Excesión (65 page)

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Authors: Iain M. Banks

Tags: #Ciencia Ficción

Pero ella había sido una Excéntrica, y solo unas pocas Mentes sabían que en realidad había sido fiel a los objetivos y propósitos de la Cultura todo el tiempo, y no lo que todo el mundo había creído: una necia indulgente y egoísta, capaz de derrochar los inmensos recursos con los que había sido bendecida. Probablemente, ahora que lo pensaba, esas Mentes que conocían su secreto fueran las últimas en apoyar la causa de su resurrección. La parte que habían desempeñado en el plan –llámalo conspiración si lo prefieres– de esconder su auténtico propósito era algo que seguramente prefirieran mantener en secreto. Qué suerte para ellas, pensarían, que la
Servicio durmiente
hubiera muerto, o al menos que solo existiera en un estado simulado y controlable dentro de la matriz de otra nave.

La nave gigante contempló la Excesión, que todavía seguía avanzando hacia ella. A pesar de su prodigioso poder, la
Servicio durmiente
se sentía ahora tan impotente como el cochero de un antiguo carruaje, atrapado en un camino al pie de un volcán, observando cómo se arrastraba la nube incandescente de una
nuée ardente
por la ladera de la montaña hacia él.

Las respuestas de la
¿Cuál es la respuesta y por qué?
y la
Usa la sicología,
a través de la
Zona gris
y la
Perspectiva amarga
debían de estar a punto de llegar, si es que iban a hacerlo.

Envió una señal al avatar que estaba a bordo de la
Perspectiva amarga,
para pedirle que consignara los estados-mentales de los humanos al núcleo de IA, si la nave estaba de acuerdo (sería una buena prueba de lealtad). Que resolvieran sus problemas si podían. En cualquier caso, la transición prepararía a los humanos para la transmisión de sus estados-mentales si los límites destructivos de la Excesión alcanzaban a la
Perspectiva amarga.
Era el único socorro que podía ofrecerles.

¿Qué más?

Revisó todas las demás cosas que le faltaba por hacer.

Casi nada importante, tuvo que reconocer. Había miles de estudios sobre su comportamiento a los que siempre había querido echar un vistazo; un millón de mensajes que nunca había leído; mil millones de historias que nunca había seguido hasta su final; un billón de pensamientos que nunca había completado...

La nave caminó entre los escombros de su vida mientras la inmensa muralla de la Excesión se le acercaba cada vez más.

Examinó los artículos, reportajes, estudios, biografías e historias que se habían escrito sobre ella y que había ido recopilando. Muy pocos tenían imágenes, y los que sí las tenían podían haber pasado sin ellas. Nadie había conseguido nunca introducir una cámara en su interior. Supuso que hubiera debido sentirse orgullosa de ello, pero no era así. La falta de interés visual real no había desalentado a la gente. Parecían encontrar fascinantes tanto la nave como la articulación de su excentricidad. Algunos periodistas se habían acercado a la verdad al proponer la idea de que la
Servicio durmiente
formaba en realidad parte de Circunstancias Especiales y que, de algún modo, estaba Preparando Algo... Pero estas sospechas eran como unos pocos granos dispersos de verdad disueltos en un océano de bobadas, y por lo general estaban además envueltos inextricablemente en divagaciones paranoicas que solo servían para devaluar el poco sentido y pertinencia con los que estaban asociados.

A continuación, la
Servicio durmiente
revisó la inmensa cantidad de mensajes sin responder que había acumulado a lo largo de las décadas. Allí estaban todas las señales que, a primera vista, había encontrado irrelevantes, otras que había desechado porque provenían de naves por las que no sentía simpatía y un subgrupo entero con todos los que había descartado en las semanas transcurridas desde que pusiera rumbo a la Excesión. Las señales almacenadas eran banales o ridículas; naves que querían razonar con ella, personas que pretendían subir a bordo sin ser Almacenadas previamente, servicios de noticias o individuos que querían entrevistarla, hablar con ella... incontable derroche de esfuerzo absurdo. Dejó de leer las señales y se limitó a hacerlo con la primera línea de cada una de ellas.

Cuando estaba aproximándose al final del proceso, un mensaje, marcado como interesante por una subrutina de reconocimiento de nombres, destacó del resto. La señal venía seguida por una serie entera, cuyo remitente era una misma nave: el Vehículo de Sistemas Limitado
Solo llamadas serias.

A propósito de Gravious
–rezaba la primera línea.

Aquello despertó la curiosidad de la
Servicio durmiente.
¿Así que aquella era la entidad a la que el traicionero pájaro había estado informando? Abrió un voluminoso archivo referente al VSL, lleno de intercambios de señales, asignaciones de archivos, pensamientos anotados, contextualizaciones, definiciones, significados postulados, inferencias, soliloquios, garantías de fidelidad, grabaciones y referencias.

Y descubrió una conspiración.

