1. George, ¿eres capaz de leer y escribir como un adulto?
A mí y a muchos otros nos parece que el tuyo es, tristemente, un caso de analfabetismo funcional. No es nada de lo que dedebas avergonzarte, pues estás bien acompañado (no hay más que contar las erratas de este libro). Millones de americanos tienen un nivel de alfabetización de cuarto de primaria. No es de extrañar que dijeses aquello de «que ningún niño se quede atrás»; ya sabías de qué iba. Pero déjame preguntarte esto: si te cuesta entender los complejos informes que recibes en calidad de líder del Mundo Cuasi-Libre, ¿cómo podemos llegar a confiarte nuestros secretos militares?
Todos los indicios de analfabetismo son evidentes, y nadie te ha desautorizado por ello. Nos ofreciste la primera prueba cuando se te preguntó por tu libro de la infancia preferido. La oruga hambrienta, respondiste.
Desgraciadamente, ese libro no se publicó hasta un año después de que te licenciaras.
Luego está la cuestión de tus expedientes universitarios, si es que son realmente los tuyos. ¿Cómo conseguiste entrar en Yale cuando otros aspirantes de 1964 tenían una media mucho mejor que la tuya?
Durante la campaña, cuando te pidieron que nombraras los libros que estabas leyendo en aquel momento, respondiste valerosamente, pero ante las preguntas sobre sus contenidos no supiste qué decir. No me sorprende que tus asesores te prohibieran participar en nuevas ruedas de prensa a dos meses del final de campaña. Tenían miedo de las preguntas... pero le acosaban tus respuestas.
Una cosa está clara: tu sintaxis es abstrusa hasta el punto de hacer inaprensible el discurso. Al principio, el modo en que mutilabas palabras y frases resultaba simpático, casi encantador. Sin embargo, ha cobrado tintes alarmantes con el tiempo. Así, un buen día, en una entrevista te cargaste décadas de política exterior americana en Taiwan al decir que estábamos dispuestos a hacer «lo que fuera» para defender la isla y sugerir incluso qué quizá mandaríamos unas tropas. Por Dios, George, el mundo enteró se puso en alerta roja.
Si vas a ser el comandante en jefe, tienes que ser capaz de comunicar tus órdenes ¿Qué sucedería si se repitieran estas meteduras de pata? ¿Sabes lo fácil que sería convertir un paso en falso en una pesadilla para la seguridad nacional? No es de extrañar que quieras incrementar el presupuesto del Pentágono, pues vamos a necesitar todo el arsenal posible cuando des la orden de «limpiar» a los rusos de la faz de la Tierra después de haberte manchado la corbata de ensaladilla rusa.
Tus asistentes han declarado que no lees sus informes y que les pides que lo hagan por ti. Como primera dama, tu madre colaboró activamente con los programas de alfabetización. ¿Cabe pensar que conocía bien la dificultad de educar a un niño que no sabía leer?
No lo tomes como algo personal. Quizá se trate de una discapacidad. No hay que avergonzarse por ello. Además, yo también creo que un disléxico puede ser presidente de Estados Unidos. Albert Einstein era disléxico, y también lo es Jay Leno
[8]
(caray, Leno y Einstein en una misma oración: ¿ves cómo el lenguaje puede resultar divertido?).
En cualquier caso, si te niegas a recibir ayuda, me temo que puedas llegar a representar un riesgo intolerable para el país. Necesitas ayuda. ¡Necesitas el graduado escolar! Dinos la verdad y cada noche vendré a leerte algo antes de acostarte.
2. ¿Eres un alcohólico? En caso afirmativo, ¿cómo afecta esa condición a tus funciones como comandante en jefe?
Tampoco aquí pretendo señalar con el dedo, avergonzar ni faltar al respeto a nadie. El alcoholismo es un problema grave; afecta a millones de ciudadanos americanos, gente a la que conocemos y queremos. Muchas de esas personas logran superar su enfermedad y llevar vidas normales. Los alcohólicos pueden ser —y han sido— presidentes de Estados Unidos. Admiro sinceramente a cualquiera que consiga vencer una adicción de este género. Tú has reconocido que no puedes controlar el alcohol y que no has probado una gota desde que cumpliste cuarenta años. Felicidades.
También nos has dicho que solías «beber demasiado» y que, finalmente, te diste cuenta de que «el alcohol empezaba a mermar mis energías y podía llegar a enturbiar mi afecto por otras personas». He aquí la definición de un alcohólico. Esto no te descalifica para ser presidente, pero requiere que respondas a algunas preguntas, especialmente después de pasar años ocultando el hecho de que en 1976 te detuvieron por conducir bebido.
¿Por qué no empleas la palabra alcohólico? Después de todo, ése es el primer paso hacia la rehabilitación. ¿Qué medidas preventivas has tomado para no descarriarte? Ser presidente de Estados Unidos es uno de los trabajos más estresantes del mundo ¿Qué has hecho para garantizar que podrás resistir la presión y la ansiedad que conlleva ser el hombre más poderoso del mundo?
