Excusas para no pensar (5 page)

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Authors: Eduardo Punset

La segunda cosa importantísima que hemos descubierto en los bebés es la curiosidad, que no hay que perder nunca. La curiosidad para lidiar adecuadamente en lo que todos estamos empeñados, aunque no lo queramos admitir, que es conseguir el amor del resto del mundo. Cuando eres pequeñín, la tía, la abuela, el padre, la madre, hasta la vecina, todos dicen que eres fantástico, que tienes unos ojos que se los comerían, que eres el más alto, el más inteligente… Pero cuando sales de casa, hay que demostrarlo. La gente no lo da por hecho, ni mucho menos. Y es esta negociación maternal, este afecto primario que se desarrolla hasta los cinco años, de que te puede dar la suficiente curiosidad para seguir profundizando en el conocimiento de las cosas y de las personas cuando irrumpes en el mundo de los mayores. Porque puede ocurrir, y ocurre todos los días, que llegues a este mundo con una cierta indiferencia. Puede ocurrir que lejos de serte indiferente, el mundo te provoque cierto rechazo, no quieras saber nada de lo que te rodea. O puede suceder, como pasa una vez por mil, lo que ocurre con los psicópatas, que llegues a este mundo de los mayores con ánimo de destruirlo en lugar de acariciarlo.

O sea, que uno de los descubrimientos esenciales en esta reflexión es la importancia de este entorno afectivo que perdura desde la concepción hasta, más o menos, los cinco años.

La psicoterapeuta Sue Gerhardt sabe bien que para que un ser humano sea independiente, debe haber sido primero un bebé dependiente. Gerhardt reconoce que el cuidado de los niños no es una ciencia exacta, que depende de cada niño, «lo importante es que el bebé no se estrese demasiado. Si no lo hace, sea cual sea la manera en la que sus padres le cuiden, le irá bien. Algo que creo que debo explicar es que los bebés no pueden gestionar un estrés excesivo. No pueden deshacerse de su propio cortisol. Como adultos, nosotros sí podemos, hemos descubierto maneras de gestionar el estrés. Llamamos a un amigo o nos vamos a tomar algo…, pero los bebés no. Y a ellos les resultan estresantes cosas relativamente pequeñas, como por ejemplo, estar lejos de su cuidador durante demasiado tiempo, ¡porque les va en ello la supervivencia! Un bebé no sabe si sobrevivirá o no: necesita a alguien que le cuide. Pero el problema es que si este proceso persiste durante demasiado tiempo, o se cronifica durante semanas o meses, puede tener efectos muy perjudiciales».

Gerhardt cree que es fundamental mantener contacto con los bebés. Asegura que «el tacto está resultando muy importante para el desarrollo. Así que hay que sostener en brazos al bebé, llevarlo a los sitios, tocarlo…, todo lo que genere placer, de hecho; porque las pruebas parecen demostrar que las sustancias bioquímicas relacionadas con el placer y con todo lo que genera placer realmente ayudan a que se desarrollen las funciones superiores del cerebro. Por tanto, mantener el contacto visual, sonreír, jugar y divertirse con el bebé… Tener en brazos al bebé, tocarlo, masajearlo…, todas estas cosas ayudan mucho, no solamente porque quizá formen parte de la gestión del estrés, sino también porque ayudan a la región orbitaria frontal del cerebro».

© Andersen Ross / Blend Images / Corbis

Casi todo se decide desde que el bebé está en el vientre de la madre hasta que tiene cuatro o cinco años.

Cada vez más investigaciones apuntan a los primeros años de vida como los más fundamentales. Gerhardt explica que «al empezar a investigar el cerebro, se ha descubierto que las partes cerebrales que se desarrollan en la primera infancia son muy importantes; en ese período se determina la respuesta al estrés, los niveles de cortisol, y hay una gran hiperactividad en la amígdala, que es el sistema de detección de amenazas. Y lo mismo sucede con otras partes prefrontales del cerebro que participan en la gestión de las emociones». Así, esta investigadora sugiere que «si queremos proteger a la sociedad de las consecuencias de este tipo de conductas hay que prestar más atención a la primera infancia».

La importancia de la enseñanza emocional

Muchos lectores me han pedido que desvele una parcela importantísima de lo que está ocurriendo con la educación de la infancia. La experimentación científica ha puesto de manifiesto que «a lo largo de la vida resultan esenciales una mayor autoestima, una mejor capacidad para gestionar las emociones perturbadoras, una mayor sensibilidad frente a las emociones de los demás y una mejor habilidad interpersonal; pero los cimientos de todas estas aptitudes se construyen en la infancia». Son palabras de Daniel Goleman y Linda Lantieri, expertos en lo que ahora denominamos educación social y emocional. Otra manera de decir lo mismo es la llamada de algunos organismos internacionales para invertir recursos y esfuerzos en las técnicas del aprendizaje social y emocional: «Es el mejor atajo para que disminuya la violencia en las sociedades modernas».

