Experimento (24 page)

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Authors: John Darnton

Calle abajo, por donde Jude había llegado, había tres hombres junto a un montón de tierra y cascotes resultado del agujero que acababan de cavar. El anagrama de un camión estacionado en las proximidades parecía indicar que los hombres trabajaban para la compañía de agua de la ciudad. Los tres obreros estaban fumando un cigarrillo, y no dejaban de mirar en su dirección; al periodista no le pareció detectar en ellos hostilidad, sino simple curiosidad.

Se acercó y, con la práctica adquirida durante su experiencia como reportero, se puso a charlar con ellos hasta que uno, el que con más insistencia lo había mirado, le preguntó si era detective. Una pregunta interesante. ¿Por qué habría supuesto el hombre tal cosa?

—No, no soy policía, sino reportero del
Mirror
. ¿Por qué pensó que podía ser un detective?

La respuesta le dejó de piedra, y constituyó también el único avance significativo que había logrado realizar en todo el día. Al darle la información, el obrero asumió la expectante actitud de quien se dispone a dar una noticia sorprendente.

—Bueno, desde hace unos días, por aquí no dejan de desfilar policías. Desde que encontraron el cadáver aquel en el vertedero. Por lo visto, el difunto llevaba una camisa roja. Días antes, nosotros vimos a un hombre con camisa roja merodeando por estos alrededores. Daba la sensación de que, lo mismo que usted, el tipo pretendía entrar en la casa del juez.

Tras cruzar el puente de la avenida Willis, Jude se desvió al carril derecho, y el coche con el faro mal reglado hizo lo mismo. Otros vehículos seguían el mismo camino, pero tener compañía no hizo que Jude se sintiera menos nervioso.

«No te inquietes. ¿Por qué estás tan seguro de que el tipo te sigue?»

Jude trató de tranquilizarse diciéndose que, a fin de cuentas, se hallaba en una vía urbana muy concurrida. El atajo por el que había tomado distaba de ser un secreto. «¿Qué te crees? ¿Que tú eres el único que lo conoce?»

Hacía rato, se había detenido en una zona de descanso de la autopista para llamar a su casa y averiguar cómo seguía Skyler. La señal de llamada sonó tres veces, y Jude ya se disponía a colgar cuando oyó la voz de Tizzie. Aquello no lo había previsto. ¿Qué demonios estaba haciendo Tizzie en el apartamento?

A juzgar al menos por la voz, la joven parecía trastornada, confusa, incapaz de entender lo que ocurría. Lo cual, se dijo Jude, era lógico. ¿Cómo se habría sentido él si un buen día hubiese pasado por el apartamento de Tizzie y allí hubiera encontrado a una mujer que era su doble exacta? Era una situación propia de
Dimensión desconocida
. No pudo tranquilizar a Tizzie, pues él mismo estaba hecho un lío a causa de los acontecimientos del día: la reacción del juez al verlo, y luego la bomba que le había soltado el empleado del agua. Trató de explicarle lo mejor que pudo que Skyler había aparecido ante él como surgiendo de la nada, que el hombre necesitaba ayuda, que los dos estaban decididos a llegar hasta el fondo de aquel misterio. Antes de colgar, murmuró algo en el sentido de que ya le daría más explicaciones cuando llegara a casa.

A la altura del letrero que anunciaba la salida de la calle Setenta y uno, el coche seguía pegado a su cola. Accionó el intermitente de la derecha, miró el retrovisor y el corazón le dio un brinco. El otro coche también había puesto el intermitente. De pronto, notó que le sudaba la mano que mantenía sobre el volante. Miró de nuevo el retrovisor. El coche lo seguía a unos siete metros, y su señal de intermitencia era como un brillante parpadeo ambarino en la oscuridad. La salida estaba cada vez más cerca y Jude sólo disponía de unos instantes para tomar una decisión. En el último momento, giró bruscamente el volante hacia la izquierda. La rueda delantera derecha rodó sobre el pequeño bordillo divisorio y el coche volvió a la autopista. En el retrovisor, vio que el coche de detrás hacía lo mismo. Su piloto intermitente se apagó. Sigue pegado a mi cola.

