Ender el xenocida (70 page)

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Authors: Orson Scott Card

Tags: #Ciencia ficción

Miro entró poco después, se arrastró hasta el altar y besó el anillo. Aunque el obispo lo había absuelto de toda responsabilidad, cumplió la penitencia de todos los demás. Valentine advirtió, naturalmente, los muchos susurros que despertó a su paso. Todos los habitantes de Lusitania que lo trataron antes de su lesión cerebral reconocieron el milagro realizado: una perfecta restitución del Miro que con tanta brillantez había convivido con ellos antes.

«No te conocí entonces, Miro —pensó Valentine—. ¿Siempre tuviste ese aire distante y ceñudo? Tal vez tu cuerpo ha sanado, pero sigues siendo el hombre que vivió en el dolor durante un tiempo. ¿Te ha vuelto eso más frío o más compasivo?»

Miro se acercó y se sentó junto a ella, en el asiento que habría sido de Jakt, si no estuviera todavía en el espacio. Con la descolada a punto de ser destruida, alguien tenía que traer a la superficie de Lusitania los miles de microbios y plantas y especies animales congelados y mantener en orden los sistemas planetarios. Era un trabajo que se había hecho en muchos otros mundos, pero resultaba más difícil de realizar por la necesidad de no competir con demasiada intensidad con las especies locales de las que dependían los pequeninos. Jakt estaba allí arriba, trabajando para todos ellos: era una buena justificación para su ausencia, pero Valentine todavía lo echaba de menos. De hecho, lo necesitaba con todas sus fuerzas, pues las creaciones de Ender la habían dejado hecha un lío. Miro no era ningún sustituto para su marido, sobre todo porque su nuevo cuerpo era un brusco recordatorio de lo que había sucedido en el Exterior.

«Si yo viajara allá afuera, ¿qué crearía? Dudo que trajera de vuelta a una persona, porque temo que no hay ninguna alma en la raíz de mi psique. Ni siquiera la mía propia. ¿Qué otra cosa ha sido mi apasionado estudio de la historia, sino una búsqueda de la humanidad? Otros la encuentran escudriñando en sus propios corazones. Sólo las almas perdidas necesitan buscarla fuera de sí mismas.»

—La fila casi ha terminado —susurró Miro.

Entonces el servicio empezaría pronto.

—¿Dispuesto a purgar tus pecados? —susurró Valentine.

—Como explicó el obispo, sólo purgaré los pecados de este nuevo cuerpo. Todavía tengo que confesar y cumplir penitencia por los pecados que cometí con el antiguo. Por supuesto, no fueron posibles muchos pecados carnales, pero hay bastantes de envidia, rencor, malicia y autocompasión. Y estoy intentando decidir si también tengo que confesar un suicidio. Cuando mi antiguo cuerpo se desmoronó para convertirse en nada, estaba respondiendo al deseo de mi corazón.

—Nunca tendrías que haber recuperado la voz —dijo Valentine—. Ahora farfullas sólo por oírte hablar tan bien.

Él sonrió y le palmeó el brazo.

El obispo empezó la ceremonia con una oración, dando gracias a Dios por todo lo que se había conseguido en los últimos meses. Omitió la creación de los dos nuevos ciudadanos de Lusitania, aunque la curación de Miro fue colocada definitivamente del lado de Dios. Hizo que Miro avanzara y lo bautizó casi de inmediato, y luego, como no se trataba de una misa, pasó acto seguido a su homilía.

—La piedad del Señor tiene un alcance infinito —declaró el obispo—. Sólo podemos esperar que quiera concedernos más de lo que nos merecemos, y que nos perdone por nuestros terribles pecados individuales y colectivos. Sólo podemos esperar que, como Nínive, que se salvó de la destrucción gracias al arrepentimiento, podamos convencer a nuestro Señor para que nos salve de la flota que ha permitido que venga a castigarnos.