Hoy en día, se advierte la ausencia escalofriante de libros o asignaturas científicas dedicada al aprendizaje social y emocional y por eso Lantieri trabaja en ello desde hace tiempo y sugiere unos ejercicios prácticos que ayudan a desarrollar la capacidad de atención y de concentración de niños y adolescentes. Esta profesora apunta que para desarrollar la inteligencia emocional hay que tomar conciencia de uno mismo, aprender a controlar las emociones, la relación con los demás y la capacidad de tomar buenas decisiones. Ella trabaja para ayudar a los niños a entrenar voluntariamente la mente, ya sea mediante algo como la meditación, o bien a través de lo que denominamos «el rincón de la paz» en las aulas, un sitio al que los niños van para estar en calma, apaciguar la mente y empezar a centrar la atención. Lantieri sabe que nuestro cerebro tiene mucha plasticidad y que nuestras experiencias lo moldean, por eso es tan importante el aprendizaje emocional.

Más investigaciones sobre inteligencia emocional

El psicólogo Mark Greenberg también dedica sus investigaciones a comprobar la efectividad de las actividades escolares para mejorar las habilidades sociales, emocionales y cognitivas de los estudiantes de primaria y secundaria. Ha demostrado, mediante estudios realizados durante treinta años en Estados Unidos, Suiza, Países Bajos y otros lugares que, cuando se les enseña a los niños habilidades para calmarse, se les explica cómo identificar sus sentimientos y cómo hablar adecuadamente sobre ellos, mejoran de un modo natural sus habilidades para relacionarse con los demás y también mejoran sus habilidades académicas.

Greenberg dice que «el cerebro no es más que uno, no hay un cerebro emocional y un cerebro cognitivo, y cuando la capacidad de prestar atención, calmarse y hablar eficazmente de los sentimientos se combina en el desarrollo de un niño, todo funciona mejor». Este psicólogo no olvida que una parte fundamental de la educación corre a cargo de los maestros y se queja de que hasta hace muy poco lo que hacíamos con los profesores era presionarlos, muchas veces, para que se centraran únicamente en lo académico, solamente en la lectura, las matemáticas y las ciencias. Y en eso se habían convertido: en profesores de lectura, de matemáticas y de ciencias. Pero no hay que olvidar que la mayoría de las personas que eligieron la profesión de maestros fue porque querían llevarse bien con los niños. Les gustan los niños y quieren pasar tiempo con ellos, educarlos, prepararlos para la vida. Y conforme se lo vamos permitiendo y les brindamos más habilidades para hacerlo, descubren que disfrutan mucho más enseñando.

Y es que todo lo que aprendemos durante los primeros años de nuestra vida es fundamental. Como nos recuerda el neurocientífico Takao Hensch hay muchos países asiáticos donde tienen un proverbio muy sabio: «El espíritu de cuando tenemos tres años vive con nosotros hasta que cumplimos los cien».

Richard Davidson, neuropsicólogo de la Universidad de Wisconsin-Madison, ha trabajado durante muchos años analizando tipos de intervenciones que se pueden diseñar, por ejemplo, para aumentar la cooperación, la compasión y el altruismo en los niños. En una entrevista en 2009 me contó que basándose en lo que sabemos sobre el cerebro, estas intervenciones tienen un impacto mucho más duradero si se producen antes de la adolescencia. «Sabemos, por ejemplo, que una de las partes más críticas del cerebro a la hora de controlar las emociones es la corteza prefrontal, una región situada en la parte de delante del cerebro. Y sigue desarrollándose hasta un poco después de la adolescencia, hasta los veinte años, aproximadamente. De manera que las intervenciones que se produzcan antes de eso serán más útiles. Además, es muy probable que haya una gran transición entre los cinco y los siete años de edad en los humanos. Hay muchos motivos para creer, también, que las intervenciones que se hagan antes de esa transición serán especialmente eficaces a la hora de sentar las bases con habilidades que, si persisten, permitirán otras habilidades que se asienten en ellas. Es como una especie de andamiaje.» Davidson ha descubierto que con sólo dos semanas de entrenamiento del cerebro con técnicas de meditación, practicando 30 minutos al día, se pueden detectar cambios en la actitud altruista o la compasión de jóvenes y adultos.