Ahora Jude se sentía realmente atemorizado. No cabía duda de que lo seguían. Pisó a fondo el acelerador y sintió que la inercia lo empujaba contra el asiento. Y conducía tan de prisa que no se atrevía a apartar los ojos de lo que tenía delante para verificar si el otro vehículo continuaba tras él. Frente a sí había dos coches, uno en cada carril; rebasó a uno de ellos, se colocó junto al otro y aceleró a fondo dejando atrás a ambos vehículos. Echó un breve vistazo al retrovisor, pero vio en él tantas luces y tanto movimiento que no supo a ciencia cierta si el coche con el faro mal reglado lo seguía.

A los pocos momentos llegó a la siguiente salida, la de la calle Sesenta y tres. Giró bruscamente hacia la derecha, haciendo que el coche coleara, y aceleró a fondo. Al final de la calle se detuvo ante un semáforo en rojo y luego siguió por la Primera Avenida. Acompasó su velocidad al ritmo de los semáforos y, a setenta kilómetros por hora, llegó a la calle Setenta y cinco. En ella giró a la izquierda y recorrió dos manzanas hasta encontrar un hueco de aparcamiento frente a su edificio. Estacionó, apagó las luces y se quedó a la espera. Nada. Aguardó un poco más.

Por la calle lateral no circulaba ningún coche, y sólo se veían las luces de los vehículos que transitaban por las avenidas adyacentes, la Tercera y la Segunda. Por la acera pasaban un hombre y un muchacho conversando animadamente.

Jude cerró el coche y cruzó la calle a paso vivo. Cuando llegó al portal, sacó la llave, abrió rápidamente y, tras mirar calle arriba y calle abajo, se metió en el vestíbulo como una exhalación. Al cerrar la puerta tras de sí experimentó un inmenso alivio. Al fin estaba en casa, en puerto seguro.

A solas en el vestíbulo, hizo balance de la situación. La verdad era que seguía disponiendo de muy pocos datos. No sabía quién lo seguía, tampoco sabía cuánta gente lo seguía y ni siquiera tenía ni idea de por qué lo seguían. Y tampoco sabía si se había librado de sus perseguidores, o si ellos lo habían dejado marcharse porque ya sabían dónde vivía. Lamentablemente, su apellido aparecía en la guía telefónica. Si conocían su nombre, conocían también su domicilio. Hasta Skyler, por el amor de Dios, había sido capaz de localizarlo. Curiosamente, Jude ya fechaba el comienzo de sus desventuras con la aparición de Skyler en su vida.

Abrió su buzón, sacó del bolsillo un pequeño cortaplumas y lo utilizó para arrancar la pequeña tira de plástico en la que aparecía escrito su nombre.

«No estoy paranoico» —se dijo al iniciar el largo ascenso de la escalera—. No es paranoia pensar que te siguen si alguien anda realmente tras de ti. Dadas las circunstancias, quitar su nombre del buzón era una precaución sensata aunque —se daba perfecta cuenta de ello— no demasiado eficaz.

Encontró a Tizzie y a Skyler sentados en la sala de estar, a considerable distancia el uno del otro. Tizzie tenía un aspecto terrible. Llevaba el pelo revuelto y parecía haberse echado encima el vestido de cualquier manera. La joven tenía los codos apoyados en la mesa y la barbilla reposada en las manos. Skyler llevaba vaqueros y camiseta negra —propiedad, naturalmente, de Jude—, y estaba sentado en el sofá, con una torva expresión en el rostro. En el ambiente se percibía una gran tensión emocional, como si un huracán hubiera pasado por el pequeño apartamento. Los dos miraron a Jude como esperando que él les aclarase las cosas.

Jude decidió comenzar con un comentario positivo.

