Excusas para no pensar (26 page)

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Authors: Eduardo Punset

Por añadidura, la necesaria universalización de servicios como la educación, la seguridad ciudadana, la sanidad y el ocio ha colapsado las estructuras de la Administración del Estado, que ya tampoco es capaz de garantizarlos a los jóvenes, y en el peor de los casos, ha supuesto un descenso abrumador de la calidad y, en el mejor, de la comodidad; la atención sanitaria recibida es ahora menor de lo que era y los plazos ofertados, interminables.

¿Cuál es la solución? Reducir drásticamente el gasto sanitario aumentando de modo decisivo las inversiones en medidas preventivas. ¿Por qué no nos ocupamos de mejorar la dieta de los ciudadanos, reducir su estrés en el trabajo y cuidar de su ejercicio físico? Una pequeña inversión en cada uno de estos campos tendría un impacto gigantesco en los gastos sanitarios.

El alargamiento de la esperanza de vida ha desvelado un gran déficit de los servicios sociales.

© Laurence Monneret / Getty

El Estado solo no puede garantizar la oferta educativa adecuada, sobre todo con el añadido de las reformas imprescindibles de cara a los próximos años. Sobran los ejemplos de los déficits intolerables en el mantenimiento de la seguridad individual y colectiva; no sólo se han colapsado los niveles de confort, sino la calidad de la atención sanitaria, incluso en aquellas autonomías que tenían a gala servir de pauta a los demás. Sufrimos un déficit galopante de gastos de mantenimiento y no tanto de inversión. Es un déficit biológico, a raíz de la triplicación de la esperanza de vida, que afecta a todos debido a la universalización necesaria de los servicios básicos.

¿Quién controla nuestra vida?

¿Qué es lo que le importa a la inmensa mayoría? Su bienestar depende —es lo que sugieren los mejores estudios académicos— de poder ejercer un mínimo control sobre su vida y su trabajo. No el Gobierno, ya lo he dicho, sino ellos mismos.

A la mayoría le gusta saber que no todo está en manos de la maquinaria administrativa o corporativa. La última de las cajeras en un supermercado se siente mejor si los clientes le preguntan y ella puede ayudarlos a elegir el producto. Tiene entonces la sensación de que su trabajo sirve para algo y de que controla, por lo menos, una parte de todo el tinglado. Idéntica preocupación se extiende al mundo corporativo: los ejecutivos funcionan mejor como equipo si se sienten partícipes de un proyecto.

¿El estamento político y administrativo centra sus esfuerzos en alcanzar ese objetivo? ¿O más bien en todo lo contrario? Se diría que la única ocasión en que se ocupan de la mayoría es cuando pueden penalizarla controlando, cada vez más, los movimientos de una minoría hasta no dejarlos ni respirar. Limitar la circulación en determinados tramos a 80 kilómetros por hora, luego a 60 y después, justo cuando se inicia una bajada que obliga a frenar, antes de que el control de radar grabe la supuesta infracción, a 40; porque así se le ha ocurrido a un déspota disfrazado de especialista de la circulación. ¡Y después otra vez a 60!

Si se dieran las circunstancias adecuadas, la mitad de los profesionales con un puesto de trabajo serían mujeres. Hoy, que el número de diplomadas supera ya al número de diplomados. Pero aún nos encontramos muy lejos de que esto suceda. Las mujeres que han conseguido un puesto de trabajo siguen sumidas en el desamparo por culpa de un sector público que no se decide a invertir sumas ingentes en guarderías infantiles y centros pedagógicos. ¿Se centra el estamento político en ser más compasivo con la infancia y la juventud? ¿O más bien al revés? El discurso político prefiere, al contrario, fomentar el odio de clase y alimentar mediante la información manipulada el dogmatismo histórico.

Dentro de muy pocos años, las enfermedades mentales constituirán ya el primer factor de preocupación social, pero, en lugar de introducir de manera masiva puntos de apoyo psicológico abiertos al público, se prefiere ignorar la información disponible sobre las depresiones o el suicidio, que siguen siendo temas tabú para la mayoría de los afectados. Para perseguir las prácticas corruptas se prefiere teatralizar los casos de corrupción en los tribunales especiales creados al efecto, en lugar de aplicar medidas de prevención, saneamiento e informatización del sistema judicial en su conjunto. ¿Qué es más urgente? ¿Qué está pidiendo la inmensa mayoría? ¿El mantenimiento de tribunales especiales como en los tiempos de la dictadura, o la creación de centros modestos, pero especializados, en los que neurólogos, maestros y terapeutas atienden al público?

