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Authors: George R.R. Martin

Tags: #Fantástico

Festín de cuervos (94 page)

Alegría abrió los ojos al instante.

—Bien —dijo—. Trae acá, niña. Yna, ve a buscar pan y vinagre.

Cuando Gata salió de Puerto Feliz, con la bolsa llena de monedas y sólo algas y sal en la carretilla, el sol era una esfera roja hinchada que pendía del cielo, más allá de la hilera de mástiles. Dareon también se iba. Le comentó que había prometido cantar en la Posada de la Anguila Verde aquella noche.

—Siempre que toco en la Anguila salgo con plata —alardeó—. A veces hay capitanes, y hasta dueños de barcos. —Cruzaron el pequeño puente y bajaron por una callejuela serpenteante mientras las sombras se iban alargando—. Pronto estaré tocando en el Púrpura, y después, en el palacio del Señor del Mar. —La carretilla vacía de Gata traqueteaba por los adoquines al son de su propia música—. Ayer comí arenques con las putas, pero en menos de un año estaré comiendo langosta con las cortesanas.

—¿Qué ha sido de tu hermano? —preguntó Gata—. El gordo. ¿Encontró barco hacia Antigua? Decía que tenían que haber ido en el
Lady Ushanora
.

—Igual que todos nosotros. Eran las órdenes de Lord Nieve. Mira que se lo dije a Sam: «Deja al viejo», le dije, pero el imbécil del gordo no hizo caso. —Los últimos rayos del sol poniente le arrancaban reflejos del cabello—. En fin, ya es demasiado tarde.

—Así es —dijo Gata mientras se adentraban en la penumbra de otro callejón tortuoso.

Cuando llegó a la casa de Brosco, la niebla vespertina ya empezaba a cubrir el pequeño canal. Guardó la carretilla, fue a buscar a Brosco a la habitación donde hacía las cuentas y puso la bolsa en la mesa, ante él. También puso las botas.

Brosco dio unas palmaditas a la bolsa.

—Bien, bien. ¿Y esto qué es?

—Unas botas.

—Cuesta encontrar unas buenas botas, pero estas son pequeñas para mí. —Cogió una y la examinó.

—Esta noche, la luna estará negra —le recordó.

—Ya, tienes que ir a rezar. —Brosco apartó las botas y derramó las monedas en la mesa para contarlas—.
Valar dohaeris.

«
Valar morghulis
», pensó ella.

La niebla se hacía más densa mientras recorría las calles de Braavos. Estaba tiritando cuando cruzó la puerta de arciano de la Casa de Blanco y Negro. Aquella noche sólo ardían unas pocas velas, que titilaban como estrellas caídas. En la oscuridad, todos los dioses eran desconocidos.

Abajo, en las criptas, se desató la capa harapienta de Gata, se sacó por la cabeza la túnica marrón de Gata con su olor a pescado, se quitó las botas manchadas de sal de Gata y también su ropa interior, y se bañó en agua de limón para quitarse hasta el olor de Gata de los Canales. Cuando salió, con la piel rosada de tanto frotar y el pelo castaño pegado a las mejillas, Gata había desaparecido. Se puso la túnica limpia y unas zapatillas de tela, y fue a la cocina para pedirle a Umma algo de comer. Los sacerdotes y los acólitos ya habían cenado, pero la cocinera le había guardado un hermoso trozo de bacalao frito y un poco de puré de nabos amarillos. Lo devoró todo, lavó el plato y fue a buscar a la niña abandonada para ayudarla a preparar sus pócimas.

Su misión consistía sobre todo en acercarle los ingredientes y subir por escalerillas para buscar las hierbas y las hojas que necesitaba.

