Taena se echó a reír.
—Mi señor es más generoso que peligroso, no cabe duda. Aunque... Espero que Vuestra Alteza no tenga mala opinión de mí, pero no llegué doncella a la cama de Orton.
«En las Ciudades Libres sois todas unas putas, ¿eh?» Bueno era saberlo; tal vez algún día le resultara útil aquella información.
—Decidme ¿quién era ese amante tan... tan peligroso?
La piel aceitunada de Taena se puso aún más oscura cuando se sonrojó.
—Oh, no debería haber dicho nada. Vuestra Alteza me guardará el secreto, ¿verdad?
—Los hombres tienen cicatrices; las mujeres, secretos.
Cersei le dio un beso en la mejilla.
«Ya te sacaré su nombre.»
Cuando Dorcas regresó con Ser Osney Kettleblack, la Reina les pidió a sus damas que se retiraran.
—Sentaos conmigo junto a la ventana, Ser Osney. ¿Queréis una copa de vino? —Se sirvió una—. Lleváis la capa un tanto deshilachada. Tengo intención de daros una nueva.
—¿Cómo? ¿Blanca? ¿Quién ha muerto?
—Por ahora, nadie —replicó la reina—. ¿Eso es lo que deseáis? ¿Uniros a vuestro hermano Osmund en la Guardia Real?
—Preferiría estar en la Guardia de la Reina, si a Vuestra Alteza le parece bien.
Cuando Osney sonreía, las cicatrices de la mejilla se le ponían de un rojo vivo. Los dedos de Cersei se deslizaron por su pecho.
—Sois osado, ser. Me haréis perder el control otra vez.
—Bien. —Ser Osney le cogió la mano y le besó los dedos con movimientos toscos—. Mi dulce reina.
—Sois muy travieso —susurró la Reina—. No sois un caballero de verdad. —Permitió que le tocara los pechos a través de la seda de la túnica—. Ya basta.
—No. Os deseo.
—Ya me habéis tenido.
—Sólo una vez. —Le cogió el pecho izquierdo y se lo apretó con una torpeza que le recordó a Robert.
—Una buena noche para un buen caballero. Me servisteis con valor y tuvisteis vuestra recompensa. —Cersei le pasó los dedos por los lazos de las ropas, y sintió la erección a través de los calzones—. Ayer por la mañana os vi montar en el patio. ¿Era un caballo nuevo?
—¿El corcel negro? Sí. Regalo de mi hermano Osfryd. Lo he llamado
Medianoche
.
«Increíble, qué originalidad.»
—Buena montura para la batalla. En cambio, para el placer no hay nada comparable a montar una yegua joven. —Le dedicó una sonrisa y un roce—. Decidme la verdad: ¿encontráis bonita a nuestra joven reina?
Ser Osney retrocedió un paso, con desconfianza.
—Pues... sí. Para ser una niña. Yo prefiero a una mujer.
—¿Por qué no tener a ambas? —susurró—. Arrancad la rosa para mí y veréis lo agradecida que os estoy.
—La rosa... ¿Os referís a Margaery? —El ardor de Ser Osney se estaba mustiando en sus calzones—. Es la esposa del Rey. ¿No hubo un miembro de la Guardia Real que perdió la cabeza por acostarse con la esposa de su rey?
—Hace mucho tiempo. —«Era la amante del rey, no su esposa, y lo perdió todo menos la cabeza. Aegon lo desmembró poco a poco, y obligó a la mujer a presenciarlo.» Pero Cersei no quería llenarle el cerebro de escenas tan desagradables—. Tommen no es Aegon
el Indigno
. No temáis; hará lo que le diga. Mi intención es que la que pierda la cabeza sea Margaery, no vos.
Aquello lo dejó boquiabierto.
—Querréis decir la virginidad.
—Eso también. Suponiendo que aún la tenga. —Volvió a acariciarle las cicatrices—. A menos que penséis que Margaery no se rendiría a vuestros... encantos.
Osney le dirigió una mirada ofendida.
