Festín de cuervos (56 page)

Read Festín de cuervos Online

Authors: George R.R. Martin

Tags: #Fantástico

—Perdonadme, princesa —comentó Garin en voz baja—, pero ese hombre no me gusta.

—Lástima —dijo Drey—. Creo que está un poco enamorado de ti.

—Lo necesitamos —les recordó Arianne—. Tal vez necesitemos su espada, y desde luego necesitamos su castillo.

—Ermita Alta no es el único castillo de Dorne —señaló Sylva
Pintas
—, y tenéis otros caballeros que os quieren bien. Drey es caballero.

—Cierto —afirmó él—. Tengo un caballo estupendo y una espada muy bonita, y a mi valor sólo le hace sombra el de... Bueno, el de bastantes, para ser sincero.

—Bastantes cientos, ser —señaló Garin.

Arianne los dejó a solas con sus chanzas. Drey y Sylva
Pintas
eran sus mejores amigos, aparte de su prima Tyene, y Garin había estado bromeando con ella desde que mamaban de las tetas de su madre, pero en aquel momento no estaba de humor para bufonadas. El sol se había puesto, y el cielo estaba plagado de estrellas.

«Cuántas. —Se sentó con la espalda apoyada en una columna acanalada y se preguntó si su hermano contemplaría aquella noche las mismas estrellas, allá donde estuviera—. ¿Ves la blanca, Quentyn? Es la estrella de Nymeria, muy brillante, y esa estela lechosa que tiene detrás la forman diez mil barcos. Nymeria brilló tanto como cualquier hombre, y lo mismo haré yo. ¡No me arrebatarás lo que me corresponde por derecho de nacimiento!»

Quentyn era muy joven cuando lo mandaron a Palosanto; demasiado, según su madre. Los norvoshi no entregaban a sus hijos como pupilos, y Lady Mellarion jamás le había perdonado al príncipe Doran que enviara a su hijo lejos de ella.

—Me hace tan poca gracia como a ti —había oído Arianne decir a su padre—, pero hay una deuda de sangre, y Quentyn es la única moneda que Lord Ormond está dispuesto a aceptar.

—¿Moneda? —había gritado su madre—. ¡Es tu hijo! ¿Qué clase de padre utiliza al fruto de su carne y de su sangre para pagar deudas?

—Los padres que son príncipes —fue la respuesta de Doran Martell.

El príncipe Doran seguía fingiendo que el hermano de Arianne estaba con Lord Yronwood, pero la madre de Garin lo había visto en la Ciudad de los Tablones, haciéndose pasar por mercader. Uno de sus acompañantes tenía un ojo vago, igual que Cletus Yronwood, el chabacano hijo de Lord Ander. Con ellos viajaba también un maestre que dominaba varios idiomas.

«Mi hermano no es tan listo como cree. Un hombre listo de verdad habría partido desde Antigua, aunque el viaje fuera más largo. Probablemente, en Antigua nadie lo habría reconocido.» Arianne contaba con amigos entre los huérfanos de la Ciudad de los Tablones, y algunos habían tratado de averiguar por qué un príncipe y el hijo de un gran señor viajaban con nombre falso y buscaban pasaje para cruzar el mar Angosto. Uno de ellos se coló cierta noche por una ventana, trasteó con la cerradura de la pequeña caja fuerte de Quentyn y encontró dentro los pergaminos.

Arianne habría dado mucho, cualquier cosa, por saber que aquel viaje secreto a través del mar Angosto era cosa de Quentyn y de nadie más... Pero los pergaminos que portaba llevaban el sello con el sol y la lanza de Dorne. El primo de Garin no se había atrevido a romper el lacre para leerlos, pero...

—Princesa...

Ser Gerold Dayne estaba tras ella, iluminado a medias por las estrellas, oculto a medias por las sombras.

—¿Qué tal la meada? —preguntó Arianne con picardía.

—Las arenas se han mostrado tan agradecidas como cabía esperar. —Dayne puso un pie en la cabeza de una estatua que tal vez fuera la Doncella hasta que las arenas le erosionaron el rostro—. Mientras meaba se me ha ocurrido que tal vez este plan tuyo no dé el resultado que esperas.

—¿Qué resultado espero, ser?

