Festín de cuervos (96 page)

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Authors: George R.R. Martin

Tags: #Fantástico

«Tendría que haberme tirado al mar cuando Elí aún estaba dormida —pensó—. Siempre he sido un cobarde, pero hasta ahora no había sido un perjuro.»

Si el maestre Aemon no hubiera muerto, Sam le habría preguntado qué debía hacer. Habría acudido a Jon Nieve si hubiera estado a bordo, o incluso a Pyp, o a Grenn. Pero sólo tenía a Xhondo.

«Xhondo no me entendería si se lo dijera. Y si me entendiera, me aconsejaría que me la follara otra vez.»

Follar
era la primera palabra que había aprendido Xhondo en la lengua común, y le había cogido mucho cariño.

Tenía suerte de que la
Viento Canela
fuera tan grande. En la
Pájaro Negro
, a Elí no le habría costado nada cruzarse con él. Naves cisne: con ese nombre llamaban en los Siete Reinos a los grandes navíos de las Islas del Verano, por sus ondulantes velas blancas y por sus mascarones de proa, que normalmente tenían forma de ave. Pese a su gran tamaño, remontaban las olas con una elegancia muy característica. Con ayuda de un buen viento, la
Viento Canela
era más veloz que cualquier galera, aunque en momentos de calma chicha quedaba impotente. Y tenía muchos lugares donde se podía esconder un cobarde.

La guardia de Sam casi había terminado cuando por fin se vio acorralado. Estaba bajando por una escalerilla cuando Xhondo lo cogió por el cuello del jubón.

—Sam Negro ven —dijo al tiempo que lo arrastraba por la cubierta para soltarlo a los pies de Kojja Mo.

Al norte, en el horizonte, se divisaba una neblina muy baja. Kojja señaló hacia allí.

—Aquello es la costa de Dorne. Arena, rocas y escorpiones, y ni un lugar bueno para anclar en cientos de leguas. Si quieres puedes ir nadando, y luego llegar a pie hasta Antigua. Tendrás que atravesar el desierto, escalar unas cuantas montañas y cruzar a nado el Torentine. O puedes ir con Elí.

—No lo entiendes. Anoche...

—Anoche honrasteis a vuestros muertos, a los dioses que os crearon a los dos. Xhondo hizo lo mismo. Yo tenía al bebé; si no, habría estado con él. Los ponientis os avergonzáis del amor. El amor no tiene nada de vergonzoso, y si los septones os dicen que sí, es que vuestros siete dioses son unos demonios. En las Islas sabemos que no es así. Nuestros dioses nos dieron piernas con las que correr, narices con las que oler, manos con las que tocar y acariciar... ¿Qué dios loco y cruel le daría ojos a un hombre y luego le diría que los tuviera siempre cerrados, que no contemplara nunca toda la belleza que hay en el mundo? Sólo un dios monstruoso, un demonio de la oscuridad. —Kojja puso la mano entre las piernas de Sam—. Los dioses también te dieron esto para algo, para... ¿Cómo se dice en ponienti?

—Follar —contribuyó Xhondo de buena gana.

—Para follar. Para dar placer y hacer niños. Eso no tiene nada de vergonzoso.

Sam retrocedió un paso.

—Hice unos votos. —«No tomaré esposa, no engendraré hijos»—. Pronuncié el juramento.

—Ella ya sabe qué juramento pronunciaste. En algunos aspectos es una niña, pero no está ciega. Sabe por qué vistes de negro y por qué vais a Antigua. Sabe que no serás suyo para siempre. Pero quiere tenerte durante un tiempo, nada más. Ha perdido a su padre y esposo, a su madre, a sus hermanas, su hogar, su mundo... Sólo os tiene al bebé y a ti. Así que ve con ella o empieza a nadar.

Sam contempló con desesperación la neblina que marcaba la orilla distante. Sabía que no podría salvar a nado un trecho tan largo.

Fue con Elí.

