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Authors: George R.R. Martin

Tags: #Fantástico

Festín de cuervos (45 page)

El repicar de las campanas se oía aún más fuerte en el patio.

«No era más que un septón supremo. ¿Cuánto tiempo tendremos que aguantar esto?» El tañido era más melodioso que los gritos de la Montaña, pero, aun así...

Qyburn pareció adivinar sus pensamientos.

—Las campanas callarán cuando se ponga el sol, Alteza.

—Será un alivio. ¿Cómo lo sabéis?

—Para serviros, tengo que saber.

«Varys nos había hecho creer que era insustituible. ¡Qué imbéciles fuimos! —Cuando la Reina hizo saber que Qyburn ocupaba el lugar del eunuco, las alimañas habituales se apresuraron a presentarse ante él para cambiar sus susurros por unas monedas—. Siempre fue cuestión de plata, no de la Araña. Qyburn nos prestará el mismo servicio.» Tenía ganas de ver la cara que ponía Pycelle cuando el piromante ocupara su asiento.

Siempre que se celebraba una reunión del Consejo Privado había un caballero de la Guardia Real apostado ante las puertas. Aquel día, el elegido era Ser Boros Blount.

—Ser Boros —saludó la Reina en tono afable—, estáis algo demacrado esta mañana. ¿Os ha sentado mal algo que hayáis comido, tal vez?

Jaime lo había nombrado catador real.

«Una misión sabrosa, pero humillante para un caballero.» Blount no lo soportaba. Su papada temblorosa se sacudió cuando les abrió la puerta.

Los consejeros guardaron silencio cuando los vieron entrar. Lord Gyles tosió a modo de saludo, suficientemente alto para despertar a Pycelle. Los demás se levantaron y mascullaron galanterías. Cersei los obsequió con una levísima sonrisa.

—Espero que mis señores disculpen el retraso.

—Estamos aquí para servir a Vuestra Alteza —respondió Ser Harys Swyft—. Ha sido un placer aguardar vuestra llegada.

—Doy por supuesto que todos conocéis a Lord Qyburn.

El Gran Maestre Pycelle no la decepcionó.

—¿Lord Qyburn? —Se atragantó al tiempo que se ponía rojo—. Alteza, esto no es... Un maestre tiene votos sagrados, jura no poseer tierras, ni títulos...

—Vuestra Ciudadela le quitó la cadena —le recordó Cersei—. Si no es maestre, nada lo obliga a respetar los votos. Como sin duda recordaréis, al eunuco también se le otorgó el título de señor.

Pycelle no podía ni hablar.

—Este hombre es... No vale...

—No os atreváis a hablarme a mí de valía, y menos después de la chapuza hedionda que hicisteis con el cadáver de mi padre.

—Alteza, no podéis decir en serio... —Alzó una mano llena de manchas, como para protegerse de un golpe—. Las hermanas silenciosas evisceraron a Lord Tywin, le drenaron la sangre... Tomaron todas las precauciones... Le rellenaron el cuerpo con sales y hierbas aromáticas...

—Ahorradme los detalles asquerosos; ya olí el resultado de vuestras precauciones. Las artes curativas de Lord Qyburn le salvaron la vida a mi hermano, y no me cabe duda de que servirá al Rey mucho mejor que ese eunuco y sus sonrisas bobaliconas. ¿Conocéis a vuestros compañeros del consejo, mi señor?

—Mal informador sería si no los conociera, Alteza.

Qyburn se sentó entre Orton Merryweather y Gyles Rosby.

«Mis consejeros.» Cersei había arrancado todas las rosas, así como a los afectos a su tío y a sus hermanos Jaime y Tyrion, y los había sustituido por hombres que le guardaban lealtad a ella. También les había dado nuevos nombres a sus cargos, tomados de las Ciudades Libres; no quería más jefe que ella en la corte. Orton Merryweather era su justicia mayor; Gyles Rosby, su lord tesorero. Aurane Mares, el joven y atractivo Bastardo de Marcaderiva, sería su gran almirante.