—Le gusto. Sus primas siempre se están metiendo conmigo por lo de la nariz, que si es muy grande y todo eso. La última vez que Megga se rió de mí, Margaery les dijo que parasen, y comentó que le gustaba mi cara.
—Ahí tenéis.
—Sí —asintió el hombre, dubitativo—, pero ¿adónde voy a ir si ella...? Si yo... ¿Después de...?
—¿... lograr la victoria? —Cersei le dedicó una sonrisa afilada—. Acostarse con la reina es traición. Tommen no tendrá más remedio que enviaros al Muro.
—¿Al Muro? —preguntó horrorizado.
Cersei tuvo que contenerse para no soltar la carcajada.
«No, mejor no. Los hombres detestan que se rían de ellos.»
—Una capa negra os sentaría muy bien; haría juego con vuestros ojos y vuestro pelo.
—Nadie vuelve del Muro.
—Vos volveréis. Lo único que tenéis que hacer es matar a un niño.
—¿A qué niño?
—Al bastardo que se ha aliado con Stannis. Es joven e inexperto, y vos contaréis con cien hombres.
Kettleblack tenía miedo, Cersei lo notaba, pero era demasiado orgulloso para reconocerlo.
«Todos los hombres son iguales.»
—He matado a tantos críos que he perdido la cuenta —insistió—. Cuando el chico haya muerto, ¿recibiré el perdón del Rey?
—Sí, junto con el título de señor. —«A no ser que los hermanos de Nieve te ahorquen primero»—. Toda reina necesita un consorte, un compañero que no conozca el miedo.
—¿Lord Kettleblack? —Una sonrisa se fue abriendo camino en su rostro; las cicatrices se habían puesto rojas como el fuego—. Me gusta como suena. Un señor señorial...
—Digno de la cama de una reina.
—El Muro es frío —dijo el hombre, con el ceño fruncido.
—Y yo cálida. —Cersei le echó los brazos al cuello—. Acostaos con una niña, matad a un niño, y seré vuestra. ¿Tendréis valor?
Osney pensó un instante antes de asentir.
—Soy vuestro hombre.
—Así es, ser. —Le dio un beso y dejó que probara su lengua un instante antes de apartarse—. Basta por ahora. Lo demás tendrá que esperar. ¿Soñaréis conmigo esta noche?
—Sí. —Tenía la voz ronca.
—¿Y cuando os encontréis en la cama con la doncella Margaery? —le preguntó, bromeando—. ¿Soñaréis conmigo cuando estéis dentro de ella?
—Sí —le juró Osney Kettleblack.
—Bien.
Cuando se marchó, Cersei llamó a Jocelyn para que le cepillara el cabello mientras ella se quitaba los zapatos y se desperezaba como una gata.
«Nací para esto —se dijo. Lo que más la complacía era la sencilla elegancia del plan. Ni siquiera Mace Tyrell osaría defender a su amada hija si la atrapaban en la cama con alguien como Osney Kettleblack, y ni Stannis Baratheon ni Jon Nieve tendrían motivos para preguntarse por qué lo enviaban al Muro. Ella misma se encargaría de que Ser Osmund fuera el que descubriera a su hermano con la pequeña reina; de esa manera no se pondría en duda la lealtad de los otros dos Kettleblack—. Si mi padre pudiera verme ahora mismo, no hablaría tan a la ligera de volver a casarme. Lástima que esté tan muerto. Igual que Robert, Jon Arryn, Ned Stark y Renly Baratheon. Todos muertos. Sólo queda Tyrion, y no durante mucho tiempo.»
Aquella noche, la Reina hizo llamar a Lady Merryweather a sus habitaciones.
—¿Queréis una copa de vino? —preguntó.
—Una copita. —La myriense se echó a reír—. O bueno, un par...
—Quiero que mañana por la mañana le hagáis una visita a mi nuera —dijo Cersei mientras Dorcas le ponía el camisón.
—Lady Margaery siempre se alegra de verme.
