Festín de cuervos (66 page)

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Authors: George R.R. Martin

Tags: #Fantástico

Sus invitados ya habían empezado con el hidromiel cuando se reunió con ellos.

«Lady Falyse no sólo tiene cara de pez, sino que bebe como un pez» reflexionó al fijarse en la frasca medio vacía.

—Mi querida Falyse —exclamó antes de darle un beso en la mejilla—, y el valiente Ser Balman. Sentí mucho lo de vuestra querida madre. ¿Cómo está Lady Tanda?

Lady Falyse parecía a punto de llorar.

—Qué amable por parte de Vuestra Alteza. El maestre Frenken dice que se rompió la cadera en la caída. Hizo todo lo que pudo. Ahora sólo nos queda rezar, pero...

«Reza todo lo que quieras; estará muerta antes de que cambie la luna.» Las mujeres de la edad de Tanda Stokeworth no sobrevivían a una fractura de cadera.

—Uniré mis plegarias a las vuestras —dijo Cersei—. Lord Qyburn me ha dicho que Tanda se cayó del caballo.

—La cincha de la silla se rompió mientras cabalgaba —dijo Ser Balman Byrch—. El mozo de cuadra tendría que haberse dado cuenta de que estaba desgastada. Ha recibido su castigo.

—Duro, espero. —La Reina se sentó e indicó a sus invitados que hicieran lo mismo—. ¿Otra copa de hidromiel, Falyse? Me parece recordar que siempre os ha gustado.

—Vuestra Alteza es muy amable al acordarse.

«¿Cómo me voy a olvidar? —pensó Cersei—. Jaime decía que seguro que meabas eso.»

—¿Qué tal el viaje?

—Incómodo —se quejó Falyse—. Estuvo lloviendo la mayor parte del día. Teníamos intención de pasar la noche en Rosby, pero ese joven pupilo de Lord Gyles nos negó la hospitalidad. —Sorbió por la nariz—. Acordaos de lo que os digo: cuando muera Gyles, ese miserable se quedará con su oro. Hasta puede que trate de reclamar las tierras y el título de señor, aunque Rosby nos corresponde a nosotros por derecho si fallece Gyles. Mi señora madre era tía de su segunda esposa y prima tercera de Gyles.

«¿Cuál es vuestro blasón, mi señora? ¿Un cordero, o una especie de mono codicioso?», pensó Cersei.

—Lord Gyles lleva amenazando con morirse desde que lo conozco, pero todavía sigue entre nosotros, y espero que por muchos años. —Le dedicó una sonrisa encantadora—. Sus toses nos enterrarán a todos.

—Es lo más probable —asintió Ser Balman—. El pupilo de Rosby no fue el único en agraviarnos, Alteza. En el camino también nos tropezamos con unos rufianes. Iban sucios y andrajosos, con hachas y escudos de cuero. Algunos se habían cosido estrellas en los jubones, estrellas sagradas de siete puntas, pero incluso de esa guisa tenían pinta de malvados.

—Tenían piojos, estoy segura —aportó Falyse.

—Se hacen llamar gorriones —comentó Cersei—. Son una plaga. Nuestro nuevo Septón Supremo se encargará de ellos en cuanto lo coronemos. Si no, yo misma tomaré medidas.

—¿Han elegido ya a Su Altísima Santidad? —quiso saber Falyse.

—No —tuvo que reconocer la Reina—. Estaban a punto de elegir al septón Ollidor, pero unos cuantos de esos gorriones lo siguieron hasta un burdel y lo arrastraron desnudo a la calle. Ahora, Luceon es el candidato más probable, aunque nuestros amigos de la otra colina dicen que todavía le faltan unos cuantos votos.

—Que la Vieja guíe las deliberaciones con su lámpara dorada de sabiduría —dijo Lady Falyse, toda piadosa.

Ser Balman se revolvió en el asiento, inquieto.

—Alteza, hay un asunto algo escabroso, pero... No quiero que haya malentendidos entre nosotros. Tenéis que saber que ni mi señora esposa ni su madre tuvieron nada que ver con el nombre que le pusieron al bastardo. Lollys es muy simple, y su esposo tiene tendencia al humor negro. Le dije que escogiera un nombre más adecuado para el bebé... y se echó a reír.