—Bueno, me alegro de que al menos estéis bien.

Tizzie le clavó la mirada en él.

—¿A qué te refieres? —preguntó—. ¿Por qué íbamos a estar mal?

__Pues no lo sé, pero están ocurriendo demasiadas cosas raras.

Jude miró a Skyler, que daba la sensación de estar paralizado por algún tipo de
shock
, fue a sentarse junto a Tizzie y la tomó de la mano, aunque la joven apenas pareció darse cuenta de ello.

—Escucha —dijo Jude—, traté de ponerme en contacto contigo para contarte lo que estaba sucediendo, pero no sabía dónde estabas. Me doy cuenta de que todo esto parece absurdo y de que probablemente lo es. Yo mismo no alcanzo a explicármelo. Llevo todo el día dándole vueltas al misterio y no he conseguido sacar nada en claro.

Tizzie, que lo miraba con curiosidad, no dijo nada.

—Lo único que sé es que este tipo —continuó Jude, señalando a Skyler con la mano libre— se materializó de pronto ante mí en mi propia casa. Al principio no logré sacarle mucho. Se llama Skyler, y dice que creció en un extraño lugar que parece sacado de
La isla del doctor Moreau
.

—¿Qué isla es ésa? —preguntó Skyler.

—Ninguna, es el título de un libro. No tiene importancia —respondió Jude, irritado.

Al oír la voz de Skyler, Tizzie, se volvió a mirarlo estremecida, y él le mantuvo la mirada con ojos en los que refulgía un intenso brillo.

—Tiene exactamente tu misma voz —dijo la joven a Jude—. Es asombroso. Sois idénticos.

—Y no sabes ni la mitad de la historia. El caso es que en esa isla, de la que no conoce ni el nombre, hay otras personas como él...

—El grupo de edad —intervino Skyler.

—Sí, lo que sea. Los educaron en el culto a la ciencia en vez de en el culto a la religión, y se someten a estrictos regímenes físicos para mantenerse en forma y saludables; pero, básicamente, no son sino prisioneros. No les permiten salir de la isla y, si lo hacen, los persiguen unos individuos llamados ordenanzas que utilizan sabuesos para seguir el rastro. Y de cuando en cuando, algún habitante de la isla muere.

Tizzie miraba a Skyler con ojos en los que brillaba el asombro.

—Pero Skyler se las arregló para escapar. Y, tras pasar un par de semanas en Georgia, vino a Nueva York. Me localizó por una foto mía que apareció en el periódico, pues, como salta a la vista, nos parecemos como dos gotas de agua. Y eso es algo para lo que ni él ni yo encontramos explicación.

Ahora Tizzie miraba a Jude.

—Existe una posibilidad... Tal vez sea pariente mío o... —empezó a decir Jude, y vaciló por un instante—. O puede que incluso sea mi gemelo —dijo al fin.

—Pero... pero... —tartamudeó Tizzie a causa de la confusión—. Tú no tienes ningún hermano gemelo.

—¿Cómo lo sabes?

—Nunca lo mencionaste.

—Quizá lo tenía sin saberlo. Ya sabes que existen gemelos que fueron separados al nacer.

—Claro que lo sé. Los gemelos separados son mi especialidad. Pero... esto es demasiado raro, una coincidencia excesiva.

—Piénsalo bien —respondió Jude con mayor firmeza y tratando de poner en orden sus pensamientos—. ¿Qué sé yo acerca de mis padres? Prácticamente, nada, salvo que eran unos investigadores excéntricos que pertenecían a una especie de secta científica. Tal vez se dedicaran a efectuar complicados experimentos. A lo mejor, cuando en el grupo nacían gemelos, los separaban y mandaban a uno lejos para que creciese en condiciones totalmente distintas, en un ambiente controlado.

—¿Y para qué iban a hacer algo así? —preguntó Tizzie.

—Para establecer la frontera entre lo determinado por los genes y lo determinado por el aprendizaje. De ese tema hemos hablado mucho tú y yo.