—¿Envió la flota antes de que quemáramos el bosque? —susurró Miro, bajito, de forma que sólo Valentine pudiera oírlo.

—Tal vez el Señor sólo cuenta el momento de llegada, no la partida —sugirió Valentine.

Sin embargo, lamentó de inmediato su ligereza. Se encontraban en un acto solemne: aunque ella no fuera católica practicante, sabía que cuando una comunidad aceptaba la responsabilidad por el mal cometido y hacía verdadera penitencia por ello, se trataba de un acto sagrado.

El obispo habló de los que habían muerto en santidad: Os Venerados, que salvaron a la humanidad de la plaga de la descolada; el padre Esteváo, cuyo cuerpo estaba enterrado bajo el suelo de la capilla y que sufrió el martirio defendiendo la verdad contra la herejía; Plantador, que murió para demostrar que el alma de su pueblo procedía de Dios, y no de un virus; y los pequeninos, que habían muerto como víctimas inocentes de la masacre.

«Todos ellos puede que sean santos algún día, pues esta época es similar a los primeros días del cristianismo, cuando hacían mucha más falta grandes hechos y gran santidad, y por tanto se conseguían con mucha más frecuencia. Esta capilla es un altar para todos los que han amado a Dios con todo su corazón, voluntad, mente y fuerza, y que han amado a su prójimo como a sí mismos. Que todos los que entren aquí lo hagan con el corazón roto y el espíritu contrito, para que la santidad también los alcance.»

La homilía no fue larga, porque había previstos muchos otros servicios idénticos para ese día: la gente acudía a la capilla por turnos, ya que era demasiado pequeña para albergar a toda la población humana de Lusitania de una sola vez. Acabaron muy pronto y Valentine se levantó para marcharse. Habría seguido a Plikt y a Val, pero Miro la cogió por el brazo.

—Jane acaba de decírmelo. Supuse que querrías saberlo.

—¿Qué?

—Acaba de probar la nave, sin Ender a bordo.

—¿Cómo ha podido hacer eso?

—Peter. Jane lo llevó al Exterior y lo trajo de vuelta. Él puede contener su aiua, si es así como funciona realmente ese proceso.

Ella puso voz a su miedo inmediato.

—¿Pudo Peter…?

—¿Crear algo? No. —Miro sonrió, pero con un destello de amargura que Valentine consideró producto de su aflicción—. Asegura que ello se debe a que su mente es mucho más clara y más sana que la de Andrew.

—Tal vez.

—Yo creo que es porque ninguno de los filotes de ahí fuera están dispuestos a formar parte de su pauta. Demasiado retorcida.

Valentine se echó a reír.

El obispo se les acercó. Ya que eran los últimos en marcharse, se encontraban solos frente a la capilla.

—Gracias por aceptar un nuevo bautismo —dijo el obispo.

Miro inclinó la cabeza.

—No muchos hombres tienen una oportunidad para ser purificados así de sus pecados.

—Y, Valentine, lamento no haber podido recibir a su… homónima.

—No se preocupe, obispo. Lo comprendo. Puede que incluso esté de acuerdo con usted.

El obispo sacudió la cabeza.

—Sería mejor si pudieran…

—¿Marcharse? —sugirió Miro—. Ya tiene su deseo cumplido. Peter se marchará pronto: Jane puede pilotar una nave con él a bordo. Sin duda ocurrirá lo mismo con la joven Val.

—No —objetó Valentine—. Ella no puede ir. Es demasiado…

—¿Joven? —preguntó Miro. Parecía divertido—. Los dos nacieron sabiendo todo lo que sabe Ender. A pesar de su cuerpo, no se puede decir que esa muchacha sea una niña.

—Si hubieran nacido, no tendrían que marcharse —alegó el obispo.

—No se marchan por su deseo —contestó Miro—. Lo hacen porque Peter va a entregar el nuevo virus de Ela a Sendero, y la nave de la joven Val partirá en busca de planetas donde puedan establecerse los pequeninos y las reinas colmenas.