La Reina bebió un trago de vino y lo miró con atención. En otros tiempos, Ser Balman había sido buen justador, además de uno de los caballeros más atractivos de los Siete Reinos. Todavía podía alardear de su bonito bigote; por lo demás, no había envejecido bien. Había perdido buena parte del pelo rubio ondulado, mientras su barriga avanzaba inexorable contra el jubón. «Como títere deja mucho que desear —reflexionó—. Aun así, me servirá.»

—Tyrion era nombre de rey antes de que llegaran los dragones. El Gnomo lo ha ensuciado, pero tal vez ese niño le devuelva el honor. —«Si es que el bastardo vive lo suficiente»—. Sé que no sois culpables. Lady Tanda es la hermana que nunca tuve, y vos... —Se le quebró la voz—. P-perdonadme. Vivo atemorizada.

Falyse abrió y cerró la boca, con lo que se incrementó su parecido con un pez.

—¿Cómo? ¿Atemorizada, Alteza?

—No he podido dormir una noche entera desde la muerte de Joffrey. —Cersei llenó las copas de hidromiel—. Amigos míos... Porque sois mis amigos, ¿verdad? ¿Y del rey Tommen?

—Ese muchachito encantador —declaró Ser Balman—. Alteza, el lema de la Casa Stokeworth es Orgullosos de Ser Leales.

—Ojalá hubiera más como vos, mi buen ser. Si he de deciros la verdad, tengo serias dudas sobre Ser Bronn del Aguasnegras.

Marido y mujer intercambiaron una mirada.

—Ese hombre es un insolente, Alteza —dijo Falyse—. Grosero y malhablado.

—No es un verdadero caballero —dijo Ser Balman.

—No. —Cersei le dedicó su sonrisa más deslumbrante—. Vos sí que sabéis de caballerosidad. Recuerdo haberos visto justar en... ¿Qué torneo fue aquel en el que luchasteis de manera tan sobresaliente, ser?

—¿Aquello del Valle Oscuro, de hace seis años? —preguntó con una sonrisa modesta—. No, no estabais allí; de lo contrario os habrían coronado reina del amor y la belleza, sin duda. ¿Fue en el torneo de Lannisport, después de la Rebelión de Greyjoy? Allí desmonté a más de un buen caballero...

—A ese me refería. —Adoptó una expresión sombría—. El Gnomo desapareció la noche en que murió mi padre, dejando a dos honrados carceleros tendidos en un charco de sangre. Hay quien dice que ha huido por el mar Angosto, pero yo no estoy segura. El enano es astuto. Puede que esté al acecho, cerca de aquí, planeando más crímenes. Tal vez lo esconda algún amigo.

—¿Bronn? —Ser Balman se acarició el poblado bigote.

—Siempre fue leal al Gnomo. Sólo el Desconocido sabe a cuántos hombres ha enviado al infierno por orden de Tyrion.

—Alteza, si el enano hubiera estado acechando por nuestras tierras, me habría dado cuenta —señaló Ser Balman.

—Mi hermano es pequeño. Tiene un talento natural para acechar. —Cersei hizo que le temblara la mano—. Lo del nombre del niño es poca cosa, pero la insolencia que queda sin castigo alimenta la rebeldía. Y por lo que me dice Qyburn, ese Bronn está reuniendo mercenarios.

—Ahora tiene cuatro caballeros en su casa —dijo Falyse.

Ser Balman soltó un bufido.

—Mi querida esposa los sobrevalora, ¡caballeros, dice! Son mercenarios con ínfulas, y entre los cuatro no juntan ni un ápice de caballerosidad.

—Es lo que me temía. Bronn está reuniendo espadas para el enano. Que los Siete protejan a mi hijito... El Gnomo lo matará, igual que mató a su hermano. —Dejó escapar un sollozo—. Amigos míos, pongo mi honor en vuestras manos. Pero ¿qué es el honor de una reina comparado con las lágrimas de una madre?

