Read Ender el xenocida Online

Authors: Orson Scott Card

Tags: #Ciencia ficción

Ender el xenocida (55 page)

Por supuesto, no eran el tipo de dioses que vivían en el Oeste Infinito, en el Palacio de la Real Madre. Tampoco eran dioses a sus propios ojos: se reirían de ella por pensarlo siquiera. Pero comparados con ella, desde luego eran dioses. Eran mucho más sabios que Wang-mu, y mucho más poderosos, y por lo que podía colegir de sus propósitos, intentaban ayudar a otras personas para que fueran lo más sabias y poderosas posible. Incluso más sabios y más poderosos que ellos mismos. Por eso, aunque Wang-mu tal vez se equivocara, aunque no pudiera entender nada de nada, sabía sin embargo que su decisión de trabajar con esta gente era la adecuada.

Sólo podría hacer el bien mientras comprendiera lo que era la bondad. Y esta gente parecía estar haciendo el bien, mientras que el Congreso parecía hacer el mal. Así, aunque a la larga pudiera destruirla (pues el Maestro Han era ahora un enemigo del Congreso, y podía ser arrestado y ejecutado, y Wang-mu con él), lo haría de todas formas. Nunca vería a dioses de verdad, pero podía al menos trabajar para ayudar a esta gente que estaba tan cerca de los dioses como podría estarlo una persona real.

«Y si a los dioses no les complace, pueden envenenarme en mi sueño o prenderme fuego cuando pasee por el jardín mañana o hacer que mis brazos, mis piernas y mi cabeza se me caigan del cuerpo como migajas de un pastel rancio. Si no son capaces de detener a una estúpida criada como yo, es que entonces no valen gran cosa.»

VIDA Y MUERTE

‹Ender va a venir a vernos.›

‹Viene y me habla constantemente.›

‹Nosotros podemos hablar directamente con su mente. Pero insiste en venir. No siente que está hablando con nosotros a menos que nos vea. Cuando conversamos a distancia, le resulta más difícil distinguir entre sus propios pensamientos y los que ponemos en su mente. Por eso viene.›

‹¿Y no os gusta?›

‹Quiere que le demos respuestas y nosotros no conocemos ninguna.›

‹Sabéis todo lo que saben los humanos. Salisteis al espacio, ¿no? Ni siquiera necesitáis sus ansibles para hablar de un mundo a otro.›

‹Estos humanos están tan ansiosos de respuestas… Tienen tantas preguntas…›

‹También nosotros tenemos preguntas.›

‹Ellos quieren saber por qué, por qué, por qué. O cómo. Todo está ligado en un bonito fardo compacto como una crisálida. Nosotros sólo hacemos eso cuando nos metamorfoseamos en reina.›

‹Les gusta entenderlo todo. Pero ya sabes que lo mismo nos sucede a nosotros.›

‹Sí, os gusta considerar que sois igual que los humanos, ¿verdad? Pero no sois como Ender. Ni como los humanos. Él tiene que conocer la causa de todo, tiene que hacer una historia acerca de todo y nosotros no conocemos ninguna historia. Conocemos recuerdos. Sabemos cosas que ocurren. Pero no sabemos por qué pasan, no de la forma que él quiere.›

‹Por supuesto que lo sabéis.›

‹Ni siquiera nos importa el porqué, como les sucede a esos humanos. Descubrimos cuanto necesitamos saber para conseguir algo, pero ellos siempre quieren averiguar más de lo que necesitan saber. Después de poner algo en funcionamiento, aún desean saber por qué funciona y por qué funciona la causa de su funcionamiento.›

‹¿No somos nosotros así?›

‹Tal vez lo seréis cuando la descolada deje de afectaros.›

‹O tal vez seremos como vuestras obreras.›

‹Si lo sois, no os importará. Todas son muy felices. La inteligencia os hace desgraciados. Los obreros tienen hambre o no la tienen. Experimentan dolor o no lo experimentan. Nunca sienten curiosidad, ni decepción, ni angustia, ni vergüenza. Y con respecto o esos sentimientos, los humanos hacen que vosotros y yo parezcamos obreras›

