En picado (9 page)

Read En picado Online

Authors: Nick Hornby

—Disculpad —susurró, todo lo alto que parecía atreverse.

—Si quieres hablar con nosotros, acércate.

—No puedo salir de lo oscuro.

—¿Por qué?

—Hay una demente que si me ve me mata.

—Aquí sólo estamos Maureen y yo.

—Esta demente está en todas partes.

—Como Dios —dije.

Fui hasta el otro extremo de la terraza y me agaché al lado del tipo.

—¿Qué puedo hacer para ayudarte?

—¿Eres norteamericano?

—Sí.

—Hola, colega. —Si les digo que esta forma de dirigirse a mí
[13]
le parecía sumamente divertida, podrán hacerse una idea del tipo de persona de la que hablamos—. Escucha, ¿te importaría volver un momento a la fiesta y ver si la demente se ha marchado?

—¿Cómo es?

—Ya, ya sé que parece raro, siendo una chica... Pero es que es de meter miedo de verdad. Un amigo la vio entrar y me dijo que me escondiera aquí afuera hasta que se largara. Salí con ella una vez. Pero no «una vez» de «en un tiempo». No. Sólo
una
vez. Y no quise seguir porque está mal de la cabeza, y...

Era perfecto.

—Eres Chas, ¿no?

—¿Cómo lo sabes?

—Soy amigo de Jess.

Dios, me gustaría que hubieran visto la cara que puso. Se levantó de un brinco y empezó a buscar vías de escape en el muro del fondo, y en un momento dado pensé que iba a tratar de subir por él como una ardilla.

—Mierda —dijo—. Joder. Lo siento. Mierda. ¿Puedes ayudarme a saltar por encima?

—No. Quiero que vengas y hables con ella. Ha tenido..., bueno, ha tenido una noche muy accidentada, y quizá un poco de charla la ayude a calmarse.

Chas se echó a reír. Una risa hueca, desesperada, la risa de un hombre que sabía que, cuando se trataba de calmar a Jess, unos cuantos tranquilizantes para elefante serían bastante más útiles que una pequeña charla.

—¿Sabes que no he tenido nada de sexo desde la noche en que salimos?, ¿a que no lo sabías?

—No, claro que no, Chas. ¿Cómo iba a saberlo? ¿Dónde podía haberlo leído?

—He estado muerto de miedo. No puedo volver a cometer el mismo error. No podría volver a soportar que una mujer me gritase como una loca en el cine. ¿Sabes?, no me importa no volver a tener sexo en la vida. Prefiero estar como estoy. Tengo veintidós años. Quiero decir que cuando llegas a los sesenta ya no te apetece, ¿no? Así que no estamos hablando más que de cuarenta años. Menos. Puedo vivir sin sexo ese tiempo. Las mujeres están como putas cabras, tío.

—No es posible que pienses gilipolleces como ésas, tío. Sólo has tenido un ppco de mala suerte.

Lo dije porque sabía que era lo que tenía que decirle, no porque mi experiencia me hubiera enseñado que no era así. No era cierto que las mujeres fueran putas dementes, por supuesto, sólo lo eran las mujeres con las que nos habíamos acostado Chas y yo.

—Escucha. Si sales y tienes una pequeña charla con ella, ¿qué es lo peor que podría sucederte?

—Ha intentado matarme dos veces, y ha hecho que me detengan una vez. Además, me han prohibido la entrada en tres pubs, dos galerías de arte y un cine. Y he recibido una amonestación oficial de...

—Está bien, está bien. Lo que estás diciendo es que lo peor que te puede suceder es morir de una muerte violenta y dolorosa. Y yo te digo, amigo mío, que es mucho mejor morir como un hombre que esconderse debajo de una barbacoa como un ratón.

Maureen se había levantado y había venido hasta el oscuro rincón de la barbacoa.

—Yo también trataría de matarte, si fuera Jess —dijo con voz calma, tan calma que era difícil conciliar la violencia de sus palabras con la timidez de su tono.

