Festín de cuervos (22 page)

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Authors: George R.R. Martin

Tags: #Fantástico

—Si eso que lo deseáis, Alteza... —Qyburn se encogió de hombros—. Pero ese veneno... Sería útil saber más sobre él, ¿no os parece? Como dice el pueblo, enviad a un caballero para matar a un caballero, enviad a un arquero para matar a un arquero. Para combatir las artes negras...

No terminó la frase, sino que se limitó a sonreírle.

«No es Pycelle, desde luego.» La Reina lo miró intrigada.

—¿Por qué te quitaron la cadena en la Ciudadela?

—Los archimaestres son todos unos cobardes en el fondo. Marwyn los llamaba el rebaño gris. Yo era un sanador tan hábil como Ebrose, pero aspiraba a sobrepasarlo. Durante cientos de años, los hombres de la Ciudadela han abierto los cuerpos de los muertos para estudiar la naturaleza de la vida. Yo quería comprender la naturaleza de la muerte, así que abrí los cuerpos de los vivos. El rebaño gris me deshonró por ese crimen y me obligó a exiliarme. Pero comprendo la naturaleza de la vida y de la muerte mejor que nadie en toda Antigua.

—¿De verdad? —Seguía intrigada—. Muy bien. Dejo a la Montaña en tus manos. Haz con él lo que quieras, pero restringe tus estudios a las celdas negras. Y cuando muera, tráeme su cabeza. Mi padre se la prometió a Dorne. Sin duda, el príncipe Doran preferiría matar a Gregor en persona, pero todos sufrimos decepciones en esta vida.

—Muy bien, Alteza. —Qyburn carraspeó para aclararse la garganta—. Lo malo es que no estoy tan bien provisto como Pycelle. Necesitaría adquirir ciertos utensilios...

—Daré instrucciones a Lord Gyles para que te proporcione el oro que necesites. Y cómprate también ropa nueva; tienes aspecto de acabar de salir del Lecho de Pulgas. —Lo miró a los ojos. ¿Hasta qué punto se atrevía a confiar en aquel hombre?—. Ni que decir tiene que las cosas se pondrán muy feas para ti si se sabe algo de tus... actividades.

—Despreocupaos, Alteza. —Qyburn le dedicó su sonrisa más tranquilizante—. Vuestros secretos están a salvo conmigo.

Cuando quedó a solas de nuevo, Cersei se sirvió una copa de vino y la bebió junto a la ventana mientras observaba como se alargaban las sombras por el patio. No dejaba de pensar en la moneda.

«Oro procedente del Dominio. ¿Cómo pudo llegar oro procedente del Domino a manos de un carcelero de Desembarco del Rey, a menos que fuera el pago por ayudar a matar a mi padre?»

Por mucho que lo intentara, no podía recordar la cara de Lord Tywin sin ver aquella sonrisita tonta y recordar el olor hediondo que despedía su cadáver. Tal vez Tyrion estuviera también detrás de aquello.

«Es una maldad pequeña y cruel, igual que él. —¿Sería posible que Tyrion hubiera convertido a Pycelle en su marioneta?—. Metió al viejo en las celdas negras, que estaban bajo el control de ese tal Rugen. —Todo parecía interrelacionado de una manera que no le gustaba nada—. El nuevo Septón Supremo también fue cosa de Tyrion —recordó de repente—, y el pobre cadáver de mi padre ha estado a su cargo desde la noche hasta el amanecer.»

Su tío llegó puntualmente al anochecer. Vestía un jubón acolchado de lana color carbón, tan sombrío como su rostro. Como todos los Lannister, Ser Kevan era de piel clara y pelo rubio, aunque a sus cincuenta y cinco años lo había perdido casi por completo. Nadie lo habría considerado atractivo. Tenía la cintura gruesa y los hombros caídos, y la mandíbula cuadrada y protuberante que la rala barbita amarilla no lograba ocultar hacía que a Cersei le pareciera un viejo mastín. Pero un mastín viejo y leal era exactamente lo que necesitaba.

