Evento (50 page)

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Authors: David Lynn Golemon

Tags: #Ciencia Ficción, Intriga

—¿Entonces si sobrevive tan solo una de las crías…? —preguntó el director de la CIA.

—Todo vuelve a empezar otra vez —dijo Niles.

El presidente mantuvo su mirada en sus altos consejeros y finalmente la fijó en la cámara.

—Señor Comtpon, ustedes se ocupan del visitante, y el comandante Collins y su Grupo siguen al mando de todo lo que pase bajo la superficie de ese valle. Niles, dígale al comandante Collins que acabe con esos cabrones.

Chato's Crawl, Arizona

9 de julio, 14.10 horas

Julie observó cómo el MH-53J Pave Low III del Tercer Escuadrón de Operaciones Especiales daba vueltas alrededor del pueblo. Se sintió más segura al observar que desde las puertas laterales y desde la rampa trasera, los cañones rotatorios apuntaban en dirección al desierto. También diez helicópteros de combate Apache AH-64D Longbow sobrevolaban el pueblo con la carga letal de dieciséis misiles Hellfire cada uno. La visión de los cañones M230 de 30 mm moviéndose y cubriendo toda la zona alrededor de los edificios daba al menos a los supervivientes una cierta sensación de seguridad. Más arriba todavía, sobrevolaban varios grupos de cazas de combate. A su llegada, los pocos habitantes del pueblo y periodistas que habían sobrevivido estallaron en gritos de júbilo.

Pero Julie tenía la cabeza puesta en otra cosa. Mientras miraba a los soldados y civiles heridos, desperdigados por el tejado de lo que una vez había sido su tranquilo y apartado bar-asador, y a los médicos del Ejército que trataban de curar sus heridas, se mordió el labio y tomó una importante decisión.

—Mamá, ¿qué haces? —preguntó Billy mientras ella se alejaba del resto caminando hacia atrás—. El teniente Ryan ha dicho que no nos movamos de aquí.

Julie se dirigió deprisa hasta la trampilla que algunos de los clientes habían utilizado para acceder hasta el tejado. Escudriñó a su alrededor para ver si alguien se fijaba en ella, pero todos tenían la vista puesta en el cielo, en los gigantescos helicópteros que empezaban a aproximarse a los tejados.

—Quédate aquí, tengo que ver si Hal y Tony están bien —gritó debido al ruido de los motores—. No puedo marcharme sin saberlo.

—Eso es una locura, mamá. Ryan ha dicho que volvería enseguida, y el señor comandante se enfadará mucho —le rogó Billy, tirándole de la camiseta—. Deja que lo miren ellos, mamá. No se van a dejar a nadie.

—Son nuestra familia, Billy. Tenemos que aseguramos. Voy a bajar solo un minuto. —Después abrió la trampilla y se sumergió en la oscura escalera.

Billy miró nervioso a su alrededor y deseó que Gus estuviese allí, pero él y Palillo habían despegado con Ryan, el coronel y el comandante hacía veinte minutos. Billy se preguntaba si estarían en el lugar del accidente. Él también se mordió el labio mientras tomaba una decisión, y luego siguió los pasos de su madre.

Capítulo 29

Montañas de la Superstición, Arizona

9 de julio, 14.40 horas

—¿Que vas a qué? —preguntó Lisa, levantando demasiado la voz.

Sarah revisó su mochila una vez más y miró luego a los delta y ranger que estaban comprobando sus equipos. Solo unos pocos levantaron la vista hacia ellas después de que Lisa subiera tanto el tono. Sarah miró a su amiga y luego saludó con la cabeza a los comandos que estaban sentados a las mesas alrededor de ellas. Después, sacó el arma automática de calibre 9 mm que llevaba en el hombro, metió una bala, comprobó el seguro y volvió a enfundar la pistola. Revisó por quinta vez el pequeño tanque de oxígeno que había encima de la cama y comprobó que la aguja marcase el nivel correcto. Después de todo eso se giró de nuevo hacia su amiga.

