Y dice:
—Cuanto más lo hacía, más me intrigaban los casos. Empezó como algo centrado en la obediencia del perro y terminó siendo algo por lo que sentía más que pasión.
En las fotos de Honduras, Michelle y Yogi trabajan con otro voluntario, Harry Oakes Jr., y con su perra Valerie, una mezcla de collie de pelo largo, schipperke y kelpie. Oakes y Valerie ayudaron a inspeccionar las ruinas del Tribunal Federal después del atentado de Oklahoma City.
—Cuando Valerie huele un cadáver, o lo que sea que esté buscando, se pone a ladrar. Es muy expresiva. Yogi mueve la cola y se excita mucho, pero apenas ladra. Si es una víctima que ha muerto, se pone a gemir. Baja la cola y reacciona como con preocupación.
Dice:
—Valerie se pone histérica y se echa a llorar. Y si el suelo es de barro y hay alguien enterrado debajo, se pone a cavar. O si es agua, se tira al agua.
Mira las fotos de las casas derruidas y dice:
—Cuando alguien está preocupado o furioso o algo así, libera epinefrina. Cuando tiene lugar un acto violento o una muerte, se produce una emisión más intensa de ese mismo olor. Además de los gases y fluidos que hubiera en el cuerpo cuando murió. Ya te puedes imaginar lo importante que eso debía de ser para la manada cuando estos animales vivían en libertad. Para un animal, ese olor quiere decir: «Aquí ha habido una muerte. Han matado a un miembro de mi manada». Y se angustian especialmente cuando se trata de un humano, porque somos parte de su manada.
Dice:
—Un noventa por ciento del adiestramiento para búsquedas y rescates consiste en que el humano aprenda a reconocer lo que el perro está haciendo de forma natural. Ser capaz de leer a Yogi cuando está preocupado.
»La obediencia les deja claro que tú estás al mando —dice—. Luego les escondes juguetes. Yo todavía lo hago. Y les encanta. Hacen carreras para ver quién lo encuentra primero. Lo siguiente que haces es que alguien sujete al perro mientras tú vas y te escondes. Y así vas planteando situaciones cada vez más complejas. Ellos buscan un rastro. Si no han visto adonde has ido, te pueden oler.
Mira la foto de un grupo de hombres y dice:
—Esta es la brigada de bomberos venezolana. Decíamos que éramos el equipo de rescate panamericano.
Señalando otra foto, dice:
—Esta es la zona que llamábamos el «cementerio de coches».
Refiriéndose a una enorme ladera derrumbada de lodo, dice:
—Este es el campo de fútbol que se hundió.
Sobre otra foto del interior de una casa llena de barro, dice:
—Dentro de esta casa que había sido saqueada las paredes estaban llenas de huellas de manos. Por todas partes donde los saqueadores habían apoyado las manos para mantener el equilibrio.
Formando una amplia cenefa a lo largo de las paredes hay incontables huellas perfectas de manos impresas en barro marrón.
En otras fotos aparecen las salas donde Yogi encontró cuerpos enterrados bajo las paredes caídas, bajo los colchones.
Una foto muestra un vecindario de casas desplomadas por la ladera de un abrupto barranco de lodo.
—Esto es en la colina donde las casas se habían derrumbado —dice—. Había cientos de historias por las cuales la gente no quería marcharse. No querían que los saqueadores se llevaran sus cosas. Una mujer con niños dijo que su marido se había ido a un bar y le había dicho que se quedara allí. Historias trágicas y terribles.
Otra foto muestra a Valerie durmiendo en la parte de atrás de una camioneta. Parece pequeña en comparación con el enorme montón de bolsas de plástico negras que tiene al lado.
Michelle dice:
—Esta es Valerie con las bolsas de transporte de cadáveres, agotada.
Me habla de su primera búsqueda y me cuenta:
—Fue en Kelso, donde había desaparecido la esposa de un tipo. Se rumoreaba que la mujer tonteaba con toda clase de gente que pasaba por su casa. Así que nos dirigimos a su granja, que estaba impecablemente cuidada. Con caballos y pastos y un toro. Los perros emitieron una impresionante alerta de muerte en el establo. Bajaron la cola y se mearon. No paraban de tragar saliva. La reacción natural es defecar, además de mear, gemir y llorar. Creo que es algo que les da náuseas. Yogi se apartó. No quería ni acercarse. Valerie fue hacia allí y se puso a cavar sin dejar de ladrar, y se puso frenética porque estaba intentando comunicar algo: «¡Está aquí!».
»El niño de aquella familia, que tenía unos cuatro años, dijo a su abuela algo así como: “Papá ha puesto a mamá bajo el agua”, luego se lo llevaron y ya nadie consiguió quedarse a solas con él.
En otra foto de Tegucigalpa hay una larga tira de cemento volcada de lado en medio del lecho de un río.
—Esto era un puente —dice Michelle.
En todas las fotos hay paquetitos de manteca rancia tirados por todas partes, diseminados por el agua.