—Aquí tienes. Estás metido en un brete, mires donde mires.

—¿Quién coño es ésta?

—Soy Maureen —dijo Maureen—. ¿Por qué vas a irte de rositas?

—¿Irme de rositas? Yo no he hecho nada.

—Me ha parecido oírte decir que tuviste relaciones sexuales con ella —dijo Maureen—. O quizá no lo hayas dicho con tantas palabras. Pero has dicho que no has tenido sexo desde entonces. Luego tengo que pensar que te acostaste con ella.

—Sí, tuvimos esa relación una vez. Pero entonces no sabía que estaba como una puta cabra.

—Y cuando descubres que la pobre chica está confusa y es vulnerable, vas y la dejas.

—Tuve que dejarla. Me estaba persiguiendo. La mitad de las veces con un cuchillo.

—¿Y por qué te perseguía?

—¿Qué es esto? ¿Qué tiene que ver con usted?

—No me gusta ver a la gente trastornada.

—¿Y yo qué? Yo también estoy trastornado. Mi vida es una ruina.

Bueno, a ver. Chas no podía saberlo, pero ésa no era una buena línea de argumentación con nosotros, los cuatro de Toppers' House. Eramos, por definición, los Reyes y Reinas de la Ruina. Chas había renunciado al sexo, pero nosotros estábamos tratando de decidir si renunciábamos a la puta vida.

—Tienes que hablar con ella —dijo Maureen.

—Vete a tomar por el culo —dijo Chas.

Y, de repente, ¡zas! Maureen le arreó un mamporro todo lo fuerte que pudo.

Podría contar la de veces que había visto cómo Eddie le arreaba a alguien en una fiesta o después de un concierto. Y seguramente él podría contar algo parecido de mí, aunque en mi memoria yo sea el Hombre de Paz, con algún que otro arrebato ocasional de violencia, y él era el Hombre de Guerra, con algún que otro momento ocasional de lucidez y calma. Maureen era una dama de edad y menuda, pero verla arrear una castaña a un tipo ponía las cosas en su sitio.

He aquí, pues, una característica de la tal Maureen: tenía muchas más agallas que yo. Había seguido en este mundo para averiguar cómo era vivir una vida que ella no había planeado para sí misma. Yo no tenía ni idea de cuáles serían esos planes, pero estoy seguro de que los tenía, lo mismo que todo el mundo, y cuando vino Matty ella esperó veinte años para ver qué se le ofrecía a cambio, y vio que no se le ofrecía nada de nada. Había mucho sentimiento en aquel guantazo, y podía imaginarme a mí mismo pegándole a alguien con esa fuerza cuando llegara a su edad. Era una de las razones por las que de ningún modo quería llegar a su edad.

MAUREEN

Frank es el padre de Matty. Es curioso pensar que eso puede no resultarle tan obvio a alguien, porque para mí es lo más obvio del mundo. Yo he realizado el acto sexual sólo con un hombre, y he realizado el acto sexual con ese hombre sólo una vez, y la única vez en mi vida que realicé el acto sexual tuvo como resultado a Matty. ¿Cuáles eran las probabilidades, eh? ¿Una entre un millón? ¿Una entre diez millones? No lo sé. Pero, por supuesto, aunque hubiera sido esa una entre diez millones habría en el mundo montones de mujeres a las que les habría pasado lo mismo. Pero no pensamos en ello cuando decimos una entre un millón. Uno no piensa: Son muchas mujeres.