—La libertad de las Serpientes de Arena. Venganza para Oberyn y para Elia. ¿Qué tal me sé la canción? Quieres un poco de sangre de león.

«Eso y lo que me corresponde por derecho de nacimiento. Quiero Lanza del Sol, y el trono de mi padre. Quiero Dorne.»

—Quiero justicia.

—Llámalo como quieras. La coronación de la pequeña Lannister no es más que un gesto simbólico. Nunca ocupará el Trono de Hierro. Ni conseguirás la guerra que deseas. No es tan fácil provocar al león.

—El león ha muerto. ¿Quién sabe qué cachorro prefiere la leona?

—El que está en su madriguera. —Ser Gerold desenvainó la espada. A la luz de las estrellas, brillaba tan afilada como las mentiras—. Así comienzan las guerras. No con una corona de oro, sino con una hoja de acero.

«No soy ninguna asesina de niños.»

—Guarda eso. Myrcella está bajo mi protección, y sabes de sobra que Ser Arys no permitirá que le suceda nada a su adorada princesa.

—No, mi señora. Lo que sé es que los Dayne llevan miles de años matando a Oakhearts.

Tamaña arrogancia la dejó sin palabras.

—Tenía la sensación de que los Oakheart llevaban el mismo tiempo matando Daynes.

—Cada familia tiene sus tradiciones. —Estrellaoscura envainó la espada—. La luna está saliendo; tu dechado de virtudes se acerca.

Tenía buena vista. El jinete del alto palafrén gris era Ser Arys, que cabalgaba por las arenas con la capa blanca ondeando al viento. La princesa Myrcella iba abrazada a su cintura, envuelta en una capa con capucha que le ocultaba los rizos dorados.

Mientras Ser Arys la ayudaba a desmontar, Drey hincó una rodilla en tierra ante ella.

—Alteza...

—Mi señora... —Sylva
Pintas
se arrodilló a su lado.

—Soy vuestro hombre, mi reina. —Garin dobló las dos rodillas.

Myrcella se aferró al brazo de Arys Oakheart, desconcertada.

—¿Por qué me llaman
Alteza
? —preguntó con vocecita lastimera—. ¿Dónde estamos, Ser Arys? ¿Quiénes son estas personas?

«¿Es que no le ha dicho nada?» Arianne se adelantó en un remolino de sedas, con una sonrisa para tranquilizar a la niña.

—Son mis leales amigos, Alteza... Y también serán los vuestros.

—¿Princesa Arianne? —La niña le echó los brazos al cuello—. ¿Por qué me dan trato de reina? ¿Le ha pasado algo a Tommen?

—Ha caído en manos de hombres malvados, Alteza —respondió Arianne—, y mucho me temo que conspiran con él para arrebataros vuestro trono.

—¿Mi trono? ¿Queréis decir el Trono de Hierro? —La niña estaba cada vez más confundida—. No me lo ha arrebatado, Tommen es...

—... más joven que vos, ¿verdad?

—Soy un año mayor que él.

—Eso quiere decir que el Trono de Hierro os corresponde por derecho —dijo Arianne—. Vuestro hermano no es más que un chiquillo; no es culpa suya. Tiene malos consejeros... Vos, en cambio, tenéis amigos. Si me lo permitís, tendré el honor de presentároslos. —Cogió a la niña de la mano—. Alteza, Ser Andrey Dalt, heredero de Limonar.

—Mis amigos me llaman Drey —dijo él—, y para mí sería un gran honor que Vuestra Alteza hiciera lo mismo.

Drey tenía el rostro franco y una sonrisa sincera, pero Myrcella lo miró con desconfianza.

—Mientras no os conozca tengo que llamaros
ser
.

—Me llame como me llame Vuestra Alteza, soy vuestro hombre.

Sylva carraspeó. Arianne se volvió hacia ella.

—¿Me permitís presentaros a Lady Sylva Santagar, mi reina? Mi querida Sylva
Pintas
.

—¿Por qué os llaman así? —preguntó Myrcella.

—Porque tengo muchas pecas, Alteza —respondió Sylva—. Aunque intentan hacerme creer que se debe a que soy la heredera de Bosquepinto.

El siguiente fue Garin, un joven de piel oscura y nariz larga, que llevaba un pendiente de jade.