No todos los niños son iguales

Curtis W. Johnson, presidente de Citistates Group y socio director de Education Evolving, es otro gran experto en educación que destaca la necesidad de cambiar el modelo educativo dominante en la mayoría de los países. Johnson me contó que uno de los grandes errores de este sistema educativo imperante es que «tratamos a los niños como si fueran iguales. Los educamos igual a todos, les presentamos el material del mismo modo, y esperamos que todos aprendan las mismas cosas de la misma manera, durante el mismo día y al mismo tiempo. Esta postura no es realista, puesto que no contempla lo diferentes que son los niños en muchísimas cosas, por ejemplo en el estilo de aprendizaje, pero también en el ritmo de adquisición de los conocimientos.» Johnson reivindica, además, la necesidad de enseñar nuevas competencias y habilidades para que los niños y las niñas de hoy en día dominen estas técnicas para conseguir trabajo en el mundo actual. «La mayoría de los niños, igual que la mayoría de los jóvenes, deberán adquirir destrezas que las generaciones anteriores no tenían. Me refiero a que no solamente tendrán que aprender asignaturas básicas, sino que deberán saber cómo encontrar las cosas que necesitan saber, y luego tendrán que aprender a trabajar tal como trabaja el mundo hoy, que es principalmente en equipo […] deberán practicar el arte de la colaboración, que me parece que es el reto de colaborar con desconocidos. A todos nos encanta la idea de colaborar con nuestros amigos, y lo hacemos de muchas maneras todo el rato, pero el mundo laboral nos fuerza a llevarnos bien productivamente y crear algo de valor con gente que quizá ni siquiera nos gusta, lo cual requiere un tipo completamente distinto de educación.»

Sugerencias para las escuelas

Pero aquí, en el campo de la educación, las cosas todavía no son idílicas, así que analicemos qué es lo que echamos en falta o lo que echan en falta los niños al ir a la escuela.

Lo primero es saber lo que les pasa por dentro; comprender cómo la inseguridad y el miedo influyen en su comportamiento; y desarrollar un vocabulario emocional sólido con el que puedan comunicarse con el resto. En segundo lugar, identificar los sentimientos de los demás para aprender a ponerse en su lugar, ya que el desarrollo de la empatía permite construir una sociedad cohesiva.

En tercer lugar echan de menos aprender a gestionar las emociones básicas y universales. Son intangibles, pero son el único activo con el que se viene al mundo.

En cuarto lugar, diseñar, ejecutar y evaluar soluciones responsables a los problemas, y no adoptar posicionamientos dogmáticos, que no se han podido o querido comprobar.

Y finalmente, tienen que enseñarles a resolver conflictos y mantener relaciones sosegadas con los demás. Rechazar aquellas decisiones que impliquen violencia o agresión.

Distintas pruebas científicas demuestran que los niños educados con prácticas afines a estos criterios son más felices, confían más en sí mismos y son más competentes social y emocionalmente. Además, resulta que una buena educación social y emocional también mejoraría nuestros maltrechos resultados académicos.

¿A qué estamos esperando, pues, para impartir aquellos rudimentos científicos que ilustren sobre la naturaleza y la gestión de las emociones básicas y universales, en lugar de los valores, ya sean de derechas o de izquierdas? Antes de atisbar la vida eterna o los valores de la democracia —todo llegará—, la infancia necesita calibrar el impacto insospechado del desprecio, controlar la ira o comprender los mecanismos para ponerse en el lugar del otro.

La crisis educativa

Sin lugar a dudas, el mejor ejercicio para ahondar en la reflexión de la crisis educativa consiste en eliminar, primero, las supuestas causas de la crisis a las que se ha referido todo el mundo sin razón. Situar luego el paradigma aceptado de la modernidad educativa —sencillamente, ¿se trata de un sistema innovador o es, por el contrario, un esquema resultante de los vicios y la violencia del pasado?—. Detallar, después, los contenidos del modelo de reforma elegido y las consiguientes nuevas aptitudes o aprendizajes sugeridos.

Sobre las causas que no son reales de la crisis educativa se ha mencionado frecuentemente la actitud desconsiderada o indiferente de los padres, la versatilidad y violencia de los alumnos, la indiferencia de los maestros a la hora de insistir en la necesaria personalización de la educación, la actitud de los sindicatos, más orientada a lograr horarios anclados en el pasado y mejora de sueldos que a incrementar el impacto positivo de los cambios educativos. Por último, sin ánimo de invalidar las críticas acertadas de los sistemas de evaluación en las escuelas —que han dejado de reflejar lo que realmente ocurre—, tampoco es cierto que a estas evaluaciones se deba el grueso o una parte de la crisis que inunda al sistema educativo.

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