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Authors: Irene Comins Mingol

Tags: #Filosofía, Ensayo

Filosofía del cuidar (12 page)

«Puede también observarse que el individuo encuentra muchas más fuerzas en sí cuando se ocupa de otro que cuando no tiene más ocupación que él mismo» (Todorov, 1993: 95). El sentimiento de utilidad y de interconexión aumenta la autoestima personal y el sentimiento de felicidad. «La recompensa está contenida en el acto mismo, y al preocuparse del otro uno no deja de preocuparse de sí mismo: aquí, el más dispendioso es el más rico» (Todorov, 1993: 96).

Hemos visto la importancia del cuidado para el desarrollo humano tanto del beneficiario como del suministrador. Finalmente, cabe diferenciar el cuidado de otras actitudes que no tienen el mismo valor para el desarrollo humano. La atención no debe confundirse ni con la caridad ni con la solidaridad que experimentan entre sí los miembros de un solo y mismo grupo. Veamos algunas de las diferencias. Es conveniente precisar la diferencia que separa el cuidado de la caridad, al menos tal y como la conocemos comúnmente de manera devaluada, ya que en su etimología
caritas
como traducción de
ágape
es un concepto complejo que contempla en sí mismo el principio de justicia y equidad y lo supera (Martínez Guzmán, 2005a: 31).

La relación de caridad es asimétrica: no veo qué ayuda podría darme el mendigo, por eso no busco conocerlo. Es también por esto por lo que el acto de caridad o de piedad puede ser humillante para quien lo padece: no tiene ninguna oportunidad de responder recíprocamente. El cuidado que tengo hacia un individuo provoca normalmente un cuidado de vuelta, aunque entre los dos gestos transcurran años: así sucede entre padres e hijos (Todorov, 1993: 92).

En la caridad puede apreciarse una actitud de superioridad por parte del suministrador. Desde el punto de vista de que supone conocer qué es lo que el otro necesita y adopta una actitud paternalista frente al beneficiario. En las tareas de atención y cuidado es necesario tomar el punto de vista del beneficiario como partida, y establecer una relación recíproca. Tampoco debemos confundir el cuidado con la solidaridad grupal, «el cuidado no es la solidaridad que experimentan entre sí los miembros de un solo y mismo grupo» (Todorov, 1993: 89).

3.2 DESTINATARIOS

El cuidado tiene dos protagonistas a tener en cuenta: el suministrador y el destinatario. Si bien el suministrador es importante, no debemos obviar al destinatario, pues el cuidado no es una acción meramente unilateral o unidireccional. En las relaciones de atención y cuidado son importantes todos los participantes. Como señala Nel Noddings, para (A, B) en una relación de cuidado, tanto A (el/la cuidador/a) como B (el/la cuidado/a) deben contribuir apropiadamente (1984: 19).

El ser humano que es cuidado cumple un rol también importante en la relación de cuidar. Surge el tema de la
reciprocidad
(Noddings, 1984). ¿Qué es lo que el ser humano cuidado aporta a la relación? ó ¿es simplemente un receptor?, ¿qué responsabilidad tiene en el mantenimiento de la relación? El ser humano que es cuidado debe en primer lugar recibir, aceptar el cuidado. En relaciones de igualdad el cuidado es mutuo y cuando esto ocurre no es necesario distinguir entre el rol del cuidado y del cuidador. Pero en otro tipo de relaciones el ser humano que es cuidado también tiene una función activa para entre otras cosas mantener la situación de cuidado. Por ejemplo debe reconocer el cuidado que está recibiendo.

3.2.1 MÁS ALLÁ DE LA ESFERA PRIVADA

Desde la Investigación para la Paz, las tareas de atención y cuidado tienen como destinatarios no sólo a los niños, enfermos y ancianos sino también a todos aquellos individuos que no tienen satisfechas sus necesidades básicas (Cancian y Oliker, 2000: 2). Además no hemos de olvidar, las tareas de atención y cuidado también van dirigidas a todos los seres humanos en general. Pues es una tarea de realización recíproca, que tiende a satisfacer tanto nuestras necesidades físicas como anímicas o emocionales.

Desde este punto de vista, las tareas de atención y cuidado no se reducen a la esfera privada, abarcan lo global. Como afirma Fiona Robinson (1999) el poder transformador de la ética del cuidado se extiende más allá del ámbito personal al ámbito político, y de ahí al contexto global de la vida social. En este libro Robinson trata de demostrar cómo el cuidado es relevante no sólo en la esfera privada sino también más allá de ella. Propone una «ética del cuidado crítica» que pueda dar pistas respecto a la naturaleza de la moral, la motivación moral y las relaciones morales de tal forma que lleve el debate sobre relaciones internacionales más allá de sus estrechas fronteras (Robinson, 1999: 2).

