Una ráfaga de viento frío le recorrió las piernas. Entró en el dormitorio para elegir un vestido para desayunar. Petyr le había regalado el guardarropa de su difunta esposa, un tesoro de sedas, satenes, pieles y terciopelos más rico de lo que jamás había soñado, aunque casi todas las prendas le quedaban muy grandes. Lady Lysa había engordado mucho con su larga sucesión de embarazos, abortos y partos de bebés muertos. Por suerte, algunos de los vestidos más antiguos se habían confeccionado para la joven Lysa Tully de Aguasdulces, y Gretchel había conseguido arreglar otros para que le sirvieran a Alayne, que a sus trece años tenía las piernas casi tan largas como las tuvo su tía a los veinte.
Aquella mañana, el que captó su atención fue un vestido jaspeado en el rojo y azul de los Tully, con ribete de armiño. Gretchel la ayudó a meter los brazos en las mangas acampanadas y le ató los cordones de la espalda, y luego le cepilló el cabello y se lo recogió. Alayne se lo había vuelto a oscurecer la noche anterior antes de acostarse. El baño de color que le había dado su tía le cambiaba el castaño rojizo por el moreno pardo de Alayne, pero cada poco tiempo, el rojo volvía a asomar en las raíces.
«¿Qué voy a hacer cuando se acabe el tinte?» El que usaba procedía de Tyrosh, al otro lado del mar Angosto.
Cuando bajó a desayunar, Alayne volvió a asombrarse ante el sosiego del Nido de Águilas. No había castillo más silencioso en los Siete Reinos. Los criados eran pocos y viejos, y hablaban en voz baja para no perturbar a su pequeño señor. En la montaña no había caballos, ni perros que ladraran y gruñeran, ni caballeros que se entrenaran en el patio. Hasta las pisadas de los guardias sonaban extrañas, amortiguadas, cuando recorrían los salones de piedra blanca. Se oía el sonido del viento que gemía en torno a las torres, pero nada más. Cuando llegó al Nido de Águilas se oía también el rumor de las Lágrimas de Alyssa, pero la cascada se había congelado. Gretchel le dijo que permanecería en silencio hasta la primavera.
Lord Robert estaba a solas en el Salón Matinal, por encima de las cocinas, pasando con indiferencia una cuchara de madera por un cuenco de gachas con miel.
—Quería huevos —se quejó cuando la vio—. Quería tres huevos pasados por agua y un trozo de panceta.
No tenían huevos, igual que no tenían panceta. Los graneros del Nido de Águilas contenían avena, maíz y cebada suficientes para alimentarlos durante un año, pero era una muchacha bastarda, una tal Mya Piedra, quien les subía alimentos frescos del valle. Después de que los Señores Recusadores acamparan al pie de la montaña, Mya ya no pudo pasar. Lord Belmore, que había sido el primero de los seis en presentarse en las Puertas, envió un cuervo a Meñique para comunicarle que el Nido de Águilas no recibiría más comida hasta que les enviara a Lord Robert. No era un asedio, pero se parecía mucho.
—Cuando venga Mya podrás comer tantos huevos como quieras —le prometió Alayne al pequeño señor—. Traerá huevos, mantequilla, melones y otras muchas cosas ricas.
No consiguió aplacarlo.
—Yo quería huevos hoy.
—No hay huevos, Robalito, lo sabes de sobra. Por favor, cómete las gachas, están muy ricas. —Se tomó una cucharada de su cuenco para dar ejemplo.
Robert volvió a pasear la cuchara por el cuenco, pero no se la llevó a los labios.
—No tengo hambre —dijo al final—. Quiero volver a la cama. Esta noche no he dormido nada. Se oían canciones. El maestre Colemon me dio el vino del sueño, pero las seguí oyendo.
Alayne dejó la cuchara.
—Si hubiera alguien cantando, yo también lo habría oído. Ha sido una pesadilla, nada más.
—No, no ha sido una pesadilla. —Se le llenaron los ojos de lágrimas—. Marillion estaba cantando otra vez. Tu padre dice que ha muerto, pero es mentira.
