Ender el xenocida (67 page)

Read Ender el xenocida Online

Authors: Orson Scott Card

Tags: #Ciencia ficción

Los gusanos, algas y bacterias no sufrieron ninguna transformación. En las pruebas realizadas anteriormente en Lusitania, la solución que contenía las bacterias pasaba de azul a amarillo en presencia de la descolada; ahora permaneció azul. En Lusitania, los pequeños gusanos habían muerto y flotado en la superficie, convertidos en carcasas grises, pero ahora continuaban moviéndose, conservando el color púrpura amarronado que, al menos en ellos, significaba vida. Y las algas, en vez de descomponerse y disolverse por completo, continuaban siendo finos hilos y filamentos llenos de vida.

—Hecho, entonces —anunció Ender.

—Al menos, podemos albergar esperanza —dijo Ela.

—Sentaos —ordenó Miro—. Si hemos acabado, ella nos llevará de regreso.

Ender se sentó. Miró al asiento que antes ocupaba Miro. Su antiguo cuerpo lisiado ya no era identificable como humano. Continuaba desmoronándose, convirtiéndose en polvo o en líquido. Incluso las ropas se disolvían.

—Ya no forma parte de mi pauta —dijo Miro—. Ya no hay nada que lo mantenga.

—¿Pero qué hay de ellos? —demandó Ender—. ¿Por qué no se disuelven?

—¿Y tú? —preguntó Peter—. ¿Por qué no te disuelves tú? Ahora no te necesita nadie. Eres un viejo carcamal que ni siquiera puede conservar a su mujer. Y nunca has tenido un hijo propio, eunuco patético. Deja tu puesto a un hombre de verdad. Nadie te ha necesitado nunca: todo lo que has realizado podría haberlo hecho yo mucho mejor, y nunca habrías igualado todo lo que yo hice.

Ender se cubrió la cara con las manos. Ni en sus peores pesadillas había imaginado una situación como ésta. Sí, sabía que iban a un lugar donde su mente podría crear cosas. Pero nunca se le había ocurrido que Peter estaría todavía esperando allí. Creía haber extinguido aquel antiguo odio hacía mucho tiempo.

Y Valentine…, ¿por qué iba a crear a otra Valentine? ¿Tan joven y perfecta, tan dulce y hermosa? Había una Valentine esperándolo en Lusitania. ¿Qué pensaría al ver lo que había creado con su mente? Tal vez sería halagador saber qué cerca la tenía en su corazón; pero también sabría que él guardaba su imagen del pasado, no su imagen del presente.

Los secretos más oscuros y más brillantes de su corazón quedarían revelados en cuanto se abriera la puerta y tuviera que salir a la superficie de Lusitania.

—Disolveos —les ordenó—. Desmoronaos.

—Hazlo tú primero, viejo —rió Peter—. Tu vida está acabada, y la mía apenas está empezando. La primera vez sólo tenía la Tierra, sólo un planeta cansado; me resultó tan fácil como ahora lo sería matarte con las manos desnudas, si quisiera. Podría romperte el cuello como una rama seca.

—Inténtalo —susurró Ender—. Ya no soy un niñito asustado.

—Ni eres rival para mí. Nunca lo fuiste, y nunca lo serás. Tienes demasiado corazón. Eres como Valentine. No te atreves a hacer lo necesario. Eso te convierte en blando y débil. Te vuelve fácil de destruir.

Un súbito destello de luz. ¿Qué era la muerte en el Expacio después de todo? ¿Había perdido Jane la pauta en su mente? ¿Iban a explotar, o caían a un sol?

No. Era la puerta al abrirse. Era la luz de la mañana lusitana, entrando en la relativa oscuridad del interior de la nave.

—¿Vais a salir?.—gritó Grego. Asomó la cabeza—. ¿Vais…?

Entonces los vio. Ender advirtió que contaba en silencio.

—Nossa Senhora —susurró Grego—. ¿De dónde demonios han salido?

—De la mente completamente jodida de Ender —respondió Peter.

—De recuerdos antiguos y tiernos —añadió la nueva Valentine.

—Ayúdame con los virus —pidió Ela.