—No puedes enviarla a una misión así —dijo Valentine.

—No voy a enviarla —respondió Miro—. Voy a llevarla. O más bien, ella me llevará a mí. Quiero ir. Sean cuales fueren los riesgos, los afrontaré. Ella estará a salvo, Valentine.

Valentine volvió a sacudir la cabeza, pero sabía que al final sería derrotada. La joven Val insistiría en ir, por inexperta que pudiera parecer, porque de lo contrario sólo podría viajar una nave. Y si Peter era el que hacía los viajes, nadie podía asegurar que la nave se usara para ningún buen propósito. A la larga, la propia Valentine reconocería la necesidad. Fueran cuales fuesen los riesgos que la joven Val podría correr, no eran peores que los que ya habían sido aceptados por otras personas. Como Plantador. Como el padre Esteváo. Como Cristal.

Los pequeninos estaban reunidos en torno al árbol de Plantador. Tendría que haber sido alrededor del de Cristal, ya que era el primero en pasar a la tercera vida con la recolada, pero casi sus primeras palabras, cuando pudieron hablar con él, fueron una inflexible negativa ante la idea de introducir en el mundo el viricida y la recolada junto a su árbol. Esta ocasión pertenecía a Plantador, declaró, y los hermanos y esposas estuvieron de acuerdo con él.

Así, Ender se apoyó contra su amigo Humano, al que había plantado para ayudarlo a pasar a la tercera vida hacía tantos años. Para Ender aquél tendría que haber sido un momento de completa alegría, la liberación de los pequeninos de la descolada…, excepto que Peter lo acompañó todo el tiempo.

—La debilidad celebra a la debilidad —dijo Peter—. Plantador fracasó, y aquí están, honrándolo, mientras que Cristal tuvo éxito, y allí está, solo en el campo experimental. Y lo más estúpido es que esto no puede significar nada para Plantador, ya que su aiua ni siquiera está aquí.

—Puede que no signifique nada para Plantador —replicó Ender, aunque no estaba seguro del tema—, pero significa mucho para esta gente.

—Sí. Significa que son débiles.

—Jane dice que te llevó al Exterior.

—Un viaje sencillo. La próxima vez, Lusitania no será mi destino.

—Dice que pretendes llevar a Sendero el virus de Ela.

—Mi primera parada. Pero no regresaré. Cuenta con eso, muchacho.

—Necesitamos la nave.

—Tienes a ese encanto de muchacha —dijo Peter—, y la zorra insectora puede fabricar naves para ti por docenas, si consigues crear suficientes criaturas como Valzinha y yo para que las piloten.

—Con vosotros tengo suficiente.

—¿No sientes curiosidad por saber lo que pretendo hacer?

—No.

Pero era mentira, y por supuesto Peter lo sabía.

—Pretendo hacer algo que tú no puedes, porque no tienes ni cerebro ni estómago. Pretendo detener la flota.

—¿Cómo? ¿Apareciendo por arte de magia en la nave insignia?

—Bueno, puestos a lo peor, querido muchacho, siempre puedo soltar un Ingenio D.M. en la flota antes de que ellos sepan que estoy allí. Pero eso no conseguiría gran cosa, ¿no? Para detener la flota, tengo que detener al Congreso. Y para detener al Congreso, tengo que conseguir el control.

Ender comprendió de inmediato lo que eso significaba.

—Entonces, ¿piensas que puedes volver a ser el Hegemón? Dios ayude a la humanidad si tienes éxito.

—¿Por qué no podría serlo? Lo hice una vez, y no salió tan mal. Tú deberías saberlo: escribiste el libro.

—Ése era el Peter real —alegó Ender—. No tú, la versión retorcida salida de mi odio y de mi miedo.