—Lo que hicimos... Si pudiera tener una esposa, te elegiría a ti antes que a cualquier princesa o doncella noble, pero no puedo. Sigo siendo un cuervo. Pronuncié el juramento, Elí. Fui con Jon a los bosques y pronuncié el juramento ante un árbol corazón.

—Los árboles nos vigilan —susurró Elí mientras se secaba las lágrimas de las mejillas—. En el bosque lo ven todo. Pero aquí no hay bosques. Sólo hay agua, Sam. Sólo agua.

CERSEI (8)

Había sido un día frío, gris y húmedo. Diluvió toda la mañana, y las nubes no se despejaron por la tarde, cuando escampó. En ningún momento vieron el sol. Un clima tan adverso bastaba para desalentar incluso a la pequeña reina. En vez de montar con su grupo de gallinas y su cohorte de guardias y admiradores, se pasó el día entero en la Bóveda de las Doncellas, con sus gallinas, escuchando las canciones del Bardo Azul.

El día de Cersei no había sido mucho mejor, al menos hasta el anochecer. Cuando el cielo gris empezaba a teñirse de negro le dijeron que el
Bella Cersei
había entrado con la marea vespertina y que Aurane Mares le rogaba audiencia.

La Reina envió a buscarlo al momento. En cuanto lo vio entrar a zancadas en sus estancias supo que le llevaba buenas noticias.

—Alteza —le dijo con una amplia sonrisa—, Rocadragón ya es vuestro.

—Es maravilloso. —Le cogió las manos y lo besó en las mejillas—. Sé que Tommen estará igual de satisfecho. Eso quiere decir que podemos dar carta blanca a la flota de Lord Redwyne para que vaya a expulsar de las Escudos a los hombres del hierro.

Las noticias del Dominio eran más preocupantes con cada cuervo que llegaba. Por lo visto, los hombres del hierro no se habían conformado con sus nuevas piedras. Saqueaban con virulencia Mander arriba; incluso habían llegado a atacar el Rejo y las islas pequeñas que lo rodeaban. Los Redwyne apenas habían dejado una docena de navíos de combate en sus propias aguas, y todos estaban ya hundidos o en manos de los invasores. Por si fuera poco, empezaban a llegar informes de que el loco que se hacía llamar Euron
Ojo de Cuervo
se atrevía a enviar barcoluengos río arriba por el Sonido Susurrante, hacia Antigua.

—Cuando el
Bella Cersei
izó las velas, Lord Paxter ya se estaba aprovisionando para el viaje de vuelta —informó Lord Mares—. A estas alturas, el grueso de su flota estará en el mar.

—Esperemos que tengan un viaje rápido y mejor clima que el de hoy. —La Reina hizo una seña a Mares para que se sentara a su lado, junto a la ventana—. ¿Debemos dar las gracias a Ser Loras por este triunfo?

La sonrisa del hombre se esfumó.

—Algunos os dirían que sí, Alteza.

—¿Algunos? —Le dirigió una mirada interrogativa—. ¿Vos no?

—Nunca había visto caballero tan valeroso —dijo Mares—, pero convirtió en una carnicería lo que podría haber sido una victoria sin derramamiento de sangre. Ha muerto un millar de hombres o poco menos. Casi todos eran de los nuestros. Y no sólo soldados comunes, Alteza; también caballeros y jóvenes señores, los mejores, los más valientes.

—¿Y Ser Loras?

—Puede que se convierta en el mil uno. Después de la batalla lo llevaron al interior del castillo, pero sus heridas son espantosas. Ha perdido tanta sangre que los maestres no se atreven a ponerle las sanguijuelas.

—Qué pena. Tommen se va a llevar un disgusto. Admiraba tanto a nuestro galante Caballero de las Flores...

—Y el pueblo también —añadió su almirante—. Cuando muera Loras, las doncellas llorarán ante sus copas de vino por todo el reino.

