Lyn Corbray se echó a reír.
—Dos cachorritos de dos perros falderos.
—A Robert también le convendría tener cerca a un chico mayor. Un escudero joven y prometedor, por ejemplo. Alguien a quien pueda admirar y a quien quiera emular. —Petyr se volvió hacia Lady Waynwood—. En Roble de Hierro tenéis un muchacho así, mi señora. ¿Accederíais a enviarme a Harrold Hardyng?
Anya Waynwood parecía divertirse.
—Jamás había conocido a un ladrón tan osado como vos, Lord Petyr.
—No quiero robaros al muchacho —dijo Petyr—, pero Lord Robert y él deberían hacerse amigos.
Yohn Bronce se inclinó hacia delante.
—Me parece apropiado que Lord Robert trabe amistad con el joven Harry, y así será... En Piedra de las Runas, bajo mi tutela, cuando sea mi pupilo y escudero.
—Entregadnos al muchacho y podréis marcharos a Harrenhal, vuestro legítimo asentamiento, sin que nadie os moleste —dijo Lord Belmore.
Petyr le dirigió una mirada cargada de reproche.
—¿Me estáis dando a entender que, de lo contrario, podría pasarme algo, mi señor? No se me ocurre por qué. Mi difunta esposa pensaba que este era mi legítimo asentamiento.
—Lord Baelish —intervino Lady Waynwood—, Lysa Tully era la viuda de Jon Arryn y la madre de su hijo, y gobernaba como regente. Vos... Seamos francos, no sois un Arryn, y Lord Robert no es de vuestra sangre. ¿Con qué derecho os atrevéis a gobernarnos?
—Creo recordar que Lysa me nombró Lord Protector.
—Lysa Tully nunca formó parte del Valle verdaderamente —replicó Lord Hunter,
el Joven
—. No tenía derecho a disponer de nosotros.
—¿Y Lord Robert? —preguntó Petyr—. ¿Su señoría insinúa que Lady Lysa no tenía derecho a disponer de su propio hijo?
—Yo albergaba la esperanza de casarme con Lady Lysa —dijo Nestor Royce, que había guardado silencio hasta entonces—. Al igual que el padre de Lord Hunter y el hijo de Lady Anya. Corbray no se apartó de su lado en medio año. Si hubiera elegido a cualquiera de nosotros, nadie le disputaría su derecho a ser el Lord Protector. Pero eligió a Lord Meñique, y le confió a su hijo.
—También es hijo de Jon Arryn, primo —replicó Yohn Bronce mirando al Guardián con el ceño fruncido—. Su sitio está en el Valle.
Petyr puso cara de asombro.
—El Nido de Águilas forma parte del Valle tanto como Piedra de las Runas. ¿O alguien lo ha movido sin que yo me enterase?
—Bromead cuanto queráis, Meñique —estalló Lord Belmore—. El chico vendrá con nosotros.
—Cuánto lamento decepcionaros, Lord Belmore, pero mi hijastro se queda conmigo. Como bien sabéis todos, no es un niño robusto. El viaje le resultaría muy fatigoso. Como padrastro suyo y Lord Protector, no lo puedo permitir.
Symond Templeton carraspeó.
—Cada uno de nosotros tiene un millar de hombres al pie de esta montaña, Meñique.
—Es un lugar muy bonito.
—Si es necesario, podemos convocar a más.
—¿Me estáis amenazando con una guerra, ser? —Petyr no parecía asustado en absoluto.
—Nos vamos a llevar a Lord Robert —replicó Yohn Bronce.
Durante un momento pareció que habían llegado a un callejón sin salida, hasta que Lyn Corbray se apartó de la chimenea.
—Ya estoy harto. Si seguís escuchando a Meñique, os convencerá para que le regaléis los calzones. Sólo hay una manera de arreglar esto, y es con acero. —Desenvainó la espada larga.
Petyr extendió las manos.
—Voy desarmado, ser.
