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Authors: George R.R. Martin

Tags: #Fantástico

Festín de cuervos (21 page)

«¿Tú también? —Estuvo a punto de gemir—. El reino se va a llenar de Tywins.» Dio su consentimiento con tanta elegancia como pudo mientras fingía deleite.

La que de verdad la complació fue Lady Merryweather.

—Alteza —dijo con su sensual acento myriense—, he enviado un mensaje a mis amigos del otro lado del mar Angosto, para pedirles que detengan al Gnomo en cuanto enseñe su horrible rostro por las Ciudades Libres.

—¿Tenéis muchos amigos al otro lado de las aguas?

—Muchos en Myr, sí, y también en Lys y en Tyrosh. Son hombres poderosos.

Cersei la creyó. La myriense era muy, muy hermosa, con piernas largas, pecho abundante, suave piel aceitunada, labios voluptuosos, grandes ojos oscuros y una cabellera negra y espesa que siempre le daba el aspecto de acabar de salir de la cama.

«Hasta huele a pecado, como un loto exótico.»

—Mi único deseo y el de Lord Merryweather es servir a Vuestra Alteza y al pequeño Rey —ronroneó la mujer. Su mirada estaba tan cargada de intención que competía con el vientre de Lady Graceford.

«Es ambiciosa, y su esposo es orgulloso, pero pobre.»

—Tenemos que hablar en otro momento, mi señora. Os llamáis Taena, ¿verdad? Sois muy amable. Sé que seremos buenas amigas.

En aquel momento, el señor de Altojardín cayó sobre ella.

Mace Tyrell tenía apenas diez años más que Cersei, pero por algún motivo lo consideraba de la edad de su padre. No era tan alto como había sido Lord Tywin, aunque en los demás aspectos era más corpulento, con el pecho amplio y la barriga más amplia todavía. Tenía el pelo castaño, con la barba salpicada ya de blanco y gris. El rostro se le veía congestionado a menudo.

—Lord Tywin fue un gran hombre, un hombre extraordinario —declaró en tono solemne después de darle un beso en cada mejilla—. Mucho me temo que no volveremos a ver a nadie como él.

«Estás viendo a alguien como él, imbécil —pensó Cersei—. La que está delante de ti es su hija.» Pero necesitaba a los Tyrell y el poder de Altojardín para conservar el trono de Tommen.

—Lo echaremos mucho de menos —se limitó a decir.

Tyrell le puso una mano en el hombro.

—No hay hombre digno de vestir la armadura de Lord Tywin, es evidente. Pero el reino debe seguir adelante; necesita un buen gobierno. Si hay algo que pueda hacer para serviros en estos momentos de dolor, Vuestra Alteza sólo tiene que decirlo.

«Si quiere ser la Mano del Rey, al menos podría tener valor para decirlo directamente. —La Reina sonrió—. Que interprete lo que quiera.»

—Sin duda, en el Dominio hace falta la presencia de mi señor.

—Mi hijo Willas está muy capacitado —replicó él, pasando por alto la obvia indirecta—. Puede que tenga mal la pierna, pero le sobra cerebro. Y Garlan tomará pronto Aguasclaras. Entre ellos, el Dominio está en buenas manos, por si mi presencia fuera necesaria en otro lugar. El gobierno del reino es lo primero, como decía a menudo Lord Tywin. En ese sentido me alegra tener una buena noticia para Vuestra Alteza: mi tío Garth ha accedido a serviros como consejero de la moneda, tal como deseaba vuestro señor padre. En estos momentos se dirige hacia Antigua para tomar un barco. Viene acompañado por sus hijos. Lord Tywin habló también de buscarles un lugar a ellos dos, tal vez en la Guardia de la Ciudad.

La sonrisa de la Reina era tan gélida que tuvo miedo de que se le quebraran los dientes.

«Garth
el Grosero
en el Consejo Privado y sus dos bastardos en los capas doradas... ¿Acaso creen los Tyrell que les voy a entregar el reino en bandeja de oro?» Tamaña arrogancia la dejaba sin palabras.

