—Y yo —corroboró Ser Harys.
—Alteza —intervino Pycelle con voz temblorosa—, me temo que eso causaría más problemas de los que imagináis. El Banco de Hierro...
—... sigue estando en Braavos, al otro lado del mar. Tendrán su oro, maestre. Un Lannister siempre paga sus deudas.
—Los braavosis también tienen un dicho. —La cadena enjoyada de Pycelle tintineó—. El Banco de Hierro obtiene lo que le pertenece.
—El Banco de Hierro obtendrá lo que le pertenece cuando yo lo diga. Hasta ese momento, aguardará con respeto. Lord Mares, podéis empezar con la construcción de los dromones.
—Muy bien, Alteza.
Ser Harys repasó otros papeles.
—El siguiente asunto... Hemos recibido una carta de Lord Frey, que presenta algunas reclamaciones...
—¿Cuántas tierras y honores va a querer ese hombre? No para de pedir —saltó la Reina—. Su madre debe de tener tres tetas.
—Puede que mis señores no lo sepan —dijo Qyburn—, pero en las tabernas y mentideros de esta ciudad, hay quien sugiere que tal vez la corona fuera cómplice del crimen de Lord Walder.
Los otros consejeros lo miraron, inseguros.
—¿Os referís a la Boda Roja? —preguntó Aurane Mares.
—¿Crimen? —dijo Ser Harys.
Pycelle se aclaró la garganta. Lord Gyles tosió.
—Esos gorriones hablan demasiado —advirtió Qyburn—. Dicen que la Boda Roja fue una afrenta contra las leyes de los dioses y los hombres, y que los que tomaron parte en ella están malditos.
Cersei captó la intención.
—Lord Walder no tardará en enfrentarse al juicio del Padre. Es muy viejo. Que los gorriones escupan en su recuerdo; no tiene nada que ver con nosotros.
—No —dijo Ser Harys.
—No —dijo Lord Merryweather.
—Eso no se le pasa por la cabeza a nadie —dijo Pycelle.
Lord Gyles tosió.
—Un poco de saliva en la tumba de Lord Walder no molestará a los gusanos —accedió Qyburn—, pero también nos sería útil que alguien recibiera un castigo por lo de la Boda Roja. Unas cuantas cabezas de Frey contribuirían a pacificar el Norte.
—Lord Walder no sacrificaría jamás a los suyos —señaló Pycelle.
—No —dijo Cersei, pensativa—, pero tal vez sus herederos no sean tan remilgados. Esperemos que Lord Walder no tarde en hacernos el favor de morir. ¿Qué mejor ocasión se le puede presentar al nuevo señor del Cruce para librarse de hermanastros incómodos, primos desagradables y hermanas manipuladoras? Le bastará con declararlos culpables.
—Mientras aguardamos la muerte de Lord Walder, hay otro asunto —dijo Aurane Mares—. La Compañía Dorada ha roto su contrato con Myr. Por lo que se comenta en los muelles, Lord Stannis la ha contratado y está cruzando el mar.
—¿Con qué va a pagar? —quiso saber Merryweather—. ¿Con nieve? Si se llaman Compañía Dorada es por algo. ¿Cuánto oro tiene Stannis?
—Poco —le aseguró Cersei—. Lord Qyburn ha hablado con los tripulantes de esa galera myriense de la bahía. Aseguran que la Compañía Dorada se dirige hacia Volantis. Si tiene intención de cruzar a Poniente, se ha equivocado de dirección.
—Puede que se hayan hartado de luchar en el bando perdedor —sugirió Lord Merryweather.
—Eso también —asintió la Reina—. Habría que estar ciego para no darse cuenta de que estamos a punto de ganar la guerra. Lord Tyrell tiene Bastión de Tormentas bajo asedio. Aguasdulces está rodeado por los Frey y por las fuerzas de mi primo Daven, el nuevo Guardián del Occidente. Los barcos de Lord Redwyne han pasado los estrechos de Tarth y avanzan con rapidez costa arriba. En Rocadragón únicamente quedan unos cuantos botes de pescadores para impedir el desembarco de Redwyne. Puede que el castillo resista un tiempo, pero en cuanto tomemos el puerto cortaremos la salida de la guarnición por mar. Entonces, la única molestia que nos quedará será Stannis.