—Hablad con libertad, Alteza —le aseguró Ser Balman—. Nada saldrá de esta habitación.

Cersei extendió el brazo y le apretó la mano.

—Pues... Dormiría mucho más tranquila por las noches si me enterase de que Ser Bronn ha sufrido un... Un desdichado accidente... Tal vez mientras cazaba.

Ser Balman meditó un instante.

—¿Un accidente mortal?

«No, imbécil, quiero que le rompas el meñique del pie. —Tuvo que morderse el labio—. Mis enemigos están por todas partes y mis amigos son idiotas.»

—Os lo suplico, ser —susurró—, no me hagáis decirlo...

—Comprendo. —Ser Balman alzó un dedo.

«Una bellota lo habría cogido más deprisa.»

—Sois un verdadero caballero, ser. La respuesta a las oraciones de una madre asustada. —Cersei le dio un beso—. Hacedlo pronto, por favor. Ahora mismo, Bronn sólo tiene cuatro hombres, pero reunirá más si no intervenimos. —Besó también a Falyse—. No olvidaré esto, amigos míos. Mis verdaderos amigos de Stokeworth. Orgullosos de Ser Leales. Tenéis mi palabra: cuando acabe esto le buscaremos un marido mejor a Lollys. —«Tal vez un Kettleblack»—. Un Lannister siempre paga sus deudas.

El resto fue todo hidromiel y remolachas con mantequilla, pan recién horneado, lucio rebozado con especias y costillas de jabalí. Cersei se había aficionado mucho al jabalí desde la muerte de Robert. Ni siquiera le molestó la compañía, aunque Falyse sonreía como una imbécil y Balman rebañó todos los platos, de la sopa al postre. Hasta pasada la medianoche no consiguió librarse de ellos. Ser Balman sugirió que pidieran otra frasca, y a la Reina no le pareció prudente negarse.

«Con lo que me han costado en hidromiel, podría haber contratado a un Hombre sin Rostro para que matara a Bronn», reflexionó cuando por fin se marcharon.

A aquellas horas, su hijo ya estaría profundamente dormido, pero Cersei fue a verlo antes de irse a la cama. Se sorprendió al ver tres gatitos negros acurrucados junto a él.

—¿De dónde han salido? —le preguntó a Ser Meryn Trant ante la puerta del dormitorio real.

—Se los regaló la pequeña reina. Sólo iba a quedarse uno, pero no se decidió: no sabía cuál le gustaba más.

«En fin, es mejor que sacárselos a su madre de la tripa con un puñal.» Los torpes intentos de seducción de Margaery eran tan obvios que daban risa. «Tommen es demasiado pequeño para los besos, así que le da gatitos.» Cersei habría preferido que no fueran negros. Los gatos negros daban mala suerte, tal como había descubierto la hijita de Rhaegar en aquel mismo castillo. «Habría sido mi hija si el Rey Loco no le hubiera gastado aquella broma cruel a mi padre.» Tuvo que ser la locura lo que llevó a Aerys a rechazar a la hija de Lord Tywin y quedarse con su hijo en su lugar, y además casar a su propio hijo con una débil princesa dorniense de ojos negros y pecho plano.

Pese a los años transcurridos, el recuerdo del rechazo la seguía irritando. Más de una noche había observado al príncipe Rhaegar en la sala, tocando el arpa de cuerdas plateadas con aquellos dedos tan largos y elegantes. ¿Habría hombre más hermoso?

«Pero era más que un hombre. Su sangre era la sangre de la antigua Valyria, la sangre de los dioses y los dragones.» Cuando apenas era una niña, su padre le había prometido que se casaría con Rhaegar. Ella no tendría más de seis o siete años.

—No se lo digas a nadie, pequeña —le dijo con aquella sonrisa secreta que sólo Cersei llegaba a ver—. Guarda silencio hasta que Su Alteza acceda al compromiso. Por ahora será nuestro secreto.

Y así había sido, aunque en cierta ocasión se dibujó a sí misma montada en un dragón, detrás de Rhaegar, con los brazos en torno a su pecho. Cuando Jaime vio el dibujo le dijo que representaba a la reina Alysanne y el rey Jaehaerys.

