En picado (5 page)

Read En picado Online

Authors: Nick Hornby

Sea como sea, daba la sensación de que podía pasar algo, algo interesante, y por eso no podía entender por qué diablos estábamos allí sentados comiendo porciones de pizza. Así que digo: Quizá deberíamos hablar. Y Martin dice: ¿Para qué, para compartir nuestras penas?, e hizo una mueca, como si yo hubiera dicho una estupidez, así que le llamé gilipollas, y entonces Maureen dio un chasquido con la lengua y me preguntó si decía esas cosas en casa (claro que las digo), así que la llamé vagabunda, y Martin me llamó chiquilla estúpida y mala, así que le escupí (no debería haberlo hecho, y debo decir, de pasada, que actualmente ni se me ocurre hacer nada parecido), entonces él hizo como si fuera a estrangularme, y JJ dio un brinco y se puso en medio de los dos, lo cual le vino al pelo a Martin, porque no creo que hubiera llegado a pegarme, mientras que yo no hubiera dudado un segundo en arrearle y morderle y arañarle. Y después de aquel pequeño revuelo nos sentamos y estuvimos bufando y resoplando y odiándonos el uno al otro durante un rato.

Y luego, cuando ya estábamos calmándonos, JJ dijo algo como: No veo qué daño puede hacernos compartir nuestras experiencias, aunque de forma mucho más norteamericana. Y Martin dice: Bien, ¿y a quién pueden interesarle tus experiencias? Tus experiencias son repartir pizzas. Y JJ dice: Bueno, pues las tuyas, entonces, no las mías. Pero era demasiado tarde, porque por lo que dijo sobre compartir nuestras experiencias ya no me cupo ninguna duda de que estaba allí arriba por las mismas razones que nosotros. Así que digo: Has subido para tirarte a la calle, ¿me equivoco? Y él no dice nada, y Martin y Maureen se quedan mirándole. Y Martin va y dice: ¿Ibas a saltar al vacío con las pizzas? Porque alguien las habrá pedido. Aunque Martin estaba bromeando, fue como si hubiera hecho mella en el orgullo profesional de JJ, porque nos dijo que sólo estaba echando un vistazo, y que tenía intención de bajar a entregarlas y luego subir de nuevo. Y yo digo: Bien, pues nos las hemos comido. Y Martin dice: Joder, no pareces del tipo de gente que se tira desde una azotea. Y JJ dice: Si vosotros sois del tipo de gente que se tira desde una azotea, entonces no puedo decir que lo siento. Había, como puede verse, una especie de... mal rollo en el ambiente.

Así que lo intenté otra vez. Oh, venga, hablemos, digo. No hay por qué compartir las penas. Sólo..., ya sabéis, cómo nos llamamos y por qué estamos aquí arriba y demás. Porque puede ser interesante. Podríamos aprender algo. Podríamos ver una salida o algo parecido. Y tengo que admitir que tenía una especie de plan. Mi plan era que me ayudaran a encontrar a Chas, y Chas y yo volveríamos a estar juntos, y me sentiría mucho mejor.

Pero me hicieron esperar, porque querían que Maureen fuera la primera en hablar.

MAUREEN

Creo que me eligieron a mí porque hasta entonces no había dicho ni media palabra, y porque aún no le caía mal a nadie. Y también, quizá, porque era más misteriosa que los demás. A Martin todo el mundo parecía conocerle por los periódicos. Y Jess, Dios la bendiga... Sólo la conocíamos desde hacía media hora, pero enseguida veías que era una chica con problemas. Mi impresión de JJ, sin saber nada de él, era que podía perfectamente ser gay, porque llevaba el pelo largo y hablaba americano. Muchos americanos son gays, ¿no es cierto? Ya sé que no han inventado lo de ser gay, porque se dice que fueron los griegos. Pero han ayudado a volverlo a poner de moda. Ser gay era un poco como las Olimpiadas: desapareció en la Antigüedad, y lo han vuelto a poner en circulación en el siglo XX. De todas formas, yo no sabía nada de gays, así que supuse que eran todos infelices y que todos querían matarse. Pero yo... Nadie puede decir nada de mí con sólo mirarme, así que creo que se sentían intrigados.