—La búsqueda más profunda, que todavía me provoca un nudo en la garganta, fue la de un niño autista —dice—. El chaval tenía cuatro años y lo tenían encerrado, pero encontró una forma de abrir la puerta mientras su madre estaba planchando en el piso de arriba. En cuanto salió por la puerta se quitó toda la ropa. Se presentó un montón de gente voluntaria para ir en su busca. Y eso no es bueno, porque cada vez que alguien pasa sobre el rastro, el olor se desvía hacia otra parte.
En las fotos más antiguas, Michelle está trabajando con Rusty, otro golden retriever. Las fotos muestran un denso bosque rodeando un cenagal oscuro de agua estancada.
—Al cabo de una hora de llegar allí, llegamos al cenagal. Aquel era el punto de partida de la búsqueda, porque al niño le gustaba tirar un juguete y recogerlo una y otra vez. Era un pequeño terraplén situado por encima de la ciénaga y rodeado de raíces y árboles.
Dice:
—Para entonces Rust estaba muy angustiado y triste. Aquel era el primer sitio donde el niño se había metido, así que el olor allí no era tan fuerte como cuando nos pusimos a seguir la corriente todavía débil de la ciénaga hasta la parte donde se volvía más y más fuerte. Entonces fue cuando llamamos a los buzos. Había una alcantarilla entre dos partes del cenagal.
Mira las fotos y dice:
—Lo que pasó fue que el cuerpo se había quedado atrapado en aquella alcantarilla y estaba cubierto de barro.
Acaricia a Yogi y dice:
—Se trataba de una zona de agua bastante extensa, y yo iba de un lado a otro, recibiendo alertas de muerte por toda aquella enorme zona pantanosa. Me dedicaba a marcar todos los sitios donde el perro reaccionaba. Toda el agua que había estado en contacto con el cuerpo estaba impregnada de olor a muerte. A veces uno puede triangular y calcular dónde está el cuerpo a partir de las alertas que recibe.
»Fuimos etiquetando y calculando de dónde venía el viento —dice—. Cuál era la temperatura. Quién era yo. Qué hora era. Todo lo poníamos en un mapa. Para intentar averiguar adonde había sido arrastrado el cadáver.
»Oler el aire... En caso de no saber exactamente por dónde entró la persona, sigue habiendo el olor del aire. Hay un cono de olor que va así. —Hace un gesto con las manos en el aire—. Y se puede hacer que el perro avance en zigzag. Es posible que lo haga de forma natural. Debemos conseguir que vayan hacia la fuente del olor.
Sin dejar de acariciar a Yogi, Michelle parpadea y las lágrimas brillan en sus ojos.
—Levanté la vista y lo estaban sacando de la alcantarilla. Es la única víctima que he visto, porque la mayoría de las veces, como en Honduras, vienen a desenterrar los cadáveres después de que nos hayamos ido. Pero me quedé en un profundo estado de shock en cuanto lo vi, y sentí un impulso tremendo de abrazar al pobrecillo.
Dice:
—Fuimos a la casa e hicimos varias entrevistas, y luego entramos para reconfortar a la familia, porque se supone que los perros reconfortan a las familias, y fue como adentrarse en un aura, en una energía, era como algo ambiental, como entrar en la niebla.
»No digerimos aquello como hubiéramos debido —dice Michelle—. Volví a casa, puse a Rusty con los otros dos perros para que jugara y me fui a trabajar. Siempre me ha parecido que tardó demasiado en recuperarse porque no me hice cargo de él, y creo que es porque no sabía cómo digerir aquello. Creo que no entendí lo que estaba pasando, a consecuencia del profundo shock, hasta que fui a Honduras.
»Se supone que tienes que soltarlos para que encuentren a alguien vivo, y eso lo hice. También tienes que asegurarte de que lo lavas todo. Su chaleco. Mi ropa. Todo lo que llevaran puesto. Lavar todo lo que haya en el coche. Todo lo que haya entrado en contacto con el olor a muerte. Una pizca de ese olor y vuelven a deprimirse.
Dice:
—Al volver a casa, el olor impregnó en gran medida el coche, y es que también debería haberlo limpiado.
Ahora Rusty y Murphy, el perro mezcla de collie de pelo largo y pastor de Michelle, ya están muertos, igual que todas las víctimas que encontraron. A Murphy lo sacrificaron cuando tenía catorce años y medio, después de tres años de sufrir problemas de espalda. A Rusty lo sacrificaron cuando empezaron a fallarle los riñones.
Michelle mira fotos de niños, niños que están abrazando a Yogi en una foto detrás de otra, y me cuenta que conoció a una niña en Tegucigalpa. Tenía las piernas cubiertas de infecciones de estafilococos y estaba cogiendo agua de un charco de aguas residuales. Michelle le puso tabletas desinfectantes en el agua. Un periodista le untó las piernas de crema antibiótica.
