Ender el xenocida (58 page)

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Authors: Orson Scott Card

Tags: #Ciencia ficción

—Te darás cuenta de que no te dijo que tiene guardados sus verdaderos hallazgos fuera del sistema informático, así que los únicos archivos a los que pude acceder son basura sin valor. Tampoco ella ha sido sincera contigo.

—Sí, pero es una fanática sin ningún sentido del equilibrio ni la proporción.

—Eso lo explica todo.

—Tendencias de la familia —dijo Miro.

La reina colmena estaba sola esta vez. Tal vez agotada después de… ¿Aparearse? ¿Poner huevos? Parecía que ahora se pasaba todo el tiempo haciéndolo. No tenía elección. Ahora que las obreras tenían que patrullar el perímetro de la colonia humana, debía producir aún más de lo que había previsto. Sus retoños no necesitaban ser educados: entraban rápidamente en la edad adulta, disponiendo de todo el conocimiento que tenían los demás especímenes maduros. Pero el proceso de concepción, puesta de huevos, salida y crisálida requería tiempo. Semanas para cada adulto. Comparada con un solo humano, la reina producía una prodigiosa cantidad de jóvenes. Pero comparada con la ciudad de Milagro, con más de un millar de mujeres en edad de procrear, la colonia insectora únicamente contaba con una hembra productora.

Aquello siempre había preocupado a Ender. Le inquietaba saber que sólo había una reina colmena. ¿Y si le sucedía algo? Pero claro, también le inquietaba a la reina pensar que los seres humanos tenían sólo un puñado de niños…, ¿y si les sucedía algo a ellos? Ambas especies practicaban una combinación de cría y sobrexcedencia para proteger su herencia genética. Los humanos tenían un sobrexcedente de padres, y luego nutrían a los pocos retoños. La reina colmena tenía un sobrexcedente de retoños, luego criaban a los padres. Cada especie había encontrado su equilibrio de estrategia.

‹¿Por qué nos molestas con esto?›

—Porque estamos en un callejón sin salida. Porque todo el mundo lo está intentando, y vosotros os jugáis tanto como nosotros.

‹¿Sí?›

—La descolada os amenaza igual que a nosotros. Algún día, probablemente no podrás controlarla, y entonces desapareceréis.

‹Pero no vienes a consultarme acerca de la descolada.›

—No.

Era el problema del vuelo más rápido que la luz. Grego se había estado devanando los sesos. En la cárcel no tenía nada más que hacer. La última vez que Ender habló con él, lloró, tanto de cansancio como de frustración. Había cubierto montones de papeles con ecuaciones, esparciéndolos por toda la habitación que se usaba como celda.

—¿No te importa viajar más rápido que la luz?

‹Sería muy bonito.›

La suavidad de la respuesta casi le dolió, de tanto como le decepcionó. «Así es la desesperación —pensó—. Quara es una pared de ladrillo sobre la naturaleza de la inteligencia de la descolada. Plantador se muere por deprivación de descolada. Han Fei-tzu y Wang-mu se esfuerzan por duplicar años de estudios en varios campos, todos a la vez. Grego está agotado. Y ningún resultado.»

Ella debió de oír tan claramente su angustia como si hubiera gritado.

‹No.›

‹No.›

—Lo habéis hecho —dijo él—. Tiene que ser posible.

‹Nunca hemos viajado más rápido que la luz.›

—Proyectasteis una acción a través de años luz. Me encontrasteis.

‹Tú nos encontraste a nosotras, Ender.›

—No del todo. Nunca supe siquiera que habíamos establecido contacto mental hasta que encontré el mensaje que habíais dejado para mí.

