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Authors: George R.R. Martin

Tags: #Fantástico

Festín de cuervos (51 page)

—¿Dónde está escrito que nuestro rey deba ser un kraken? —empezó Drumm—. ¿Qué derecho tiene Pyke a reinar sobre nosotros? Gran Wyk es la isla más grande; Harlaw, la más rica; Viejo Wyk la más sagrada. Cuando el fuego de dragón consumió la estirpe negra, los hijos del hierro le dieron la primacía a Vickon Greyjoy, sí... pero como señor, no como rey.

Era un buen comienzo. Aeron oyó gritos de aprobación, pero fueron menguando a medida que el viejo empezaba a hablar de la gloria de los Drumm. Habló de Dale
el Temible
, de Roryn
el Saqueador
, de los cien hijos de Gormond Drumm, también llamado el Viejo Padre. Desenvainó
Lluvia Roja
y les contó cómo Hilmar Drumm
el Astuto
le había ganado aquella espada a un caballero sin más ayuda que su ingenio y un garrote de madera. Habló de barcos desaparecidos hacía tiempo y de batallas olvidadas ochocientos años atrás, y la multitud empezó a aburrirse. Habló, habló, habló y habló.

Y cuando los cofres de los Drumm se abrieron, los capitanes vieron los mezquinos regalos que les habían llevado.

«Nunca se ha comprado un trono con bronce», pensó Pelomojado. Era una certidumbre que se hizo aún más evidente a medida que los gritos de «¡Drumm! ¡Drumm! ¡Dunstan, rey!» se iban apagando.

Aeron sintió una tensión creciente en el estómago; le parecía que las olas batían con más fuerza que antes.

«Es la hora —pensó—. Es hora de que Victarion dé un paso al frente.»

—¿Quién será nuestro rey? —gritó el sacerdote una vez más, pero en aquella ocasión, sus furibundos ojos negros se clavaron en su hermano, en medio de la multitud—. Nueve hijos engendró la entrepierna de Quellon Greyjoy. Uno de ellos era más fuerte que los demás y no conocía el miedo.

Victarion le devolvió la mirada y asintió. Los capitanes le abrieron paso cuando subió por los peldaños.

—Bendíceme, hermano —dijo al llegar a la cima. Se arrodilló e inclinó la cabeza.

Aeron descorchó el pellejo y le derramó un chorro de agua marina por la frente.

—Lo que está muerto no puede morir —dijo el sacerdote.

—Sino que se alza más duro, más fuerte —respondió Victarion.

Cuando Victarion se puso en pie, sus campeones se situaron al pie de la escalera: Rafe
el Cojo
, Rafe Stonehouse
el Rojo
y Nute
el Barbero
, todos ellos guerreros de gran fama. Stonehouse llevaba el estandarte de los Greyjoy, el kraken dorado sobre un campo negro como el mar de medianoche. En cuanto lo desplegó, los capitanes y los reyes empezaron a gritar el nombre del Lord Capitán. Victarion aguardó a que se callaran antes de dirigirse a ellos.

—Todos me conocéis. Si lo que queréis son palabras bonitas, pedídselas a otro. Yo no tengo lengua de bardo. Tengo un hacha, y tengo estos. —Alzó los enormes puños enfundados en guanteletes y los mostró, y Nute
el Barbero
mostró su hacha, una impresionante arma de acero—. Fui un hermano leal —continuó Victarion—. Cuando Balon contrajo matrimonio, fue a mí a quien envió a Harlaw para que le llevara a su esposa. Estuve al mando de sus barcoluengos en muchas batallas, y sólo perdí una. La primera vez que Balon se coronó, fui yo quien navegó hasta Lannisport para chamuscarle la cola al león. La segunda vez fue a mí a quien envió a despellejar al Joven Lobo si volvía aullando a su casa. Lo que os daré será más de lo mismo que os dio Balon. No tengo nada más que decir.

—¡Victarion! ¡Victarion! ¡Victarion, rey! —empezaron a entonar sus campeones. Abajo, sus hombres estaban volcando los cofres, una auténtica cascada de plata, oro y piedras preciosas, un tesoro procedente de mil saqueos. Los capitanes se debatieron para coger las piezas de más valor al tiempo que coreaban el grito—: ¡Victarion! ¡Victarion! ¡Victarion, rey!