La Reina sabía que no se equivocaba. El día en que Ser Loras se hizo a la mar, tres mil personas se congregaron ante la Puerta del Lodazal para despedirlo, y tres de cada cuatro eran mujeres. Aquello le había parecido un espectáculo despreciable. Habría querido gritarles que no eran más que ovejas y decirles que lo único que les podría proporcionar Loras Tyrell era una sonrisa y una flor. Sin embargo, proclamó que era el caballero más osado de los Siete Reinos, y sonrió cuando Tommen le entregó una espada enjoyada para que la utilizara en la batalla. El Rey también le había dado un abrazo, cosa que no entraba en los planes de Cersei, pero ya no tenía importancia. Podía permitirse el lujo de la generosidad; Loras Tyrell estaba agonizando.

—Contadme —ordenó Cersei—. Quiero saberlo todo, del principio al final.

Cuando terminó, la habitación estaba ya casi a oscuras. La Reina encendió unas cuantas velas y mandó a Dorcas a las cocinas a buscar pan, queso y buey guisado con rábano picante. Mientras cenaban le pidió a Aurane que le volviera a contar la historia para memorizar bien todos los detalles.

—No quiero que nuestra amada Margaery reciba esa noticia de cualquier desconocido —dijo—. Yo misma se la transmitiré.

—Vuestra Alteza es muy bondadosa —dijo Mares con una sonrisa.

«Una sonrisa malévola —pensó la Reina. Aurane no se parecía tanto como había creído al príncipe Rhaegar—. Tiene su pelo, pero por lo que se dice, también lo tiene la mitad de las putas de Lys. Rhaegar era un hombre; este es un chiquillo astuto, nada más. Aunque, a su manera, resulta útil.»

Margaery estaba en la Bóveda de las Doncellas, bebiendo vino con sus tres primas, todas concentradas en un juego nuevo llegado de Volantis. Era tarde, pero los guardias abrieron paso a Cersei al momento.

—Alteza —empezó—, es mejor que sea yo quien os dé la noticia. Aurane ha vuelto de Rocadragón. Vuestro hermano es un héroe.

—Siempre lo he sabido. —Margaery no parecía sorprendida.

«¿Por qué iba a estarlo? Se esperaba esto desde el momento en que Loras me pidió el mando.»

Pero cuando Cersei terminó de narrar la historia, las lágrimas brillaban en las mejillas de la joven reina.

—Redwyne tenía mineros excavando un túnel bajo las murallas del castillo, pero ese método era demasiado lento para el Caballero de las Flores. Sin duda pensaba en las gentes de vuestro padre, que sufrían en las Escudos. Lord Mares dice que ordenó el ataque cuando apenas llevaba media jornada al mando, después de que el castellano de Lord Stannis se negara a aceptar su oferta de zanjar el asedio con un combate singular entre ellos. Loras fue el primero en entrar cuando el ariete derribó las puertas del castillo. Dicen que cabalgó directamente hacia la boca del dragón, todo de blanco, haciendo girar el mangual por encima de la cabeza, matando a derecha e izquierda.

A aquellas alturas, Megga Tyrell ya no disimulaba los sollozos.

—¿Cómo murió? —quiso saber—. ¿Quién lo mató?

—Ningún hombre tuvo el honor de acabar con él —respondió Cersei—. Ser Loras recibió una saeta en el muslo y otra le atravesó el hombro, pero siguió luchando con valentía, aunque perdía sangre a borbotones. Más tarde recibió un golpe de maza que le rompió unas cuantas costillas. Después de eso... No, mejor no, os ahorraré la peor parte.

—Contádmelo todo —dijo Margaery—. Os lo ordeno.

«¿Os lo ordeno?» Cersei se detuvo un instante; luego decidió pasarlo por alto.

—Después de que los nuestros tomaran la muralla, los defensores se replegaron a un torreón interior. Loras volvió a encabezar el ataque. Le cayó encima aceite hirviendo. —Lady Alla se puso blanca como la cal y salió corriendo de la habitación—. Lord Mares me asegura que los maestres están haciendo todo lo posible, pero me temo que las quemaduras de vuestro hermano son demasiado graves. —Cersei abrazó a Margaery para consolarla—. Ha salvado el reino. —Al besar a la pequeña reina en la mejilla notó el sabor salado de sus lágrimas—. Jaime escribirá sus hazañas en el Libro Blanco; los bardos glosarán su valor durante mil años.