—Voy a dirigir la expedición a través de la primera excavación hecha por la progenitora, aquí, en el lugar del accidente —contestó finalmente intentando sonar despreocupada.

—Eso es una locura, hermanita. ¿Has oído de lo que dicen que es capaz esa cosa? ¿Has visto las heridas que tienen algunos de esos tipos de la Aviación? —Lisa miró a su alrededor y se acercó más a Sarah—. ¿El comandante fantástico está al corriente?

Varios delta y un ranger o dos levantaron la vista hacia las dos mujeres, que estaban de pie enfrente de la enorme tienda. Lisa se los quedó mirando hasta que bajaron la vista de nuevo.

Sarah se colocó las gafas de visión nocturna y se ajustó la careta.

—Lisa, es mi trabajo, y sí, es lo que ha planeado el comandante. Me eligió a mí. Los equipos de geología están repartidos por el resto de túneles. —Se quitó el aparato de luz ambiente y miró a su amiga, que le ganaba en estatura—. Escucha, tenemos que encontrar a esas cosas antes de que pasen nueve horas. Si dejamos actuar a las Fuerzas Aéreas, no habrá forma de recomponer los cuerpos y saber exactamente a cuántos ejemplares hemos matado. No voy a ir yo sola. Otros miembros de los equipos de minas y de geología dirigen otros grupos en más de cincuenta agujeros. Además, desde que llegaron los Delta y los Ranger nuestras posibilidades de supervivencia han aumentado sustancialmente.

Lisa cerró la portezuela de la tienda, evitando así que entrara la luz del sol y el ruido del vaivén de los helicópteros.

—El territorio natural de esos bichos está ahí abajo, y tú te presentas voluntaria para meterte en esos putos agujeros. ¿El comandante se ha vuelto loco o qué?

Sarah se giró y se quedó mirando a su compañera de habitación mientras introducía un cargador con treinta balas en su rifle ligero de asalto XM8.

—¿Por qué no te preocupas por Carl o por los miembros de los comando que van a bajar? ¿Por qué solo te diriges a mí? —le preguntó a su amiga, mirándola directamente a los ojos.

Lisa siguió en sus trece.

—Porque ellos son unos machitos gilipollas que no tienen ni una pizca de cerebro, y yo pensaba que tú sí tenías, pero queda patente que no.

—Joder, Lisa, es mi trabajo —dijo Sarah en voz baja pero firme—. ¿Qué quieres que diga en mi primera misión: «Ay, lo siento, es demasiado peligroso para mí»?

Lisa agachó la cabeza y se mordió el labio, callándose el resto de su razonamiento porque se dio cuenta de que su amiga tenía razón.

—Estaré bien. Si es necesario, tiraré delante a alguno de estos machotes de la Fuerza Delta y saldré corriendo, ¿de acuerdo? —Sarah levantó la vista y sonrió a los pocos miembros de las fuerzas de élite que aún las estaban mirando. Los soldados asintieron con la cabeza.

Lisa sonrió por primera vez desde la llegada de su amiga.

—Cuida de Carl, es de la clase de tíos a los que le gusta hacerse el héroe.

—Lo haría, pero no está en mi equipo. Él va con Jack, con ese gallito de la Marina y con Will Mendenhall, así que volverá con vida, te lo prometo —dijo Sarah mientras cogía la mano de su amiga—. He de irme, Lisa. Tenemos una reunión dentro de cinco minutos. Esas cosas aún no lo saben, pero ahora es a nosotros a los que nos toca salir de cacería.

