, ¿no? Lo único que necesitan saber es lo siguiente: que teníamos algo que nadie había tenido nunca. Quizá algunos grupos lo tuvieron, en generaciones anteriores —los Stones, los Clash, los Who—. Pero nadie que yo hubiera visto en vivo. Me gustaría que hubieran venido a alguno de nuestros conciertos, porque entonces sabrían que no estoy exagerando, pero tendrán que creer en mi palabra: en nuestras noches buenas nos comíamos el escenario y poníamos a la gente en pie. A mí me siguen gustando nuestros álbumes, pero lo que recuerda la gente son los conciertos; algunos grupos salen y tocan sus canciones un poco más fuerte y más rápido, pero nosotros encontramos la forma de hacer algo más: solíamos acelerarlas y ralentizarlas, y tocar canciones de otros que nos encantaban, y que sabíamos que le encantaban a la gente que venía a escucharnos, y nuestros conciertos
significaban
algo para ella, como ya no significan para nadie. Cuando Big Yellow tocaba en vivo era como una especie de oficio de Pentecostés; en lugar de aplausos y silbidos y pitidos, había lágrimas y rechinar de dientes y hablar en lenguas desconocidas. Salvábamos almas. Si amabas el rock and roll, todo el rock and roll, desde..., no sé, Elvis hasta los White Stripes, pasando por James Brown, te habrían entrado ganas de dejar tu trabajo y venirte a vivir dentro de nuestros amplificadores hasta que se te cayeran las orejas. Aquellos conciertos eran mi razón de vivir, y ahora sé que ésta no es una figura retórica.
Querría estar engañándome a mí mismo. De verdad. Me ayudaría. Pero solíamos colgar esos tablones de anuncios en nuestra página web, y yo los leía de vez en cuando, y puedo asegurar que la gente sentía lo mismo que nosotros; y miraba los tablones de otros grupos, y no tenían el mismo tipo de fans. Quiero decir que todos los grupos tienen fans que adoran lo que hacen (si no, no serían fans, ¿no?). Pero, al leer los tableros de otros grupos, veía claramente que nuestros fans salían de nuestros conciertos sintiendo algo especial. Nosotros podíamos sentirlo, y ellos podían sentirlo. El problema es que no eran demasiados, supongo. Qué le vamos a hacer.
Maureen se sintió mareada después de las barbaridades que le había dicho Jess, y no me extraña en absoluto. Santo Dios. Yo también habría tenido que sentarme si Jess la hubiera tomado conmigo, por mucho que tenga la piel curtida. Llevé a Maureen a una especie de pequeña terraza del ático que parecía que no recibía la luz del sol a ninguna hora del día o del año, pero que al menos tenía una mesita y unos bancos y una barbacoa. Este tipo de pequeñas parrillas se ven por toda Inglaterra, ¿me equivoco? Para mí han llegado a representar el triunfo de la esperanza sobre las circunstancias, en vista de que lo único que la gente puede hacer en este país es contemplarlas desde la ventana a través de la lluvia. Había un par de personas sentadas en la mesa, pero cuando vieron que Maureen no estaba bien se levantaron y volvieron adentro, y nos sentamos. Le ofrecí traerle un vaso de agua, pero me dijo que no quería nada, así que nos quedamos allí sentados un rato. Y entonces oímos aquel ruido silbante, que venía de las sombras de al lado de la parrilla, al otro extremo, y al final vimos que había un tipo en la oscuridad. Era joven, de pelo largo con un bigote ridículo, y estaba agachado, tratando de llamar nuestra atención.