—Si damos crédito a Lord Janos, está intentando hacer causa común con los salvajes —avisó el Gran Maestre Pycelle.
—Son animales que se visten con pieles —declaró Lord Merryweather—. Lord Stannis debe de estar muy desesperado para buscar semejante alianza.
—Desesperado y equivocado —convino la Reina—. Los norteños detestan a los salvajes. A Roose Bolton no le costará nada ganarlos para nuestra causa. Unos cuantos ya se han unido a su hijo bastardo para ayudarlo a expulsar a los condenados hombres del hierro de Foso Cailin y despejar el camino para el regreso de Lord Bolton. Umber, Ryswell... Los otros nombres se me han olvidado. Hasta Puerto Blanco está a punto de unírsenos. Su señor ha accedido a casar a sus dos nietas con nuestros amigos Frey y abrirles su puerto a nuestros barcos.
—Yo creía que no teníamos barcos —dijo Ser Harys, desconcertado.
—Wyman Manderly era banderizo leal de Eddard Stark —señaló el Gran Maestre Pycelle—. ¿Se puede confiar en él?
«No se puede confiar en nadie.»
—Es un viejo gordo y asustado. Pero hay un asunto en el que se muestra inflexible: dice que no doblará la rodilla hasta que le sea devuelto su heredero.
—¿Tenemos a su heredero? —preguntó Ser Harys.
—Si aún vive, debe de estar en Harrenhal. Gregor Clegane lo tomó prisionero. —La Montaña no siempre había tratado bien a sus prisioneros, ni siquiera a los que valían un buen rescate—. Si está muerto, tendremos que enviar a Lord Manderly la cabeza de los que lo mataron, junto con nuestras más sentidas disculpas.
Si una cabeza había bastado para aplacar a un príncipe de Dorne, sin duda con un saco habría de sobra para un norteño gordo vestido con pieles de foca.
—¿Y Lord Stannis no buscará también una alianza con Puerto Blanco? —preguntó el Gran Maestre Pycelle.
—Sí, ya lo ha intentado. Lord Manderly nos ha enviado las cartas que le hizo llegar y le ha respondido con evasivas. Stannis exige las espadas y la plata de Puerto Blanco, y a cambio ofrece... La verdad, nada. —Algún día tendría que encenderle una vela al Desconocido por llevarse a Renly y dejar a Stannis. De haber sido al revés, la vida se le habría complicado mucho—. Esta misma mañana ha llegado otro pájaro. Stannis ha enviado a su contrabandista de cebollas a negociar en su nombre con Puerto Blanco. Manderly lo ha encerrado en una celda, y nos pregunta qué hace con él.
—Que nos lo mande para que lo interroguemos —sugirió Lord Merryweather—. Puede que sepa cosas que nos sean muy útiles.
—Que muera —dijo Qyburn—. Será toda una lección para el Norte; así verán qué les pasa a los traidores.
—Estoy de acuerdo —dijo la Reina—. He dado instrucciones a Lord Manderly para que le haga cortar la cabeza de inmediato. Eso evitará toda posibilidad de que Puerto Blanco preste apoyo a Stannis.
—Stannis va a necesitar otra Mano —señaló Aurane Mares con una risita—. ¿Quién será? ¿El Caballero de la Remolacha?
—¿El Caballero de la Remolacha? —dijo Ser Harys Swyft, confuso—. ¿Quién es? No había oído hablar de él.
La única respuesta de Mares fue poner los ojos en blanco.
—¿Y si Lord Manderly se niega? —inquirió Merryweather.
—No se atreverá. La cabeza del Caballero de la Cebolla es la moneda que necesitará para comprar la vida de su hijo. —Cersei sonrió—. Puede que ese viejo idiota fuera leal a los Stark a su manera, pero ahora que los lobos de Invernalia se han extinguido...