Leyó las señales intercambiadas por la
Solo llamadas serias, La impaciencia por la llegada de un nuevo amante
y la
Liquídalos más tarde.
Observó y escuchó, experimentó un centenar de pruebas diferentes –una de ellas, entre muchas otras, el antiquismo dron junto al anciano llamado Tishlin, mirando desde lo alto una isla en medio de un mar oscurecido por la noche– y comprendió. Sumó uno más uno y obtuvo dos; razonó, extrapoló, concluyó.

La nave volvió a fijarse en el implacable avance de la Excesión, y pensó:
Y ahora lo descubro, ahora que es demasiado tarde.

La
Durmiente
miró a su hija, la
Perspectiva amarga
, que todavía estaba desviándose de su curso anterior. El avatar estaba preparando a los humanos para entrar en modo de simulación.

VII

–Lo siento –dijo el avatar a los dos hombres y la mujer–. Lo más probable es que tenga que introducirnos a todos en una simulación, si no tenéis inconveniente.

Todos se lo quedaron mirando.

–¿Por qué? –preguntó Ulver, abriendo los brazos.

–La Excesión ha empezado a expandirse –les dijo Amorphia. Les explicó la situación en pocas palabras.

–¿Quieres decir que vamos a
morir?
–dijo Ulver.

–Tengo que confesar que esa posibilidad existe –dijo el avatar con tono de disculpa.

–¿De cuánto tiempo disponemos? –pregunto Genar-Hofoen.

–No más de dos minutos a partir de ahora. Entonces será aconsejable entrar en modo de simulación –les dijo Amorphia–. Antes de eso, podría ser conveniente, teniendo en cuenta la naturaleza impredecible de la situación. –Miró a todos los presentes–. También debería señalar que no es necesario que entréis todos en la simulación al mismo tiempo.

Ulver entornó la mirada.

–Espera un momento. Esto no será un truco para captar nuestra atención, ¿verdad? Porque como lo sea...

–No lo es –le aseguró Amorphia–. ¿Quieres echar un vistazo?

–Sí –dijo Ulver, y un instante más tarde su randa neural sumergió sus sentidos en la percepción de la
Servicio durmiente.

Contempló las profundidades del espacio exterior. La Excesión era un vasto muro bisecado de ardiente caos que se precipitaba hacia ella, tan veloz que cortaba el aliento; una intensísima conflagración de una potencia implacable e inagotable. En aquel momento hubiera podido creer que se le iba a parar el corazón del asombro. Compartir de aquel modo los sentidos de una nave era, inevitablemente, compartir parte de sus conocimientos, ver más allá de la pura apariencia de lo que uno estaba contemplando y observar su realidad, realizar las evaluaciones que correspondía hacera una nave inteligente mientras recogía datos en el vacío, las comparaciones y las implicaciones subsecuentes sobre el fenómeno. Así que, mientras sus sentidos se sobrecogían con lo que estaban viendo, otra parte de su mente cobró consciencia de la naturaleza y el poder de la visión que se les mostraba. Igual que una detonación termonuclear para el tronco que ardía en la chimenea, era esta voraz nube de destrucción para una explosión de fusión. Lo que ahora estaba viendo era algo que hasta al VGS impresionaba y –no hace falta mencionarlo– asustaba mortalmente.

Ulver vio cómo podía salir de la experiencia y lo hizo.

Había estado allí menos de dos segundos. En ese tiempo su corazón había empezado a correr, su respiración se había vuelto rápida y laboriosa y la piel se le había cubierto de sudor frío.

Uau
–pensó–,
¡Menuda droga!

Genar-Hofoen y Dajeil Gelian la estaban mirando. Tenía la sospecha de que no era necesario que dijera nada pero tragó saliva y dijo:

–Creo que no está bromeando.

Interrogó a su randa neural. Habían pasado veintidós segundos desde que el avatar les diera dos minutos de plazo.

Dajeil se volvió hacia él.

–¿Podemos
hacer
algo?

Amorphia abrió las manos.

–Podéis decirme si queréis que vuestros estados mentales entren en la simulación –dijo–. Será el requisito previo para su transmisión a las matrices de otras Mentes. Pero en cualquier caso, la decisión es vuestra.

–Bueno, sí –dijo Ulver–. Envíame cuando hayan pasado esos dos minutos.

Transcurrieron treinta y tres segundos.

Genar-Hofoen y Dajeil estaban mirándose.

–¿Y qué pasa con el niño? –preguntó la mujer, tocándose el vientre hinchado.

–El estado mental del feto también puede leerse, por supuesto –dijo el avatar–. Creo que los precedentes históricos indican que se volverá independiente después de la transferencia. En ese sentido, ya no formará parte de ti.

–Ya veo –dijo la mujer. Seguía mirando a Byr–. Así que nacería –dijo en voz baja.

–En cierto modo –asintió el avatar.