—Es verdad. —Le daba miedo oírlo hablar así. «Ya tiene bastante con ser tan pequeño y enfermizo, ¿y si encima está loco?»—. Es verdad, Robalito. Marillion amaba demasiado a tu señora madre y no podía vivir con lo que le había hecho, así que caminó hacia el cielo. —Alayne no había visto el cadáver, como tampoco lo había visto Robert, pero no dudaba que el bardo hubiera muerto—. Se ha ido, en serio.
—Pero si lo oigo todas las noches... Aunque cierre los postigos y me tape la cabeza con una almohada. Tu padre le tendría que haber cortado la lengua. Se lo dije, pero no quiso.
«La lengua le hacía falta para confesar.»
—Sé bueno y cómete las gachas —le suplicó Alayne—. Anda, por favor. Hazlo por mí.
—No quiero gachas. —Robert tiró la cuchara al otro lado de la estancia. Fue a dar contra un tapiz de la pared, y dejó una mancha en una luna de seda blanca—. ¡El señor quiere huevos!
—El señor se comerá las gachas y dará las gracias. —La voz de Petyr sonó tras ellos.
Alayne se volvió y lo vio en el arco de la entrada, al lado del maestre Colemon.
—Deberíais obedecer al Lord Protector, mi señor —dijo el maestre—. Vuestros señores banderizos están subiendo para rendiros homenaje, y tenéis que estar fuerte.
Robert se frotó el ojo izquierdo con un nudillo.
—Echadlos. No quiero verlos. Si vienen, los haré volar.
—Me tientas, mi señor, pero mucho me temo que les he prometido salvoconducto —dijo Petyr—. En cualquier caso, es demasiado tarde para que den la vuelta. Ya deben de estar a la altura de Piedra.
—¿Por qué no nos dejan en paz? —sollozó Alayne—. No les hemos hecho ningún daño. ¿Qué quieren de nosotros?
—A Lord Robert, nada más. Y con él, el Valle, claro. —Petyr sonrió—. Serán ocho. Lord Nestor los guía, y Lyn Corbray los acompaña. Ser Lyn no es de los que se quedan atrás cuando hay perspectiva de sangre.
No eran precisamente palabras que pudieran calmar sus temores. Lyn Corbray había matado casi a tantos hombres en duelos como en la batalla. Sabía que había ganado las espuelas durante la Rebelión de Robert, luchando contra Lord Jon Arryn en las puertas de Puerto Gaviota, y más tarde bajo su estandarte en el Tridente, donde mató al príncipe Lewyn de Dorne, un caballero blanco de la Guardia Real. Petyr decía que el príncipe Lewyn ya estaba gravemente herido cuando el devenir de la batalla lo llevó a la danza final con
Dama Desesperada
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—Pero no es un tema que interese tocar delante de Corbray —añadía—. Quienes se atreven, pronto tienen ocasión de preguntárselo al propio Martell en las salas del infierno.
Si debía creer la mitad de lo que había oído comentar a los guardias de Lord Robert, Lyn Corbray era más peligroso que los otros seis Señores Recusadores juntos.
—¿Por qué viene? —preguntó—. Yo creía que los Corbray estaban con vos.
—Lord Lyonel Corbray tiene buena disposición hacia mí —dijo Petyr—, pero su hermano sigue otro camino. En el Tridente, cuando su padre cayó herido, fue Lyn el que cogió
Dama Desesperada
y mató al hombre que lo había derribado. Mientras Lyonel llevaba al viejo a retaguardia, con los maestres, Lyn encabezó el ataque contra los dornienses que amenazaban el flanco izquierdo de Robert, hizo pedazos sus líneas y mató a Lewyn Martell. Así que cuando murió Lord Corbray, entregó
Dama
a su hijo menor. Lyonel se quedó con las tierras, el título, el castillo y todo su dinero, pero aun así tiene la impresión de que le robaron lo que le corresponde por derecho, mientras que Ser Lyn... Bueno, digamos que le profesa a Lyonel tanto cariño como a mí. Él también aspiraba a la mano de Lysa.