‹Creo que no nos conoces lo suficiente para comparar.›

‹Hemos estado dentro de vuestra cabeza y dentro de la de Ender, y también hemos estado dentro de nuestras propias cabezas durante mil generaciones. Esos humanos hacen que parezca que estamos dormidos. Incluso cuando ellos están dormidos, no lo están. Los animales terrestres hacen esa cosa dentro de su cerebro, una especie de loca eclosión de sinopsis, controlada descabelladamente. Mientras duermen. La parte de su cerebro que registra la visión, o el sonido, se dispara cada par de horas mientras duermen; incluso cuando todas las visiones y sonidos son completas tonterías aleatorias, sus cerebros siguen intentando descifrarlos para convertirlas en algo sensato. Intentan sacar historias de ello. Son tonterías aleatorias sin ninguna correlación posible con el mundo real, y sin embargo las convierten en locas historias. Luego las olvidan. Todo ese trabajo, elaborando historias, y cuando se despiertan las olvidan casi todas. Pero cuando las recuerdan, intentan formar historias sobre esas locuras, intentando encajarlas en sus vidas reales.›

‹Conocemos sus sueños.›

‹Tal vez sin la descolada vosotros también soñaréis.›

‹¿Por qué íbamos a querer hacerlo? Como dices, es absurdo. Conexiones aleatorias de las sinopsis de las neuronas de sus cerebros.›

‹Están practicando. Lo hacen constantemente. Inventan historias. Hacen conexiones. Sacan un sentido a lo absurdo.›

‹¿De qué sirve, si no significa nada?›

‹Es así, sin más. Tienen un ansia que nosotros ignoramos por completo. El ansia de respuestas. El ansia de buscar sentidos. El ansia de historias.›

‹Nosotros tenemos historias.›

‹Recordáis hechos. Ellos los inventan. Cambian lo que significan las historias. Transforman las cosas para que el mismo recuerdo signifique mil cosas distintas. Incluso de sus sueños aleatorios obtienen a veces algo que lo ilumina todo. Ningún ser humano posee una mente como la vuestra. Ni como la nuestra. Nada tan poderoso. Y sus vidas son breves, y desaparecen rápidamente. Pero en un siglo suyo encuentran diez mil significados por cada uno que descubrimos nosotras.›

‹La mayoría son equivocados.›

‹Aunque la vasta mayoría de ellos sea un error, aunque el noventa y nueve por ciento sea estúpido y equivocado, de diez mil ideas siguen teniendo cien buenas. Es así como compensan su estupidez, la brevedad de su vida y el corto alcance de su memoria.›

‹Sueños y locura.›

‹Magia, misterio y filosofía.›

‹¿Cómo puedes decir que nunca pensáis en historias? Acabas de contarme una.›

‹Lo sé.›

‹¿Ves? Los humanos no hacen nada que no podáis emular.›

‹¿Acaso no comprendes? He sacado esta historia de la mente de Ender. Es suya. Y él recibió la simiente de alguien más, de algo que leyó, y lo combinó con sus ideas hasta que todo cobró sentido. Todo está ahí, en su cabeza. En cambio, nosotras somos como vosotros. Tenemos una visión clara del mundo. No tengo ningún problema para abrirme paso en tu mente. Todo está ordenado, y es sensato y claro. Vosotros estaríais igual de cómodos en mi mente. Lo que hay en tu cabeza es la realidad, más o menos, como mejor la entiendes. Pero en la mente de Ender hay locura. Miles de visiones contradictorios, imposibles, en competencia, que carecen de sentido porque no pueden encajar, pero que al final encajan, él las hace encajar, hoy de esta forma, mañana de esta otra, según le convenga. Como si pudiera crear en su cabeza una nueva máquina-idea para cada nuevo problema al que se enfrente. Como si concibiera un nuevo universo donde vivir, uno nuevo a cada hora, a menudo equivocado sin remisión. Acaba cometiendo errores y malos juicios, pero a veces acierta de forma tan perfecta que descubre cosas como un milagro, y yo miro a través de sus ojos y veo el mundo en su nueva forma y todo cambia. Locura, y luego iluminación. Nosotras sabíamos todo lo que había que saber antes de conocer a esos humanos, antes de construir nuestra conexión con la mente de Ender. Ahora hemos descubierto que hay tantas formas de conocer las mismas cosas que nunca las encontraremos todas.›