—Vuestra Alteza se olvida de Lady Sansa —señaló Pycelle.
—Podéis estar seguro de que no me he olvidado de la pequeña loba. —La Reina se puso tensa. Se negaba incluso a pronunciar el nombre de la niña—. Tendría que haberla encerrado en las celdas negras, por ser hija de un traidor, y lo que hice fue abrirle las puertas de mi casa. Compartió mis habitaciones y mi chimenea, jugó con mis hijos, la alimenté, la vestí, traté de que fuera un poco menos ignorante en lo que respecta a las cosas del mundo, y ¿cómo pagó mi bondad? Ayudando a matar a mi hijo. Cuando encontremos al Gnomo, encontraremos también a Lady Sansa. No está muerta... Pero os aseguro que antes de que acabe con ella, cantará al Desconocido y le suplicará su beso.
Se hizo un silencio incómodo.
«¿Qué pasa? ¿Se han tragado la lengua?», pensó Cersei, irritada. Cosas como aquella hacían que se preguntara de qué le servía tener un consejo.
—En cualquier caso —continuó la Reina—, la hija pequeña de Lord Eddard está con Lord Bolton, y se casará con su hijo Ramsay en cuanto caiga Foso Cailin. —Mientras la cría representara su papel suficientemente bien para respaldar sus aspiraciones a Invernalia, a ninguno de los Bolton le importaría que fuera en realidad la mocosa de un mayordomo adiestrada por Meñique—. Si el Norte quiere un Stark, tendrá un Stark. —Dejó que Lord Merryweather le volviera a llenar la copa—. Pero ha surgido otro problema en el Muro: los hermanos de la Guardia de la Noche han perdido el juicio y han elegido Lord Comandante al hijo bastardo de Ned Stark.
—El muchacho se apellida Nieve —señaló Pycelle, poco servicial.
—Lo vi una vez en Invernalia —siguió la Reina—, y eso que los Stark hacían lo posible por esconderlo. Se parece mucho a su padre.
Los bastardos de su esposo también se le parecían, aunque al menos, Robert había tenido la decencia de mantenerlos ocultos. En cierta ocasión, tras el lamentable asunto del gato, farfulló algo sobre llevar a la corte a una hija ilegítima.
—Haz lo que te dé la gana —fue la respuesta de Cersei—, pero puede que la ciudad no sea un lugar saludable para que crezca una niña.
Le había resultado difícil ocultarle a Jaime el moretón que le habían costado aquellas palabras, pero no se volvió a mencionar a la bastarda.
«Catelyn Tully era un ratón; de lo contrario habría asfixiado a ese Jon Nieve cuando aún estaba en la cuna. Pero me dejó el trabajo sucio a mí.»
—Nieve comparte con Lord Eddard su tendencia a la traición —dijo Cersei—. El padre le habría entregado el reino a Stannis, y el hijo le ha dado tierras y castillos.
—La Guardia de la Noche no toma parte en las guerras de los Siete Reinos —les recordó Pycelle—. Los hermanos negros han conservado esta tradición durante cuatro mil años.
—Hasta ahora —replicó Cersei—. El bastardo nos ha escrito para jurar que la Guardia de la Noche no tomará partido, pero sus actos contradicen sus palabras. Ha dado comida y refugio a Stannis, y aun así tiene la insolencia de suplicarnos armas y hombres.
—Es un ultraje —declaró Lord Merryweather—. No podemos permitir que la Guardia de la Noche una sus fuerzas a las de Lord Stannis.
—Tenemos que declarar a Nieve rebelde y traidor —coincidió Ser Harys Swyft—. Los hermanos negros se verán obligados a destituirlo.
El Gran Maestre Pycelle asintió con parsimonia.
—Propongo que informemos al Castillo Negro de que no se enviarán más hombres hasta que se quiten de en medio a Nieve.
—Harán falta remeros para los nuevos dromones —señaló Aurane Mares—. Dad instrucciones a los señores para que me envíen a sus furtivos y a sus ladrones, en vez de mandarlos al Muro.
Qyburn se inclinó hacia delante con una sonrisa.