—Garin, de los huérfanos, que siempre me hace reír —dijo Arianne—. Su madre fue mi ama de cría.

—Siento mucho que haya muerto —dijo Myrcella.

—No ha muerto, mi dulce reina. —Garin sonrió mostrando el diente de oro que le había comprado Arianne para sustituir el que le había roto—. Lo que quiere decir mi señora es que soy de los huérfanos del Sangreverde.

Myrcella ya tendría tiempo de conocer la historia de los huérfanos en su viaje río arriba. Arianne llevó a la futura reina ante el último miembro de su pequeño grupo.

—Y por último, pero el primero en valor, se pone a vuestro servicio Ser Gerold Dayne, caballero de Campoestrella.

Ser Gerold hincó una rodilla en el suelo. La luz de la luna brilló en sus ojos oscuros cuando examinaron a la niña con frialdad.

—Hubo un Arthur Dayne —comentó Myrcella—. Era caballero de la Guardia Real en tiempos de Aerys, el Rey Loco.

—Era la Espada del Amanecer. Murió.

—¿Ahora sois vos la Espada del Amanecer?

—No. Me llaman Estrellaoscura, y prefiero la noche.

Arianne se llevó a la niña.

—Debéis de tener hambre. Hay dátiles, queso, aceitunas y limonada si queréis. Pero no comáis ni bebáis demasiado. En cuanto descanséis un poco tendremos que volver a montar. Aquí, en las arenas, siempre es preferible viajar de noche, antes de que el sol suba por el cielo. Les va mejor a los caballos.

—Y a los jinetes —añadió Sylva
Pintas
—. Vamos, alteza, tenéis que entrar en calor. Será un honor que me permitáis serviros.

Acompañó a la princesa hacia la hoguera, seguida por Ser Gerold.

—La historia de mi Casa se remonta a hace diez mil años, hasta el amanecer de los tiempos —se quejó el caballero—. ¿Por qué todo el mundo se acuerda sólo de mi primo Dayne?

—Fue un gran caballero —señaló Arys Oakheart.

—Tenía una gran espada —replicó Estrellaoscura.

—Y un gran corazón. —Ser Arys cogió a Arianne por el brazo—. Tengo que hablar un momento con vos, princesa.

—Vamos.

Se adentró en las ruinas con Ser Arys. Bajo la capa, el caballero llevaba un jubón de hilo de oro con un bordado que representaba las tres hojas verdes de roble, la divisa de su Casa. Se cubría con un yelmo ligero de acero rematado por una púa y envuelto en tela amarilla, a la manera de Dorne. Podría haber pasado por cualquier caballero de no ser por la capa de deslumbrante seda blanca, clara como la luz de la luna y etérea como una brisa.

«Una inconfundible capa de la Guardia Real, el muy bobo...»

—¿Qué sabe la niña?

—Poca cosa. Antes de salir de Desembarco del Rey, su tío le dijo que yo era su protector, y que cualquier orden que le diera tendría como objetivo protegerla. Ha oído los gritos en las calles, las peticiones de venganza... Sabe que esto no es un juego. Es valiente, y más sabia de lo que corresponde a su edad. Ha hecho todo lo que le he dicho sin preguntar nada. —La cogió del brazo, miró a su alrededor y bajó la voz—. Hay otras cosas que debéis saber. Tywin Lannister ha muerto.

—¿Muerto? —repitió conmocionada.

—El Gnomo lo asesinó. La Reina ha asumido la regencia.

—¿De veras? —«¿Una mujer en el Trono de Hierro? Arianne lo meditó un instante, y decidió que era para bien. Si los señores de los Siete Reinos se acostumbraban al gobierno de la reina Cersei, les costaría mucho menos doblar la rodilla ante la reina Myrcella. Y Lord Tywin había sido un rival peligroso; sin él, los enemigos de Dorne serían mucho más débiles. «Lannister matando a Lannister, qué maravilla»—. ¿Qué ha sido del enano?

—Consiguió escapar —respondió Ser Arys—. Cersei ofrece el título de señor a quien le lleve su cabeza.

En un patio interior de baldosas semicubiertas por la arena, la empujó contra una columna para besarla y le puso una mano en un pecho. Fue un beso largo, voraz; le habría levantado las faldas, pero Arianne se liberó entre risas.