—Eso tiene remedio. —La luz de la vela ondulaba a lo largo del acero color gris humo de la espada de Corbray; era tan oscura que Sansa se acordó de
Hielo
, el mandoble de su padre—. El Devoramanzanas está armado. Que os dé la espada, o sacad ese puñal.
Vio como Lothor Brune echaba mano de la espada, pero antes de que las hojas chocaran, Yohn Bronce se levantó, airado.
—¡Guardad ese acero, ser! ¿Qué sois? ¿Un Corbray o un Frey? Estamos aquí como invitados.
—Esto es improcedente —dijo Lady Waynwood frunciendo los labios.
—Envainad el acero, Corbray —aportó Lord Hunter,
el Joven
—. Nos estáis avergonzando a todos.
—Venga, Lyn —reprendió Redfort en tono más suave—. Esto no sirve de nada. Mete a
Dama Desesperada
en la cama.
—Mi señora tiene sed —insistió Ser Lyn—. Siempre que sale a bailar se toma una copa de vino tinto, bien rojo.
Yohn Bronce se interpuso en el camino de Corbray.
—Esta vez se va a quedar con sed.
—Señores Recusadores —bufó Lyn Corbray—. Tendríamos que habernos denominado las Seis Viejas.
Volvió a envainar la espada oscura, empujó a Brune a un lado y salió de la estancia. Alayne oyó como se alejaban sus pisadas.
Anya Waynwood y Horton Redfort intercambiaron una mirada. Hunter apuró la copa de vino y se la tendió para que se la llenara otra vez.
—Tenéis que perdonarnos esta exhibición, Lord Baelish —manifestó Ser Symond.
—¿De verdad? —La voz de Meñique se había tornado gélida—. Vosotros sois quienes lo han traído, mis señores.
—No era nuestra intención... —empezó Yohn Bronce.
—Vosotros sois quienes lo han traído. Tendría todo el derecho de llamar a mis guardias y mandaros detener.
Hunter se puso en pie tan bruscamente que casi tiró la frasca que Alayne tenía en las manos.
—¡Nos prometisteis salvoconducto!
—Sí. Podéis dar gracias de que tenga más honor que otros. —Nunca había oído a Petyr tan furioso—. Ya he leído vuestra declaración y he escuchado vuestras exigencias. Oíd ahora las mías: retirad vuestros ejércitos de esta montaña, marchaos a vuestros hogares y dejad en paz a mi hijo. Aquí ha habido mal gobierno, no lo dudo, pero fue obra de Lysa, no mía. Dadme un año y, con ayuda de Lord Nestor, os prometo que ninguno de vosotros tendrá motivo de queja.
—Eso decís vos —replicó Belmore—. ¿Por qué tenemos que fiarnos?
—¿Cómo osáis desconfiar de mí? No he sido yo quien ha desenvainado el acero en medio de una tregua. Habláis de defender a Lord Robert y al mismo tiempo le negáis la comida. Esto tiene que acabar. No soy guerrero, pero si no levantáis el sitio, lucharé contra vosotros. No sois los únicos señores del Valle, y Desembarco del Rey también me enviará hombres. Si es guerra lo que queréis, decidlo, y el Valle sangrará.
Alayne vio que la duda empezaba a aflorar en los ojos de los Señores Recusadores.
—Un año no es tanto tiempo —comentó Lord Redfort, inseguro—. Tal vez... si nos aseguráis...
—Ninguno de nosotros quiere la guerra —aportó Lady Waynwood—. El otoño llega a su fin; tenemos que prepararnos para el invierno.
Belmore carraspeó.
—Al final de este año...
—Si no he puesto orden en el Valle, dimitiré voluntariamente del cargo de Lord Protector —les prometió Petyr.
—Me parece más que justo —señaló Lord Nestor Royce.
—No debe haber represalias —insistió Templeton—. No se hablará de traición ni de rebelión. Eso también lo tenéis que jurar.