—Pero... ¿qué método usaron? —preguntó Tizzie, cuya mirada iba de Jude a Skyler y de Skyler a Jude—. ¿En qué consistió el experimento?

—Aún no lo sabemos.

—Hacer algo así supondría tomarse un montón de molestias por un simple experimento —dijo ella—. Por no entrar en las implicaciones morales que representa separar a dos hermanos y no mencionarle a ninguno de ellos la existencia del otro. Criar a uno con todas las ventajas, al menos, supongo que tú habrías tenido todas las ventajas de haber vivido tus padres, mientras que el otro... —prosiguió mirando a Skyler con un atisbo de simpatía— crecía en un ambiente supuestamente controlado.

Jude advirtió que Skyler no dejaba de mirar a hurtadillas a Tizzie. Sin embargo, cuando era ella la que lo miraba a él, Skyler apartaba la vista, entre tímido y asustado.

—Efectivamente, existen casos de gemelos que son separados al nacer —seguía Tizzie—, lo sé mejor que nadie. Por regla general, ocurre que una madre soltera tiene que dar a sus hijos en adopción y que alguna estúpida organización gubernamental no tiene en cuenta el hecho de que a los niños les conviene crecer juntos.

Tizzie miraba detenidamente a Skyler y hablaba de él en tercera persona, como si no estuviera presente.

—Parece más joven que tú —le dijo a Jude.

—Quizá sea porque está más delgado Ha pasado por un montón de calamidades.

—Me gustaría saber... —dijo de pronto Skyler—. ¿Con qué frecuencia sucede esto?

-¿El qué?

—¿Con qué frecuencia se dan los gemelos idénticos?

—Es un fenómeno bastante infrecuente —respondió Jude.

—Cuatro nacimientos de cada mil son de gemelos idénticos —le aclaró Tizzie.

—O sea que no sería lógico que un grupo reducido de científicos aspirase a que entre sus miembros se produjese un parto de gemelos.

—Eso es verdad —dijo Jude.

—Y el hecho de que el fenómeno se produjera dos veces en un pequeño grupo, iría contra la ley de probabilidades —continuó Skyler.

—¿Qué pretendes decir? —preguntó Jude.

—Quizá encontraron el modo de producir gemelos —respondió Skyler encogiéndose de hombros.

El hombre no esperaba que su comentario produjera el impacto que produjo. Jude, aparentemente aturdido, miró a Skyler como diciéndose: «Tal vez se me haya escapado algo.» Tizzie parecía desazonada, y así había estado a lo largo de toda la discusión o, en realidad, así había estado desde que se produjo la llamada telefónica de Jude, que la hizo saltar de la cama, ponerse el vestido y comenzar a mirar a Skyler como a un bicho raro.

Jude habló del hombre que lo siguió en el metro y explicó lo del asesinato de New Paltz y lo de la extraña identificación por la prueba del ADN. Pero omitió que la víctima tenía una herida redonda en un muslo, y que creía que un coche lo había seguido en el trayecto de regreso a casa. Jude se dijo que Tizzie y Skyler ya estaban bastante inquietos. Los pobres aún no se habían repuesto de sus recientes sobresaltos.

—Todo es tan extraño... tan absurdo —murmuró la joven.

—¿El qué? ¿A qué te refieres concretamente? —preguntó Jude.

—A todo. Pero pensar que se puede montar un amplio experimento científico jugando con vidas humanas... Sinceramente, me cuesta creerlo. Y, sin embargo, maldita sea, Skyler y tú sois idénticos.

»Además... Los dos hacéis los mismos gestos y ademanes. ¿Os dais cuenta de cómo os habéis colocado? Inconscientemente, os habéis puesto el uno frente al otro, y parecéis dos imágenes en espejo. Es verdaderamente asombroso... en el caso de que realmente seáis gemelos, claro. Yo he entrevistado a muchos gemelos separados, pero nunca he presenciado el momento del reencuentro.

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