Chato's Crawl, Arizona

9 de julio, 14.20 horas

Julie bajó lentamente el último peldaño de la escalera, temerosa de que el ruido que produjeran sus zapatillas deportivas contra el destrozado suelo fuera suficiente para que una de esas cosas subiese y se la llevara. Pero en la cocina todo estaba en silencio. Vio uno de los agujeros hechos durante el ataque y se estremeció mirando el imponente pozo oscuro. Alrededor de la boca había restos de sangre; Julie rogó en silencio que ni Hal ni Tony hubiesen sido arrastrados hasta la muerte. Mientras avanzaba escuchó un zumbido en la máquina de discos: la aguja se había quedado enganchada y volvía una y otra vez sobre el mismo punto.

De arriba llegaba el silbido de las potentes turbinas de los helicópteros, que estaban colocándose a la altura de los tejados. Conforme fue llegando el torbellino producido por los rotores de cinco hélices, todos los objetos que había en la cocina empezaron a tintinear con fuerza. Julie se sobresaltó con el escándalo producido por una de las sartenes, que se soltó del enganche donde estaba sujeta y cayó contra la plancha y luego contra el suelo. El corazón estuvo a punto de salírsele por la boca cuando notó que algo le tocaba el hombro por detrás. Se tapó la boca rápidamente, no sin antes poder evitar que se le escapara un pequeño grito. Billy cogió de la mano a su madre y con la otra se puso el índice delante de los labios pidiendo silencio.

—Calla —susurró—. ¿Qué estás haciendo, mamá? —dijo en voz muy baja después de quitarse la mano de la boca.

—Maldita sea, Billy, vete para arriba ahora mismo —dijo en voz más o menos baja, agradeciendo el ruido que llegaba procedente de las turbinas de los motores de los Pave Low.

—Ni hablar; si no vienes tú, no —declaró Billy mirando alrededor, buscando cualquier señal de los animales que habían asolado el pueblo de forma tan salvaje. Aún no había visto ninguno y no tenía ningunas ganas de hacerlo. Intentaba mantener un aspecto desafiante de valentía, pero no sentía nada por el estilo en ese instante.

Julie frunció el ceño, tratando de no perder los nervios. Luego contó hasta diez en voz alta, pronunciando cada número con rabia. Luego se tranquilizó un poco y abrió los ojos.

—Está bien, de todas maneras no parece que haya nadie, así que vamos otra vez para arriba y nos largamos de aquí.

A pesar del ruido de los helicópteros, cuando empezaron a darse la vuelta pudieron escuchar el sonido de unas voces. No procedían de la escalera que conducía al tejado, sino de la parte del comedor a la que no llegaba su vista. Julie hizo un gesto de sorpresa.

—Todavía hay gente aquí —susurró un poco nerviosa, sabedora de que todo el mundo debía de estar en el tejado.

Cogió la mano derecha de Billy y tiró de él, siguiendo la barra, hacia el exterior de la cocina. Caminaron haciendo el menor ruido posible, tratando de sortear los taburetes tirados por el suelo y las mesas destrozadas. Cuanto más se acercaban, más claramente se escuchaban las voces.

—Sean quienes sean, no hablan nuestro idioma. Me parece que están hablando en francés —dijo Julie en voz muy baja.

Llegaron al extremo de la barra y miraron al otro lado. Julie contó dieciséis hombres. No llevaban los uniformes marrones de los soldados de la 101, sino trajes de color negro como el de Ryan y los otros que habían llegado al bar al principio. De todas maneras, estos soldados tenían algo distinto a los que acompañaban al teniente Ryan. Los uniformes eran diferentes y algunos de ellos llevaban barba. Y a Julie, pese a no ser una profesional en la materia, le dio la sensación de que tenían un aspecto muy peligroso.

Mientras Julie comenzaba a tironear a Billy para que volvieran atrás, una mano se posó sobre su hombro. Esta vez no lo pudo evitar; lo intentó, pero no podía soportar que la asustasen: Julie dio un grito.

—Oye, ¿te puedo pagar esto después? —preguntó Tony, medio borracho a voz en grito.