Ender extendió las manos, pero ella se los entregó a Miro. No explicó nada, pero él comprendió. Lo que había sucedido en el Exterior era demasiado extraño para que pudiera aceptarlo. Fueran lo que fuesen Peter y esta nueva Valentine, no deberían existir. La creación de Miro de un nuevo cuerpo para sí tenía sentido, aunque fuera terrible ver cómo el viejo cuerpo se disolvía. La concentración de Ela fue tan pura que no había creado nada aparte de las ampollas que había traído para ese propósito. Pero Ender había convocado a dos personas completas, ambas molestas a su propio modo: la nueva Valentine porque era una ridícula parodia de la real, que seguramente esperaba ante la puerta. Y Peter conseguía ser odioso aunque todas sus burlas contenían un tono que resultaba a la vez peligroso y sugestivo.

—Jane —susurró Ender—. Jane, ¿estás conmigo?

—Sí.

—¿Has visto todo esto?

—Sí.

—¿Lo comprendes?

—Estoy muy cansada. Nunca he estado cansada antes. Nunca he hecho algo tan difícil. Requirió… toda mi atención a la vez. Y dos cuerpos más, Ender. Obligarme a que los introdujera en la pauta así…, no sé cómo lo conseguí.

—No pretendía hacerlo.

Pero ella no respondió.

—¿Venís o qué? —preguntó Peter—. Los otros han salido ya. Con todas esas muestras de orina.

—Ender, tengo miedo —dijo la joven Valentine—. No sé qué debo hacer ahora.

—Ni yo —respondió Ender—. Dios me perdone si esto te hace daño. Nunca te habría hecho volver para herirte.

—Lo sé.

—No —dijo Peter—. El dulce y viejo Ender saca de su cerebro a una joven núbil que se parece a su hermana adolescente. Mmmm, mmm, Ender, amigo mío, ¿no hay límite a tu perversión?

—Sólo una mente enferma pensaría una cosa así —masculló Ender.

Peter se echó a reír.

Ender cogió a la joven Val de la mano y la condujo hacia la puerta. Pudo sentir que su mano sudaba y temblaba. Ella parecía tan real… Era real. Y allí mismo, en cuanto llegó a la puerta, descubrió a la Valentine de verdad, madura y casi una anciana, aunque todavía la mujer hermosa y graciosa que había conocido y amado durante todos estos años. Ésa es mi auténtica hermana, la que amo como a mi segundo yo. ¿Qué hacía esta joven en mi mente?

Estaba claro que Grego y Ela habían dicho lo suficiente para que la gente supiera que algo extraño había sucedido. Cuando Miro salió de la nave, robusto y vigoroso, hablando con claridad y tan exuberante que parecía a punto de ponerse a cantar, provocó un murmullo de agitación.

Un milagro. Había milagros ahí fuera, dondequiera que hubiera ido la nave.

Sin embargo, la aparición de Ender sembró el silencio. Pocos habrían sabido, al mirarla, que la muchacha que le acompañaba era Valentine en su juventud: sólo Valentine sabía quién era. Y nadie más que Valentine reconocería a Peter Wiggin en su vigorosa juventud: las imágenes de los textos de historia eran normalmente holos tomados en la madurez de su vida, cuando las holografías baratas y permanentes empezaban a difundirse.

Pero Valentine los reconoció. Ender se quedó ante la puerta, con la joven Val a su lado y Peter detrás, y Valentine los reconoció a ambos. Avanzó un paso, apartándose de Jakt, hasta encontrarse cara a cara con Ender.

—Ender —dijo—. Dulce chiquillo atormentado, ¿esto es lo que creas cuando vas a un sitio donde puedes hacer todo lo que quieras? —extendió la mano y tocó a la joven copia de sí misma en la mejilla—. Tan hermosa. Nunca he sido tan hermosa, Ender. Es perfecta. Es todo lo que quise ser pero nunca fui.