No me importaba hablar, porque sabía que no necesitaba decir mucho. Ninguna de aquellas tres personas hubiera querido mi vida. Dudo que puedan entender siquiera cómo he podido soportarla durante tanto tiempo. Siempre es lo del retrete lo que le da asco a la gente. Cuando he tenido que quejarme en la vida —cuando necesitaba otra receta de antidepresivos, por ejemplo—, siempre he mencionado lo del retrete, la limpieza que hay que hacer casi todos los días. Es curioso, porque es la parte a la que me he acostumbrado perfectamente. No puedo hacerme a la idea de que mi vida se haya acabado, no tenga sentido, sea demasiado dura, no haya en ella lugar para el color o la esperanza; pero el pasar la fregona ya no me molesta realmente. Y sin embargo es lo que hace que el médico coja enseguida el bolígrafo.

—Oh, claro —dijo Jess cuando terminé—. No hay ni que dudarlo. No se tire atrás. Lo lamentaría.

—Alguna gente lo sobrelleva —dijo Martin.

—¿Quién? —dijo Jess.

—Tuvimos a una mujer en el programa cuyo marido estuvo veinticinco años en coma.

—¿Y ésa fue su recompensa? ¿Salir en tu programa de la tele?

—No. Sólo lo estoy diciendo.

—¿Qué es lo que estás diciendo?

—Estoy diciendo que puede hacerse.

—Pero no estás diciendo por qué, ¿o sí?

—Puede que lo amara.

Hablaban rápidamente, Martin y Jess y JJ. Como la gente en las telenovelas: pan, pan, pan. Como gente que sabe qué decir. Yo jamás podría haber hablado tan rápido; y menos entonces. Me hizo darme cuenta de que apenas había hablado en veinte años. Y de que la persona a la que le hablaba casi siempre no podía contestarme.

—¿Qué es lo que podía amar en este caso? —estaba diciendo Jess—. Su marido era un vegetal. Ni siquiera un vegetal despierto. Un vegetal en coma.

—No sería un vegetal si no estuviera en coma, ¿no? —dijo Martin.

—Quiero a mi hijo —dije. No quería que pensaran que no lo quería.

—Sí —dijo Martin—. Por supuesto que lo quiere. No hemos querido insinuar lo contrario.

—¿Quiere que lo matemos? —dijo Jess—. Puedo ir a esa residencia esta noche, si quiere. Antes de matarme yo. No me importaría. Me traería sin cuidado. No es que el pobre tenga muchos motivos para vivir, ¿no? Si pudiera hablar, probablemente me lo agradecería, la criatura.

Los ojos se me llenaron de lágrimas, y JJ lo notó.

—¿Pero qué cojones...? ¿Es que eres idiota? —le dijo a Jess—. Mira lo que has hecho.

—Lo... siento —dijo Jess—. Era sólo una idea.

Pero no era por eso por lo que yo estaba llorando. Estaba llorando porque lo único que yo deseaba en este mundo, la única cosa capaz de hacer que yo quisiera seguir viviendo, sería que muriera Matty. Y el saber por qué estaba llorando me hizo llorar aún más.

MARTIN

Todo el maldito mundo lo sabía todo sobre mí, así que no veía por qué tenía que prestarme a ese pasatiempo, y eso es lo que les dije.

—Oh, venga, tío —dijo JJ, con su irritante manera de hablar norteamericana. Los yanquis, me da la impresión, no tardan mucho en irritarte. Sé que son nuestros amigos y esto y lo otro, y que allí en su tierra respetan el éxito, al contrario que los ingratos nativos de este jodido y beligerante país de mierda, pero todo ese «tío por aquí, tío por allá» y ese «estar en la onda» me pone de los nervios. O sea, tendrían que haberle visto. Habrían pensado que estaba en aquella azotea para promocionar su última película. Jamás se te ocurriría pensar que había andado de un lado a otro de Archway repartiendo pizzas.

—Queremos oír tu versión del asunto —dijo Jess.

—No hay ninguna «versión mía». Fui un completo idiota y estoy pagando por ello.

—¿No quieres defenderte, entonces? Porque aquí estás entre amigos —dijo JJ.

—Me acaba de escupir —le recordé, señalando a Jess—. ¿Qué clase de amiga es ésa?

—Oh, no seas infantil —dijo Jess—. Mis amigos siempre me están escupiendo. Nunca me lo tomo personalmente.