Y, en el cargo de Mano, Ser Harys Swyft.

Blando, calvo y obsequioso, Swyft tenía una absurda matita de barba allí donde los demás tenían la barbilla. Llevaba el gallo azul de su Casa bordado con cuentas de lapislázuli en la pechera del suntuoso jubón amarillo, y por encima lucía un manto de terciopelo azul decorado con un centenar de manos doradas. Ser Harys se había emocionado mucho con el nombramiento, y era demasiado lerdo para darse cuenta de que su función era más de rehén que de Mano. Su hija era la esposa de Kevan, a la que este amaba pese al pecho plano, las piernas de pollo y la falta de mentón. Mientras tuviera controlado a Ser Harys, Kevan Lannister se lo pensaría dos veces antes de enfrentarse a ella.

«La verdad es que un suegro no es el rehén ideal, pero un escudo frágil es mejor que nada.»

—¿Nos honrará el Rey con su presencia? —preguntó Orton Merryweather.

—Mi hijo está jugando con su pequeña reina. Por el momento, lo único que sabe de reinar es estampar el sello real en los papeles. Su Alteza aún es demasiado joven para comprender los asuntos de estado.

—¿Y nuestro valeroso Lord Comandante?

—Ser Jaime se encuentra en la armería; le están haciendo una mano. Ya sé que todos estamos hartos de verle el muñón. Y mucho me temo que se aburriría tanto como Tommen. —Aurane Mares dejó escapar una risita. «Bien. Cuanto más se ríen menos amenazadores son. Que rían», pensó Cersei—. ¿Tenemos vino?

—Desde luego, Alteza. —Orton Merryweather no era atractivo; tenía una nariz enorme que le daba aspecto de estúpido y una indómita mata de pelo entre rojizo y anaranjado, pero siempre era cortés—. Hay tinto dorniense y dorado del Rejo, y un excelente hidromiel dulce de Altojardín.

—El dorado, gracias. Los vinos de Dorne me resultan tan desagradables como sus habitantes. En fin, ya que estamos, podemos empezar por ellos —dijo mientras Merryweather le llenaba la copa.

Al Gran Maestre Pycelle le seguían temblando los labios, pero consiguió recuperar el habla.

—Como ordenéis. El príncipe Doran ha puesto bajo custodia a las rebeldes bastardas de su hermano, pero Lanza del Sol sigue siendo un hervidero. El príncipe nos ha escrito: dice que no podrá calmar los ánimos hasta que reciba la justicia que se le prometió.

—Desde luego. —«Qué cargante es ese príncipe»—. Su larga espera está a punto de terminar. Voy a enviar a Balon Swann a Lanza del Sol, para que le entregue la cabeza de Gregor Clegane.

Ser Balon tendría también otra misión, pero eso era mejor guardarlo en secreto.

—Ah. —Ser Harys Swyft se tironeó de la barbita con el índice y el pulgar—. ¿De modo que Ser Gregor ha muerto?

—Eso parece, mi señor —replicó Aurane Mares con tono cortante—. Tengo entendido que separar la cabeza del tronco suele ser mortal.

Cersei le dedicó una sonrisa; le gustaba cierta dosis de sarcasmo, siempre que el objetivo no fuera ella.

—Ser Gregor falleció a causa de las heridas, tal como predijo el Gran Maestre Pycelle.

Pycelle carraspeó y miró a Qyburn con gesto hosco.

—La lanza estaba envenenada. Nadie lo habría podido salvar.

—Eso dijisteis. Lo recuerdo perfectamente. —La reina se volvió hacia su Mano—. ¿De qué estabais hablando cuando he llegado, Ser Harys?

—De los gorriones, Alteza. El septón Raynard dice que puede haber más de dos mil en la ciudad, y cada día llegan más. Sus dirigentes anuncian la condenación; dicen que se adora a un demonio...

Cersei probó el vino. «Muy bueno.»