—No me gusta Ser Lyn —insistió Robert—. No lo quiero aquí. Que vuelva abajo. No le dije que subiera. Que no entre. Mi madre decía que el Nido de Águilas es inexpugnable.
—Tu madre está muerta, mi señor. Hasta tu decimosexto día del nombre, el Nido de Águilas lo gobernaré yo. —Petyr se volvió hacia la criada encorvada que aguardaba cerca de las escaleras que conducían a la cocina—. Mela, trae otra cuchara para su señoría. Quiere comerse las gachas.
—¡No quiero! ¡Que vuelen mis gachas!
En aquella ocasión, Robert lanzó el cuenco de gachas con miel. Petyr Baelish se echó a un lado con agilidad, pero el maestre Colemon no fue tan rápido. El cuenco de madera lo acertó de pleno en el pecho, y el contenido le saltó a la cara y a los hombros. Chilló de manera muy poco propia de un maestre mientras Alayne se volvía para intentar calmar al señor, pero era demasiado tarde. Tenía un ataque. Una jarra de leche salió volando cuando la derribó con un espasmo. Trató de levantarse, pero la silla cayó hacia atrás, y con ella, el niño. Uno de sus pies acertó a Alayne en el vientre con tanta fuerza que le cortó la respiración.
—Oh, por los dioses —oyó decir a Petyr, asqueado.
Los restos de gachas salpicaban el rostro y el pelo del maestre Colemon cuando se arrodilló junto a su protegido para susurrarle palabras tranquilizadoras. Un grumo le resbaló por la mejilla derecha, como una lágrima marrón grisácea. «No es tan grave como el ataque anterior», pensó Alayne, tratando de albergar esperanzas. Cuando dejó de temblar, dos guardias con capa azul celeste y cota de malla plateada acudieron a la llamada de Petyr.
—Llevadlo a la cama y que lo sangren —dijo el Lord Protector, y el guardia más alto cogió al niño en brazos.
«Hasta yo lo podría llevar —pensó Alayne—. Pesa menos que una muñeca.»
Colemon se detuvo un instante antes de seguirlo.
—Tal vez sería mejor dejar esta reunión para otro día, mi señor. Los ataques de su señoría han empeorado desde la muerte de Lady Lysa; son cada vez más frecuentes y violentos. Lo sangro tan a menudo como me atrevo, y le mezclo vino del sueño con la leche de la amapola para ayudarlo a dormir, pero...
—Duerme doce horas al día —replicó Petyr—. Lo necesito despierto de cuando en cuando.
El maestre se atusó el pelo con los dedos, con lo que llenó el suelo de gachas.
—Cuando su señoría se sobresaltaba en exceso, Lady Lysa le daba el pecho. El archimaestre Ebrose asegura que la leche materna tiene muchas propiedades saludables.
—¿Eso es lo que aconsejáis, maestre? ¿Que le busquemos un ama de cría al señor del Nido de Águilas y Defensor del Valle? ¿Cuándo lo destetaremos? ¿El día de su boda? Así podrá pasar directamente del pezón de su aya al de su esposa. —La carcajada de Lord Petyr dejó bien clara su opinión—. No, muchas gracias. Os sugiero que busquéis otro sistema. Al chico le gustan los dulces, ¿no?
—¿Los dulces?
—Los dulces. Tartas, pasteles, mermeladas, gelatina, trozos de panal con miel... ¿Habéis probado a ponerle un pellizco de sueñodulce en la leche? Sólo un pellizco, lo justo para calmarlo y acabar con esos putos temblores.
—¿Un pellizco? —El maestre tragó saliva, y la nuez se le movió arriba y abajo en la garganta—. Un pellizco pequeño... Es posible, es posible. No mucho, y no muy a menudo, sí, lo podría intentar...
—Un pellizco —repitió Lord Petyr—, antes de que lo llevéis a recibir a los señores.
—Como ordenéis, mi señor.
