Favoritos de la fortuna (135 page)

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Authors: Colleen McCullough

Tags: #Histórica

Nadie podía creerlo. Si la muerte de Julia había causado impresión y dolor, la de Cinnilla era insufrible. César lloró como nunca lo había hecho sin preocuparse por el qué dirán. Hora tras hora, desde el momento de la primera mortal convulsión hasta el instante en que la enterraron. Una pérdida era soportable, pero dos constituía una pesadilla asoladora. Por el niño muerto no quiso afligirse ni pensar en él; había muerto Cinnilla, y ella había vivido en la casa desde que él tenía catorce años, había sido parte del agobio del cargo de flamen dialis; había muerto la niñita regordeta a quien había querido como hermana y como esposa a partes iguales. ¡ Diecisiete años! Habían sido niños juntos; los únicos niños de aquella casa.

Su muerte afligió a Aurelia sin comparación con la de Julia, y aquella mujer de hierro lloró tan desconsoladamente como su hijo.

Se había extinguido una luz que echaría en falta el resto de su vida; en parte nieta y en parte nuera, de aquella dulzura no quedarían más que los ecos, un telar vacío y una cama vacía. Burgundus lloró, Cardixa lloró; y sus hijos y Lucio Decumio, Estrofantes, Eutico y todos los criados. Y también lloraron los habitantes de la insula y no poca gente del Subura.

Su entierro fue muy distinto al de Julia; el de aquélla, en cierto modo, había sido un episodio glorioso, una ocasión para que el orador elogiase a una gran mujer y a su familia. Pero sí que había similitudes. César sacó las imagines de Cornelio Cinna del almacén en que las había escondido con las máscaras de los dos Marios y las portaron actores para escandalizar otra vez a Hortensio y a Metelo Caprario el joven; y aunque no era costumbre hacer el elogio funerario desde la tribuna de las arengas de una mujer joven, César lo hizo. Pero no en tono glorioso, sino en tono afable, haciendo hincapié en lo placentera que había sido su compañía y en los años durante los cuales ella le había consolado por haber perdido la libertad juvenil. Habló de su sonrisa y aquellos lanudos atavíos que se había visto obligada a vestir como flaminica dialis. Habló de su hija, a quien sostenía en brazos, mientras lo hacía. Y lloró.

Y terminó diciendo:

—No hay mayor dolor que el que siento en estos momentos dentro de mi. La tragedia de ese dolor que hace que todos nosotros siempre pensemos que no hay dolor como el nuestro. Pero estoy dispuesto a confesaros que quizás sea un hombre frío y duro cuyo mayor afecto sea su propia dignitas. Que así sea. En cierta ocasión me negué a divorciarme de la hija de Cinna. En aquel entonces pensé que me negaba a obedecer la orden de Sila de divorciarme de ella en beneficio propio y por las posibilidades que ello me ofrecía. Pues bien, ya os he dicho cuál es la tragedia del dolor, y esa tragedia nada tiene que ver con la crueldad de no darse cuenta de lo que una persona significa para uno hasta una vez que está muerta.

Nadie vitoreó la imago de Lucio Cornelio Cinna ni de sus antepasados, pero Roma lloró tanto, que por segunda vez en dos nundinae los enemigos de César se vieron impotentes para actuar contra él.

De pronto, su madre había envejecido de pena. Penosa situación para el hijo, cuyos intentos de consolarla con besos y abrazos fueron rechazados.

¿Soy tan frío porque ella es tan fría y dura? ¡ Pero es fría y dura únicamente conmigo! ¡Ah!, ¿por qué me hará esto? ¡ Hay que verla, tan afligida por Cinnilla! ¡ Igual que por el viejo y horrendo Sila! Si yo fuese mujer, un hijo me sería un gran consuelo. Pero soy un noble romano y los hijos de un noble romano siempre están apartados de él. ¿Cuántas veces he visto yo a mi padre? ¿Y acaso he podido hablar alguna vez de ello con él?

—Mater —dijo—, te doy a la pequeña Julia. Tiene casi la misma edad que Cinnilla cuando vino a vivir a nuestra casa. Con el tiempo será ella quien llene tus afectos, y no intentaré apartarla de ti.

—La he tenido desde que nació —dijo Aurelia— y sé muy bien lo que dices.

Entró el viejo Estrofantes, arrastrando los pies, miró legañoso a la madre y al hijo y volvió a salir.

—Tengo que escribir al tío Publio a Esmirna —dijo Aurelia—. El pobre es también otro que nos enterrará a todos.

—Sí, hazlo, mater.

—César, no te entiendo cuando actúas como el niño que llora porque se ha comido el pastel que pensaba que nunca se acabaría.

—¿A cuento de qué viene esa observación?