—Garth me ha servido bien como Lord Senescal, al igual que sirvió antes a mi padre —seguía diciendo Tyrell—. Meñique tiene buen olfato para el oro, sin duda, pero Garth...

—Mi señor —interrumpió Cersei—, me temo que ha habido un malentendido. Le he pedido a Lord Gyles Rosby que sea el nuevo consejero de la moneda, y me ha hecho el honor de aceptar.

Mace se quedó mirándola.

—¿Rosby? ¿El de... la tos? Pero... Ya estaba todo acordado, Alteza. Garth viaja ya hacia Antigua.

—Entonces más vale que le enviéis un cuervo a Lord Hightower para pedirle que procure que vuestro tío no tome el barco. No nos gustaría que Garth se enfrentara al mar en otoño por nada del mundo. —Le dedicó una sonrisa encantadora.

A Tyrell se le congestionó el rostro hasta el grueso cuello.

—Pero esto es... Vuestro señor padre me aseguró... —empezó a farfullar.

En aquel momento apareció su madre y lo tomó por el brazo.

—Por lo visto, Lord Tywin no hacía partícipe a nuestra regente de sus planes, no me explico por qué. Pero no hay por qué agobiar a Su Alteza. Tiene mucha razón: debes escribir a Lord Leyton antes de que Garth tome el barco. Ya sabes que se marea al navegar y le empeoran los gases. —Lady Olenna le dedicó a Cersei una sonrisa desdentada—. La cámara del consejo olerá mejor con Lord Gyles, aunque a mí, personalmente, me distraerían tantas toses. Todos apreciamos mucho al viejo tío Garth, pero padece de flatulencia, no se puede negar. Aborrezco los malos olores. —El rostro arrugado se le arrugó aún más—. Por cierto, en el septo sagrado me llegó un olor desagradable. ¿Lo notasteis vos también?

—No —respondió Cersei con frialdad—. ¿Un olor, decís?

—Era más bien un hedor.

—Tal vez echéis de menos vuestras rosas otoñales. Ya os hemos retenido demasiado tiempo.

Cuanto antes se librara de la presencia de Lady Olenna en la corte, mejor. Sin duda, Lord Tyrell enviaría un buen número de caballeros para que escoltaran a su madre de vuelta a casa, y cuantas menos espadas de los Tyrell hubiera en la ciudad, mejor dormiría la Reina.

—Lo reconozco, extraño las fragancias de Altojardín —dijo la anciana—, pero por supuesto, no puedo marcharme hasta que vea a mi dulce Margaery casada con vuestro pequeño Tommen.

—Yo también aguardo ese día con impaciencia —intervino Tyrell—. Por cierto, Lord Tywin y yo estábamos hablando sobre fijar una fecha. Deberíamos retomar esa discusión vos y yo, Alteza.

—Muy pronto.

—Muy pronto, nos conformamos con eso —dijo Lady Olenna mientras olfateaba el aire—. Vamos, Mace, dejemos a Su Alteza con su... dolor.

«Te veré muerta, vieja —se prometió Cersei mientras la Reina de las Espinas se alejaba entre sus gigantescos guardias, un par de hombretones de más de dos varas y media de altura a los que le gustaba llamar Izquierdo y Derecho—. A ver qué tal huele tu cadáver.» La anciana era mucho más inteligente que su señor hijo, eso era evidente.

La Reina rescató a su hijo de Margaery y sus primas, y se dirigió hacia las puertas. En el exterior había escampado por fin. El aire otoñal tenía un olor dulce y fresco. Tommen se quitó la corona.

—Póntela otra vez —le ordenó Cersei.

—Es que me da dolor de cuello —respondió el niño, pero obedeció—. ¿Me voy a casar pronto? Margaery dice que en cuanto nos casemos podremos irnos a Altojardín.

—No vas a ir a Altojardín, pero puedes volver al castillo a caballo. —Cersei hizo un ademán a Ser Meryn Trant para que se acercara—. Traed una montura para Su Alteza y preguntadle a Lord Gyles si me hace el honor de compartir mi litera.