Fue el momento más extraño de su vida, al encontrarse en un mundo alienígena y ver un modelo, una réplica del paisaje que sólo existía en otro lugar: el ordenador en el que había jugado su versión personalizada del juego de Fantasía. «Fue como encontrarte a un perfecto desconocido que te dijera lo que has soñado la noche anterior.» Los insectores habían estado dentro de su cabeza. Aquello lo asustó, pero también lo excitó. Por primera vez en su vida, se sintió conocido. No se trataba de popularidad: era famoso en toda la humanidad, y en aquellos días su fama era toda positiva, el mayor héroe de todos los tiempos. Otras personas sabían de él. Pero con el artefacto insector, descubrió por primera vez que se le conocía.

‹Piensa, Ender. Sí, alcanzamos a nuestro enemigo, pero no te estábamos buscando. Buscábamos a alguien como nosotras. Una red de mentes unidas, con una mente central que lo controlara todo. Nosotras encontramos nuestras mentes sin intentarlo, porque reconocemos la pauta. Encontrar a una hermana es como encontrarte a ti misma.›

—¿Cómo me encontrasteis, entonces?

‹Nunca pensamos en el cómo. Sólo lo hicimos. Encontramos una fuente caliente y brillante. Una red, pero muy extraña, con miembros variables. Y en el centro, no alguien como nosotras, sino otro… común. Tú. Pero con mucha intensidad. Enfocado en la cadena, hacia los otros humanos. Enfocado hacia dentro de tu juego de ordenador. Y enfocado hacia fuera, más allá de todo, sobre nosotras. Buscándonos.›

—No os buscaba. Os estudiaba. —Estudiaba todos los vídeos que había en la Escuela de Batalla, intentando comprender la forma en que funcionaba una mente insectora—. Os estaba imaginando.

‹Eso decimos nosotras. Buscándonos. Imaginándonos. Es así como nos encontramos. Por eso nos llamabas.›

—¿Y eso fue todo?

‹No, no. Eras muy extraño. No sabíamos lo que eras. No pudimos leer nada en ti. Tu visión era muy limitada. Tus ideas cambiaban rápidamente, y sólo pensabas en una cosa cada vez. Y la cadena a tu alrededor seguía cambiando constantemente, la conexión de cada miembro contigo se relajaba y se perdía con el tiempo, a veces muy rápidamente…›

Ender tenía problemas para comprender lo que decía. ¿A qué tipo de cadena estaba conectado?

‹A los otros soldados. A tu ordenador.›

—No estaba conectado. Eran mis soldados, nada más.

‹¿Cómo crees que estamos conectadas nosotras? ¿Ves algún cable?›

—Pero los humanos son individuales, no como vuestras obreras.

‹Muchas reinas, muchas obreras, cambiando constantemente, muy confuso. Una época terrible, aterradora. ¿Qué eran esos monstruos que habían destruido nuestra nave colonial? ¿Qué clase de criatura? Erais tan extraños que no alcanzábamos a imaginaros. Sólo pudimos sentirte cuando nos estabas buscando.›

No servía de nada. Ninguna relación con el vuelo más rápido que la luz. Todo sonaba a superstición, no a ciencia. Nada que Grego pudiera expresar matemáticamente.

‹Sí, eso es. No hacemos esto como una ciencia ni como tecnología. Ningún número, ni siquiera pensamientos. Te descubrimos como se crea una nueva reina. Como se comienza una nueva colmena.›

Ender no comprendía cómo el hecho de establecer un enlace ansible con su cerebro podía compararse a la creación de una nueva reina.

—Explícamelo.

‹No pensamos en ello. Sólo lo hacemos.›

—¿Pero qué hacéis cuando lo hacéis?

‹Lo que siempre hacemos.›

—¿Y qué hacéis siempre?

‹¿Cómo haces que tu pene se llene de sangre para aparearte, Ender? ¿Cómo haces que tu páncreas segregue enzimas? ¿Cómo llegas a la pubertad? ¿Cómo enfocas tus ojos?›

—Entonces recuerda lo que hacéis y muéstramelo.