Tenía diez años cuando por fin vio al príncipe en persona, en el torneo que ofreció su señor padre para darle la bienvenida al Oeste al rey Aerys. Se habían erigido gradas para los espectadores ante los muros de Lannisport, y las aclamaciones de sus habitantes retumbaban como un trueno en Roca Casterly.

«Aplaudieron a mi padre el doble que al Rey —recordó la Reina—, pero sólo la mitad de lo que aplaudieron al príncipe Rhaegar.»

A sus diecisiete años, recién armado caballero, Rhaegar Targaryen lucía una coraza negra por encima de la cota de malla dorada cuando entró en las lizas. Largos gallardetes de seda roja, dorada y anaranjada colgaban de su yelmo y ondeaban como llamas. Dos tíos de Cersei cayeron ante su lanza, al igual que una docena de los mejores justadores de su padre, la flor y nata del Oeste. De noche, el príncipe tocaba su arpa plateada y la hacía llorar. Cuando se lo presentaron, Cersei estuvo a punto de ahogarse en la profundidad de sus tristes ojos color violeta.

«Le han hecho daño —recordó haber pensado—, pero cuando estemos casados, yo aliviaré su dolor. —Comparado con Rhaegar, hasta el apuesto Jaime parecía un crío inexperto—. El príncipe va a ser mi esposo —había pensado, ebria de emoción—, y cuando muera el viejo rey, yo seré la reina.» Su tía se lo había dicho antes del torneo.

—Tienes que estar más bonita que nunca —le dijo Lady Genna al tiempo que le colocaba bien el vestido—, porque en el último banquete se anunciará tu compromiso con el príncipe Rhaegar.

¡Qué feliz había sido aquel día! De lo contrario no se habría atrevido a visitar la carpa de Maggy
la Rana
. Sólo lo hizo para demostrarles a Jeyne y a Melara que las leonas no tenían miedo de nada.

«Iba a ser reina. ¿Qué podía temer una reina de una vieja repulsiva?» El recuerdo de la profecía todavía le erizaba el vello, y eso que había transcurrido toda una vida. «Jeyne salió de la carpa corriendo y llorando —recordó—, pero Melara se quedó, y yo también. Le dejamos probar nuestra sangre y nos reímos de sus tontas profecías. Nada de lo que decía tenía sentido.» Dijera lo que dijera la vieja, ella iba a ser la esposa del príncipe Rhaegar. Su padre se lo había prometido, y la palabra de Tywin Lannister valía tanto como el oro.

Sus risas murieron al final del torneo. No hubo banquete final, ni brindis para celebrar su compromiso con el príncipe Rhaegar; sólo silencios fríos y miradas gélidas entre el Rey y su padre. Más tarde, cuando Aerys y su hijo partieron con todos sus galantes caballeros hacia Desembarco del Rey, la niña acudió a su tía deshecha en lágrimas, sin entender nada.

—Vuestro padre propuso el enlace —le dijo Lady Genna—, pero Aerys se negó: «Eres mi mejor sirviente, Tywin, pero nadie casa a su heredero con la hija de su sirviente», le dijo el Rey. Sécate esas lágrimas, pequeña. ¿Alguna vez has visto llorar a un león? Tu padre te buscará otro hombre, y será mejor que Rhaegar.

Pero su tía le mintió, y su padre le había fallado, igual que Jaime le fallaba entonces.

«Mi padre no me buscó un hombre mejor. Me entregó a Robert, y la maldición de Maggy desplegó sus pétalos como una flor envenenada. —Si se hubiera casado con Rhaegar, como era intención de los dioses, él ni siquiera se habría fijado en la loba—. De lo contrario, hoy Rhaegar sería nuestro rey, y yo, su reina, la madre de sus hijos.»

Nunca había perdonado a Robert por matarlo.

Porque, por supuesto, a los leones no se les daba bien perdonar. Como descubriría muy pronto Ser Bronn del Aguasnegras.

BRIENNE (5)

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