–¿Podría entrar en la simulación sin mí? –preguntó, mirando todavía el rostro de Byr. Él estaba frunciendo el ceño. Tenía cara de tristeza y sacudía la cabeza.

–Sí, podría –dijo Amorphia.

–¿Y si –preguntó Dajeil– decido que ninguno de los dos va?

El avatar respondió con tono de disculpa:

–Casi con toda seguridad, la nave leería su estado mental de todas maneras.

Dajeil volvió la mirada hacia el avatar.

–Bueno, ¿lo haría o no lo haría? –preguntó–. Tú eres la nave. Dímelo tú.

Amorphia sacudió la cabeza una vez.

–Ahora mismo no represento la totalidad de la consciencia de la
Durmiente
–le dijo–. Está ocupada con otras cosas. Solo puedo hacer suposiciones. Pero en este caso, estoy bastante segura de que sería así.

Dajeil estudió al avatar un momento más y entonces miró a Genar-Hofoen.

–¿Y tú, Byr? –preguntó–. ¿Qué vas a hacer tú?

Él sacudió la cabeza.

–Ya lo sabes –dijo.

–¿Sigues pensando como antes? –preguntó, con una pequeña sonrisa.

Byr asintió. Ahora, sus expresiones se parecían.

Ulver estaba mirándolos con las cejas arrugadas y desesperada por comprender lo que estaba pasando. Finalmente, al ver que seguían igual, a ambos lados de la mesa, ofreciéndose el uno al otro una sonrisa de complicidad, volvió a abrir los brazos y gritó, balbuceando:

–¿Y bien?
¿Qué?

Transcurrieron setenta y dos segundos.

Genar-Hofoen volvió la mirada hacia ella.

–Siempre he dicho que viviría una vez y luego moriría –dijo–. Nada de renacimientos y nada de simulaciones. –Se encogió de hombros. Parecía incómodo–. Intensidad –dijo–. Ya sabes, vivir al máximo todo el tiempo.

Ulver puso los ojos en blanco.

–Sí, lo sé –dijo.

Había conocido montones de personas de su edad, hombres en su mayor parte, que pensaban así. Había gente que se atrevía a llevar vidas más arriesgadas y por consiguiente más interesantes, porque grababan sus estados mentales con frecuencia, mientras que otros, evidentemente como Genar-Hofoen (habían estado juntos tan poco tiempo que todavía no habían hablado del tema), creían que la vida se vivía de forma más intensa cuando sabías que solo tenías una oportunidad. Ella se había formado la opinión de que era la clase de cosa que la gente decía cuando era joven y olvidaba a medida que envejecía. Personalmente, nunca había tenido tiempo para estupideces puritanas como aquellas. Había decidido que viviría con un programa completo de grabaciones de reserva a los ocho años. Suponía que debía sentirse impresionada por el hecho de que Genar-Hofoen siguiera fiel a sus principios incluso delante de la muerte –y de hecho sí sentía una cierta admiración– pero más que nada, pensaba que estaba comportándose como un estúpido.

Se preguntó si debía mencionar la posibilidad de que todo aquello fuera más baladí de lo que pensaban. Una parte de lo que había descubierto gracias a los sentidos de la
Servicio durmiente
mientras había estado contemplando la Excesión era que existía la posibilidad teórica de que el fenómeno se lo tragara todo. La galaxia, el universo, todo... Mejor callárselo, pensó. Para qué fastidiarlos. Pero su corazón latía con enorme fuerza. Le sorprendía que los demás no pudieran oírlo.

Oh, mierda. No irá a terminar todo aquí, ¿verdad? Joder. ¡Soy demasiado joven para morir!

No, por supuesto que no podían oír su corazón. Estaban tan concentrados mirándose a los ojos que probablemente, si empezaba a gritar ahora mismo, tardaran todo el tiempo que les quedaba en el mundo para reaccionar.

Transcurrieron ochenta y ocho segundos.

VIII

Ya no quedaba mucho tiempo. La
Servicio durmiente
envió señales a muchas otras naves, incluidas la
Solo llamadas serias
y la
Liquídalos más tarde.
Casi al mismo tiempo, las respuestas de la 
¿Cuál es la respuesta y por qué?
y la
Usa la sicología,
que había estado esperando, llegaron a través de la
Zona gris
y la
Perspectiva amarga.

La expansión de la Excesión era localizada: centrada en la propia
Servicio durmiente
pero extendida a lo largo de un frente inmenso que incluía a todas sus naves.

Ah, bueno
–pensó. Sintió un alivio casi mareante al saber que no había desencadenado el definitivo apocalipsis. El hecho de que iba a morir (al igual que, implícitamente, todas sus naves hijas y, posiblemente, la
Zona gris
y la
Perspectiva amarga
y los tres humanos que esta llevaba a bordo) era de por sí suficientemente malo, pero podía extraer cierto consuelo de saber que sus actos no habían provocado algo peor.

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