¿Cómo podemos saber que no echarás mano de la botella cuando tengas que enfrentarte a una crisis seria? Nunca has desempeñado un trabajo así. De hecho, durante veinte años, que yo sepa, no has desempeñado trabajo alguno. Cuando dejaste de holgazanear, tu papá te enchufó en la industria petrolera hasta que hundiste algunas empresas y, entonces, te aupó a la presidencia de un equipo de béisbol, trabajo que te obligaba a sentarte en una caseta para presenciar un montón de lentos y cansinos partidos.
Como gobernador de Texas, dudo que tuvieras mucho estrés, pues tampoco hay mucho que hacer. Se trata de una ocupación prácticamente ceremonial. ¿Cómo afrontarás una nueva amenaza para la seguridad mundial? ¿Tienes un patrocinador al que llamar? ¿Hay alguna reunión a la que debas asistir? No hace falta que contestes a las preguntas, sólo quiero que me asegures que tú mismo te las has formulado alguna vez.
Ya sé que todo esto es muy personal, pero el pueblo tiene derecho a saber. A quienes alegan que todo eso pasó hace ya veinte años y forma parte de su vida privada, les diré algo: a mí me atropelló un conductor borracho hace veintiocho años y hasta la fecha sigo sin poder extender completamente mi brazo derecho. Lo siento, George, pero cuando te pones al volante borracho, el tema deja de ser tu vida privada para pasar a ser la mía y la de mi familia.
Los responsables de tu campaña —de tu acceso al poder— trataron de cubrirte las espaldas, mintiendo a la prensa acerca de la naturaleza de tu detención por conducir bajo los efectos del alcohol. Aseguraron que el policía que te arrestó te instó a detenerte porque «conducías demasiado lento»; aunque el agente en persona declaró que fue porque ibas dando bandazos hacia la cuneta. Tú mismo te apuntaste a negar los hechos cuando te interrogaron acerca de la noche que pasaste en la cárcel. «No he estado en la cárcel», insististe. El agente le contó al periodista interesado que te esposaron, te llevaron a comisaría y allí te encerraron durante al menos una hora y media ¿Cómo es posible que no te acuerdes?
No se trata de una simple multa de tráfico. No puedo creer que tus asesores diesen a entender que la acusación por conducir borracho no era tan grave como las transgresiones de Clinton. Quizás esté mal mentir acerca de un encuentro sexual que tuviste con otro adulto estando casado, pero no es lo mismo que sentarse al volante de un coche en estado de ebriedad y poner en peligro las vidas de los demás (incluida, George, la vida de tu hermana, que iba contigo en el coche).
Y, a pesar de lo que dijeron tus defensores antes de las elecciones, lo que hiciste no es comparable con la falta que confesó Al Gore, que fue la de haber fumado hierba cuando era joven. A menos que éste condujera totalmente colocado, no estaba poniendo en peligro la vida de otros. Además, nunca intentó encubrirlo.
Has tratado de restar importancia al incidente diciendo «son locuras de juventud». Pero tenías más de treinta años.
El día en que tu detención se hizo pública, poco antes de las elecciones, daba pena verte fanfarronear risueño mientras tratabas de achacar tu acción irresponsable al «error juvenil» de haber estado tomando unas cervezas con los amigotes. Me entristecí al pensar en las familias del medio millón de personas que han muerto bajo las ruedas de borrachos como tú desde que viviste aquella «aventurilla». Gracias a Dios que sólo seguiste bebiendo durante algunos años más después de «haber aprendido la lección». También pienso en lo mucho que habrás hecho sufrir a tu esposa, Laura. Bien sabe ella lo peligroso que puede ser ponerse al volante. A los diecisiete años mató a una amiga del instituto al pasarse un stop y atropellarla. Confío en que buscarás su orientación tan pronto como te sientas abrumado por el trabajo (hagas lo que hagas, no le pidas consejo a Dick Cheney: ha sido arrestado en dos ocasiones por conducir borracho).
Por último, tengo que confesarte lo mal que me sentí cuando, en aquella frenética semana antes de las elecciones, te escudaste en tus hijas para eludir el tema. Dijiste que te preocupaba que tu historial de embriaguez sentara un mal ejemplo para ellas. Sin duda este secretismo ha dado sus frutos, como demuestran las diferentes ocasiones en que las mellizas han sido detenidas este año por posesión de alcohol. En cierto modo, admiro su rebeldía. Te lo pidieron, te lo rogaron, te advirtieron: «Papá, por favor, no te presentes a la presidencia. No arruines nuestras vidas» Pero lo hiciste. Sucedió. Ahora, como en todos los cuentos de quinceañeras, diente por diente.
El locutor del noticiarlo de
Saturday Night Live
[9]
lo expresó mejor que nadie: «George Bush ha dicho que no confesó su condena por conducir borracho por temor a lo que sus hijas pudieran pensar de él. Prefería que lo considerasen un fracasado en los negocios que, por el momento, se dedicaba a ejecutar gente».