—¿Cómo si no llamarías a ese dios rojo al que adora Stannis? La Fe tendría que enfrentarse a esa abominación. —Qyburn, siempre astuto, se lo había recordado—. Siento decir que el difunto Septón Supremo dejaba pasar demasiadas cosas. La edad le había nublado la vista y mermado las fuerzas.

—Era un viejo, Alteza; estaba acabado. —Qyburn sonrió a Pycelle—. Su fallecimiento no nos tendría que haber sorprendido. ¿Qué más se puede pedir que morir tranquilo, mientras se duerme, habiendo cumplido muchos años?

—Cierto —asintió Cersei—, pero esperemos que su sucesor sea más vigoroso. Mis amigos de la otra colina me dicen que probablemente se nombrará a Torbert o a Raynard.

El Gran Maestre Pycelle carraspeó.

—Yo también tengo amigos entre los Máximos Devotos, y me hablan del septón Ollidor.

—No se puede descartar a Luceon —intervino Qyburn—. Anoche ofreció un banquete a treinta Máximos Devotos; cenaron cochinillo y dorado del Rejo, y durante el día les da mendrugos a los pobres para demostrar lo piadoso que es.

Aurane Mares parecía tan aburrido como Cersei con tanta charla de septones. Visto de cerca, tenía el pelo más plateado que dorado, y los ojos de un gris verdoso, mientras que el príncipe Rhaegar los había tenido violeta. Y pese a todo, el parecido era tan marcado... ¿Mares se afeitaría la barba si se lo pedía? Era diez años más joven que ella, pero la deseaba; Cersei lo sabía por su manera de mirarla. Los hombres la habían mirado así desde que le empezaron a crecer los pechos.

«Decían que porque era muy hermosa, pero Jaime también era hermoso, y a él no lo miraban así.» Cuando era pequeña a veces se ponía la ropa de su hermano a modo de broma. Le llamaba la atención lo diferente que era el trato que le daban los hombres cuando la tomaban por Jaime. Hasta el propio Lord Tywin...

Pycelle y Merryweather seguían discutiendo quién era el candidato más probable a Septón Supremo.

—Tanto me da uno como otro —anunció la Reina bruscamente—, pero sea quien sea el que se ciña la corona de cristal, tendrá que decretar el anatema del Gnomo. —El silencio del anterior Septón Supremo en lo referente a Tyrion había llamado mucho la atención—. En cuanto a esos gorriones rosados, mientras no hablen de traición en sus prédicas, son problema de la Fe, no nuestro.

Lord Orton y Ser Harys mascullaron unas palabras de asentimiento. El intento de Gyles Rosby de hacer lo mismo se vio interrumpido por un ataque de tos. Cersei apartó la vista, asqueada, cuando escupió una flema sanguinolenta.

—¿Habéis traído la carta del Valle, maestre?

—Sí, Alteza. —Pycelle la sacó de su montón de papeles y la extendió en la mesa—. Más que una carta es una declaración de recusación. Firmada en Piedra de las Runas por Yohn Royce, Lady Waynwood, Lord Hunter, Lord Redfort, Kird Belmore y Symond Templeton, el Caballero de Nuevestrellas. Todos han puesto su sello. Escriben...

«Un montón de sandeces.»

—Mis señores pueden leer la carta si quieren. Royce y los demás están reuniendo un ejército al pie del Nido de Águilas. Quieren que Meñique deje el cargo de Lord Protector del Valle, si es necesario por la fuerza. Y la pregunta es: ¿debemos permitirlo?

—¿Nos ha pedido ayuda Lord Baelish? —preguntó Harys Swyft.

—Todavía no. Lo cierto es que no parece ni preocupado. En su última carta sólo menciona a los rebeldes de pasada antes de rogarme encarecidamente que le envíe unos tapices viejos de Robert.

Ser Harys se acarició la barbita.

—Y los Señores Recusadores, ¿le piden su apoyo al Rey?

—No.

—En ese caso... Tal vez no tengamos que hacer nada.

—Una guerra en el Valle sería una tragedia —señaló Pycelle.