—Quizá deberías hacerlo. Quizá es como tus amigos querrían que te lo tomases.

Jess resopló.

—Si me lo tomara personalmente no me quedaría ningún amigo.

Dejamos que aquello quedara en el aire.

—¿Qué es lo que queréis saber, qué es lo que no sabéis todavía?

—En cualquier historia siempre hay dos «lados» —dijo Jess—. Nosotros sólo sabemos el lado malo.

—No sabía que tenía quince años —dije—. Me dijo que tenía dieciocho. Parecía tener dieciocho. —Y ya está. Ése era el lado bueno de la historia.

—Entonces, si hubiera tenido, digamos, seis meses más, tú no estarías aquí ahora.

—No, supongo que no. Porque no habría infringido la ley. No habría ido a la cárcel. No habría perdido mi empleo. Mi mujer no se habría enterado...

—Estás diciéndonos que todo fue mala suerte...

—Diría que también hay cierto grado de culpabilidad por mi parte. —Esto último, ni que decir tiene, lo dije a modo de seco eufemismo. No sabía entonces que Jess estaba en su más feliz refocilamiento en los pantanos de lo obvio.

—Porque te hayas tragado un puto diccionario
[8]
, no quiere decir que hayas hecho nada malo —dijo Jess.

—Eso es lo que «culpabilidad»...

—Porque algunos hombres casados no se habrían follado a esa chica, tuviera la edad que tuviera. Y tú tienes hijos y demás, ¿a que sí?

—Sí, por supuesto.

—Entonces la mala suerte no tiene nada que ver con esto.

—Oh, joder, por favor... ¿Por qué crees que he estado balanceando los pies en el aire en esa cornisa, eh, so tarada? La cagué. No estoy tratando de disculparme. Me siento tan mal que quiero morirme.

—Ojalá lo hagas.

—Gracias. Y gracias por haber sugerido este... ejercicio. Muy útil. Muy... curativo.

Otro polisílabo
[9]
, otra mirada asesina.

—Me interesa una cosa —dijo JJ.

—Adelante.

—¿Por qué es más fácil lanzarse al vacío que enfrentarse a lo que has hecho?

—Esto es enfrentarme a lo que he hecho.

—La gente siempre se está follando a chicas jóvenes y dejando a sus mujeres y a sus hijos. Y no se tiran de una azotea, tío.

—No. Pero, como dice Jess, quizá tendrían que hacerlo.

—¿De veras? ¿Crees que cuando alguien comete un error como éste debe morir? Guau... Eso sí que es fuerte, tío —dijo JJ.

¿Pensaba realmente eso? Quizá sí. O quizá lo había pensado antes. Como algunos de ustedes sabrán, he escrito cosas en los periódicos diciendo exactamente eso, más o menos. Fue antes de caer en desgracia, naturalmente. Había abogado por la restauración de la pena de muerte, por ejemplo. Había defendido las dimisiones y las castraciones químicas y las penas de prisión y las humillaciones públicas y los castigos de todo tipo. Y quizá había querido decir de verdad lo que dije cuando afirmé que los hombres que no podían mantener sus cosas dentro de los pantalones deberían ser... Lo cierto es que no consigo recordar cuál pensé que debía ser el adecuado castigo de mujeriegos conspicuos y adúlteros en serie. Tendré que mirar la columna en cuestión. Pero el caso es que ahora estaba llevando a la práctica lo que había predicado. No había sido capaz de mantener mi cosa en los pantalones y ahora tenía que saltar desde la azotea. Era el precio que tenías que pagar si eras un columnista que había cruzado la raya que tú mismo habías dicho que no había que cruzar.

—No cualquier tipo de error, no. Pero quizá sí éste.

—Dios —dijo JJ—. Sí que eres duro contigo mismo.

—No es sólo eso, de todas formas. Es el aspecto público. La humillación. El disfrute ante la humillación. El programa de televisión por cable que hoy sólo ven cuatro gatos. Todo. He... Me he quedado sin capacidad de movimiento. No veo salida por ninguna parte.

Se hizo un silencio meditabundo que duró unos diez segundos.

—Bien —dijo Jess—. Me toca.