—Encantado —respondió Petyr—. Lo que quiero son amigos, no enemigos. Os otorgo el perdón a todos, por escrito si queréis. Incluso a Lyn Corbray. Su hermano es un buen hombre; no hay necesidad de que caiga la vergüenza en una Casa tan noble.
Lady Waynwood se volvió hacia los otros Señores Recusadores.
—¿Podemos negociar, mis señores?
—No es necesario. Es evidente que ha ganado. —Yohn Bronce clavó los ojos grises en Petyr Baelish—. No me gusta, pero parece que vais a tener el año que pedís. Empleadlo bien, mi señor. No nos habéis engañado a todos.
Abrió la puerta con tanta fuerza que estuvo a punto de arrancarla de los goznes.
Más tarde hubo una especie de banquete, aunque Petyr tuvo que pedir disculpas por lo humilde de la comida. Les llevaron a Robert vestido con un jubón azul y crema, y representó con bastante elegancia su papel de señor. Yohn Bronce no lo presenció: ya había partido del Nido de Águilas para emprender el largo descenso, como hiciera Ser Lyn Corbray antes que él. Los otros señores se quedaron hasta la mañana siguiente.
«Los ha seducido», pensó Alayne aquella noche, en la cama, mientras oía el aullido del viento tras la ventana. No habría sabido decir cómo nació la sospecha, pero cuando se le pasó por la cabeza, no hubo manera de que conciliara el sueño. Se removió y dio vueltas durante largo rato. Por último, se levantó y se vistió, y dejó a Gretchel durmiendo.
Petyr seguía despierto, redactando una carta.
—¿Alayne? Hola, cariño, ¿qué haces aquí tan tarde?
—Necesito saberlo. ¿Qué sucederá dentro de un año?
—Redfort y Waynwood son viejos. —Petyr dejó la pluma sobre la mesa—. Puede que muera uno de ellos, o los dos. Los hermanos de Gilwood Hunter lo asesinarán. Probablemente se encargue el joven Harlan, el mismo que dispuso la muerte de Lord Eon. Y ya que estamos, sigamos hasta el final. Belmore es corrupto, lo puedo comprar. Templeton y yo nos haremos amigos. Mucho me temo que Yohn Bronce seguirá siendo hostil, pero mientras esté solo no representará ninguna amenaza.
—¿Y Ser Lyn Corbray?
La luz de la vela bailaba en los ojos de Petyr.
—Ser Lyn seguirá siendo mi enemigo implacable. Hablará de mí con desprecio y odio a todo el que quiera escucharlo, y prestará su espada a cada plan secreto para acabar conmigo.
Fue entonces cuando las sospechas se convirtieron en certezas.
—¿Y cómo le pagaréis sus servicios?
Meñique se echó a reír.
—Con oro, muchachitos y promesas, por supuesto. Ser Lyn es un hombre de gustos sencillos, cariño. Lo único que quiere es oro, muchachitos y alguien a quien matar.
El Rey estaba haciendo pucheros.
—Quiero sentarme en el Trono de Hierro —le dijo—. A Joff siempre le dejabas sentarse.
—Joffrey tenía doce años.
—Pero yo soy el rey, y el trono es mío.
—¿Quién te ha dicho eso?
Cersei respiró a fondo para que Dorcas le pudiera apretar más el corsé. Era una muchacha corpulenta, mucho más fuerte que Senelle, pero también más torpe.
Tommen se puso rojo.
—Nadie.
—¿Nadie? ¿Así llamas a tu señora esposa? —Aquel amago de rebeldía olía de lejos a Margaery Tyrell—. Si me mientes, no tendré más remedio que mandar a buscar a Pate y azotarlo hasta hacerlo sangrar. —Pate era el niño de los azotes de Tommen, igual que lo había sido de Joffrey—. ¿Eso es lo que quieres?
—No —murmuró el Rey con tono hosco.
—¿Quién te lo ha dicho?
El niño se puso en pie.
—Lady Margaery. —Tenía suficiente sentido común para no llamarla reina delante de su madre.