¿Tenía Peter alma suficiente para lamentar aquellas duras palabras? Ender pensó, al menos por un momento, que Peter hacía una pausa, que su rostro mostraba un instante de…, ¿de qué, dolor? ¿O simplemente rabia?

—Yo soy ahora el Peter real —respondió, después de una pausa momentánea—. Y será mejor que desees que tenga toda la habilidad que poseí antaño. Después de todo, conseguiste darle a Val los mismos genes que tiene Valentine. Tal vez soy todo lo que Peter fue.

—Tal vez los cerdos tengan alas.

Peter se echó a reír.

—Las tendrían, si fueran al Exterior y creyeran con fuerza.

—Vete, pues —dijo Ender.

—Sí, sé que te alegrarás de deshacerte de mí.

—¿Y lanzarte contra el resto de la humanidad? Que eso sea castigo de sobra por haber enviado la flota. —Ender agarró a Peter por el brazo y lo atrajo hacia sí—. No creas que esta vez podrás manejarme. Ya no soy un niño pequeño, y si te descarrías, te destruiré.

—No puedes —rió Peter—. Te resultaría más fácil suicidarte.

La ceremonia comenzó. Esta vez no hubo pompa, ni anillo que besar, ni homilía. Ela y sus ayudantes trajeron simplemente varios cientos de terrones de azúcar impregnados con la bacteria viricida, y el mismo número de ampollas de solución con la recolada.

Los repartieron entre los congregados, y cada uno de los pequeninos tomó el terrón, lo disolvió y lo tragó, y luego tomó el contenido de la ampolla.

—Éste es mi cuerpo, que será entregado por vosotros —entonó Peter—. Haced esto en conmemoración mía.

—¿Es que no respetas nada? —preguntó Ender.

—Ésta es mi sangre, que será derramada por vosotros. Bebed en conmemoración mía. —Peter sonrió—. Ésta es una comunión que incluso yo podría tomar, aunque no esté bautizado.

—Puedo prometerte una cosa: todavía no han inventado el bautismo que te purifique.

—Apuesto a que has estado guardando esas palabras toda tu vida sólo para decírmelas. —Peter se volvió hacia él, para que Ender pudiera ver la oreja donde había sido implantada la joya que lo enlazaba con Jane. Por si Ender no se había dado cuenta, Peter tocó la joya con bastante ostentación—. Recuerda que tengo aquí la fuente de toda sabiduría. Ella te mostrará lo que voy a hacer, por si te interesa. Si no me olvidas en el momento en que me haya marchado.

—No te olvidaré —masculló Ender.

—Podrías venir.

—¿Y arriesgarme a crear más como tú en el Exterior?

—No me vendría mal la compañía.

—Te prometo, Peter, que pronto estarás tan asqueado de ti mismo como lo estoy yo.

—Nunca —replicó Peter—. No estoy lleno de autorrepulsa como tú, pobre herramienta de hombres mejores y más fuertes, siempre obsesionado por la culpa. Y si no quieres crear más compañeros para mí, bueno, ya los iré encontrando por el camino.

—No me cabe la menor duda.

Los terrones de azúcar y las ampollas llegaron hasta ellos. Comieron y bebieron.

—El sabor de la libertad —exclamó Peter—. Delicioso.

—¿Sí? Estamos matando a una especie que nunca llegamos a comprender.

—Sé lo que quieres decir. Es mucho más divertido destruir a un oponente cuando comprendes hasta qué punto lo has derrotado.

Entonces, por fin, Peter se marchó.

Ender se quedó hasta el final de la ceremonia, y habló con muchos de los presentes: Humano y Raíz, por supuesto, y Valentine, Ela, Ouanda y Miro.

Sin embargo, tenía otra visita que hacer. Una visita que ya había hecho varias veces antes, siempre para ser rechazado sin recibir una sola palabra. En esta ocasión, sin embargo, Novinha salió a hablar con él. Ya no parecía rebosante de odio y pena, sino bastante tranquila.

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