El maestre salió apresuradamente, con la cadena tintineando a cada paso.
—Padre —dijo Alayne cuando quedaron a solas—, ¿quieres un cuenco de gachas para desayunar?
—Me dan asco las gachas. —La miró con ojos de Meñique—. Prefiero desayunar un beso.
Una buena hija jamás le negaría un beso a su padre, así que Alayne se adelantó y se lo dio, un beso rápido en la mejilla, y retrocedió igual de deprisa.
—Qué... obediente. —Meñique sonrió con la boca, no con los ojos—. En fin, hay otras instrucciones que tendrás que dar al servicio. Diles a los cocineros que pongan en infusión vino tinto con miel y pasas. Nuestros huéspedes han realizado un largo ascenso; tendrán frío y estarán sedientos. Cuando lleguen, tendrás que salir a recibirlos y ofrecerles un refrigerio. Vino, queso y pan. ¿Qué quesos nos quedan?
—El blanco fuerte y el azul que huele mal.
—El blanco. Y será mejor que te cambies de ropa.
Alayne se miró el vestido, azul oscuro y rojo, los colores de Aguasdulces.
—¿Es demasiado...?
—Es demasiado Tully. A los Señores Recusadores no les gustará ver a mi hija bastarda pavoneándose con la ropa de mi esposa fallecida. Elige otro atuendo. ¿He de recordarte que no te decantes por el azul celeste y el crema?
—No. —El azul claro y el crema eran los colores de la Casa Arryn—. ¿Habéis dicho ocho? ¿Yohn Bronce es uno de ellos?
—El único que importa.
—Yohn Bronce me conoce —le recordó—. Fue nuestro invitado en Invernalia cuando su hijo fue al norte para vestir el negro. —Tenía el vago recuerdo de haberse enamorado locamente de Ser Waymar, pero de aquello hacía toda una vida; había ocurrido cuando era una niñita estúpida—. Y no fue la única vez. Lord Royce vio... Vio a Sansa Stark otra vez en Desembarco del Rey, durante el torneo de la Mano.
Petyr le puso un dedo bajo la barbilla.
—Seguro que Royce vio esta cara tan bonita, pero para él fue una más entre un millar. Cuando alguien participa en un torneo, tiene cosas más importantes de las que preocuparse que una niña en la multitud. Y en Invernalia, Sansa era una niñita de pelo castaño rojizo. Mi hija es una doncella alta y hermosa, con el pelo oscuro. Los hombres ven lo que esperan ver, Alayne. —La besó en la nariz—. Dile a Maddy que encienda la chimenea en mis habitaciones. Recibiré allí a los Señores Recusadores.
—¿No en la Sala Alta?
—No. No quieran los dioses que me vean cerca del trono de los Arryn; podrían creer que pienso sentarme en él. Unas nalgas de tan baja extracción como las mías no podrían aspirar a cojines tan mullidos.
—En vuestras habitaciones. —Tendría que haberse detenido, pero las palabras se le escaparon sin que se pudiera contener—. Si les entregarais a Robert...
—¿Y el Valle?
—Ya tienen el Valle.
—Buena parte, sí, es verdad. Pero no todo. En Puerto Gaviota me tienen aprecio, y también cuento con la lealtad y la amistad de algunos señores. Grafton, Lynderly, Lyonel Corbray... No son rivales para los Señores Recusadores, claro. Además, ¿adónde querrías que fuéramos, Alayne? ¿A mi impresionante fortaleza de los Dedos?
Ya lo había estado pensando.
—Joffrey os otorgó Harrenhal. Allí sois el señor de pleno derecho.
—Sólo tengo el título. Necesitaba un asentamiento importante para casarme con Lysa, y los Lannister no estaban dispuestos a concederme Roca Casterly.
—Sí, pero el castillo es vuestro.
—Y menudo castillo. Salones cavernosos, torres en ruinas, fantasmas y corrientes de aire. Calentarlo es ruinoso; defenderlo, imposible... Y también está el asuntillo de la maldición.