—La Guardia de la Noche nos defiende de los tiburientes y los endriagos. Tenemos que ayudar a los hermanos negros, mis señores.
Cersei le dirigió una mirada hosca.
—¿Qué estáis diciendo?
—Pensadlo bien —dijo Qyburn—. La Guardia de la Noche lleva años suplicándonos hombres. Lord Stannis ha respondido a sus peticiones. ¿Puede hacer menos el rey Tommen? Vuestra Alteza debería enviar a un centenar de hombres al Muro. En apariencia para que vistan el negro, pero en realidad...
—Para que aparten del mando a Jon Nieve —terminó Cersei, encantada. «Sabía que hacía bien al darle un puesto en el consejo»—. Eso es lo que haremos. —Se echó a reír. «Si el bastardo ha salido a su padre, no sospechará nada. Puede que hasta me dé las gracias antes de que le hundan el cuchillo entre las costillas»—. Habrá que hacerlo con cautela, por supuesto. Dejad lo demás en mis manos, señores. Así hay que enfrentarse al enemigo: con un puñal, no con una declaración. El de hoy ha sido un día fructífero, mis señores. Os lo agradezco. ¿Queda algo por tratar?
—Una última cosa, Alteza —dijo Aurane Mares en tono de disculpa—. Siento molestar al consejo con un asunto tan nimio, pero en los muelles se oyen últimamente cosas muy extrañas. Son comentarios de los marineros que vienen del este. Hablan de dragones...
—Claro, y de manticoras, y de tiburientes. —Cersei dejó escapar una risita—. Venid a verme cuando oigáis hablar de enanos, mi señor. —Se levantó para indicar que la reunión había terminado.
El tormentoso viento de otoño soplaba cuando Cersei salió de la cámara del consejo; las campanas de Baelor
el Santo
todavía entonaban su fúnebre tañido al otro lado de la ciudad. En el patio, cuarenta caballeros se atacaban con espadas y escudos, con lo que el fragor era aún más insoportable. Ser Boros Blount escoltó a la Reina a sus habitaciones, donde ya se encontraba Lady Merryweather; se reía con Jocelyn y Dorcas.
—¿Qué es lo que os hace tanta gracia?
—Los gemelos Redwyne —respondió Taena—. Los dos se han enamorado de Lady Margaery. Antes se peleaban siempre por quién sería el siguiente señor del Rejo. Ahora, los dos quieren unirse a la Guardia Real, sólo para estar cerca de la pequeña reina.
—Los Redwyne siempre han tenido más pecas que sesos. —Pero era un dato útil. «Si encontraran a Horror o a Baboso en la cama con Margaery...» Cersei se preguntó si a la pequeña reina le gustarían las pecas—. Dorcas, haz venir a Ser Osney Kettleblack.
Dorcas se sonrojó.
—Como ordenéis.
Cuando salió la muchacha, Taena Merryweather miró a la Reina con gesto interrogativo.
—¿Por qué se ha puesto tan roja?
—Ah, el amor... —Fue el turno de Cersei de echarse a reír—. Le gusta nuestro Ser Osney. —Era el más joven de los Kettleblack, el que iba afeitado. Tenía el mismo pelo negro, la misma nariz ganchuda y la misma sonrisa fácil que su hermano Osmund, pero llevaba en una mejilla tres largos arañazos, cortesía de una de las putas de Tyrion—. Me imagino que le gustan las cicatrices.
Los ojos oscuros de Lady Merryweather tenían un brillo travieso.
—Claro. Las cicatrices dan a los hombres aspecto peligroso, y el peligro es excitante.
—Me escandalizáis, mi señora —bromeó la Reina—. Si tanto os excita el peligro, ¿por qué os casasteis con Lord Orton? Es verdad que todos lo adoramos, pero aun así...
En cierta ocasión, Petyr había señalado que el cuerno de la abundancia que adornaba el escudo de la Casa Merryweather le iba de maravilla a Lord Orton, porque tenía el pelo color zanahoria, la nariz tan abultada como una remolacha y puré de guisantes en lugar de cerebro.