En el terreno laboral, seguimos haciéndonos con los mejores empleos, la paga doble y el asiento delantero en el autobús de la felicidad y el éxito. Mira pasillo abajo y volverás a ver a negros sentados donde siempre han estado: recogiendo nuestros residuos y sirviéndonos y atendiendo desde detrás del mostrador.
Con el fin de disimular esta discriminación persistente, convocamos «seminarios sobre diversidad” en nuestro lugar de trabajo y designamos expertos en «relaciones urbanas» para que nos ayuden conectar con la comunidad». Cuando anunciamos una oferta de trabajo incluimos regocijados las palabras «Contratación en igual de oportunidades». Sienta tan bien para echar unas risas, pues sabemos que un negro no va a conseguir el curro ni de coña. Sólo el 4% de la población afroamericana cuenta con una carrera universitaria (frente al 9 % de blancos y el 15 % de asiáticos americanos). Hemos amañado el sistema para que los negros estén predestinado desde la cuna, garantizando que asistan a las peores escuelas publicas, evitando que ingresen en las mejores universidades y allanando su camino para una existencia plena dedicada a hacernos café, arreglar nuestros BMW y recoger nuestra basura. Sin duda, hay algunos que logran colarse; pero también pagan peaje por el privilegio: al médico negro que conduce un BMW lo para continuamente la policía; la musa negra de Broadway no puede conseguir taxi después de una calurosa ovación; el ejecutivo negro es el primero en ser despedido por «antigüedad».
La verdad es que los blancos merecemos un premio a la genialidad por todo ello. Repetimos la cantaleta de la inclusión, celebramos el cumpleaños del doctor King, ya no reímos con los chistes racistas; gracias al cabrón de Mark Fulhrman
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, hasta hemos acuñado un nuevo término, «la palabra que empieza con N», para sustituir la voz «negrata». Nunca más nos volverán a pillar pronunciando esa palabra. No, señor. Sólo resulta aceptable cuando tarareamos una canción de rap, y últimamente –anda— nos encanta el rap.
Es curioso que siempre dejamos caer la frase: «Mi amigo, que es negro...» Donamos dinero a fundaciones negras, celebramos el Mes de la Historia Negra
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y nos aseguramos de emplazar a nuestro único trabajador negro en el mostrador de recepción para poder decir: «Ya ven, aquí no se discrimina. Contratamos a negros. »
Sí, somos una raza astuta y taimada ¡Y lo bien que nos ha ido!
También somos muy buenos en lo de beber de la cultura negra o fusilarla directamente. La asimilamos, la pasamos por un programa de lavado y la hacemos nuestra. Benny Goodman lo hizo, Elvis lo hizo, Lenny Bruce lo hizo. La Motown creó un sonido enteramente nuevo, que acabó trasladándose a Los Ángeles, donde se retiró para ceder el paso a las grandes estrellas blancas del pop. Eminem reconoce que le debe mucho a Dr. Dre, Tupac y Public Enerny. Los Backstreet Boys y 'N Sync se lo deben todo a Smokey Robinson y a los Miracles, los Temptations y los Jackson Five.
Los negros lo inventan, nosotros nos lo apropiamos. En la comedía, la danza, la moda, el lenguaje... nos encanta el modo en que se expresan los negros, ya sea por la manera de echar un piropo, de juntarse con su peña o de tratar empecinadamente de «ser como Mike». Naturalmente, la palabra clave es «cómo», porque, por millones que gane Mike, se ve obligado a parar el coche una y otra vez a instancias de la policía.
En las tres ultima décadas, el deporte profesional (salvo el hockey) ha sido acaparado por afroamericanos. Hemos demostrado una gran generosidad al dejarles todo ese penoso esfuerzo a los jóvenes negros, y, la verdad sea dicha, mola más repantigarse en el sofá a mojar las patatas fritas en salsa mientras los miramos correr tras la pelota. Si necesitamos ejercicio, siempre podemos extender el brazo para llamar a los programas radiofónicos de deportes y quejarnos de las cifras astronómicas que ganan esos atletas. Ver a negros amasando tanto dinero nos hace sentir mal.
¿Dónde están hoy día los negros que no juegan al baloncesto ni nos sirven el café? Raramente los veo en el mundo del cine y la televisión. Cuando voy de Nueva York a Los Ángeles para reunirme con gente del negocio del espectáculo, puedo pasar días sin toparme con un afroamericano a quien no tenga que darle propina. Y eso es desde que embarco en el avión hasta que me registro en el hotel, me dirijo a la agencia artística, me reúno con los ejecutivos, asisto a un bar de copas con un productor de Santa Mónica y ceno con unos amigos en West Hollywood. ¿Cómo puede ser? Para matar el rato, ahora juego a ver cuánto tiempo pasa antes de divisar a un negro que no lleve uniforme ni esté sentado ante un mostrador de recepción (en Los Ángeles también tienen el truco del negro recepcionista). Durante mis últimos tres viajes a la ciudad, el reloj no se detuvo: la cuenta quedó en cero. Que yo pueda pasar unos días en la segunda ciudad de Estados Unidos y encontrar sólo blancos, asiáticos e hispanos, es un auténtico logro, un testimonio de nuestro férreo compromiso con una sociedad segregada. Piensen en la energía que hay que gastar para no vernos importunados por ningún negro. ¿Cómo lograron los blancos mantener fuera de mi vista al millón de ciudadanos negros de Los Ángeles? Puro ingenio.