‹A menos que los humanos os enseñen.›

‹¿Ves? También somos carroñeros.›

‹Tú eres un carroñero. Nosotros somos suplicantes.›

‹Si fueran dignos de sus propias habilidades mentales…›

‹¿No lo son?›

‹Pretenden destruiros, recuerda. Hay muchas posibilidades en su mente, pero siguen siendo, después de todo, individualmente estúpidos y cortos de entendimiento, medio ciegos y medio locos. El noventa y nueve por ciento de sus historias siguen estando equivocadas y los conducen a terribles errores. A veces deseamos poder domarlos, como a las obreras. Lo intentamos con Ender, ya sabes. Pero fue en vano. No logramos convertirlo en una obrera.›

‹¿Por qué no?›

‹Demasiado estúpido. No puede prestar atención el tiempo suficiente. La mente humana carece de foco. Se aburren y se distraen. Tuvimos que construir un puente ante él, usando el ordenador con el que estaba más unido. Los ordenadores…, ésos sí pueden prestar atención. Y su memoria es limpia, ordenada, todo organizado y fácil de encontrar.›

‹Pero no sueñan.›

‹No hay en ellos locura. Lástima.›

Valentine se presentó en casa de Olhado por la mañana temprano. Él no iba al trabajo hasta la tarde, pues era capataz del turno de noche en la pequeña fábrica de ladrillos. Pero ya estaba despierto, probablemente porque lo estaba su familia. Los niños salían en tropel por la puerta. «Yo solía ver esto por televisión en los viejos tiempos —pensó Valentine—. La familia saliendo de casa por la mañana, todos a la vez, y el padre el último, con su maletín. A su modo, mis padres fueron igual. No importa lo extraños que fueran sus hijos. No importa que después de marcharnos al colegio por la mañana Peter y yo nos dedicáramos a escrutar las redes, intentando dominar el mundo sirviéndonos de seudónimos. No importa que Ender fuera apartado de la familia de pequeño y nunca volviera a ver a ningún miembro, ni siquiera en su única visita a la Tierra, excepto a mí. Creo que mis padres seguían imaginando que lo hacían bien, porque ejecutaban un ritual que habían visto en televisión. Y aquí está de nuevo. Los niños saliendo por la puerta. Ese chiquillo debe de ser Nimbo, el que estaba con Grego en la confrontación con la muchedumbre. Pero aquí está, sólo un niño anónimo. Nadie sospecharía que intervino en esa terrible noche tan reciente.»

La madre dio un beso a cada uno de sus hijos. Era todavía una mujer joven y hermosa, a pesar de haber tenido tantos niños. Tan corriente, tan normal, y sin embargo era una mujer notable, pues se había casado con Olhado, ¿no? Había visto más allá de la deformidad. Y el padre, sin marcharse todavía al trabajo, podía quedarse allí, observándolos, acariciándolos, besándolos, diciéndolesunas cuantas palabras. Tranquilo, listo, amoroso…, el padre típico. «Entonces, ¿qué es lo que no encaja en esta escena? El padre es Olhado. No tiene ojos. Sólo los orbes de metal plateado, recalcados con dos aberturas para lentes en un ojo, y el periférico de entrada/salida del ordenador en el otro. Los niños parecen no advertirlo. Yo todavía no estoy acostumbrada.»

—Valentine —dijo Olhado cuando la vio.