—Lo dijiste tú durante el elogio funerario de Julia. Que yo tuve que hacer de padre y de madre contigo y, por consiguiente, no pude darte los besos y caricias que te dio Julia. Cuando lo oí, sentí un gran alivio; por fin lo habías entendido. Pero ahora, observo que vuelves a estar amargado. Acepta tu suerte, hijo. Para mí significas mucho más que Julia, que Cinnilla, que nadie. Significas más que tu propio padre. Y mucho más que lo que habría podido significar Sila, si hubiera cedido a él. Si no puede haber paz entre nosotros, ¿no podríamos decretar una tregua?

—¿Por qué no? —replicó él, sonriendo irónico.

—Te encontrarás a gusto en cuanto salgas de Roma, hijo.

—Es lo que dijo Cinnilla.

—Y tenía razón. Nada disipará tu aflicción por esa muerte como un buen viaje por mar que despeje los desechos que se acumulan en tu mente. Ya verás como vuelve a dar resultado. Tiene que ser así.

Tiene que ser así, se repetía mentalmente César, cabalgando las breves millas entre Roma y Ostia, donde aguardaba su barco. Es cierto. Mi espíritu puede estar deshecho, pero tengo la mente incólume. Nuevas cosas que hacer, nuevas gentes que conocer, un país nuevo para ver ¡y sin Lúculo! Saldré de ésta.

NOTA DE LA AUTORA

Favoritos de la fortuna,
sin ser la última obra de la serie, marca el final del período de la historia de Roma en que las fuentes son escasas por no contar aún con la obra de Tito Livio y Dión Casio, y no digamos Cicerón, el más prolífico. Efectivamente, esta circunstancia ha motivado que en los tres primeros libros haya podido abarcar casi todos los acontecimientos históricos de un extremo a otro del Mediterráneo. Por ello, Favoritos de la fortuna es también un punto de inflexión en el tratamiento del tema de mi obra, que es la caída de la república romana. Los libros que seguirán estarán centrados en aspectos más limitados de la historia general de la época, creo que para mayor ventaja de lectores y autor
.

No obstante, también
Favoritos de la fortuna
se ha enriquecido con ese aumento de las fuentes históricas, como son la aparición de dos animales en el relato, el perro del rey y la reina de Bitinia y la famosa corza de Sertorio, los dos documentados: el perro por Estrabón y la corza por Plutarco
.

Favoritos de la fortuna
se aproxima, además, a un período de la historia de Roma en el que Hollywood ha hecho sus incursiones en detrimento de la Historia, cuando no del propio Hollywood. El lector hallará una versión muy distinta de Espartaco a la que se da en el film. No dispongo de espacio ni de ganas para explicar por qué he optado por retratar a Espartaco del modo que lo hago; los eruditos deducirán del texto los motivos que a ello me han inducido
.

El glosario ha sido totalmente revisado para esta tercera obra y de él han sido eliminadas entradas como «hierro» y «vino». Con forme avanza la obra, habría tenido que aumentar el tamaño del mismo si no seleccionaba las entradas, y el tiempo y el espacio descartaban la imposibilidad de ofrecer un glosario más largo que la obra.

Señalaré a los lectores interesados, que los glosarios de los volúmenes anteriores, unidos al de éste, procuran una amplia información sobre casi todos los temas. En él se incluirán siempre las entradas de vocablos relativos a la estructura de la Roma republicana, aunque modificados con arreglo a los cambios de legislación sobrevenidos en el contexto del relato histórico. Las entradas más interesantes son las relativas a embarcaciones, que a partir de ahora cobran mayor importancia, por lo que en el glosario de
Favoritos de la fortuna
se han incluido términos como «birreme», «trirreme», «hemiolia», «mercante», «myoparo» y «quinquerreme»
.

Para solventar dudas de los que puedan sorprenderse porque las cartas de Pompeyo al Senado difieren mucho del texto de Salustio, y porque los breves discursos de Cicerón se apartan notablemente de los textos publicados que han llegado hasta nosotros, diré que existen bastantes dudas sobre la autenticidad de la correspondencia de Pompeyo recogida por Salustio y que Cicerón reescribió sus discursos para publicarlos. En el tema de los elefantes, téngase en cuenta que los romanos conocían el paquidermo africano, no el de la India, y que la especie africana era de mayor tamaño y menos amaestrable.

Los que quieran conocer la bibliografía pueden dirigirme la correspondencia a la sede de mis editores.

El título del próximo libro será
Las mujeres de César.

GLOSARIO

Absolvo. Término latino que utilizaba el jurado para declarar inocente al acusado.