A la mayoría de la gente le importa tener la sensación de que ellos mismos controlan algo de su vida; de que pueden dejar, confiados, a sus hijos mientras las madres se incorporan al trabajo; de que se vela por disminuir los índices de violencia generalizando el aprendizaje social y emocional. Mientras que al estamento político parece importarle controlar las infracciones de una minoría, aunque sea a costa de dificultar los movimientos de la mayoría.

¿No sería más conveniente pertrechar a las generaciones futuras con las competencias necesarias para focalizar su atención, solventar conflictos, gestionar la diversidad de un mundo globalizado, sugerirles cómo afinar sus mecanismos de decisión, educar el corazón de los ciudadanos y no sólo su mente?

Funcionarios y ministros: un binomio complicado

No es lo mismo dedicarse a la biología molecular que ejercer de veterinario, de cosmólogo o de hombre del tiempo.

Los funcionarios, en cambio, tienden a olvidarse de que su preparación es más idónea para determinadas funciones que para otras. Hubo algunos que fueron excelentes ministros de Justicia, de Defensa, de Transportes y de Educación. Pero hay una especialidad —la verdad es que sólo conozco una— que debería estar vetada a los funcionarios: la economía. Forzosamente lo tienen que hacer rematadamente mal —aunque sean buenos profesionales— por las siguientes razones. La economía funciona bien o mal según la fase del ciclo económico: expansión, estancamiento y recesión. Los períodos en que se suceden estas fases varían, pero ¡haberlas, haylas! Y si no que se lo pregunten a los millones de personas que ahora se han quedado sin trabajo. La teoría y práctica de los ciclos económicos ha sido una de las cuestiones más estudiadas en economía. Y la política económica que se aplica depende de la fase del ciclo.

Casi nada depende del ministro de Economía, sobre todo desde que existe una política monetaria y un Banco Central Europeo. El problema sigue siendo el mismo que hace cien años: de pronto, el nivel de precios e ingresos de un país se dispara con relación a los demás. ¿Qué hacer en estos casos? Nivelarlos de nuevo alterando el tipo de cambio, o bien —si no puedes devaluar porque formas parte de una unión monetaria— comprimir lisa y llanamente el nivel de precios e ingresos: restricciones crediticias, fiscales y paro, hasta que el nivel de precios e ingresos de los demás se pongan a tu altura.

Los economistas llaman a eso proceso de ajuste. Los ministros de Economía no pintan nada. Hace unos años podían decidir si devaluaban o bajaban los tipos de interés. Hoy, esas cosas las deciden las uniones monetarias. Los ministros y los presidentes de Gobierno tienen que ir repitiendo a los cuatro vientos que la culpa es de los demás países y que la solución vendrá de su éxito a la hora de convencerlos para que tomen las decisiones adecuadas. ¿De qué sirve ser muy buen funcionario en un contexto tan internacionalizado?

La segunda razón por la que un buen funcionario no debiera ser ministro de Economía es que en política y en diplomacia es muy importante saber esperar su momento. Pero en la vida económica lo más importante es anticiparse a los acontecimientos. Esperar un minuto de más, puede suponerle al inversor perder todos los ahorros. Hay que haber vivido momentos como ése para ser ministro de Economía. Muchos empresarios los han experimentado. Un buen funcionario no sabe lo que es perder una fortuna por no actuar a tiempo. Y siempre llegan demasiado tarde porque sus activos nunca se vieron mermados por no darse cuenta a tiempo de lo que iba a ocurrir.

Desde que existe el Banco Central Europeo, las funciones de los ministros de Economía han descendido drásticamente.