Tomaron una cena sencilla a base de remolachas, pan y carne poco hecha, regada con una frasca de vino tinto de Dorne. Ser Kevan casi no dijo nada y apenas bebió unos tragos.

«Está demasiado absorto —pensó—. Le hace falta empezar a trabajar para dejar atrás el dolor.»

Eso le dijo cuando los criados recogieron los restos de la comida y se retiraron.

—Sé cuánto contaba contigo mi padre, tío. Ahora yo tengo que hacer lo mismo.

—Necesitas una Mano, y Jaime te ha dicho que no —replicó él.

«Es directo. Muy bien.»

—Jaime... Con la muerte de mi padre me sentía tan perdida que casi no sabía lo que decía. Jaime es valiente, pero seamos sinceros, es un poco tonto. Tommen necesita a un hombre más curtido. Alguien mayor...

—Mace Tyrell es mayor.

La ira hizo que se le dilataran las fosas nasales.

—Jamás. —Cersei se retiró un mechón de pelo de la frente—. Los Tyrell se están extralimitando.

—Sería una tontería que convirtieras a Mace Tyrell en tu Mano —reconoció Kevan—, pero más tonta serías todavía si lo convirtieras en tu enemigo. Ya me he enterado de lo que pasó en la Sala de las Lámparas. Mace no debería haber sacado un asunto como ese en público, pero aun así, no hiciste bien en avergonzarlo delante de la mitad de la corte.

—Siempre será mejor eso que soportar a otro Tyrell en el Consejo. —El reproche la había molestado—. Rosby será un buen consejero de la moneda. Ya has visto cómo es su litera, llena de tallas y cortinajes de seda. Sus caballos llevan mejores ropajes que la mayoría de los caballeros. A un hombre tan rico no le costará encontrar oro. En cuanto al cargo de Mano... ¿Quién mejor para terminar el trabajo de mi padre que el hermano que compartió con él todos sus consejos?

—Todo hombre necesita alguien en quien poder confiar. Tywin me tenía a mí, igual que antes tuvo a tu madre.

—La amaba de verdad. —Cersei se negaba a pensar en la puta que habían hallado muerta en su cama—. Sé que ahora están juntos.

—Los dioses lo quieran. —Ser Kevan estudió su rostro un largo momento antes de responder—. Me pides mucho, Cersei.

—No más que mi padre.

—Estoy cansado. —Su tío cogió la copa de vino y bebió un trago—. Tengo una esposa a la que no he visto desde hace dos años, un hijo muerto al que llorar y otro a punto de casarse y asumir su título de señor. Hay que fortificar de nuevo el castillo de los Darry; hay que proteger sus tierras, arar los campos quemados y volverlos a plantar. Lancel necesita mi ayuda.

—Tommen también. —Cersei no había pensado que tendría que convencer a Kevan. «Nunca se hizo de rogar con mi padre»—. El reino te necesita.

—El reino. Claro. Y la Casa Lannister. —Bebió otro trago—. Muy bien. Me quedaré y serviré a Su Alteza, el Rey...

—Excelente —empezó a decir ella, pero Ser Kevan alzó la voz para interrumpirla.

—... siempre que me nombres regente además de Mano, y te vayas a Roca Casterly.

Durante un instante, Cersei no pudo hacer nada más que mirarlo.

—La regente soy yo —le recordó.

—Lo eras. Tywin no pensaba dejarte seguir en ese cargo. Me contó que planeaba enviarte de vuelta a la Roca y buscarte otro marido.

Cersei sintió que la rabia la ahogaba.

—Algo de eso dijo, sí. Y yo le respondí que no quería volver a casarme.

Su tío permaneció impasible.

—Si estás segura de que no quieres volver a casarte, no te obligaré, pero respecto a lo otro, ahora eres la señora de Roca Casterly, y tu lugar está allí.

«¿Cómo te atreves?», habría querido gritar.

—También soy la reina regente —dijo—. Mi lugar está al lado de mi hijo.

—Tu padre no opinaba lo mismo.

—Mi padre está muerto.