Los acontecimientos se desarrollaban más deprisa de lo que había previsto; no había tiempo que perder.

A Tommen le encantó la idea de ir a caballo, y por supuesto, Lord Gyles se sintió honrado por su invitación... Aunque cuando le propuso que aceptara el cargo de consejero de la moneda empezó a toser con una violencia tal que Cersei temió que se le muriera allí mismo. Pero la Madre fue misericordiosa, y al final, Gyles se recuperó lo suficiente para aceptar, y hasta empezó a toser los nombres de personas a las que quería reemplazar: agentes de aduanas y prestamistas del gremio textil nombrados por Meñique, e incluso uno de los Guardianes de las Llaves.

—Ponedle a la vaca el nombre que queráis; a mí lo que me interesa es que fluya la leche. Y si alguien os pregunta, ayer os unisteis al Consejo.

—Aye... —Se dobló con un ataque de tos—. Ayer. Claro, claro.

Lord Gyles tosió cubriéndose la boca con un pañuelo de seda roja, como si quisiera ocultar la sangre de la saliva. Cersei fingió que no se daba cuenta.

«Cuando muera, ya me buscaré a otro.» Tal vez debería hacer volver a Meñique. La Reina no creía que se permitiera a Petyr Baelish seguir como Lord Protector del Valle mucho tiempo, tras la muerte de Lysa Arryn. Según Pycelle, los señores del Valle ya estaban agitados.

«En cuanto le quiten a ese desgraciado crío, Lord Petyr volverá arrastrándose.»

—¿Alteza? —Lord Gyles tosió y se secó la boca—. ¿Puedo...? —Tosió de nuevo—. ¿... preguntar quién...? —Se sacudió con otra serie de toses—. ¿... quién será la Mano del Rey?

—Mi tío —respondió, distraída.

Fue un alivio ver las puertas de la Fortaleza Roja alzarse ante ella. Dejó a Tommen al cuidado de sus escuderos y se retiró a descansar a sus habitaciones.

Apenas se había quitado los zapatos cuando Jocelyn entró con timidez para decirle que Qyburn estaba fuera y le suplicaba audiencia.

—Que pase —ordenó la Reina.

«Un gobernante no descansa.»

Qyburn era viejo, pero todavía tenía más ceniza que nieve en el pelo, y las arrugas de expresión en torno a la boca denotaban que reía a menudo y lo hacían parecer el abuelo favorito de una niña. «Un abuelo un tanto desaliñado, eso sí.» Llevaba el cuello de la túnica deshilachado; una manga había tenido un roto y estaba mal zurcida.

—Suplico a vuestra Alteza que disculpe mi aspecto —dijo—. He estado abajo, en los calabozos, haciendo indagaciones sobre la fuga del Gnomo, como ordenasteis.

—¿Y qué habéis descubierto?

—La noche en que desaparecieron Lord Varys y vuestro hermano desapareció también un tercer hombre.

—Sí, el carcelero. ¿Qué pasa con él?

—Se llamaba Rugen y estaba al cargo de las celdas negras. El carcelero jefe dice que era corpulento, siempre iba mal afeitado y refunfuñaba mucho. Lo había nombrado el viejo rey Aerys, e iba y venía a su antojo. Las celdas negras no han estado ocupadas a menudo en los últimos años. Por lo visto, los otros carceleros le tienen miedo, pero ninguno sabía gran cosa de él. No tenía amigos ni parientes. No bebía ni frecuentaba burdeles. La celda donde dormía era húmeda, horrorosa. La paja donde se acostaba estaba llena de moho, y el orinal estaba lleno a rebosar.

—Eso ya lo sabía. —Jaime había examinado la celda de Rugen, y luego la volvieron a examinar los capas doradas de Ser Addam.

—Sí, Alteza —asintió Qyburn—, pero ¿sabíais que bajo ese orinal hediondo había una losa suelta, que tapaba una oquedad? La clase de lugar donde uno escondería sus objetos de valor si no quisiera que nadie los encontrara.