—La pócima de sueñodulce es la más agradable —le dijo mientras machacaba algo en el mortero—. Basta con unos granos para sosegar un corazón acelerado, hacer que las manos dejen de temblar, y que un hombre se sienta fuerte y tranquilo. Un pellizco proporciona una noche de sueño profundo y reparador; tres pellizcos provocan el sueño sin fin. Tiene un sabor muy dulce, así que es mejor utilizarla en pasteles, tartas y vinos con miel. Mira lo dulce que es su olor. —Se la acercó para que la oliera, y luego le pidió que subiera por la escalerilla para coger una botella de cristal rojo—. La acción de este veneno es más desagradable, pero es insípido e inodoro, así que es más fácil esconderlo. Lo llaman
lágrimas de Lys
. Se disuelve en vino o en agua, y devora las entrañas y el vientre de quien lo toma; mata como una enfermedad de esos órganos. Huele. —Arya olfateó; no olía a nada. La niña dejó las lágrimas a un lado y abrió un tarro de piedra—. Esta pasta está especiada con sangre de basilisco. Si se echa en un guiso de carne parece que huele a ajedrea, pero cuando se come provoca una locura violenta tanto a hombres como a animales. Después de probar la sangre de basilisco, un ratón atacaría a un león.

Arya se mordisqueó el labio.

—¿Funcionaría con un perro?

—Con cualquier animal de sangre caliente.

La niña la abofeteó. Ella se llevó la mano a la mejilla, más sorprendida que dolorida.

—¿Por qué me has pegado?

—La que se muerde el labio siempre que está pensando es Arya de la Casa Stark. ¿Eres Arya de la Casa Stark?

—No soy nadie. —Estaba furiosa—. ¿Quién eres tú?

No esperaba respuesta, pero la obtuvo.

—Nací como hija única de una Casa antigua; era la heredera de mi padre. Mi madre murió cuando era pequeña y no conservo ningún recuerdo de ella. Cuando tenía seis años, mi padre volvió a casarse. Su nueva esposa me trató con cariño hasta que dio a luz a una hija propia. Entonces empezó a desear mi muerte para que fuera la sangre de su sangre la que heredase las riquezas de mi padre. Tendría que haber buscado el favor del Dios de Muchos Rostros, pero no habría soportado el sacrificio que le habría pedido a cambio, así que se le ocurrió envenenarme personalmente. El veneno me dejó como me ves, pero no me mató. Cuando los sanadores de la Casa de las Manos Rojas se lo contaron a mi padre, él vino e hizo el sacrificio: ofreció todas sus riquezas y a mí. El que Tiene Muchos Rostros escuchó su plegaria. A mí me trajeron a servir al templo, y la esposa de mi padre recibió el regalo.

Arya la miró con desconfianza.

—¿Eso es verdad?

—Hay verdad en ello.

—¿Y también mentira?

—Hay algo que no es cierto y una exageración.

Había estado mirando el rostro de la niña mientras le contaba la historia, pero no había visto indicio alguno.

—El Dios de Muchos Rostros se quedó con dos tercios de las riquezas de tu padre, no con todo.

—Así es. Esa ha sido mi exageración.

Arya sonrió, se dio cuenta de que sonreía y se pellizcó la mejilla. «Domina tu rostro —se dijo—. Mi sonrisa tiene que estar a mi servicio, acudir sólo cuando la llamo.»

—¿Y cuál era la mentira?

—Ninguna. He mentido sobre la mentira.

—¿De verdad? ¿O estás mintiendo ahora?

Pero antes de que la niña tuviera ocasión de responder, el hombre bondadoso entró en la estancia, sonriente.

—Has vuelto con nosotros.

—La luna está negra.

—Cierto. ¿Qué tres cosas sabes ahora que no supieras cuando te fuiste?

«Sé treinta cosas nuevas», estuvo a punto de decir.

—El Pequeño Narbo no puede doblar tres dedos. Quiere hacerse remero.

—Bueno es saber eso. ¿Qué más?

Recordó lo que había pasado aquel día.

—Quence y Allaquo se pelearon y dejaron el Barco, pero creo que volverán.

—¿Sólo lo crees o lo sabes?

—Sólo lo creo —tuvo que reconocer, aunque estaba segura.

Los cómicos necesitaban comer igual que cualquiera, y Quence y Allaquo no eran suficientemente buenos para actuar en el Farol Azul.