aedile. Había cuatro magistrados romanos con el cargo de ediles; dos de ellos eran los ediles plebeyos y dos los ediles curules. Sus obligaciones se circunscribían a la ciudad de Roma. Los ediles plebeyos se instituyeron en 494 a. JC., elegidos por la Asamblea plebeya para ayudar en sus tareas a los tribunos de la plebe, pero más en concreto para proteger los derechos de la plebe respecto a su sede, el templo de Ceres en el foro Romano. Pronto heredaron la responsabilidad de conservar todos los edificios de la urbe, la custodia del archivo de los plebiscitos aprobados en la Asamblea plebeya y todos los decretos senatoriales (consulta) relativos a la aprobación de los plebiscitos. En 367 a. JC. se crearon dos ediles curules elegidos por la Asamblea del pueblo entre las tribus, para que los patricios compartieran la custodia de los edificios públicos y los archivos, pero no tardaron mucho los cuatro ediles en ser indistintamente plebeyos o patricios. A partir del siglo iii a. JC., los cuatro tenían a su cargo el mantenimiento de las calles de Roma, el abastecimiento de agua, los desagües y alcantarillados, el tráfico, los edificios, monumentos y dependencias públicos, los mercados, los pesos y medidas (cuyos modelos originales se guardaban en el templo de Cástor y Pólux), los juegos y el abastecimiento público de grano. Tenían poder para multar tanto a todos los ciudadanos como a los que no lo fueran por la infracción de cualquier precepto relacionado con lo anterior, y guardaban en sus arcas esos fondos para contribuir a los juegos. La edilidad -plebeya o curul- no formaba parte del cursus honorum, pero debido a los juegos constituía un medio útil para que un pretor adquiriese popularidad.

ager gallicus. Literalmente, tierra gálica. No se conocen la localización exacta ni la extensión de estas tierras, pero estaban situadas en las costas adriáticas, parte en la península italiana y parte en la Galia. Posiblemente la frontera sur fuese el río Aesis y la norte estaría próxima a Ariminum. Era la primitiva patria de la tribu gala de los senones que allí se asentaron después de la invasión del primer Breno en 390 a. JC., y se incorporó al ager publicus romano al recuperar Roma la región. En 232 a. JC. Cayo Flaminio repartió las tierras, que dejaron de formar parte del patrimonio público de Roma.

ager publicus. Tierra de propiedad pública romana, adquirida en su mayoría por derecho de conquista o por expropiación a sus propietarios en castigo por deslealtad, sobre todo en el caso del ager publicus situado en la península italiana. La arrendaba el Estado por medio de los censores, en una modalidad que favorecía el latifundio. Había ager publicus romano en todas las provincias y en la Galia itálica además de la península, aunque gran parte del existente en las provincias estaba sin cultivar.

Agger. El tramo doble de muralla enormemente fortificado que protegía a Roma por su lado más vulnerable, el campus Esquilinus y que formaba parte de la muralla serviana.

ágora. Espacio abierto, generalmente rodeado de columnas o edificios públicos, que en las ciudades griegas o helénicas servía de centro cívico para reuniones y asambleas. Su equivalente romano es el foro.

aliados. Cualquier nación, pueblo o individuo a quien oficialmente se concedía el título de «Amigo y Aliado del Pueblo de Roma». El título solía conllevar ciertos privilegios en el ámbito del comercio y la política. (Véase socii.)

Amor. Es lo mismo que Roma al revés y los romanos de la época de la república solían creer que «Amor» era el nombre críptico vital de su ciudad.

Anatolia. Aproximadamente la Turquía asiática actual. Se extendía desde la ribera sur del mar Euxino (mar Negro) hasta la costa norte del Adriático y comprendía las antiguas regiones de Bitinia, Misia, provincia de Asia, Frigia, Pisidia, Panfilia, Cilicia, Paflagonia, Galacia, Ponto, Capadocia y Armenia Parva.

Anco Marcio. Cuarto rey de Roma que la familia Marcio (en particular la rama apellidada Rex) se arrogaba como antepasado y fundador, cosa poco probable, dado que los Marcios eran plebeyos. Se atribuía a Anco Marcio la colonización de Ostia, aunque existen dudas al respecto, o el haber arrebatado a los etruscos las minas de sal de la desembocadura del Tíber. Durante su reinado, Roma floreció y la única obra que le sobrevivió fue el puente de Madera o puente Sublicio. Murió en el 617 a. JC., dejando dos hijos que no heredaron el trono, lo que fue motivo de complicaciones.

animus. Según el diccionario latino de Oxford: «La mente como contraria al cuerpo, la mente o alma que, unida al cuerpo, constituye la persona.» Hay otras definiciones, pero adopto ésta como la más adecuada al contexto en que se usa la obra. No hay que pensar, no obstante, que los romanos creyesen en la inmortalidad del alma.

Armenia Magna. La antigua Armenia Magna se extendía desde el sur del Cáucaso hasta el río Araxes, en el extremo oriental del mar Caspio y hasta las fuentes del Éufrates en el Oeste. Era una región muy montañosa y fría.

Armenia Parva. A pesar de su denominación, que significa pequeña Armenia, comprendía las regiones accidentadas y montañosas del alto Éufrates y del Arsanius y no formaba parte del reino de Armenia. Hasta su conquista por Mitrídates VI de Ponto, contaba con su propia monarquía, siempre aliada al Ponto y no a la verdadera Armenia.

Asamblea (Comitia). Las reuniones del pueblo romano, convocadas para tratar asuntos gubernativos, legislativos o electorales. En la época de Sila había tres tipos de asamblea: la centuriada, la del pueblo y la de la plebe.

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