‹Olvidas que no te gusta que te mostremos cosas a través de nuestros ojos.›

Era cierto. Lo había intentado un par de veces, cuando era muy joven y acababa de descubrir la crisálida. No podía soportarlo, no podía sacarle ningún sentido. Destellos, unos cuantos momentos claros, pero todo resultaba tan confuso que se dejó llevar por el pánico, y probablemente se desmayó, aunque se encontraba solo y no pudo estar seguro de lo que había sucedido, desde un punto de vista clínico.

—Si no puedes decírmelo, tenemos que hacer algo.

‹¿Eres como Plantador? ¿Intentas morir?›

—No. Te diré que pares. No me mató antes.

‹Intentaremos… algo intermedio. Algo más suave. Nosotras recordaremos, y te diremos lo que pasa. Te mostraremos fragmentos. Te protegeremos. A salvo.›

—Inténtalo, sí.

La reina colmena no le dio tiempo de reflexionar o prepararse. De inmediato, Ender sintió que veía a través de ojos compuestos, no muchas lentes con la misma visión, sino cada lente con su propia imagen. Experimentó la misma vertiginosa sensación de muchos años atrás. Pero esta vez comprendió un poco mejor, en parte porque ella lo hizo menos intenso que antes, y en parte porque ahora tenía más datos acerca de la reina y de lo que le estaba haciendo.

Las múltiples visiones diferentes era lo que veía cada una de las obreras, como si fueran un solo ojo conectado al mismo cerebro. No había ninguna esperanza de que Ender sacara sentido a tantas imágenes a la vez.

‹Te mostraremos una. La que importa.›

La mayoría de las visiones desaparecieron casi inmediatamente. Entonces, una a una, las otras fueron clasificadas. Ender imaginó que ella debía de tener algún principio organizador para las obreras. Pudo descartar a las que no formaran parte del proceso creador de reinas. luego, por bien de Ender, tuvo que elegir incluso entre aquellas que sí lo eran, y eso fue más difícil porque normalmente podía escoger mejor las visiones por tareas que por obreras individuales. Sin embargo, por fin fue capaz de mostrarle una imagen primaria y él logró enfocarse en ella, ignorando los destellos y parpadeos de las visiones periféricas.

La puesta de una reina. Ella se lo había mostrado antes, con una visión cuidadosamente planeada la primera vez que la vio, cuando intentaba explicarle cosas. Ahora, sin embargo, no se trataba de una presentación estilizada y cuidadosamente orquestada. La claridad había desaparecido. Era oscuro, distraído, real. Era memoria, no arte.

‹Ves que tenemos el cuerpo-reina. Sabemos que es una reina porque empieza a buscar obreras, incluso como larva.›

—Entonces, ¿puede hablarle?

‹Es una estúpida. Como una obrera.›

—¿No desarrolla la inteligencia hasta que está en la crisálida?

‹No. Tiene su… igual que tu cerebro. La memoria-pensamiento. Está vacía.›

—Entonces tienes que enseñarle.

‹¿De qué serviría enseñarle? El pensador no está allí. La cosa encontrada. El unidor›

—No sé de qué estás hablando.

‹Deja de intentar mirar y piensa, entonces. Eso no se hace con los ojos.›

—Entonces deja de mostrarme cosas, si depende de otro sentido. Los ojos son demasiado importantes para los humanos. Si veo algo, la imagen enmascara todo menos el habla clara, y no creo que haya mucho de eso en la creación de una reina.

‹¿Cómo va ahora?›

—Todavía veo algo.

‹Tu cerebro lo convierte en visión.›

—Entonces explícalo. Ayúdame a encontrarle un sentido.

‹Es la forma en que nos sentimos unas a otras. Localizamos el lugar de búsqueda en el cuerpo-reina. Todas las obreras lo tienen también, pero todo lo que busca es la reina y cuando la encuentra la búsqueda ha terminado. La reina nunca deja de buscar. De llamar.›

—¿Entonces la encuentras?