—Así es —dijo el hombre bondadoso—. ¿Y lo tercero?

No titubeó.

—Dareon ha muerto. Dareon, al que llamaban el bardo negro, el que dormía en el Puerto Feliz. En realidad era un desertor de la Guardia de la Noche. Le cortaron el cuello y lo tiraron a un canal, pero antes le quitaron las botas.

—Cuesta encontrar unas buenas botas.

—Así es.

Trató de mantener el rostro inexpresivo.

—¿Quién lo habrá hecho?

—Arya de la Casa Stark.

Le clavó la vista en los ojos, en la boca, en los músculos de la mandíbula.

—¿Esa niña? Creía que se había marchado de Braavos. ¿Quién eres tú?

—Nadie.

—Mentira. —Se volvió hacia la niña abandonada—. Tengo la boca seca. Ten la amabilidad de traer una copa de vino para mí, y un vaso de leche caliente para nuestra amiga Arya, que ha vuelto con nosotros inesperadamente.

Mientras cruzaba la ciudad, Arya se había preguntado qué diría el hombre bondadoso cuando le contara lo de Dareon. Tal vez se enfadara con ella, o tal vez le pareciera bien que le hubiera entregado al bardo el regalo del Dios de Muchos Rostros. Había ensayado mentalmente la conversación un centenar de veces, como un cómico en su espectáculo. Pero si había algo que no esperaba era leche caliente.

Cuando llegó la leche, Arya se la bebió. Olía un poco a quemado y tenía un regusto amargo.

—Vete a la cama, niña —dijo el hombre bondadoso—. Por la mañana tienes que servir.

Aquella noche soñó que volvía a ser un lobo, pero en aquella ocasión, el sueño era diferente. En aquel sueño no tenía manada. Rondaba sola, saltaba por los tejados y caminaba por la orilla del canal con pasos silenciosos, acechando las sombras en medio de la niebla.

A la mañana siguiente, cuando se despertó, estaba ciega.

SAMWELL (4)

La
Viento Canela
era una nave cisne procedente de Árboles Altos, en las Islas del Verano, donde los hombres eran negros, las mujeres eran procaces y hasta los dioses eran extraños. No llevaban a bordo ningún septón que pudiera recitar la plegaria fúnebre, de modo que la tarea le correspondió a Samwell Tarly, cuando pasaban frente a la abrasadora costa sur de Dorne.

Sam se había vestido de negro para la oración, aunque la tarde era bochornosa, sin apenas un atisbo de viento.

—Fue un buen hombre —comenzó. Nada más decirlo, se dio cuenta de que no era verdad—. No. Fue un gran hombre. Un maestre de la Ciudadela, con cadena y votos; un Hermano Juramentado de la Guardia de la Noche, siempre leal. Cuando nació le pusieron el nombre de un héroe que había muerto demasiado joven, pero aunque él tuvo una vida muy, muy larga, no fue por ello menos heroica. No ha habido hombre más sabio, más amable, más bondadoso. Por el Muro pasó una docena de lores comandantes durante sus años de servicio, y a todos les prestó consejo. También aconsejó a reyes. Él mismo podría haber sido rey. Pero cuando le ofrecieron la corona pidió que se la entregaran a su hermano menor. ¿Cuántos habrían hecho eso? —Sam sintió que se le llenaban los ojos de lágrimas; sabía que no podría seguir mucho más—. Era de la sangre del dragón, pero su fuego se ha apagado. Era Aemon Targaryen. Ahora, su guardia ha terminado.

—Ahora, su guardia ha terminado —repitió Elí mientras acunaba al bebé.

Kojja Mo lo repitió también en la lengua común de Poniente, y a continuación, en la lengua del verano para Xhondo, su padre y el resto de la tripulación. Sam agachó la cabeza y se echó a llorar, con sollozos tan violentos que todo su cuerpo se estremecía. Elí acudió a su lado y le ofreció el hombro. Ella también tenía lágrimas en los ojos.

El aire era húmedo, cálido, inmóvil, y la
Viento Canela
iba a la deriva por un mar azul, lejos de la orilla.