«¿Hablará ahora o dejará que la asamblea siga su curso?», pensó Aeron, mientras miraba a Ojo de Cuervo. Orkwood de Monteorca estaba susurrando al oído de Euron.

Pero no fue Euron quien puso fin a los gritos, sino la tres veces maldita mujer. Se llevó dos dedos a la boca y lanzó un silbido largo, tan penetrante que cortó el jaleo igual que un cuchillo corta un flan.

—¡Tío! ¡Tío!

Se inclinó, tomó una gargantilla de oro y se dirigió hacia los peldaños. Nute la agarró por el brazo y, durante un momento, Aeron albergó la esperanza de que los campeones de su hermano consiguieran acallar a aquella estúpida, pero Asha se liberó de la mano del Barbero y le dijo a Ralf
el Rojo
algo que lo hizo apartarse. A medida que subía por las escaleras, las aclamaciones fueron cesando. Era la hija de Balon Greyjoy, de modo que la multitud tenía ganas de escuchar lo que fuera a decirle.

—Has sido muy amable al traer tantos regalos a mi asamblea, tío —le dijo a Victarion—, pero no hacía falta que vinieras con la armadura puesta. Te aseguro que no pienso hacerte ningún daño. —Sonaron unas cuantas risotadas; Asha se volvió para enfrentarse a los capitanes—. No hay hombre más valiente que mi tío, ni más fuerte, ni más fiero en la batalla. Sabe contar hasta diez tan deprisa como cualquiera, yo misma le he visto hacerlo... Aunque si le hace falta contar hasta veinte, tiene que quitarse las botas. —Aquello provocó otro estallido de carcajadas—. Lo malo es que no tiene hijos, y las esposas se le mueren. Ojo de Cuervo es mayor que él, es un aspirante con más derechos...

—¡Muy cierto! —gritó el Remero Rojo desde abajo.

—Ah, pero yo tengo más derechos aún. —Asha se puso la gargantilla en la cabeza en un ángulo extravagante, de manera que el oro brillara contra su pelo oscuro—. ¡El hermano de Balon no puede estar por delante del hijo de Balon!

—¡Los hijos de Balon han muerto! —exclamó Ralf
el Cojo
—. ¡Yo sólo veo aquí a su hija!

—¿Su hija? —Asha se pasó una mano bajo el jubón—. ¡Vaya! ¿Qué es esto? ¿Os lo enseño? Sé que algunos no veis una desde que dejasteis de mamar. —Todos volvieron a reírse—. Un rey no puede tener tetas, ¿es eso lo que quieres decir? Caray, Ralf, me has pescado, soy una mujer... Aunque no soy una vieja cascarrabias, como tú. Ralf
el Cojo
... ¿O debería llamarte Ralf
el Flácido
? —Asha se sacó una daga de entre los senos—. También soy madre: ¡este es el bebé que me llevo al pecho! —La alzó hacia el cielo—. Y estos son mis campeones. —Los tres hombres apartaron a los tres de Victarion para situarse bajo ella: Qarl
la Doncella
, Tristifer Botley y el caballero Ser Harras Harlaw, sobre cuya espada,
Anochecer
, se contaban tantas anécdotas como sobre la
Lluvia Roja
de Dunstan Drumm—. Mi tío dice que lo conocéis. También me conocéis a mí...

—¡Yo quiero conocerte mejor! —gritó alguien.

—¡Vete a casa a conocer a tu mujer! —le replicó Asha—. Mi tío dice que os dará más de lo mismo que os dio mi padre. Y yo pregunto, ¿qué es eso? Gloria y oro, diréis algunos. O libertad, qué hermosa palabra. Sí, todo eso nos dio... Y también nos dio viudedad, como puede atestiguar Lord Blacktyde. ¿Cuántos de vosotros visteis arder vuestros hogares cuando llegó Robert? ¿A cuántas de vuestras hijas violaron y destrozaron? Pueblos quemados, castillos derruidos... Eso os dio mi padre. Os dio derrotas. Mi tío dice que os quiere dar más. Yo no.