De lo que he llegado a darme cuenta, a lo largo de los años, es de que estamos menos protegidos contra la mala suerte de lo que nos pensamos. Porque, aunque no parezca justo, realizar el acto sexual una sola vez y acabar con un niño que no puede andar ni hablar, ni reconocerme siquiera... Bien, la justicia no tiene demasiado que ver con esto, ¿no es cierto? Sólo tienes que realizar el acto sexual una vez para crear un niño, cualquier niño. No hay leyes que digan: Sólo puedes tener un niño como Matty si estás casada, o si además tienes un montón de niños normales, o si te acuestas con un montón de hombres diferentes. No hay leyes de ésas, por mucho que ustedes y yo podamos pensar que debería haberlas. Y una vez que tienes un niño como Matty, no puedes por menos de sentir: ¡Ya está! Ahí tienes tu mala suerte: toda una vida de una tacada. Pero no estoy segura de que la suerte funcione de ese modo. Matty no me libraría, por ejemplo, de tener cáncer de mama, o de que me atracaran. Podría pensarse que debería hacerlo, pero no lo hace. En cierto modo, estoy contenta de no haber tenido otro hijo, uno normal. Habría necesitado que Dios me diera más garantías de las que se dignaría proporcionarme.

Y, de todas formas, soy católica, así que no creo tanto en la suerte como en el castigo. Somos muy buenos en lo de creer en el castigo; somos los mejores del mundo. Yo pequé contra la Iglesia, y el precio que pago por ello es Matty. Puede parecer un precio muy alto, pero ya se sabe, estos pecados tienen su importancia, ¿o no? Así que en cierta manera no es demasiado extraño que éste sea el resultado de lo que hice. Durante mucho tiempo me sentí incluso agradecida, porque estaba segura de que iba a ser capaz de redimirme aquí en la Tierra, con lo que para mí no existiría el Juicio Final. Pero ahora ya no estoy tan segura. Si el precio que hay que pagar por un pecado es tan alto que acabas queriendo matarte —cometiendo así un pecado aún más grave—, entonces Alguien ha hecho mal las cuentas. Alguien está cobrando más de la cuenta.

Nunca le había pegado a nadie en toda mi vida. Aunque a menudo he tenido ganas. Pero aquella noche fue diferente. Estaba como en el limbo, en alguna parte entre vivir y morir, y era como si no importara lo que hiciera hasta que volviera a la azotea de Toppers' House. Y aquélla fue la primera vez que caí en la cuenta de que estaba en una especie de vacaciones de mí misma. Lo cual me hizo sentir ganas de pegarle otro tortazo, sólo porque podía hacerlo, pero no lo hice. Una vez era suficiente: Chas cayó al suelo —más por el susto que por el golpe, creo, porque no soy tan fuerte—, y se puso a cuatro patas mientras se cubría la cabeza con las manos.

—Lo siento —dijo Chas.

—¿Por qué? —le preguntó JJ.

—No estoy seguro —dijo Chas—. Por lo que sea.

—Yo tuve un novio como tú una vez —le dije.

—Lo siento —dijo otra vez.

—Duele. Es una cosa horrible, hacer el acto sexual con alguien y luego desaparecer.

—Ahora lo veo.

—¿Seguro?

—Creo que sí.

—No puedes ver nada desde ahí abajo —dijo JJ—. ¿Por qué no te levantas?

—No quiero que vuelva a pegarme.

—¿Sería justo decir que no eres el hombre más valiente del mundo? —le preguntó JJ.

—Hay montones de formas de manifestar el valor —dijo Chas—. Si lo que estás diciendo es que le doy poco valor a la valentía física..., bueno, pues sí, tienes razón. Creo que está sobrevalorada.

—Bien, ¿sabes, Chas?, en mi opinión ha sido un gesto muy valeroso por tu parte mostrarte tan asustado de una pequeña dama como Maureen. Respeto tu honestidad, tío. No va a pegarle otra vez, ¿verdad, Maureen?

Prometí que no lo haría, y Chas se levantó del suelo. Era una sensación extraña, ver cómo un hombre hacía algo obligado por algo que yo le había hecho antes.

—No es muy buena vida que digamos, ¿eh? Andar escondido debajo de las barbacoas de la gente.

—No. Pero no veo alternativas.

—¿Qué piensas de lo de hablar con Jess?

—Oh, no. Prefiero seguir viviendo aquí a la intemperie indefinidamente. De veras. Hasta estoy pensando en mudarme, ¿sabes?

—¿Adonde? ¿Al jardín trasero de alguien? ¿Quizá a algún sitio con un poco de hierba?