—¿No te alegras de verme, Val, mi querida Demóstenes? —Peter se abrió paso entre Ender y la joven Val—. ¿No tienes también dulces recuerdos míos? ¿No soy más hermoso de lo que recuerdas? Yo sí que me alegro de verte. Te ha ido muy bien con el personaje que creé para ti. Demóstenes. Yo te creé, pero nunca me has dado las gracias.

—Gracias, Peter —susurró Valentine. Miró de nuevo a la joven Val—. ¿Qué harás con ellos?

—¿Hacer con nosotros? —dijo Peter—. No somos suyos para que pueda hacer nada. Puede que me haya traído de vuelta, pero ahora soy mi propio dueño, como siempre.

Valentine se volvió hacia la multitud, todavía sorprendida por la extrañeza de los hechos. Después de todo, habían visto que tres personas subían a la nave, la habían visto desaparecer, y luego reaparecer en el mismo punto apenas siete minutos después… y en vez de salir tres personas, había cinco, dos de ellas desconocidas. No era de extrañar que se hubieran quedado boquiabiertos.

Pero hoy no había respuestas para nadie. Excepto para la pregunta más importante de todas.

—¿Ha llevado Ela las ampollas al laboratorio? —preguntó Valentine—. Vámonos de aquí y veamos qué ha creado Ela para nosotros en el Expacio.

LOS HIJOS DE ENDER

‹Pobre Ender. Ahora sus pesadillas caminan a su alrededor por su propio pie.›

‹Es una forma extraña de tener hijos, después de todo.›

‹Tú eres la que llamó a las aguas del caos. ¿Cómo encontró almas para ellos?›

‹¿Qué te hace pensar que lo hizo?›

‹Caminan. Hablan.›

‹El llamado Peter vino y habló contigo, ¿no?›

‹El humano más arrogante que he conocido.›

‹¿Cómo crees que nació sabiendo hablar el lenguaje de los padres-árbol?›

‹No lo sé. Ender lo creó. ¿Por qué no iba a crearlo sabiendo hablar?›

‹Ender sigue creándolos a ambos, hora tras hora. Hemos sentido la pauta en él. Puede que no la comprenda, pero no hay ninguna diferencia entre esos dos y él mismo. Cuerpos distintos, tal vez, pero forman porte de él de todos formas. Hagan lo que hagan, digan lo que digan, es el aiuo de Ender, actuando y hablando.›

‹¿Lo sabe él?›

‹Lo dudamos.›

‹¿Se lo dirás?›

‹No hasta que lo pregunte.›

‹¿Cuándo crees que será eso?›

‹Cuando ya sepa la respuesta.›

Era el último día de prueba de la recolada. La noticia de su éxito, hasta el momento, se había extendido ya por la colonia humana, y también entre los pequeninos, según suponía Ender. El ayudante de Ela llamado Cristal se había ofrecido voluntario como sujeto del experimento. Llevaba tres días viviendo en la misma cámara de aislamiento donde se había sacrificado Plantador. Sin embargo, esta vez mataron la descolada en su interior con la bacteria viricida que él mismo había desarrollado al colaborar con Ela. Y esta vez, ejecutando las funciones que antes cumplía la descolada, estaba el nuevo virus de la descolada. Había funcionado a la perfección. Cristal ni siquiera se sentía indispuesto. Sólo faltaba dar un último paso antes de que la recolada pudiera ser declarada un completo éxito.

Una hora antes de la prueba final, Ender, con su absurda escolta de Peter y la joven Val, se reunió con Quara y Grego en la celda donde se encontraba este último.

—Los pequeninos lo han aceptado —explicó Ender a Quara—. Están dispuestos a correr el riesgo de matar a la descolada y sustituirla con la recolada, después de haberla probado sólo con Cristal.

—No me sorprende —respondió Quara.

—A mí sí —dijo Peter—. Está claro que los cerdis como especie tienen deseos de morir.

Ender suspiró. Aunque ya no era un niñito asustado, y Peter había dejado de ser mayor, más grande y más fuerte que él, seguía sin sentir amor hacia el simulacro de su hermano que de algún modo había creado en el Exterior. Era todo lo que Ender había temido y odiado en su infancia; le enfurecía y asustaba tenerlo de vuelta.