—¿Objetos de valor? —Aquello era nuevo—. ¿Monedas, por ejemplo? —Desde el principio había sospechado que Tyrion había logrado comprar a su carcelero.

—No me cabe duda. El agujero estaba vacío cuando lo encontré, claro. Rugen debió de llevarse su mal habido tesoro cuando huyó. Pero mientras examinaba el agujero a la luz de la antorcha, vi algo que brillaba, así que excavé un poco en la tierra y lo saqué. —Qyburn extendió la mano abierta—. Una moneda de oro.

De oro, sí, pero nada más verla, Cersei se dio cuenta de que algo fallaba.

«Demasiado pequeña —pensó—. Demasiado fina.» Era una moneda vieja, desgastada. En la cara se veía el rostro de un rey de perfil, y en la cruz, la huella de una mano.

—No es un dragón —dijo.

—No —corroboró Qyburn—. Data de antes de la Conquista, Alteza. El rey es Garth XII, y la mano es el blasón de la Casa Gardener.

«De Altojardín. —Cersei apretó la moneda en el puño—. ¿Qué traición es esta?» Mace Tyrell había sido uno de los jueces de Tyrion y había exigido su muerte. «¿Sería una estratagema? ¿Es posible que estuviera compinchado con el Gnomo desde el principio, que conspirase para matar a mi padre?» Desaparecido Tywin Lannister, Lord Tyrell era el candidato más probable al cargo de Mano del Rey, pero aun así...

—No hables de esto con nadie —ordenó.

—Vuestra Alteza puede confiar en mi discreción. Todo hombre que cabalgue con una compañía de mercenarios aprende a controlar la lengua; de lo contrario, no la conserva mucho tiempo.

—En mi compañía sucede lo mismo. —La Reina dejó la moneda. Ya pensaría sobre eso más adelante—. ¿Qué hay del otro asunto?

—Ser Gregor. —Qyburn se encogió de hombros—. Lo he examinado, como ordenasteis. El veneno de la lanza de la Víbora era oriental, de manticora, me jugaría la vida.

—Pycelle dice que no. Le explicó a mi padre que el veneno de manticora mata en el momento en que llega al corazón.

—Y así es. Pero este veneno lo espesaron no sé cómo, tal vez para retrasar la muerte de la Montaña.

—¿Qué? ¿Que lo espesaron? ¿Con alguna otra sustancia?

—Puede ser como indica Vuestra Alteza, aunque en casi todos los casos, al adulterar un veneno sólo se consigue mitigar su potencia. Puede que la causa sea... digamos que... menos natural. Tal vez un hechizo.

«¿Qué pasa? ¿Este es tan imbécil como Pycelle?»

—¿Me estás diciendo que la Montaña se muere por un hechizo de magia negra?

Qyburn hizo caso omiso de su tono burlón.

—Se muere por el veneno, pero muy despacio, con una agonía insoportable. Todos mis esfuerzos por aliviar su dolor han sido tan infructuosos como los de Pycelle. Mucho me temo que Ser Gregor está demasiado acostumbrado a la amapola. Su escudero dice que sufre terribles dolores de cabeza, y que bebe la leche de la amapola tan a menudo como otros hombres beben cerveza. Sea como sea, las venas se le han puesto negras de la cabeza a los pies, sus orines están llenos de pus, y el veneno le ha abierto en el costado un agujero tan grande como mi puño. Si queréis que sea sincero, me maravilla que siga con vida.

—¿Será por su tamaño? —sugirió la Reina con el ceño fruncido—. Gregor es muy corpulento. Y muy idiota. Por lo visto, demasiado idiota para saber cuándo se tiene que morir. —Tendió la copa, y Senelle se la volvió a llenar—. Sus gritos asustan a Tommen. Hasta a mí me despertaron una vez. Ya va siendo hora de que haga llamar a Ilyn Payne.

—Tal vez podría trasladar a Ser Gregor a las mazmorras, Alteza —propuso Qyburn—. Allí no os molestarían los gritos, y yo tendría más libertad para encargarme de él.

—¿Encargaros de él? —Se echó a reír—. Que se encargue de él Ser Ilyn.

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