—Teníamos que ir andando a la mayoría de los sitios porque había barro y todo el mundo que veía a Yogi sonreía —dice—. Y si parábamos en algún sitio se agolpaban a su alrededor y decían en español: «¡Dámelo, dámelo!». Y él estaba entusiasmado. Le encantaba la atención. Sé que entendía lo importante que era el trabajo y yo intentaba explicárselo por el camino: «Esto es muy importante. Estás haciendo cosas buenas por la gente».
En una foto del campo de fútbol hundido, Michelle señala una multitud que está de pie en la otra punta.
—La gente se quedaba de pie al final del campo y se nos quedaba mirando, y un niño pequeño nos dijo «Gracias» en inglés.
Dice:
—Aquellas cosas me dejaban hecha polvo. Era demasiado desgarrador tener contacto humano como aquel.
Mira una foto, sonriendo, y me dice:
—Fuimos a un orfanato para animar a los perros. Un niño corría a esconderse y los perros lo encontraban.
Mira la siguiente foto y dice:
—Esto es una isla. Viajamos dos horas por carreteras llenas de baches y curvas cerradas en la parte de atrás de un volquete para llegar hasta allí. Esta es la parte de atrás del volquete, estaba llena de polvo. Encontramos tres cadáveres.
Acaricia a Yogi y dice:
—Creo que aquello le hizo envejecer. Vio y olió cosas que un cachorro de dos años no tendría que ver nunca.
En otro álbum de fotos Yogi está sentado con unos hombres muy flacos y sonrientes.
—Creo en los Bodhisattvas —dice Michelle—. En el budismo existen seres que están iluminados y que vuelven para ayudar a los demás. Creo que la intención de Yogi al estar conmigo es ayudarme a ser una persona mejor y a hacer cosas. Para mí, ir a Our House habría sido difícil sin él, pero con él me sentí como en casa.
Refiriéndose a la residencia para enfermos desahuciados de sida donde ahora lleva a Yogi, Michelle dice:
—Yo buscaba algo que me llenara y que tuviera sentido, y la gente no paraba de hablarme de Our House. Al principio les pregunté si querían a alguien que hiciera reiki, y me dijeron que no. Luego dije que tenía un perro muy bueno y listo, y entonces me dijeron que me pasara por allí. Y eso es todo. Empezamos a ir todas las semanas.
»Muchos de ellos acaban de perder a su animal de compañía —dice—. A veces ese es el factor de mitigación: “Bueno, como tengo un animal no me puedo mudar a Our House”. Luego el animal se muere y eso les causa mucho dolor. Y todo el mundo que vive allí es un poco como un refugiado. Han perdido por lo menos a un amante. Y en el plano material han perdido su casa.
Michelle rasca las orejas de Yogi y dice:
—Forma parte de su trabajo. Reconfortar a la gente. A eso me refiero con lo del Bodhisattva, a que le interesa ayudar y reconfortar a veces más que su propio bienestar.
Dice:
—El viaje a Honduras fue un momento realmente fundamental para mí. Uno de esos momentos que marcan un hito. En cierto sentido, un punto álgido. Mientras estabas allí nunca te preguntabas cuál era el sentido de tu vida porque resultaba obvio. Podías estar completamente inmerso en él.
Ahora los dos perros están dormidos en sus sillones de fumar en este rancho de color gris de los barrios residenciales. El patio está al otro lado de unas puertas correderas de cristal, salpicado del barro que dejan los perros al correr.
—Antes de ir a Honduras, acababa de terminar la universidad —dice Michelle—. Me había sacado mi máster y había dejado la Hewlett-Packard. Me decía: «Eh, hay todo un mundo multidimensional ahí fuera, mucho más importante que intentar amoldarse a la estúpida cultura de la empresa. ¿Qué sentido tiene eso?». Un día de búsqueda en Honduras, y mientras estuve allí fui muy consciente de ello, tiene cien veces más significado que veinte años en el mundo de la empresa.
»Es hermoso —dice Michelle—. Una parte de mí todavía llora cuando veo trabajar a un perro, sea un perro lazarillo o Yogi en sus mejores momentos. Simplemente me apabulla.
Cierra el álbum de Tegucigalpa, Honduras —las fotos del huracán Mitch—, y lo guarda entre una pila de álbumes.
Y dice:
—Solamente fueron ocho días. Creo que hicimos lo que pudimos.
(Human Error)
Es probable que hayan visto a Brian Walker por televisión. Si no, lo habrán oído por la radio. Lo habrán visto charlando con Conan O’Brien, o en
Good Morning America.
También estuvo una mañana con Howard Stern.
Es aquel tío. Ya saben, el primero que se puso a construir su propio cohete —sí, en el jardín de su casa en Bend (Oregón)—, para lanzarse al espacio exterior.
Se hace llamar el Hombre Cohete.
Ah, sí. Claro. Aquel tío.
Ahora se acuerdan. Oyeron ustedes los detalles en cientos de espacios de televisión y radio, los leyeron en periódicos y revistas. Se enteraron de que su cohete es de fibra de vidrio y que obtiene la energía de una solución de peróxido de hidrógeno al noventa por ciento expuesta a una pantalla recubierta de plata.