—¿Qué quieres decir? —preguntó Grego—. Si los pequeninos no acceden a hacerlo, entonces la descolada los volverá demasiado peligrosos para que la humanidad les permita sobrevivir.

—Por supuesto —sonrió Peter—. El físico es experto en estrategia.

—Lo que Peter está diciendo —explicó Ender—, es que si él estuviera a cargo de los pequeninos, cosa que sin duda le gustaría, nunca renunciaría voluntariamente a la descolada hasta que hubiera ganado a cambio algo para la humanidad.

—Para sorpresa de todos, el viejo chico maravillas todavía tiene una chispa de inteligencia —observó Peter—. ¿Por qué deben matar la única arma que la humanidad tiene motivos para temer? La Flota Lusitania todavía está en camino, y sigue llevando a bordo el Ingenio M.D. ¿Por qué no hacen que Andrew se suba a ese balón de fútbol mágico y vaya a reunirse con la flota y les haga renunciar?

—Porque me fusilarían como a un perro —replicó Ender—. Los pequeninos hacen esto porque es bueno, justo y decente. Palabras que te definiré más tarde.

—Conozco las palabras. Y también lo que significan.

—¿De verdad? —preguntó la joven Val.

Su voz, como siempre, era una sorpresa: suave, tenue, y sin embargo capaz de interrumpir la conversación. Ender recordó que la voz de Valentine siempre había sido así. Imposible no escucharla, aunque rara vez alzaba el tono.

—Bueno. Justo. Decente —se burló Peter. Las palabras parecieron sucias en sus labios—. La persona que las dice cree en esos conceptos o no. Si es que no, entonces significa que hay alguien detrás de mí con un cuchillo en la mano. Y si las cree, entonces esas palabras significan que voy a vencer.

—Yo te diré lo que significan —intervino Quara—. Significan que vamos a felicitar a los pequeninos, y a nosotros mismos, por aniquilar una especie inteligente que tal vez no exista en ningún otro lugar del universo.

—No te engañes —dijo Peter.

—Todo el mundo está muy seguro de que la descolada es un virus diseñado —objetó Quara—, pero nadie ha considerado la alternativa, que una versión mucho más primitiva y vulnerable de la descolada evolucionara de forma natural, y luego se cambiara a sí misma hasta su estado actual. Podría ser un virus diseñado, sí, pero ¿quién lo diseñó? Y ahora la vamos a matar sin intentar conversar con ella.

Peter le sonrió, y luego a Ender.

—Me sorprende que esta pequeña comadreja no sea sangre de tu sangre. Está tan obsesionada en buscar razones para sentirse culpable como Val y tú.

Ender lo ignoró e intentó responder a Quara.

—Vamos a matarla, sí. Porque no podemos esperar más. La descolada está intentando destruirnos, y no hay tiempo para dudar. Si pudiéramos, lo haríamos.

—Comprendo todo eso —asintió Quara—. He cooperado, ¿no? Pero me pone enferma oírte hablar como si los pequeninos fueran valientes por colaborar en un acto de xenocidio para salvar su propia piel.

—Somos nosotros o ellos, muchacha —dijo Peter—. Nosotros o ellos.

—Posiblemente no comprendes lo mucho que me avergüenzo de oír mis propios argumentos en sus labios —se lamentó Ender.

Peter se echó a reír.

—Andrew pretende demostrar que no le gusto. Pero el chico es un farsante. Me admira. Me adora. Lo ha hecho siempre. Igual que este pequeño ángel que tenemos aquí.

Peter dio un pellizco a la joven Val. Ella no retrocedió. En cambio, actuó como si no hubiera sentido su dedo en el brazo.

Other books

Delicate Ape by Dorothy B. Hughes
The Omega's Mate: by E A Price
The Adam Enigma by Meyer, Ronald C.; Reeder, Mark;
The Savvy Sistahs by Brenda Jackson
Hate Crime by William Bernhardt
Beirut Blues by Hanan Al-Shaykh
Within the Candle's Glow by Karen Campbell Prough
The Complete Compleat Enchanter by L. Sprague deCamp, Fletcher Pratt
The Templar Inheritance by Mario Reading