—Tenemos que hablar.

Él la condujo al interior. Le presentó a su esposa, Jaqueline. Su piel era tan negra que casi parecía azul, los ojos risueños, una hermosa sonrisa en la que uno desearía zambullirse, tan placentera era. Trajo una limonada, helada y apetecible con el calor de la mañana, y luego se retiró discretamente.

—Puedes quedarte —dijo Valentine—. No es un asunto privado.

Pero ella prefirió irse. Afirmó que tenía trabajo que hacer. Y se marchó.

—Hace tiempo que quería verte —dijo Olhado.

—Estaba a tu alcance.

—Estabas ocupada.

—No tengo nada que hacer.

—Haces las cosas de Andrew.

—De todas formas, aquí estamos. Siento curiosidad hacia ti, Olhado. ¿O prefieres que te llame por tu nombre, Lauro?

—En Milagro tu nombre es el que te da la gente. Antes era Sule, de mi segundo nombre, Suleimáo.

—Salomón el Sabio.

—Pero después de perder los ojos, me convertí en Olhado, entonces y para siempre.

—«¿El observador?»

—Olhado puede significar eso, sí, el participio de olhar, pero en este caso significa «el de los ojos».

—Y ése es tu nombre.

—Mi esposa me llama Lauro. Y mis hijos me llaman padre.

—¿Y yo?

—Como quieras.

—Sule, entonces.

—Lauro, si lo prefieres. Sule me hace sentir como si tuviera seis años.

—Y te recuerda cuando podías ver.

Él se echó a reír.

—Oh, puedo ver ahora, muchas gracias. Veo muy bien.

—Eso dice Andrew. Y por eso he venido. Para averiguar lo que ves.

—¿Quieres que te reproduzca una escena? ¿Un recorte del pasado? Tengo todos mis recuerdos favoritos almacenados en el ordenador. Puedo conectar y repetir lo que quieras. Tengo, por ejemplo, la primera visita que Andrew hizo a mi familia. También tengo algunas peleas familiares de primera fila. ¿O prefieres acontecimientos públicos? ¿La toma de posesión de todos los alcaldes desde que tengo estos ojos? La gente me consulta acerca de este tipo de cosas: qué vestían, qué se dijo. A menudo tengo problemas para convencerlos de que mis ojos registran la visión, no el sonido, igual que sus ojos. Creen que debería ser un hológrafo y grabarlo todo para su diversión.

—No quiero ver lo que ves. Quiero saber lo que piensas.

—¿De veras?

—Sí, de veras.

—No tengo opiniones. Al menos no sobre nada que te interese. Me mantengo al margen de las disputas familiares. Lo he hecho siempre.

—También fuera de los asuntos de la familia. Eres el único hijo de Novinha que no se ha dedicado a la ciencia.

—La ciencia ha producido a los demás tanta felicidad, que es difícil imaginar por qué yo no me he dedicado a ella.

—No es tan difícil —dijo Valentine. Y entonces, porque sabía que la gente de aspecto frágil habla con más comodidad cuando se bromea con ellos, añadió un pequeño comentario mordaz—. Imagino que simplemente no tenías cerebro suficiente para mantener el nivel.

—Absolutamente cierto —convino Olhado—. Sólo tengo inteligencia para hacer ladrillos.

—¿De verdad? Pero si tú no haces ladrillos.

—Al contrario. Hago cientos de ladrillos al día. Y ahora que todo el mundo abre agujeros en sus casas para construir la nueva capilla, preveo un auge en el negocio en el futuro inmediato.

—Lauro, tú no haces ladrillos. Lo hacen los obreros de tu fábrica.

—¿Y yo, como capataz, no formo parte de eso?

—Los obreros hacen ladrillos. Tú haces a los obreros.

—Supongo. Normalmente hago obreros cansados.

Other books

White Crane by Sandy Fussell
Last Lie by Stephen White
Ancient Images by Ramsey Campbell
The Billionaire Bundle by Daphne Loveling