Ya sé que es fácil tomarla con Los Ángeles. Pero la experiencía de no ver a un solo negro puede vivirse en casi cualquier parte de Estados Unidos, no sólo en el mundo del cine y la televisión. Me sorprendería que alguna mano negra hubiera llegado a tocar el manuscrito de este libro desde que salió de mi estudio (aparte de las del mensajero que lo llevó a la editorial).
Por una vez, estaría bien ver a un negro en un partido de los Knicks a no menos de veinte hileras de mi asiento (sin contar a Spike Lee y a los propios jugadores). Por una vez, quisiera entrar en un avión y verlo repleto de negros, en lugar de los acostumbrados blancos quejicas que se sienten con derecho a aparcar el culo en mi regazo. No se confundan. No soy un anticaucásico militante. No es la piel blanca lo que me pone los pelos de punta. Lo que me da rabia es que mis conciudadanos blancos hayan logrado con malas artes convertir a los negros en blancos. Cuando oí hablar al magistrado Clarence Thornas
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por vez primera, me dije: «Para alborotar de ese modo, ¿no tienen los blancos a suficiente gente de su lado?» Actualmente, la radio y la televisión están saturadas de negros que se desviven por impulsar el ideal blanco. Me encantaría saber de dónde sacan las cadenas a tales individuos. Hablan en contra de la discriminación positiva, a pesar de que muchos de ellos pudieron asistir a la universidad gracias a ella. La emprenden contra las madres acogidas a programas de la asistencia social, a pesar de que sus propias madres vivían en esas condiciones y lucharon desde la pobreza para que su hijo creciera y acabara degradándolas de ese modo. Condenan a los homosexuales, a pesar de que el SIDA se ha ensañado con la comunidad gay afromacricana más que con cualquier otro grupo social. Desprecian a Jesse Jackson, a pesar de que se jugó su libertad y su vida para que ellos pudieran sentarse en cualquier restaurante y charlar de lo que se les antojara. No pretendo que la América negra se pliegue a una única tendencia política; simplemente, me repugna la mala baba que destilan estos «conservadores».
Contemplar esta pornografía al más puro estilo Tío Tom es de lo más triste. ¿Cuánto se les paga a estos necios? Me pregunto si, al acabar sus programas, los presentadores Bill O'Reilly, Chris Matthews o Tucker Carlson les dicen a estos renegados: «Oye, hay una casa en venta junto a la mía, ¿por qué no te trasladas?», o bien: «Oye, mi hermana está soltera como tú, ¿por qué no quedas con ella?» No sé, quizá lo hagan. Quizás O'Reilly me invite para el Día de Acción de Gracias del año próximo.
Sigo preguntándome por cuánto tiempo vamos a tener que cargar con el legado de la esclavitud. Pues sí, ya he sacado el tema: LA ESCLAVITUD. Uno casi puede oír como chirría la América blanca cuando alguien menciona que seguimos padeciendo el impacto de un sistema esclavista sancionado en su momento por el gobierno.
Sintiéndolo mucho, debo decir que la raíz de la mayor parte de nuestros males sociales se remonta a este siniestro capítulo de nuestra historia. Los afroamericanos jamás tuvieron de entrada las mismas oportunidades que la mayoría de nosotros. Sus familias fueron destruidas deliberadamente. Se les despojó de su lengua, su cultura y su religión. Se institucionalizó su pobreza para que recogieran nuestro algodón, combatiesen en nuestras guerras y para que nuestros comercios pudieran estar abiertos toda la noche. La América que conocemos nunca habría existido si no hubiera sido por los millones de esclavos que la construyeron y que desarrollaron su boyante economía, así como tampoco existiría sin los millones de descendientes suyos que hacen los mismos sucios trabajos para los blancos hoy día.
«Mike, ¿por qué sacas el tema de la esclavitud? Ningún negro que aún viva fue jamás un esclavo. Yo no esclavicé a nadie. ¿Por qué no dejamos de echarle las culpas de todo a una injusticia pasada y aceptamos que todos deben responsabilizarse de sus propios actos?» Parece como si estuviéramos hablando de la antigua Roma, y la verdad es que mi abuelo nació sólo tres años después de la guerra de Secesión.
Sí, señor, mi abuelo. Mi tío abuelo nació antes de esa guerra. Y yo tengo menos de cincuenta años. Es cierto que por algún motivo la gente de mi familia se casa y tiene hijos más tarde de lo habitual, pero la verdad sigue siendo que sólo estoy a dos generaciones de los tiempos de la esclavitud. Y eso no es «hace mucho tiempo». Desde el punto de vista de la historia milenaria del hombre, fue prácticamente ayer. Hasta que nos demos cuenta de ello y aceptemos que tenemos la responsabilidad de subsanar un acto inmoral que sigue teniendo repercusiones hoy día, nunca llegaremos a limpiar el alma de nuestro país de su mancha más grasienta.