—Lo sé. —La Reina se había fijado en que Taena siempre llamaba así a la joven esposa de Tommen—. Decidle que he enviado siete velas de cera de abeja al septo de Baelor en recuerdo de nuestro amado Septón Supremo.
Taena se echó a reír otra vez.
—En tal caso, ella enviará setenta y siete para que no la superéis en cuestión de luto.
—Lo contrario me ofendería —replicó la Reina con una sonrisa—. Decidle también que tiene un admirador secreto, un caballero tan hechizado por su belleza que no puede conciliar el sueño.
—¿Puedo preguntar a Vuestra Alteza quién es ese caballero? —Un brillo travieso iluminaba los grandes ojos oscuros de Taena—. ¿Tal vez Ser Osney?
—Podría ser —respondió la Reina—, pero no le digáis el nombre enseguida; haced que os lo arranque. ¿Os encargaréis?
—Todo con tal de complaceros. Es lo único que deseo, Alteza.
En el exterior soplaba un viento gélido. Se quedaron despiertas hasta bien entrada la madrugada, bebiendo dorado del Rejo y relatándose anécdotas. Taena se emborrachó bastante, y Cersei consiguió sacarle el nombre de su amante secreto. Era un capitán de barco myriense, mitad marino, mitad pirata, con el pelo negro por los hombros y una cicatriz que le recorría el rostro de la barbilla a la oreja.
—Un centenar de veces le dije que no, y él decía que sí —le contó—, hasta que al final acabé diciendo que sí yo también. Hay hombres a los que no se les puede negar nada.
—Sé a qué tipo de hombres os referís —respondió la Reina con una sonrisa seca.
—¿Vuestra Alteza ha conocido a alguno así?
—Robert —mintió mientras pensaba en Jaime.
Pero cuando cerró los ojos, con quien soñó fue con su otro hermano, y con los tres imbéciles con los que había empezado la jornada. En el sueño era la cabeza de Tyrion la que le llevaban en el saco. Ella encargaba que la recubrieran de bronce y la guardaba en el orinal de su dormitorio.
El viento soplaba del norte mientras el
Victoria de Hierro
rodeaba el cabo y entraba en la bahía sagrada conocida como la Cuna de Nagga.
Victarion se reunió en proa con Nute
el Barbero
. Ante ellos se cernían la sagrada costa de Viejo Wyk y la colina cubierta de hierba que la dominaba; allí estaban las costillas de Nagga, que se alzaban de la tierra como troncos de inmensos árboles blancos, tan gruesas como el mástil de un dromón y el doble de altas.
«Los huesos de la sala del Rey Gris.» Victarion percibía la magia de aquel lugar.
—Balon estuvo debajo de esos huesos la primera vez que se proclamó rey —recordó—. Juró que recuperaría la libertad para nosotros, y Tarle
el Tres Veces Ahogado
le puso en la cabeza una corona de madera arrastrada por el mar. Todos gritaron: «¡Balon! ¡Balon! ¡Balon rey!».
—De la misma manera gritarán tu nombre —dijo Nute.
Victarion asintió, aunque no compartía la seguridad del Barbero.
«Balon tuvo tres hijos varones y una hija a la que adoraba.» Eso mismo les había dicho a sus capitanes en Foso Cailin, cuando le insistieron para que reclamara su derecho al Trono de Piedramar.
—Los hijos de Balon han muerto —fue el argumento de Ralf Stonehouse
el Rojo
—, y Asha es mujer. Tú eras el brazo derecho de tu hermano, el brazo armado; tienes que recoger la espada que ha caído de su mano.
Victarion les recordó que Balon le había ordenado defender el Foso de los norteños.
—Los lobos están acabados, señor —le replicó Ralf Kenning—. ¿De qué serviría ganar este pantano y perder las islas?
—Ojo de Cuervo lleva demasiado tiempo fuera —apostilló Ralf
el Cojo
—. No nos conoce.
«Euron Greyjoy, rey de las Islas y del Norte.» La sola idea despertaba en su interior una cólera muy arraigada, pero aun así...