—Sam Negro dice palabras bien —dijo Xhondo—. Ahora bebemos su vida.

Soltó un grito en la lengua del verano, y unos llevaron rodando un barril de ron especiado a la cubierta de popa, donde lo abrieron para que los que estaban de guardia pudieran llenar sus tazones en memoria del anciano dragón ciego. La tripulación lo había conocido unos pocos días atrás, pero los isleños del verano honraban a los ancianos y rendían honores a los muertos.

Sam no había bebido ron hasta entonces. Era una bebida extraña y embriagadora, dulce al principio, pero con un regusto ardiente que quemaba la lengua. Estaba cansado, muy cansado. Le dolía hasta el último músculo; incluso sentía dolor en sitios donde no sabía que hubiera músculos. Tenía las rodillas entumecidas, y las manos, llenas de ampollas recientes y de trozos de piel muerta allí donde se le habían reventado las viejas. Pero entre las ampollas, el ron y la tristeza, el dolor parecía amortiguado.

—Si hubiéramos podido llevarlo a Antigua, tal vez los archimaestres lo habrían salvado —le dijo a Elí mientras bebían tragos de ron en el castillo de proa de la
Viento Canela
—. Los sanadores de la Ciudadela son los mejores de los Siete Reinos. La verdad es que creía... Me atreví a esperar que...

En Braavos había llegado a creer que Aemon podía recuperarse. Cuando Xhondo le habló de los dragones, el anciano casi volvió a ser el de siempre. Aquella noche se comió hasta la última miga de lo que Sam le puso delante.

—A nadie se le ocurrió buscar a una chica —dijo—. Se nos prometió un príncipe, no una princesa. En cambio, Rhaegar... El humo era por el fuego que consumió Refugio Estival el día en que nació; la sal, por las lágrimas derramadas por los muertos. Cuando era joven compartía mi creencia, pero más tarde se convenció de que la profecía se cumpliría en su hijo, porque el día en que concibieron a Aegon, un cometa pasó sobre Desembarco del Rey, y Rhaegar estaba seguro de que la estrella sangrante tenía que ser un cometa. ¡Qué estúpidos fuimos, nosotros que nos creíamos tan sabios! El error partió de la traducción. Los dragones no son machos ni hembras. Barth se dio cuenta; son lo uno y lo otro, tan mutables como las llamas. El idioma nos tuvo sobre una pista falsa durante un milenio. Daenerys es la enviada, nacida entre la sal y el humo. Los dragones lo demuestran. —Hablar de ella hacía que el anciano pareciera más fuerte—. Tengo que ir a verla. Tengo que verla. Ojalá tuviera diez años menos...

La determinación de Aemon era tal que hasta subió por la plancha de la
Viento Canela
por su propio pie en cuanto Sam hizo los arreglos necesarios para conseguir pasaje. Ya le había dado a Xhondo la espada con su vaina para compensar al gigantesco contramaestre por la capa de plumas que había perdido cuando lo salvó de ahogarse. No les quedaba nada de valor, salvo los libros que habían sacado de las criptas del Castillo Negro. Sam se despidió de ellos con tristeza.

—Iban a ser para la Ciudadela —explicó cuando Xhondo le preguntó qué le pasaba.

El contramaestre tradujo lo que decía, y el capitán se echó a reír.

—Quhuru Mo dice que hombres grises van tener libros —le explicó Xhondo—. Pero comprar libros a Quhuru Mo. Maestres pagar buena plata por libros que no tener, a veces oro rojo y amarillo.

El capitán había pedido también la cadena de Aemon, pero Sam se mostró inflexible en aquel aspecto. Les explicó que perder la cadena era una deshonra para cualquier maestre. Xhondo tuvo que repetirlo tres veces antes de que Quhuru Mo lo aceptara. Cuando cerraron el trato, Sam ya no tenía botas, prendas negras ni ropa interior, ni tampoco el cuerno roto que había encontrado Jon Nieve en el Puño de los Primeros Hombres.

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