—¿Guerra? —Orton Merryweather se echó a reír—. Lord Baelish es un hombre de lo más divertido, pero con frases ingeniosas no se combate. Dudo que vaya a haber derramamiento de sangre. ¿Y qué más da quién sea el regente en nombre del pequeño Lord Robert, mientras el Valle nos siga enviando los impuestos?

«Es verdad», decidió Cersei. Meñique le había resultado mucho más útil en la corte. «Tenía talento para conseguir oro, y no tosía.»

—Lord Orton me ha convencido. Maestre Pycelle, enviad instrucciones a esos señores; no quiero que Petyr sufra daño alguno. Por lo demás, la corona acepta las disposiciones que se hagan para el gobierno del Valle hasta la mayoría de edad de Robert Arryn.

—Muy bien, Alteza.

—¿Podemos hablar de la flota? —preguntó Aurane Mares—. De todas nuestras naves, menos de una docena sobrevivió al infierno del Aguasnegras. Es imprescindible que las reconstruyamos.

—El dominio en el mar es fundamental —asintió Orton Merryweather—. ¿Podríamos utilizar a los hombres del hierro? Ya sabéis, el enemigo de nuestro enemigo... ¿Qué precio pondría el Trono de Piedramar a una alianza con nosotros?

—Quieren el Norte —respondió el Gran Maestre Pycelle—, como el noble padre de nuestra reina le prometió a la Casa Bolton.

—Qué inoportuno —dijo Merryweather—. De todos modos, el Norte es muy grande. Las tierras se podrían repartir. No tiene por qué ser un acuerdo permanente. Puede que Bolton acceda, siempre que le aseguremos que nuestras fuerzas se pondrán a sus órdenes cuando hayan acabado con Stannis.

—Tengo entendido que Balon Greyjoy ha muerto —intervino Ser Harys Swyft—. ¿Sabemos quién gobierna ahora en las islas? ¿No tenía un hijo Lord Balon?

—¿Leo? —tosió Lord Gyles—. ¿Theo?

—Theon Greyjoy, criado en Invernalia como pupilo de Eddard Stark —respondió Qyburn—. No creo que nos tenga en mucha estima.

—Me parece que lo mataron —señaló Merryweather.

—¿Era el único hijo? —Ser Harys se tironeó de la barbita—. No. Tenía hermanos, ¿verdad?

«Varys lo habría sabido», pensó Cersei, irritada.

—No tengo la menor intención de meterme en la cama con esos calamares. Ya les llegará el turno cuando acabemos con Stannis. Lo que necesitamos es una flota propia.

—Mi intención es construir dromones nuevos —dijo Aurane Mares—. Diez, para empezar.

—¿De dónde saldrá el dinero? —preguntó Pycelle.

Lord Gyles lo tomó como una invitación para volver a toser. Se limpió la saliva rosada con un cuadrado de seda roja.

—No hay... —consiguió decir antes del siguiente ataque de tos—. No... No tenemos...

Ser Harys fue suficientemente avispado para entender lo que se ocultaba bajo las toses.

—La corona no había tenido nunca tantos ingresos —protestó—. Me lo dijo el propio Ser Kevan.

Lord Gyles tosió otra vez.

—... Gastos... Capas doradas...

No era la primera vez que Cersei oía sus objeciones.

—Nuestro lord tesorero trata de decirnos que tenemos demasiados capas doradas y poco oro. —Las toses de Rosby empezaban a exasperarla. «Puede que Garth
el Grosero
no fuera tan mala opción»—. Los ingresos de la corona son elevados, pero no tanto como para saldar las deudas que dejó Robert. Por tanto, he decidido retrasar el pago de los importes que se adeudan a la Sagrada Fe y al Banco de Hierro de Braavos hasta que termine la guerra. —Sin duda, el nuevo Septón Supremo se retorcería las sagradas manos, y los braavosis chillarían y protestarían, ¿y qué?—. Con lo que ahorremos podremos construir la nueva flota.

—Vuestra Alteza es sabia —dijo Lord Merryweather—. Es una excelente medida. Sí, excelente, e imprescindible hasta el final de la guerra. Estoy de acuerdo.

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