El aparente particularsimo y localismo del cuidado ha hecho difícil incluso para los defensores del cuidado imaginar cómo podría ser aplicado en un mundo en el que muchos de los graves problemas son problemas globales. El cuidado, a primera vista, no parece responder bien en la distancia. Esto contrasta con la ética de la justicia, para la cual la distancia asegura la imparcialidad y es por tanto fundamental para el juicio moral. La pregunta es pues: Dado que es una moral de la cercanía, más que de la distancia, ¿cómo y cuánto podría ser útil una ética del cuidado aplicada al contexto global?

Joan Tronto argumenta que el localismo es uno de los peligros del cuidado. Articula algunas ideas novedosas para
politizar
el cuidado y critica la reducción de la ética del cuidado a la esfera privada. Sin embargo parece capitular bajo la ética de la justicia en aspectos del contexto global (Robinson, 1999: 43).

Marilyn Friedman sugiere que la noción de sujeto en la ética del cuidado es incapaz de crear una forma amplia de preocupación por otros. Así su formulación del cuidado no es útil cuando se enfrenta a problemas morales de dimensión internacional (Robinson, 1999: 44).

Alison Jaggar argumenta que cuando tratamos de aplicar el cuidado a temas globales
ampliando nuestra imaginación moral
reducimos el cuidado a
motivo moral, no a un modo específico de respuesta moral
, que es «incompatible con las relaciones característicamente interactivas y de relación personal que definen el cuidado» (Jaggar, 1995: 197). Según Jaggar cuidar de otros distantes puede equivaler a una forma de colonización, puesto que la distancia que nos separa de los otros borra el elemento interpersonal del cuidado.

Nel Noddings afirma que cuando los otros están muy distantes o son muy numerosos para relaciones de cuidado personales, debemos presionar o motivar o incitar a sus vecinos a que se preocupen de ellos, o tratar de empoderarles para que se ayuden a sí mismos.

Dado que el cuidado es una moralidad de la cercanía más que de la distancia, ¿Cómo puede ser útil la ética del cuidado aplicada al contexto global? ¿Es ciertamente la distancia —física/espacial, cultural y psicológica entre los agentes morales— lo que debemos abordar y ajustar al pensar en una ética global o internacional? (Robinson, 1999: 44-45).

Según los teóricos de la globalización y del cambio social global, el orden del mundo contemporáneo se caracteriza por su profundo cambio en lo que a distancias se refiere (Robinson, 1999: 45). La noción del
encogimiento del mundo
sugiere que de alguna forma las distancias se han reducido. El resultado es la creación de relaciones entre otros ausentes, localmente distantes para una situación de interacción cara a cara; a través de los medios de comunicación, el transporte o las tecnologías de la información. Una era de globalización caracterizada también por diferencias radicales, percepciones de las diferencias afectadas por las relaciones de poder y patrones de exclusión. Según Fiona Robinson una ética para esta era no puede mantenerse en la distancia, adoptar
un punto de vista desde ningún lugar
, o mantenerse tras
el velo de ignorancia
, viendo los actores globales como participantes autónomos e iguales en relaciones políticas, económicas y morales (Robinson, 1999: 46).

Una era de interdependencia global demanda una ética relacional que sitúe el valor más elevado en la promoción, restauración o creación de buenas relaciones sociales y personales y de prioridad a las necesidades e intereses de otros concretos más que otros generalizados (Robinson, 1999: 46). Según Fiona Robinson la aportación principal de la ética del cuidado a las relaciones internacionales es el énfasis en la creación de nuevas relaciones sociales e incluso personales entre grupos e individuos de diferentes niveles socio-económicos y lugares. Esas nuevas relaciones pueden motivar atención moral y cuidado. Pueden requerir que los poderosos (estados y ONGs) adopten estrategias que tengan en cuenta las relaciones y conexiones, tanto entre comunidades existentes como entre miembros de organizaciones en el Norte y el Sur.

Por ello en la investigación para la paz creemos importante una educación en una ciudadanía mundial. Esto no significa homogeneidad, sino un sentimiento de necesidad y de unión mutua que justamente radica en las diferencias que nos enriquecen. Desde la perspectiva de una ciudadanía mundial, no deberíamos tener leyes de extranjería que excluyeran sino leyes de hospitalidad (Martínez Guzmán, 2001d: 277). Esta sería la perspectiva también desde la ética de cuidado.

En la cultura occidental hemos reducido excesivamente el ámbito de atención y cuidado. No cabe duda de que el número de personas que conocemos durante nuestra vida es reducido y que el tipo de entrega y amor que podemos ofrecer a nuestros más íntimos amigos y familiares no puede ser generalizado. Pero esto no impide que nos eduquemos en un sentimiento de unidad global en el que nos sintamos preocupados y responsables por lo que les ocurre a seres humanos que viven fuera de nuestro entorno más cercano.

Deberíamos aplicar aquí las palabras del génesis. ¿Dónde está tu hermano? ¿Qué acaso soy yo el guardián de mi hermano? Con hermano nos referimos a todos los seres humanos.