© Getty Boombeg / Getty Images

Por último, la política supone intuir y conocer a las personas; saber predecir su comportamiento; calibrar los resortes altruistas o, por el contrario, egoístas de la gente que nos rodea. Un buen político, como un buen funcionario, debe contar con un buen olfato para repartir a cada uno lo suyo. En economía ocurre exactamente lo contrario y por ello nunca debería nombrarse a un buen funcionario ministro de Economía. La economía supone manejar la política monetaria y para que funcione debe ser indiscriminada y automatizada. Cuando los tipos de interés suben, suben para todo el mundo. De lo contrario, alguien está haciendo trampa; la eficacia de la política monetaria depende de que ningún ministro acostumbrado a interferir interfiera.

Hace falta más ciencia en política

Los antropólogos definen lo que ellos llaman la identidad social para fomentar la lealtad hacia su propio grupo como «el sentimiento de pertenecer a un colectivo social (equipo, tribu o país) porque seduce la percepción extremadamente positiva que se tiene del grupo, por encima de la inversión previamente efectuada o de las ofertas mejores que ofrezcan otros colectivos». ¿Por qué no utilizamos más a menudo las conclusiones científicas, que son el resultado de muchos años de estudio, inteligencia y comprobaciones efectuadas?

Están obteniéndose los primeros resultados de experimentos sobre los liderazgos en la historia de la evolución. ¿Quiénes aparecieron primero, los seguidores o los líderes? ¿Han cambiado perceptiblemente las cualidades y defectos de los líderes? ¿Siempre fueron elegidos, o impuestos al margen de lo que pensaban los seguidores? ¿Cuál ha sido el peso del sexo en la condición de líder o jefe? ¿Quién manda ahora, si manda alguien?

Todo el mundo querrá conocer los primeros resultados de esta búsqueda e investigación, pero —con toda seguridad— los accionistas y dirigentes de empresas más que nadie.

El psicólogo social Mark Van Vugt dice que hay pocas dudas de que lo primero que se formó fue la manada, es decir, el grupo de seguidores. Y cuando el grupo ya estaba constituido, nuestros antecesores abordaron la ardua tarea de designar un líder o un jefe. Lo curioso es que no escogían un líder único, sino varios líderes para tareas concretas. Así, había el que dirigía la caza, el responsable de las batallas, entre otros, y sin embargo carecían de un líder global. No fue hasta que nacieron las sociedades agrícolas cuando la comunidad empezó a tener un líder global que gestionara las nuevas necesidades que nacieron de la abundancia de recursos.

Es importante constatar la trascendencia que la gente da a lo que podríamos llamar su conciencia social; es decir, la idea de pertenencia a un grupo, colectivo, manada, nación o país, ese colectivo social del que ya he hablado.

La importancia del grupo

A los científicos —muy al contrario de los literatos— no les ha importado tanto la conciencia social como la individual. Varios premios Nobel siguen en ello. Ahora se dan cuenta, sin embargo, de las tremendas implicaciones de que un individuo decida pertenecer a un grupo. Lo importante es que el individuo en cuestión perciba que se encuentra a gusto en el colectivo elegido. Ahora bien, a lo largo de la evolución, este sentimiento puede cambiar, y cambia. Aviso para navegantes.

Está claro que hace dos millones de años los jefes eran elegidos por sus seguidores, porque se suponía que de algunas cosas sabían mucho más que otros. Se era elegido para gestionar una cosa en particular. Hace unos doce mil años esta situación cambió radicalmente con la consolidación de las sociedades agrarias. La generación de un excedente económico indujo la imposición de un jefe, no tanto porque sabía cómo administrar un excedente, sino cómo fabricarlo. Los ricos crearon la nobleza y la realeza y de ahí salían los jefes, que mandaban sensible o despóticamente, según su entender. Esa situación duró hasta hace menos de cuatrocientos años, con la llegada del pensamiento científico por oposición al dogmático o revelado. Desde entonces se ha iniciado una vuelta paulatina a los cánones de antaño, en el sentido de que se busca a quien más sabe de una cosa y los seguidores vuelven a elegirlo.

Aunque no siempre es así. Muy a menudo sigue mandando gente que sabe mucho menos que sus seguidores y que no han sido elegidos. Ahora bien, se está comprobando que cuando alguien manda sin el consentimiento de una buena parte de sus seguidores, las cosas no funcionan.

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