—Para mi pesar y para la desolación de todo el reino. Abre los ojos, Cersei, mira a tu alrededor. El reino está en ruinas. Tywin podría haberlo arreglado todo, pero...

—¡Yo me encargaré de arreglarlo todo! —Cersei hizo un esfuerzo por suavizar el tono—. Con tu ayuda, tío. Si me sirves con tanta lealtad como serviste a mi padre...

—Tú no eres tu padre. Y Tywin siempre consideró a Jaime su legítimo heredero.

—Jaime... Jaime ha hecho votos. Jaime no piensa nunca, se ríe de todo y de todos, y siempre dice lo primero que se le pasa por la cabeza. Jaime es un tonto guapo.

—Pero fue el primero en el que pensaste para ocupar el cargo de Mano del Rey. ¿En qué lugar te deja eso, Cersei?

—Ya te lo he dicho, estaba loca de pena, no pensaba...

—No —coincidió Ser Kevan—. Y por eso debes volver a Roca Casterly y dejar al Rey con los que sí piensan.

Cersei se puso en pie.

—¡El Rey es mi hijo!

—Sí —dijo su tío—. Y por lo que vi a Joffrey, tu incompetencia como madre sólo es comparable a tu ineptitud como gobernante.

Ella le tiró a la cara el contenido de la copa de vino.

Ser Kevan se levantó con pausada dignidad.

—Alteza. —El vino le corría por las mejillas y le goteaba de la barba recortada—. ¿Me das permiso para retirarme?

—¿Con qué derecho te atreves a imponerme condiciones? No eres más que uno de los caballeros de la Casa de mi padre.

—No poseo tierras, cierto, pero en cambio, tengo ciertos ingresos, y también cofres de monedas. Mi padre no olvidó a ninguno de sus hijos antes de morir, y además, Tywin sabía recompensar los buenos servicios. Doy de comer a doscientos caballeros y en caso de necesidad puedo doblar ese número. Hay jinetes libres que seguirían mi estandarte, y tengo el oro necesario para contratar mercenarios. No harías bien en tomarme a la ligera, Alteza... Y menos todavía en convertirme en tu enemigo.

—¿Me estás amenazando?

—Te estoy aconsejando. Si no quieres cederme la regencia, nómbrame castellano de Roca Casterly y elige como Mano del Rey a Mathis Rowan o a Randyll Tarly.

«Los dos banderizos de la Casa Tyrell. —La sugerencia la dejó sin palabras—. «¿Lo habrán comprado? ¿Habrá aceptado oro de los Tyrell para traicionar a la Casa Lannister?»

—Mathis Rowan es sensato y prudente; la gente lo quiere —siguió su tío, abstraído—. Randyll Tarly es el mejor soldado del reino. No sería buena Mano en tiempos de paz, pero tras la muerte de Tywin no hay mejor hombre para acabar con esta guerra. Lord Tyrell no podrá ofenderse si eliges Mano a uno de sus banderizos. Tanto Tarly como Rowan son muy hábiles, y también leales. Elige a cualquiera de los dos y será tuyo para siempre. Te harás fuerte y debilitarás la posición de Altojardín, y encima, Mace te tendrá que dar las gracias. —Se encogió de hombros—. Ese es mi consejo; síguelo o no, como quieras. Por mí, puedes nombrar Mano al Chico Luna. Mi hermano ha muerto. Lo voy a llevar a casa.

«Traidor —pensó—. Cambiacapas.» ¿Cuánto le habría pagado Mace Tyrell?

—Abandonas a tu Rey cuando más te necesita —le dijo—. Abandonas a Tommen.

—Tommen tiene a su madre. —Los ojos verdes de Ser Kevan le sostuvieron la mirada sin parpadear. Una última gota de vino tremoló húmeda y roja bajo su barbilla antes de caer por fin—. Sí —añadió en voz baja tras una pausa—, y creo que también a su padre.

JAIME (1)

Ser Jaime Lannister, de blanco de los pies a la cabeza, estaba junto al féretro de su padre con los cinco dedos en torno al puño de un mandoble dorado.