—Las palabras se las lleva el viento —les había contestado Victarion—, y el único viento bueno es el que nos hincha las velas. ¿Qué queréis? ¿Que me enfrente a Ojo de Cuervo? ¿Hermano contra hermano, hijo del hierro contra hijo del hierro?
Por mucho rencor que se interpusiera entre ellos, Euron seguía siendo su hermano mayor.
«No hay hombre tan maldito como el que mata a los de su sangre.»
Pero cuando llegó la convocatoria de Pelomojado, la llamada a la asamblea de sucesión, todo cambió.
«El Dios Ahogado habla por boca de Aeron —se recordó Victarion—, y si es deseo del Dios Ahogado que ocupe yo el Trono de Piedramar...» Al día siguiente dejó Foso Cailin bajo el mando de Ralf Kenning y subió por el río Fiebre hasta el lugar donde la Flota de Hierro se ocultaba entre juncos y sauces. Mares embravecidos y vientos caprichosos habían hecho que se retrasara, pero sólo había perdido un barco en la travesía.
El
Dolor
y el
Venganza de Hierro
siguieron de cerca al
Victoria de Hierro
tras pasar el cabo. Tras ellos surcaban las aguas el
Mano Dura
, el
Viento de Hierro
, el
Fantasma Gris
, el
Lord Quellon
, el
Lord Vikon
, el
Lord Dagón
y todos los demás, nueve décimas partes de la Flota de Hierro, que aprovechaban la marea de la tarde en una columna que se prolongaba a lo largo de muchas leguas. La sola visión de sus velas llenaba de satisfacción a Victarion Greyjoy. Jamás un hombre había amado a sus esposas ni la mitad de lo que el Lord Capitán amaba sus barcos.
A lo largo de la sagrada costa de Viejo Wyk, los barcoluengos se alineaban ante la orilla hasta donde alcanzaba la vista, con los mástiles erguidos como lanzas. Los trofeos navegaban por las aguas más profundas: cocas, carracas y dromones conseguidos en saqueos o durante la guerra, demasiado grandes para acercarse a la orilla. En todas las proas, popas y mástiles ondeaban estandartes conocidos.
Nute el
Barbero
entrecerró los ojos para escudriñar la costa.
—¿No es ese el
Canción Marina
de Lord Harlaw?
El Barbero era un hombre recio, de piernas torcidas y brazos largos, pero ya no tenía una vista tan aguda como cuando era joven. En aquellos tiempos lanzaba el hacha tan bien que se decía que con un lanzamiento podría afeitar a cualquiera.
—Sí, el
Canción Marina
. —Al parecer, Rodrik
el Lector
había dejado los libros por el momento—. Y también está el
Tonante
del viejo Drumm, y a su lado, el
Vuelo Nocturno
de Blacktyde. —Los ojos de Victarion seguían siendo tan agudos como siempre. Reconocía los barcos hasta con las velas recogidas y los estandartes inertes, como correspondía al capitán de la Flota de Hierro—. También está el
Aleta Veloz
. Habrá venido alguno de los hijos de Sawane Botley.
A Victarion le había llegado la noticia de que Ojo de Cuervo había ahogado a Lord Botley, y su heredero había navegado a Foso Cailin con él y había muerto allí, pero sabía que tenía hermanos.
«¿Cuántos? ¿Cuatro? No, cinco, de tres esposas diferentes, y ninguno de ellos debe de tenerle cariño a Ojo de Cuervo.»
Fue entonces cuando lo vio: un barcoluengo de un solo mástil, alargado, esbelto, con el casco rojo oscuro. Las velas estaban recogidas; eran negras como el cielo sin estrellas. Hasta anclado, el
Silencio
tenía un aspecto cruel y rápido. En proa lucía una doncella de hierro negro con un brazo extendido. Tenía la cintura fina, los pechos erguidos y orgullosos, y las piernas largas y bien formadas. La melena de hierro negro le caía por los hombros y los ojos eran de madreperla, pero no tenía boca.