Pues nada. Apúntate a Alcohólicos Anónimos, y lleva a tus hijas contigo. Os recibirán con los brazos abiertos.
3. ¿Eres un delincuente?
En 1999, cuando se te interrogó acerca de tu presunto consumo de cocaína, alegaste que no habías cometido «ningún delito en los últimos veinticinco años». Con todo lo que hemos aprendido acerca de respuestas esquivas en los últimos ocho años, una contestación así llevaría a un observador lúcido a presuponer que los años anteriores fueron otra cosa.
¿Qué delitos cometiste antes de 1974, George?
Insisto: no lo pregunto para que se te castigue. Me preocupa que tal vez guardes algún secreto sórdido y oscuro, pues en ese caso estarías suministrando munición a quienquiera que lo devele. Si alguien se enterase de tus secretillos, podría servirse de ellos para hacerte chantaje. Y eso te convierte en una amenaza para la seguridad nacional.
Hazme caso: alguien descubrirá lo que escondes y, cuando lo haga, será un peligro para todos. Tienes el deber de revelar la naturaleza del delito que cometiste, sea cual sea.
En otro orden de cosas, recientemente impusiste como requisito que cualquier aspirante a una beca universitaria respondiese a una pregunta en la solicitud que dice: «¿Has cometido alguna vez un delito relacionado con las drogas?» Si la respuesta es afirmativa, se le deniega la posibilidad de acceder a la ayuda económica. Eso quiere decir que muchos de ellos verán bloqueado su acceso a la enseñanza superior por haberse fumando un canuto. Según tus nuevas directrices, Jack el Destripador todavía puede optar a la beca, pero un cándido fumeta no.
¿No te parece un gesto algo hipócrita? No puede ser que les niegues una educación superior a miles de chicos cuyo único delito fue hacer lo que tú mismo das a entender que hiciste a su edad. Vaya jeta. Visto que te vamos a pagar 400.000 dólares anuales hasta el 2004 —del mismo fondo federal que sirve para pagar las becas universitarias—, me parece justo plantearte esta pregunta: ¿se te ha acusado alguna vez de vender drogas (sin contar el alcohol o el tabaco) o de estar en posesión de ellas?
George, sabemos que te han arrestado tres veces y yo no conozco a nadie, aparte de algunos amigotes pacifistas, que haya estado en comisaría en tres ocasiones.
Además de por conducir bajo los efectos del alcohol, te han detenido por robar una guirnalda navideña con otros compañeros de tu hermandad universitaria para gastar una broma. ¿De qué va todo eso?
Tu tercer arresto se debió a conducta inadecuada durante un partido de fútbol americano. Esto es lo que, de verdad, no entiendo ¡No hay nadie que no se comporte de manera inapropiada en un partido de fútbol americano! He asistido a muchos y me han derramado encima más de una cerveza, pero hasta hoy no he visto que detengan nadie. Para hacerse notar entre una turba de hinchas mamados, hay que aplicarse al máximo.
George, tengo una teoría sobre cómo y por qué te está sucediendo todo esto.
En lugar de ganarte la presidencia, te la regalaron. Así es como has conseguido todo en la vida. Dinero y apellido te han abierto todas las puertas. Sin esfuerzo, trabajo, inteligencia ni ingenio, se te ha legado una existencia privilegiada.
Enseguida aprendiste que todo lo que tiene que hacer alguien como tú en Estados Unidos es presentarse. Te admitieron en un exclusivo internado de Nueva Inglaterra por el simple hecho de apellidarte Bush. No tenías que ganarte el puesto: te lo compraron.
Cuando ingresaste en Yale, aprendiste que podías pasarles la mano por la cara a estudiantes con mayores méritos que habían hincado los codos durante diez años para que los aceptasen en esa universidad. No lo olvides: eres un Bush.
Entraste en la Facultad de Empresariales de Harvard del mismo modo. Después de cuatro años erráticos en Yale, ocupaste la plaza que le pertenecía a otro.
Entonces, nos quisiste hacer creer que habías hecho el servicio militar en la Guardia Nacional Aérea de Texas. Lo que no dijiste fue que un día te escabulliste y ya no te reincorporaste a tu unidad: un año y medio de ausencia, según el
Boston Globe
. No cumpliste con tus obligaciones militares porque tu nombre es Bush.
Tras varios «años perdidos» que no aparecen en tu biografía oficial, tu padre y otros miembros de la familia te regalaron un trabajo tras otro. Por más empresas que arruinabas, siempre había otra esperándote.
Por fin, acabaste como socio propietario de un gran equipo de béisbol —otro obsequio— a pesar de que sólo aportaste una centésima parte del dinero. A continuación estafaste a los contribuyentes de Arlington, Texas, para que te ofrecieran otro donativo: un estadio nuevo de miles de millones de dólares que no tuviste que pagar.