‹Sabemos dónde está. El cuerpo-reina. El llamador-de-obreras. El contenedor-de-memoria.›

—¿Quieres decir que hay algo más? ¿Algo aparte del cuerpo de la reina?

‹Sí, por supuesto. La reina es sólo un cuerpo, igual que las obreras. ¿No lo sabías?›

—No, nunca lo había visto.

‹No se puede ver. No con los ojos.›

—No sabía buscar otra cosa. Vi la creación de la reina cuando me lo mostraste por primera vez hace años. Entonces creí comprender.

‹Creíamos que lo habías hecho.›

—Entonces, si la reina es sólo un cuerpo, ¿quién eres tú?

‹Somos la reina colmena. Y todas las obreras. Venimos y hacemos una persona de todo. El cuerpo-reina obedece igual que los cuerpos-obreras. Los unimos, los protegemos, los dejamos trabajar perfectamente según sea necesario. Somos el centro. Cada una de nosotras.›

—Pero siempre has hablado como si fueras la reina colmena.

‹Lo somos. Y también todas las obreras. Lo somos todas juntas.›

—Pero esa cosa-centro, ese unidor…

‹Lo llamamos para que venga y tome el cuerpo-reina, para que pueda ser sabia nuestra hermana.›

—Lo llamáis. ¿Qué es?

‹La cosa que llamamos.›

—Sí, pero ¿qué es?

‹¿Qué me pides? Es la cosa-llamada. La llamamos.›

Era casi insoportablemente frustrante. Gran parte de lo que hacía la reina colmena era instintivo. No tenía ningún lenguaje y por eso nunca se había visto,en la necesidad de desarrollar explicaciones claras para lo que nunca había necesitado ser explicado hasta el momento. Por eso tenía que ayudarla a encontrar una forma de clarificar lo que no podía percibir directamente.

—¿Dónde la encontráis?

‹Oye nuestra llamada y viene.›

—Pero ¿cómo la llamáis?

‹Como tú nos llamaste. Imaginamos la cosa en que debe convertirse. La pauta de la colmena. La reina y las obreras y la unión. Entonces viene una que comprende la pauta y puede contenerla. Le damos el cuerpo-reina›

—Entonces llamáis a otra criatura para que venga y tome posesión de la reina.

‹Para que se convierta en la reina y la colmena y todo. Para que contenga la pauta que imaginarnos.›

—¿Y de dónde viene?

‹De dondequiera que esté cuando siente la llamada.›

—¿Pero dónde está eso?

‹Aquí no.›

—Bien, te creo. ¿Pero de dónde viene?

‹No puedo pensar en el lugar.›

—¿Lo has olvidado?

‹Queremos decir que el lugar donde está no puede ser pensado. Si pudiéramos pensar en el lugar, entonces ellos habrían pensado en sí mismos y ninguno necesitaría tomar la pauta que mostramos›

—¿Qué clase de cosa es el unidor?

‹No podemos verlo. No podemos saberlo hasta que encuentra la pauta y luego cuando está aquí es como nosotras.›

Ender no pudo evitar un estremecimiento. Desde el principio había pensado que hablaba con la reina colmena. Ahora se dio cuenta de que la cosa que le hablaba en su mente estaba solamente usando ese cuerpo igual que usaba a los insectores. Simbiosis. Un parásito controlador, que poseía todo el sistema de la reina colmena, utilizándolo.

‹No. Es fea, la cosa terrible en la que estás pensando. No somos otra cosa. Somos esta cosa. Somos la reina colmena, igual que tú eres el cuerpo. Tú dices mi cuerpo, y eres tu cuerpo, pero eres también poseedor del cuerpo. La reina colmena es nosotras mismas, este cuerpo soy yo, no otra cosa dentro. Yo. No fui hasta que descubrí la imaginación.›

—No comprendo. ¿Cómo fue?

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