—Ya veo que os excita esto de hacer reinas, ser, pero no disponemos de tiempo. Más tarde, os lo prometo. —Le acarició una mejilla—. ¿Habéis tenido algún problema?

—Sólo Trystane. Quería sentarse junto a la cama de Myrcella para jugar al
sitrang
con ella.

—Ya os dije que tuvo las manchas rojas a los cuatro años. Sólo se cogen una vez. Tendríais que haber dicho que Myrcella padecía psoriagrís; así no se habría acercado.

—El chico no, pero el maestre de vuestro padre...

—Caleotte —dijo—. ¿Trató de visitarla?

—No, sólo tuve que describirle las manchas rojas de la cara. Dijo que no había nada que hacer, que dejara que la enfermedad siguiera su curso, y me dio un ungüento para aliviarle el picor.

Ningún menor de diez años moría a causa de las manchas rojas, pero para los adultos podía ser mortal, y el maestre Caleotte no había pasado la enfermedad de niño. Arianne lo descubrió cuando la tuvo ella, a los ocho años.

—Bien. —Asintió—. ¿Y la doncella? ¿Resulta convincente?

—A cierta distancia, sí. El Gnomo la eligió por encima de muchas niñas de más alta cuna. Myrcella la ayudó a rizarse el pelo, y ella misma le pintó las manchas en la cara. Son parientes lejanas. Lannisport está lleno de Lannys, Lannetts, Lantells y Lannisters de ramas menores de la familia, y la mitad tiene el pelo dorado. Con la ropa de dormir de Myrcella y el ungüento del maestre en la cara... En la penumbra me habría engañado hasta a mí. Fue mucho más difícil dar con un hombre que ocupara mi lugar. Dake es el más parecido en estatura, pero está demasiado gordo, así que dejé a Rolder con mi armadura y le dije que no se levantara el visor. Mide cuatro dedos menos que yo, pero si no estamos juntos y no pueden comparar, puede que nadie se dé cuenta. En cualquier caso, permanecerá en las habitaciones de Myrcella.

—Sólo necesitamos unos pocos días. La princesa estará lejos del alcance de mi padre.

—¿Dónde? —La atrajo hacia sí y le rozó el cuello con la nariz—. Ya va siendo hora de que me contéis el resto del plan, ¿no os parece?

Ella se echó a reír y lo apartó.

—No, va siendo hora de que nos pongamos en marcha.

La luna brillaba ya por encima de la Doncella Luna cuando partieron de las ruinas secas y polvorientas de Piedrafresca en dirección sudoeste. Arianne y Ser Arys abrían la marcha, seguidos por Myrcella a lomos de una yegua retozona. Garin iba detrás con Sylva
Pintas
, y sus dos caballeros dornienses cerraban la marcha.

«Somos siete —advirtió Arianne. No lo había pensado hasta entonces, pero parecía un buen presagio para su causa—. Siete jinetes de camino hacia la gloria. Algún día, los bardos nos inmortalizarán.» Drey habría preferido un grupo más numeroso, pero eso habría llamado la atención, y cada hombre adicional duplicaba el riesgo de traición. «Es de lo poco que me enseñó mi padre.» Doran Martell había sido cauteloso incluso cuando era joven y fuerte, siempre dado a los silencios y los secretos. «Ya va siendo hora de que deje su carga, pero no toleraré ningún insulto contra su honor ni contra su persona.» Lo devolvería a sus Jardines del Agua, para que viviera los años que le quedaran entre las risas de los niños y el aroma de las limas y las naranjas. «Y Quentyn le puede hacer compañía. Cuando corone a Myrcella y libere a las Serpientes de Arena, todo Dorne se reunirá bajo mi estandarte.» Tal vez los Yronwood apoyasen a Quentyn, pero por sí mismos no representaban amenaza alguna. Si se decantaban por Tommen y los Lannister, haría que Estrellaoscura los aniquilara hasta que no quedara rastro de ellos.

Other books

Nobody's Perfect by Marlee Matlin
Late Rain by Lynn Kostoff
Playing the Field by Janette Rallison
Shy Town Girls by Katie Leimkuehler
Meat by Joseph D'Lacey