Una de las ideas difundidas sobre el cuidado es que debemos dar trato especial a los más próximos a nosotros e ignorar a otros más lejanos sin importar que puedan estar más necesitados de cuidado. Según Noddings el cuidado no puede ser generalizado y debe darse en un contexto limitado. Noddings argumenta que el cuidado sólo puede proveerse a un número muy limitado de otros. Por ejemplo, para Noddings las enfermeras en los hospitales no necesariamente cuidan.

Surge así un problema moral: sopesar las necesidades de los próximos a quienes cuidamos en comparación con las necesidades de los otros más alejados de nosotros (Tronto, 1998: 353). Para Noddings este problema se resuelve afirmando que como cada uno puede ser cuidado por otro, nadie tiene la responsabilidad de preocuparse por quién está cuidando a cualquier otro en la sociedad.

Sin embargo, decir que sólo debemos cuidar de aquellas cosas que pertenecen a nuestra proximidad cotidiana es ignorar las formas en que somos responsables en la construcción de la esfera en que vivimos. Cuando Noddings afirma que ella podría responder con cuidado al desconocido que llama a su puerta pero no a los niños muriéndose de hambre en África, ignora las formas en que el mundo moderno está interconectado y las formas en que cientos de políticas públicas y decisiones privadas afectan sobre dónde nos encontramos nosotros y qué extraños aparecen a nuestra puerta (Tronto, 1998: 111). Si el cuidado es usado como una excusa para reducir el ámbito de nuestra actividad moral a aquellos que están inmediatamente a nuestro alrededor, entonces no vale la pena recomendarlo como teoría moral. Tronto (1998) critica que el cuidado se reduzca a la esfera privada.

No comparto la teoría de Noddings según la cual la responsabilidad moral no es universalizable y sólo se circunscribe a lo más próximo. Ya Gilligan destacó la importancia de la cercanía para la empatía y el compromiso pero esto no niega una responsabilidad moral universal. Además a pesar de algunas nociones obsoletas de que las mujeres no tienen capacidad de abstracción «algunos indicios sugieren que, si cabe, las mujeres tienen preocupaciones éticas más universales que los hombres y están más dispuestas a asumir un punto de vista a largo plazo» (Singer, 1995: 213). Gilligan recoge el testimonio de una mujer donde aparece explícito este compromiso por una ética universal:

Tengo un poderoso sentido de ser responsable hacia el mundo, que no puedo vivir para mi placer, sino que justamente el hecho de estar en el mundo me impone una obligación de hacer lo que yo pueda para que el mundo sea un lugar en el que se viva mejor, por muy pequeña que sea la escala en que lo logre (Gilligan, 1986: 45).

Por tanto el cuidado debe extenderse más allá del ámbito privado para abarcar lo global. Este debate puede relacionarse con el debate sobre la dicotomía público/privado, no existen valores específicos para cada esfera sino que es necesario que todos los valores impregnen todas las esferas. De ahí el lema feminista de
lo personal es político
. En la esfera privada se necesita más justicia para prevenir la violencia doméstica o el abuso infantil; al mismo tiempo la esfera pública necesita de nuevos valores como el cuidado para revitalizar la participación democrática y abordar problemas tan graves como la pobreza. Por eso cada vez aparecen más propuestas de aplicación de la ética del cuidado a las políticas de justicia social (Hankivsky, 2004).

Pero dentro de lo global tienen prioridad aquellos más desprotegidos y que no tienen satisfechas sus necesidades básicas. Esto es una de las diferencias que establece el cuidado a las teorías morales del liberalismo kantiano. Es común en las principales teorías morales, desde Kant, que las relaciones que la moralidad regula sean aquellas entre iguales. Las relaciones entre individuos que se encuentran en situaciones de poder desigual, tales como padres e hijos, generaciones presentes y generaciones futuras, estados y ciudadanos, médicos y pacientes, sanos y enfermos, estados grandes y pequeños estados, entre otras, han sido puestas al final de la agenda moral y abordadas con una teoría fácil y superficial de
promoción
del débil aparentando así solucionar la situación (Baier, 1995: 55).

Así pues, la ética del cuidado extiende su abanico de destinatarios desde lo cercano hasta lo global, y acentúa su interés por los grupos más desprotegidos.

3.2.2 INDIVIDUOS CONCRETOS

El proceso de cuidar a una persona sólo puede ser óptimo si es singular, porque cada persona humana es un ser único e irrepetible. […] Por todo ello, resulta imposible cuidar en masa o en grupo, porque cada ser humano tiene su propia realidad, su propio mundo y acompañarle en su enfermedad, en su sufrimiento, en su vulnerabilidad actual, es apostar por su singularidad.[…] Tratar con justicia a los seres humanos en situación vulnerable no significa tratarlos a todos por el mismo rasero, sino que significa desarrollar, en su grado sublime, el principio de la justicia distributiva de raíz aristotélica que consiste en dar a cada cual lo que necesita (Torralba, 1998: 326: 326).

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