Margaery se liberó de su abrazo con tal violencia que Cersei estuvo a punto de caerse.

—Agonizante no es lo mismo que muerto —dijo.

—No, pero los maestres dicen...

—¡Agonizante no es lo mismo que muerto!

—Sólo quería ahorraros...

—Ya sé qué queríais. Fuera de aquí.

«Ahora ya sabes cómo me sentí la noche en que murió mi Joffrey.»

Hizo una reverencia; su rostro era una máscara de cortesía gélida.

—Comparto vuestra tristeza, querida hija. Os dejo a solas con vuestro dolor.

Lady Merryweather no apareció aquella noche, y Cersei estaba demasiado inquieta para conciliar el sueño.

«Si Lord Tywin pudiera verme ahora, sabría que soy su heredera, una heredera digna de la Roca», pensó mientras yacía en la cama al lado de Jocelyn Swyft, que roncaba suavemente con la cabeza en la otra almohada.

Margaery no tardaría en llorar con las lágrimas amargas que debería haber derramado por Joffrey. Tal vez Mace Tyrell llorara también, pero ella no le había dado motivo alguno para romper su alianza. ¿Qué había hecho sino honrar a Loras con su confianza? Él mismo le había pedido el mando de rodillas, ante la mirada de la mitad de la corte.

«Cuando muera tendré que erigir una estatua suya en alguna parte; le organizaré el funeral más magnífico que se haya visto jamás en Desembarco del Rey. —Al pueblo le gustaría. Y a Tommen también—. Puede que Mace me dé las gracias y todo. En cuanto a su señora madre, si los dioses son bondadosos, esta noticia la matará.»

El amanecer fue el más hermoso que Cersei había visto en muchos años. Taena se presentó poco después y confesó que se había pasado la noche consolando a Margaery y a sus damas, bebiendo vino, llorando y contando anécdotas de Loras.

—Margaery sigue convencida de que no va a morir —informó mientras la Reina se vestía para la reunión con la corte—. Tiene intención de enviarle a su maestre para que lo atienda. Las primas están rezando a la Madre, pidiéndole clemencia.

—Yo también rezaré. Acompañadme mañana al septo de Baelor y encenderemos un centenar de velas por nuestro galante Caballero de las Flores. —Se volvió hacia su doncella—. Tráeme la corona, Dorcas. La nueva, por favor.

Era más ligera que la anterior, de oro batido, con incrustaciones de esmeraldas que centelleaban cada vez que movía la cabeza.

—Esta mañana hay cuatro que vienen por asuntos del Gnomo —le dijo Ser Osmund cuando Jocelyn le abrió la puerta.

—¿Cuatro?

Fue una grata sorpresa para la Reina. El goteo de informadores que acudían a la Fortaleza Roja asegurando tener noticias de Tyrion era constante, pero que hubiera cuatro en un día no era lo habitual.

—Sí —asintió Osmund—. Uno os trae una cabeza.

—Lo recibiré el primero. Hacedlo pasar a mis habitaciones.

«Que no haya errores esta vez. Que Joff sea vengado por fin y pueda descansar en paz.»

Según los septones, el número siete era sagrado a ojos de los dioses. Si era así, tal vez aquella cabeza que le llevaban, la séptima, fuera el bálsamo que tanto ansiaba su corazón.

Resultó que se trataba de un tyroshi bajo, achaparrado y sudoroso, con una sonrisa zalamera que le recordaba la de Varys y la barba teñida de verde y rosa. A Cersei le desagradó a primera vista, pero estaba más que dispuesta a pasarlo todo por alto si la cabeza que llevaba en aquel cofre era de verdad la de Tyrion. El cofre era de cedro, con incrustaciones de marfil en forma de hojas y flores, y bisagras y cierres de oro blanco. Era hermoso, pero a la Reina sólo le interesaba lo que pudiera haber en su interior.

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