Con la caída de la noche, el interior del Gran Septo de Baelor se tornaba oscuro y espectral. Los últimos restos de luz entraban por las altas vidrieras y bañaban las imponentes estatuas de los Siete con un tenue brillo rojizo. En torno a sus altares titilaban las velas, mientras las sombras se cerraban ya en las capillas y se arrastraban silenciosas por los suelos de mármol. Los ecos de los rezos fueron muriendo a medida que salían los últimos asistentes a la ceremonia.

Balon Swann y Loras Tyrell se demoraron mientras los demás partían.

—Nadie puede montar guardia siete días y siete noches —dijo Ser Balon—. ¿Cuánto fue la última vez que dormisteis, mi señor?

—Cuando mi señor padre estaba vivo —replicó Jaime.

—Permitidme que monte guardia esta noche —se ofreció Ser Loras.

—No era vuestro padre. —«Vos no lo matasteis. Yo sí. Fue Tyrion quien soltó la saeta de la ballesta que lo mató, pero porque yo solté a Tyrion»—. Dejadme.

—Como ordene mi señor —dijo Swann.

Por su expresión, era obvio que Ser Loras habría seguido objetando, pero Ser Balon lo cogió por el brazo y se lo llevó. Jaime escuchó los ecos de sus pisadas mientras se alejaban. Y así volvió a quedarse a solas con su señor padre, entre las velas, los cristales y el nauseabundo olor dulzón de la muerte. Le dolía la espalda por el peso de la armadura, y casi no sentía las piernas. Cambió de postura y apretó los dedos en torno al puño del mandoble dorado. No podía esgrimir una espada, pero sí sostenerla. Le dolía la mano ausente. Casi tenía gracia. Sentía más la mano que había perdido que el resto del cuerpo que le quedaba.

«Mi mano tiene hambre de espada. Necesito matar a alguien. A Varys, para empezar, pero antes tengo que dar con la roca bajo la que se esconde.»

—Le ordené al eunuco que lo llevara a un barco, no a tus habitaciones —le explicó al cadáver—. Sus manos están tan manchadas de sangre como las... Como las de Tyrion.

«Sus manos están tan manchadas de sangre como las mías. —Eso era lo que había querido decir, pero las palabras se le atravesaban en la garganta—. Varys hizo lo que hizo porque yo se lo ordené.»

Aquella noche, cuando por fin había decidido que no dejaría morir a su hermano pequeño, había aguardado en las habitaciones del eunuco. Mientras esperaba se dedicó a afilar el puñal con una mano; el sonido del acero contra la piedra le proporcionaba un extraño alivio. Cuando oyó las pisadas se situó junto a la puerta. Varys entró envuelto en una nube de talco y espliego. Jaime se puso tras él, le dio una patada en la corva, se arrodilló sobre su pecho y le puso el cuchillo bajo la papada blanca, obligándolo a levantar la cabeza.

—Vaya, Lord Varys —dijo en tono cordial—, no esperaba encontraros aquí.

—¿Ser Jaime? —jadeó Varys—. Me estáis asustando.

—Esa es mi intención. —Retorció el puñal, y un hilillo de sangre corrió por la hoja—. Estaba pensando que podríais ayudarme a sacar a mi hermano de la celda antes de que Ser Ilyn le corte la cabeza. Ya, ya sé que es una cabeza fea, pero el caso es que no tiene otra.

—Sí... Bueno... Si tenéis la amabilidad... de apartar esa hoja... Sí, con cuidado, por favor, mi señor... Oh, estoy herido... —El eunuco se rozó el cuello y contempló boquiabierto la sangre que le manchaba los dedos—. Siempre he aborrecido la visión de mi propia sangre.

—Pronto tendréis mucho que aborrecer si no me ayudáis.

Varys se incorporó con dificultades.

—Si vuestro hermano... Si el Gnomo desapareciera de su celda habría muchas p-preguntas. Mi vida correría p-peligro...

—Vuestra vida está en mis manos. No me importa qué secretos guardéis; si Tyrion muere, vos lo seguiréis. Os lo prometo.

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