JESS

Empiezo a hablar. Digo: Mi nombre es Jess y tengo dieciocho años y, veréis, estoy aquí porque tengo algunos problemas familiares que no tengo por qué contar. Y he roto con ese chico. Chas. Me debe una explicación. Porque no me ha dicho ni pío. Se ha largado, sin más. Si me diera una explicación me sentiría mejor, creo, porque me ha roto el corazón. Pero no puedo encontrarle. He estado en la fiesta de ahí abajo buscándole, y no estaba. Así que me he subido aquí.

Y Martin dice, sarcástico: ¿Vas a matarte porque Chas no haya aparecido en esa fiesta? Dios mío.

Bien, no he dicho eso en ningún momento, y se lo digo. Y él dice: De acuerdo, entonces estás aquí porque te debe una explicación. ¿Es eso?

Estaba tratando de que pareciera estúpida, y eso no era justo, porque todos podíamos hacer eso con los demás. Como, por ejemplo, decir: Oh, bua, bua, bua, ya no me dejan estar en los desayunos de la tele. Oh, bua, bua, bua, mi hijo es un vegetal y nunca hablo con nadie y tengo que limpiar sus... Vale, está bien, no se puede hacer que Maureen suene estúpida. Pero no me parecía a mí que la cosa se tratase de burlarse de nadie. Nos podíamos haber burlado todos de todos; cualquiera puede burlarse de alguien que es infeliz (si eres lo suficientemente cruel).

Así que sigo: Eso tampoco es lo que he dicho. He dicho que una explicación podía haberme convencido de no hacerlo. Para empezar, no he dicho que ella fuera la razón de que estuviera aquí arriba, ¿o sí? Verás, podemos atarte a esa alambrada, y eso te impediría hacerlo. Pero no estás aquí porque nadie te haya atado a ninguna alambrada, ¿no crees?

Eso le hace callarse. Lo cual me agrada.

JJ es más amable. Entiende que quiera encontrar a Chas, y yo voy y digo: Sí, jua. Pero enseguida me arrepiento de haberlo dicho, porque JJ estaba siendo amable y comprensivo conmigo, y «jua» es como para burlarse de alguien, ¿no? Él no hace caso de ese «jua» y me pregunta dónde está Chas y yo le digo que no tengo ni idea, que por ahí en alguna fiesta, y él dice: Bien, y ¿por qué no vas a buscarle en lugar de andar aquí jodiendo la marrana?, y yo digo: Me he quedado sin energía y sin esperanza, y en cuanto lo digo me doy cuenta de que es verdad.

No sé tú. Lo único que sé de ti es que estás leyendo esto. No sé si eres o no feliz; no sé si eres joven o no. Espero que seas joven y estés triste. Si eres viejo y feliz, imagino que quizá sonrías para ti mismo cuando me oigas decir: Me rompió el corazón; recordarás a alguien que te rompió el corazón, y pensarás para tus adentros: Oh, claro, recuerdo perfectamente cómo te sientes. Pero no puedes, viejo engreído de mierda. Quizá te recuerdes sintiéndote placenteramente triste. Quizá te recuerdes escuchando música y comiendo chocolatinas en tu habitación, o paseando a solas por Embankment, arropado por un abrigo invernal y sintiéndote solo y valiente. Pero ¿puedes recordar cómo el masticar cualquier bocado es como morderte el propio estómago? ¿Puedes recordar cómo el sabor del vino tinto te sube hacia la boca y cómo cae dentro de la taza del retrete? ¿Puedes recordarte soñando todas las noches que aún estáis juntos, que te habla tiernamente y que te toca, y cómo a la mañana siguiente, al despertar, tienes que volver a revivirlo todo una vez más? ¿Puedes recordarte grabándote sus iniciales en el brazo con un cuchillo de la cocina? ¿Puedes recordarte de pie junto al borde de un andén del metro? ¿No? Pues bien, cierra la puta boca, entonces. Métete esa sonrisa por el maldito culo fláccido.

Other books

Islam and Terrorism by Mark A Gabriel
Guardian to the Heiress by Margaret Way
DS02 Night of the Dragonstar by David Bischoff, Thomas F. Monteleone
The First Wife by Erica Spindler
Murder Most Fowl by Edith Maxwell
The Battle Sylph by L. J. McDonald
Regina Scott by An Honorable Gentleman
Straits of Power by Joe Buff