—Eso está mejor. Tengo que tomar decisiones relativas a asuntos muy serios, Tommen; cosas que eres demasiado pequeño para entender. Lo que menos falta me hace es un niñito idiota jugando en el trono detrás de mí y distrayéndome con preguntas de crío. Supongo que Margaery también dice que deberías asistir a las reuniones de mi consejo.
—Sí —reconoció él—. Dice que tengo que aprender a ser rey.
—Cuando seas un poco mayor, podrás ir a todas las reuniones que quieras —le dijo Cersei—. Te garantizo que pronto te hartarás de ellas. Robert siempre las aprovechaba para echar una siesta. —«Y eso cuando se molestaba en asistir»—. Prefería la caza y la cetrería; las cosas aburridas se las dejaba al viejo Lord Arryn. ¿Te acuerdas de él?
—Se murió de un dolor de tripa.
—Sí, pobre hombre. Si tantas ganas tienes de aprender, ¿por qué no estudias la lista de todos los Reyes de Poniente y de las Manos que los sirvieron? Mañana me la puedes recitar.
—Sí, madre —respondió con docilidad.
—Así me gusta.
El reino era suyo. Cersei no tenía intención de entregarlo hasta que Tommen alcanzara la mayoría de edad.
«He esperado mucho; ahora, que espere él. He esperado la mitad de mi vida. —Había representado los papeles de hija obediente, novia ruborizada y esposa sumisa. Había soportado las torpes caricias ebrias de Robert, los celos de Jaime, las burlas de Renly, a Varys con sus risitas y a Stannis, siempre rechinando los dientes. Había lidiado con Jon Arryn, con Ned Stark y con su malvado y traicionero hermano, el enano asesino, siempre prometiéndose que algún día llegaría su turno—. Si Margaery Tyrell planea arrebatarme mi momento de gloria, está muy equivocada.»
Pero no era la mejor manera de empezar la jornada, y el día de Cersei tardó en mejorar. Se pasó el resto de la mañana con Lord Gyles y sus libros de cuentas, oyéndole toser datos relativos a estrellas, venados y dragones. Después llegó Lord Mares, para informar de que los tres primeros dromones estaban casi terminados y suplicarle más oro para acabarlos con el esplendor que merecían. Para la Reina fue un placer satisfacer su petición. El Chico Luna hizo cabriolas para amenizarle la comida con varios miembros del gremio de comerciantes, mientras escuchaba sus quejas sobre los gorriones que vagaban por las calles y dormían en las plazas.
«Tal vez tenga que enviar a los capas doradas para echar a esos gorriones de la ciudad», estaba pensando cuando los interrumpió Pycelle.
Últimamente el Gran Maestre se mostraba más quejumbroso que nunca durante las reuniones del consejo. Durante la última sesión había protestado hasta la saciedad por los hombres que había elegido Aurane Mares para capitanear sus nuevos dromones. Mares quería poner a jóvenes al mando, mientras que Pycelle abogaba por la experiencia e insistía en que se confiara en los capitanes que habían sobrevivido a los fuegos del Aguasnegras, «Hombres curtidos de probada lealtad», como los llamaba él. Cersei, en cambio, los calificó de viejos y se puso del lado de Lord Mares.
—Lo único que demostraron esos capitanes es que saben nadar —le replicó—. Una madre no debería sobrevivir a sus hijos, y un capitán no debería sobrevivir a su barco.
Pycelle no había encajado bien el reproche.
Aquel día no parecía tan colérico; hasta consiguió esbozar una sonrisa temblorosa.
—Una buena noticia, Alteza —anunció—: Wyman Manderly ha cumplido vuestras órdenes y ha decapitado al Caballero de la Cebolla de Lord Stannis.
—¿Lo sabemos a ciencia cierta?
—Ha colgado su cabeza y sus manos de las murallas de Puerto Blanco. Lord Wyman lo jura, y los Frey lo confirman. Han visto la cabeza allí, con una cebolla en la boca. También las manos: se reconocen por los dedos que le faltaban.