—¿Qué nos darás tú? —preguntó Lucas Codd—. ¿Clases de costura?

—Sí, Lucas. Nos tejeré hasta que formemos un reino. —Se pasó la daga de una mano a otra—. Tenemos que aprender una lección del Joven Lobo, que ganó todas las batallas... y las perdió todas.

—Un lobo no es un kraken —objetó Victarion—. Lo que el kraken agarra no lo suelta nunca, ya sea barcoluengo o leviatán.

—¿Y qué hemos agarrado nosotros, tío? ¿El Norte? ¿Y qué es eso, aparte de leguas y leguas de leguas y leguas, lejos del sonido del mar? Nos hemos apoderado de Foso Cailin, de Bosquespeso, de la Ciudadela de Torrhen y hasta de la propia Invernalia. ¿Qué hemos ganado con eso? —Hizo una seña, y la tripulación del
Viento Negro
se acercó con cofres de hierro y roble cargados a los hombros—. Aquí os entrego las riquezas de la Costa Pedregosa —dijo Asha al tiempo que volcaban el primero. Una avalancha de guijarros cayó en cascada peldaños abajo: guijarros grises, blancos, negros, desgastados por el mar—. Aquí os entrego las riquezas de Bosquespeso —dijo mientras abrían el segundo cofre. Las piñas se derramaron y rodaron hacia la multitud—. Y, por último, el oro de Invernalia. —Del tercer cofre cayeron nabos amarillos, duros, redondos, grandes como la cabeza de un hombre. Fueron a caer entre los guijarros y las piñas. Asha ensartó uno con la daga—. ¡Harmund Sharp! —gritó—. Tu hijo Harrag murió en Invernalia por esto. —Arrancó el nabo de la hoja y se lo lanzó—. Sé que tienes otros hijos. ¡Si quieres cambiar sus vidas por nabos, grita el nombre de mi tío!

—¿Y si grito tu nombre? —quiso saber Harmund—. ¿Qué me darás?

—Paz —replicó Asha—. Tierras. Victoria. Os daré Punta Dragón Marino y la Costa Pedregosa, tierra negra, árboles altos y suficientes piedras para que todos los no primogénitos se puedan construir un torreón. También tendremos a los norteños... como amigos, que estarán a nuestro lado contra el Trono de Hierro. Así que la elección es sencilla: coronadme y os traeré paz y victorias; coronad a mi tío y os dará más guerras y más derrotas. —Volvió a envainar la daga—. ¿Qué preferís, hijos del hierro?

—¡Victoria! —gritó Rodrik
el Lector
con las manos en torno a la boca—. ¡Victoria! ¡Asha!

—¡Asha! —coreó también Baelor Blacktyde—. ¡Asha, reina!

—¡Asha! ¡Asha! —La tripulación de Asha también se unió al grito—. ¡Asha, reina!

Dieron patadas contra el suelo, agitaron los puños y gritaron mientras Pelomojado escuchaba con incredulidad.

«¡Quiere deshacer lo que hizo su padre!»

Y pese a todo, Tristifer Botley gritaba su nombre, igual que muchos Harlaw, algunos Goodbrother, el congestionado Lord Merlyn y más hombres de los que el sacerdote habría creído... ¡Estaban gritando el nombre de una mujer!

En cambio, otros guardaban silencio o hablaban en susurros.

—¡No queremos la paz de los cobardes! —rugió Ralf
el Cojo
.

—¡Victarion! —gritó Ralf Stonehouse
el Rojo
, ondeando el estandarte de los Greyjoy—. ¡Victarion! ¡Victarion!

Los hombres se empujaban unos a otros. Uno le tiró una piña a Asha a la cabeza. Cuando se agachó para esquivarla, la gargantilla que se había puesto a modo de corona se le cayó. Durante un momento, el sacerdote se sintió como si estuviera sobre un hormiguero gigante y un millar de hormigas bullera a sus pies. Los gritos de «¡Asha!» y «¡Victarion!» resonaban por doquier; era como si una tormenta implacable los hubiera engullido a todos.