—No —dijo Chas—. A Manchester.

—Atiende —dijo JJ—. Sé que es terrorífica. Por eso tendrías que hablar con ella ahora mismo. Con nosotros delante. Podemos mediar, ¿sabes? ¿No preferirías eso a tener que cambiar de ciudad?

—Pero ¿qué puedo decirle?

—Puede que podamos pensar algo. Entre todos. Algo capaz de hacer que deje de perseguirte.

—¿Como qué?

—Sé a ciencia cierta que se casaría contigo si se lo pidieses.

—Ah, no. Eso es precisamente...

—Estaba bromeando, hombre. Anímate, tío.

—Éstos no son..., cómo diría, tiempos para animarse. Son tiempos oscuros.

—Tiempos oscuros, ciertamente. Con lo de Jess, y lo de mudarte a Manchester, y vivir debajo de una barbacoa, y las Torres Gemelas y todo lo demás.

—Sí.

JJ sacudió la cabeza.

—De acuerdo. A ver qué puedes decirle para salir del atolladero en que estás metido.

Y JJ le sugirió varias cosas. Como si Chas fuera un actor y estuviéramos en una telenovela.

MARTIN

No soy reacio a meterle mano al bricolaje de cuando en cuando. Decoré yo mismo los cuartos de las niñas, con estarcidos y toda la pesca. (Y sí, había cámaras de televisión para registrar el evento, y la compañía de producción pagó hasta la última gota de Day-Glo
[14]
, pero eso no resta ningún mérito a mi labor.) Bueno, si eres un tipo entusiasta de estas cosas sabrás perfectamente que a veces te topas con agujeros que son demasiado grandes para rellenarlos con masilla, sobre todo en el baño. Y cuando sucede esto, la forma de hacerlo un poco manga por hombro es taponar los agujeros con cualquier cosa que tengas a mano —cerillas rotas, trocitos de esponja, etcétera—. Bien, ésa era la función de Chas aquella noche: era un trocito de esponja que tapaba un hueco. Todo aquel asunto de Jess y Chas era ridículo, por supuesto, una pérdida de tiempo y de energía, un pequeño y trivial espectáculo de barraca de feria. Pero nos tenía absortos, y nos había hecho bajar de la azotea, así que mientras escuchaba las memeces de aquel tipo entendía al mismo tiempo su valor. Y podía ver también que íbamos a necesitar mucho más que aquellos trocitos de esponja a lo largo de las semanas y meses siguientes. Quizá es lo que necesitamos todos, suicidas y no suicidas. Puede que la vida sea un agujero demasiado grande para que se pueda tapar con masilla, y necesitemos cualquier cosa que nos caiga en las manos —cepillos y lijadoras, chiquillas de quince años, lo que fuera— para llenarlo.

—Hola, Jess —dijo Chas, al verse sacado de la fiesta y empujado hasta la calle. Trataba de sonar alegre y amistoso y desenfadado, como si hubiera estado esperando toparse con Jess en algún momento de la velada, pero su falta general de voluntad lo traicionó. La alegría es algo muy difícil de transmitir cuando estás demasiado asustado para entablar contacto visual. Me recordaba a un gángster de tres al cuarto a quien en una película le pillan robándole al padrino local, y que, al verse perdido, trata desesperadamente de salvar la piel lamiéndole el culo al padrino abyectamente.

—¿Por qué no querías hablar conmigo?

—Ya, bueno. Sabía que querrías saberlo. Y he estado pensando en ello. He estado pensando en ello muy detenidamente, de hecho, porque, verás, es... No me siento bien al respecto. Es una debilidad. Una debilidad que hay en mí...

—Tampoco exageres, tío —dijo JJ.

Other books

Plague by Victor Methos
The frogmen by White, Robb, 1909-1990
Finding Us by Harper Bentley
Mercy by Andrea Dworkin
Valour by John Gwynne
Blaggard's Moon by George Bryan Polivka
A Death in Sweden by Wignall, Kevin