En 1992, el día siguiente al estallido de los disturbios de Los Ángeles, cuando el caos se había extendido hacia los barrios cercanos a Beverly Hills y a Hollywood, los blancos activaron la alarma y abandonaron la ciudad en tropel, mientras muchos otros se parapetaban en sus propiedades armados hasta los dientes. Era como si la hecatombe racial que muchos habían temido hubiera sobrevenido efectivamente.
Yo me encontraba trabajando en un despacho de la Warner Bros., en el Rockefeller Center de Nueva York, cuando se nos comunicó por megafonía que había que evacuar el edificio antes de las 13.00. Se temía que los negros de Nueva York se contagiasen de la «fiebre destructiva» generalizada en California y se desquiciaran. A la una en punto salí a la calle y espero no volver a contemplar jamás aquel espectáculo: decenas de miles de blancos corrían por las aceras para alcanzar el próximo tren o autobús que los pusiera a salvo. Parecía una escena de la película
Como plaga de langosta
, un hervidero de seres humanos presas del pánico bullía como un solo organismo, temiendo por su vida.
Media hora después, las calles estaban desiertas. Vacías. Resultaba sobrecogedor. Eso era Nueva York, en mitad del día y de la semana, y parecía que fueran las seis de la madrugada de un domingo. Me encaminé hacia mi barrio, sin otra preocupación que la de haberme quedado sin tinta. Pasé por la papelería de enfrente de casa, que era uno de los pocos comercios que seguían abiertos. Compré un par de bolígrafos, algo de papel y fui a pagar. En el mostrador, delante del anciano propietario, había un bate de béisbol. Le pregunté para qué lo quería.
—Por si acaso —respondió, desviando la mirada hacia la calle.
—¿Por si acaso qué? —Inquirí.
—Ya sabe, por si deciden amotinarse por aquí también.
No estaba refiriéndose a que los alborotadores de Los Ángeles fuesen a saltar desde aviones para arrojar cócteles molotov por toda la Gran Manzana. Lo que tenía en mente —como todos que salían despavoridos para alcanzar el último tren a los barrios residenciales blancos— es que nuestro problema nunca ha acabado de solventarse y que la América negra sigue abrigando mucha rabia contenida por la tremenda disparidad existente entre su estilo de vida y el de los blancos en el país. El bate sobre el mostrador expresaba perfectamente un temor mental que todos los blancos callan: el de que, antes o despues, los negros se alcen y vayan a por nosotros. Sabemos que estamos sentados sobre un polvorín y que conviene estar listos a cuando las víctimas de nuestra codicia llamen a la puerta.
¿Y por qué esperar a que suceda? ¿No sería mejor arreglar el problema en lugar de tener que huir mientras arden nuestras casas? Pensando en todo ello, he elaborado una lista de consejos fáciles de seguir que le pueden ayudar a poner su culo a salvo. Tarde o temprano —como bien sabemos— nos rodearán millones de Rodney Kings, y esta vez no van a ser ellos los que reciban la paliza. Si no estamos dispuestos a tomar medidas serias para corregir nuestros problemas raciales, es bien posible que acabemos viviendo en un barrio cercado con alambre, armados con fusiles automáticos y protegidos por fuerzas de seguridad privadas. ¿Les gusta el panorama?
CONSEJOS DE SUPERVIVENCIA PARA LA
AMÉRICA BLANCA
1. Contrate sólo a negros
.
A partir de hoy no contrataré a ningún blanco más. No tengo nada contra ellos, claro está. Son gente fiable y trabajadora. Los que colaboraron conmigo en mis películas o programas de televisión son personas fantásticas.
Pero son blancos.
¿Cómo puedo sostener lo que he escrito aquí si no hago nada o casi nada para corregir el problema en mi propia parcela? Claro que podría ofrecerles mil excusas acerca de los motivos por los que es tan difícil encontrar afroamericanos en este negocio..., y serían todas ciertas. ¿Y qué? Vale, es difícil, ¿me absuelve eso de mi responsabilidad? Debería encabezar un piquete contra mí mismo.
Al ofrecer trabajo a blancos —para muchos de ellos, el primero en este medio— les he dado la oportunidad de progresar y labrarse carreras exitosas en programas de prestigio como
Politically Incorrect, Dharma and Greg, David Lettermans Show, The Dally Show with Jon Stewart y otros
. Hay una docena de ex miembros de mi equipo que han logrado hacer sus propias películas. Uno llegó a ser directivo de Comedy Central y otros dos crearon sus propios programas para esa cadena. Algunos de nuestros montadores han trabajado en HBO, y uno de ellos ha montado muchas de las películas de Ang Lee (
Tigre y Dragón
).