Los hombres que estaban sentados preparando sus armas se pusieron de pie, y los que estaban ya de pie empuñaron las armas y fueron corriendo a encañonar a los intrusos. Una docena de puntitos láser de color rojo se quedaron fijos sobre los pechos de los tres, sin temblar ni siquiera un poco. Lo único que Julie pudo hacer fue levantar las manos para mostrar que no iba armada.

—Me alegro de que estés bien, Tony, pero no podías haberte despertado en peor momento —susurró Julie en voz baja, respirando profundamente.

—Señorita Dawes, qué sorpresa. Estaba convencido de que habría usted abandonado el lugar junto con el resto —dijo el hombre rubio del departamento de Interior mientras se abría paso entre sus compañeros.

Ya no llevaba la ropa informal de antes: ahora iba vestido con un mono militar de color negro. De su costado, colgaba una enorme pistola y en una correa alrededor del pecho portaba el cuchillo más afilado y amenazador que Julie hubiese visto nunca.

—¿Usted es el señor…? —tartamudeó Julie.

El hombre sonrió y se acercó donde estaban los tres intrusos. Puso la mano sobre la cabeza de Billy y le frotó un poco el pelo. Los tres se quedaron impresionados, pese a la sonrisa, por la frialdad de su mirada.

—Dejaremos las presentaciones de momento, señorita Dawes. Y este debe de ser el hombre de la casa. Me alegro de que lo haya encontrado. Hoy no es buen día para ir por ahí dando vueltas.

—Es mi hijo Billy —dijo Julie con gesto de preocupación.

—Como ya le he dicho, señorita Dawes, debería haberse marchado con los demás en los helicópteros de evacuación. Lo siento, pero dadas las circunstancias, van a tener ustedes que acompañarnos.

—Bueno, bueno, ¿se puede saber qué es lo que me he perdido? —dijo Tony, quitando el tapón de la botella de Jack Daniel's.

Los cuatro F-15 Strike Eagles procedentes de Nellis surcaban el cielo azul a cuatrocientos metros de altitud por encima de la superficie del desierto. El teniente coronel Frank Jessup dirigía la escuadra de cazas de las Fuerzas Aéreas, que habían venido temporalmente desde Japón para participar en Bandera Roja, un riguroso entrenamiento para pilotos en el que estudiaban las tácticas que deberían seguir ante un posible enfrentamiento con aviones de otros países. Ahora les habían mandado llevar a cabo la misión más extraña que Jessup pudiera recordar como piloto al mando de una patrulla aérea de combate. Tenía que estudiar el terreno y buscar cualquier posible actividad que resultara anómala. Estaba tratando de descifrar qué querrían decir exactamente con esto cuando su piloto de apoyo, el comandante Terry Miller, se comunicó por radio:

—Jefe Arriero, aquí Arriero II, ¿hablaron de actividad fuera de lo normal, verdad?

Jessup accionó el botón transmisor en la palanca de mando.

—Eso dijeron. ¿Qué tienes, Arriero II?

—Mire a sus nueve y dígame lo que ve.

El coronel Jessup miró abajo a su izquierda, pero el oficial artillero que iba en el asiento de atrás lo vio primero.

—¿Qué demonios es eso, coronel? —preguntó.

Jessup se quedó maravillado mirando el surco que se abría en la superficie del desierto, como si una pequeña motora navegara sobre la arena. Justo detrás de la ola en movimiento, se vislumbraba un socavón en el suelo, como si lo que fuera que estaba provocando aquello se desplazara a muy poca distancia de la superficie, ya que a su paso el suelo se derrumbaba sobre el túnel.

—Muy bien, vuelo Arriero, tenemos un posible objetivo según las órdenes. Nuestras RDE siguen siendo las mismas. —A Jessup no le hacía falta recordar a su tripulación que las reglas de enfrentamiento (RDE) eran muy sencillas: avistar al enemigo y atacar—. Arrieros III y IV, apunten al objetivo y ataquen —fue la breve orden de Jessup—. Jefe Arriero cubrirá desde arriba.

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