«El Dios de la Tormenta está entre nosotros —pensó el sacerdote—; ha venido a sembrar la furia y la discordia.»

De pronto, afilado como una estocada, el sonido de un cuerno hendió el aire.

Su tono era brillante y destructivo, un aullido estremecedor y ardiente que hacía que los huesos de los hombres parecieran palpitar al unísono con él. El grito quedó pendiente en el húmedo aire marino.

aaaRRRIIIiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii.

Todos los ojos se volvieron hacia la fuente del sonido. El que lanzaba la llamada era uno de los mestizos de Euron, un hombre monstruoso de cabeza afeitada. Llevaba brazaletes de oro, jade y azabache, y en el amplio pecho tenía tatuada una especie de ave de presa con las garras llenas de sangre.

aaaRRRIIIiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii.

El cuerno que hacía sonar era negro, brillante, retorcido; lo tenía que sostener con las dos manos porque su longitud sobrepasaba la altura de un hombre. Tenía abrazaderas de oro rojo y acero oscuro, y grabados en forma de antiguos glifos valyrios que parecían emitir un brillo rojizo a medida que el sonido subía de volumen.

aaaRRRIIIiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii.

Era un sonido espantoso, un aullido de rabia y dolor que quemaba los oídos. Aeron
Pelomojado
se tapó las orejas y rezó al Dios Ahogado para que enviara una ola arrolladora que silenciara aquel cuerno, pero el aullido seguía y seguía.

«Es el cuerno del infierno», habría querido gritar, aunque nadie lo habría oído. Las mejillas del hombre tatuado estaban tan hinchadas que parecían a punto de reventar; el pájaro del pecho se retorcía como si quisiera liberarse y salir volando. De repente, los glifos ardían brillantes; cada línea y cada letra relampagueaban con fuego blanco. El sonido no cesaba, no cesaba, retumbaba contra las colinas inhóspitas que tenían detrás, cruzaba las aguas del Cuna de Nagga para resonar contra las montañas de Gran Wyk, no cesaba, no cesaba, no cesaba, hasta que pareció inundar el mundo entero.

Y cuando parecía que el sonido no iba a parar nunca, paró.

El hombre del tatuaje se había quedado al fin sin aliento. Se tambaleó y estuvo a punto de caer. El sacerdote vio como Orkwood de Monteorca lo agarraba por un brazo para devolverle el equilibrio, mientras Lucas Codd,
el Zurdo
, le cogía el retorcido cuerno negro de las manos. Del instrumento surgía un tenue jirón de humo, y el sacerdote vio que el hombre que lo había hecho sonar tenía sangre y ampollas en los labios. El ave de su pecho también estaba sangrando.

Muy despacio, seguido por todos los ojos, Euron Greyjoy subió a la cima de la colina. Sobre ellos, la gaviota graznó una y otra vez.

«Ningún impío puede sentarse en el Trono de Piedramar», pensó Aeron, pero sabía que tenía que dejar hablar a su hermano. Movió los labios en una plegaria silenciosa.

Los campeones de Asha se echaron a un lado, y también los de Victarion. El sacerdote dio un paso atrás y puso una mano en la piedra fría y basta de las costillas de Nagga. Ojo de Cuervo se detuvo en la parte superior de la escalera, ante las puertas de la sala del Rey Gris, y volvió su ojo sonriente hacia los capitanes y los reyes, pero Aeron sentía también la mirada del otro ojo, del que mantenía oculto.

—¡Hijos del hierro! —clamó Euron Greyjoy—. Ya habéis escuchado mi cuerno. Escuchad ahora mis palabras. Soy el hermano de Balon, el mayor de los hijos de Quellon que aún viven. Por mis venas corre la sangre de Lord Vickon, la sangre del Viejo Kraken. Pero yo he navegado más lejos que ninguno de ellos. Sólo hay un kraken vivo que no ha conocido la derrota. Sólo hay uno que nunca ha doblado la rodilla. Sólo uno ha navegado hasta Asshai de la Sombra para ver maravillas y terrores que superan lo imaginable...

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