Filosofía del cuidar (17 page)

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Authors: Irene Comins Mingol

Tags: #Filosofía, Ensayo

En el sector privado la ideología de las esferas separadas devalúa el cuidado y justifica bajos salarios para los trabajadores del cuidado. Sin embargo la organización real del trabajo difiere de esta ideología en muchas formas. El cuidado no es sólo no confinado a la familia en exclusividad sino que además es una gran proporción de la economía, al menos en países como EEUU (Cancian y Oliker, 2000: 88).

Además la ideología de las esferas separadas continúa determinando las oportunidades laborales de mujeres y hombres. Muchas más mujeres que hombres optan por trabajos relacionados con el cuidado, en parte debido a que han aprendido habilidades para el cuidado a medida que han crecido y ven el cuidado como un trabajo femenino que confirma su identidad como y
auténticas
mujeres (Cancian y Oliker, 2000: 88). Pero no sólo optan a estos trabajos las mujeres por razones de socialización y de las expectativas que la sociedad tiene de ellas sino también por sus reducidas oportunidades para acceder a un trabajo mejor pagado, más prestigioso, un trabajo
más masculino
(Cancian y Oliker, 2000: 89).

El trabajo del cuidado además es infravalorado y en el se sitúan las mujeres en situaciones más marginales. Ese es el caso de las mujeres negras que han ocupado por ejemplo en Estados Unidos los puestos en los hogares para la limpieza de la casa y el cuidado de los hijos.

La burocracia en hospitales y otros centros hace que los trabajadores estén más pendientes de los papeles que del cuidado directo. Cuántas veces el médico de cabecera tiene tan poco tiempo para atender a sus pacientes que sólo puede limitarse a rellenar rápidamente una receta.

Uno de las carencias del cuidado que se produce tanto en el sector privado como en los servicios públicos es la falta de cuidado emocional (Cancian y Oliker, 2000: 74). Por tanto debemos partir asumiendo que ni el sector privado ni los servicios públicos pueden satisfacer todas las necesidades de atención y cuidado.

El trabajo de cuidado remunerado incluye una amplia variedad de sectores: en el ámbito público (hospitales, colegios, etc.) y en el sector privado (residencias, guarderías, clínicas, etc.) así como en la economía sumergida (trabajos remunerados en el hogar, como asistente para la limpieza, canguros, cuidado de enfermos o ancianos). La mayoría de estos trabajos son ocupados por mujeres y se caracterizan por bajos sueldos y bajo reconocimiento social. Eso se debe a que no se valora o hay una ceguera sobre la habilidad del cuidado como valiosa en sí misma. Se desconoce el valioso rol terapéutico del cuidado que esos trabajadores representan.

En el cuidado de la salud podemos apreciar dos modelos (Jones, 1998): el paradigma del bienestar y el paradigma del mercado. En los últimos años ha habido una evolución desde los servicios públicos hacia la privatización de los servicios de salud. En los países europeos la construcción del estado del bienestar ofrecía mayor apoyo al cuidado familiar, a diferencia de otros países como Estados Unidos.

El papel del Gobierno como suministrador de cuidado no se reduce sólo al ofrecimiento de servicios sociales gratuitos como hospitales o escuelas. El Gobierno tiene un importante papel para incentivar el cuidado dentro de las familias, creando un marco legal que proteja el derecho de las familias a cuidar de los más pequeños, los ancianos y los enfermos. Pero este marco legal no debería tener como función solamente el incentivar las actividades de cuidado, sino también, evitar el sesgo de género que se produce en este ámbito.

El mero hecho de la existencia de servicios sociales como hospitales, escuelas, o guarderías ya ha supuesto un avance hacia la igualdad de géneros, al ofrecer mayor seguridad económica a las madres en casa y descargando del peso de parte del cuidado a mujeres que trabajan. Pero todavía son pocas las políticas que impliquen activamente a los hombres en el ámbito del cuidado. En Europa hay dos estrategias gubernamentales para mejorar y garantizar el cuidado (Cancian y Oliker, 2000: 120-121): las políticas del
ciudadano que cuida
y las políticas del
ciudadano trabajador que cuida
, algunos países enfatizan una política, otros utilizan ambas. Las políticas del ciudadano que cuida recompensan al suministrador del cuidado con beneficios ciudadanos: por ejemplo, pensiones de jubilación para gente que cuida de niños o ancianos a tiempo completo en casa. Estas políticas reconocen la contribución social de los cuidadores ofreciendo al menos algunos beneficios a los cuidadores. Las políticas del ciudadano trabajador que cuida recompensa a los ciudadanos que combinan el trabajo con el cuidado. Estas políticas incluyen permisos de maternidad, paternidad o de lactancia, entre otras. Sin embargo estas políticas, en su mayoría, refuerzan que el cuidado sea algo femenino y no incentivan a que los hombres también se impliquen en esta responsabilidad.

El desafío está en desarrollar programas gubernamentales que por un lado reconozcan y promuevan el valor del cuidado y por otro garanticen la equidad de género en esta responsabilidad. Las políticas pueden promover tanto el cuidado como la igualdad de género sólo si incitan a los hombres tanto como a las mujeres a asumir la responsabilidad del cuidado.

Las políticas de gobierno sobre el cuidado pueden adoptar varias estrategias para facilitar la equidad de género (Cancian y Oliker, 2000: 128). En primer lugar, la oferta de servicios públicos fuera de la familia es importante para la igualdad de géneros ya que ofrece a las mujeres la posibilidad de entrar en el mundo laboral. Al mismo tiempo, ofrece la oportunidad a las mujeres para aumentar el cuidado emocional como opuesto al físico, que es garantizado por los servicios públicos. En segundo lugar, las leyes y programas del gobierno pueden aumentar el reconocimiento social del valor del cuidado. Por ejemplo ofreciendo permisos maternos en reconocimiento de la contribución social del cuidado materno. Certificando y reconociendo las habilidades necesarias para ejercer el cuidado como profesión, elevando así su
status
laboral. Regulando el sector privado para garantizar la equidad de género en los empleos dedicados al trabajo del cuidado. Finalmente, incitando explícitamente a los hombres a participar de esta responsabilidad. Esto se ha realizado en algunos países del norte de Europa como Suecia o Noruega, donde se han diseñado permisos paternos para incitar a los hombres a participar en el cuidado familiar. Sin embargo, y a pesar de estas políticas los hombres siguen utilizando poco esta opción de participar en el cuidado, porque hace falta además una educación en el cuidado que lo convierta en un valor humano más allá de cualquier diferencia de género.

3.3.2 EL TRABAJO NO REMUNERADO DEL HOMBRE

El género es un factor importante en este punto, por cuanto son las mujeres del mundo quienes cargan con la responsabilidad principal de esas actividades, y con la mayor parte de su peso. Esto tanto en el ámbito del trabajo no remunerado como en el ámbito laboral. Los trabajos relacionados con tareas de atención y cuidado, desde enfermeras o maestras a asistentes del hogar, han estado ocupados principalmente por mujeres.

Desde la investigación para la paz consideramos que las tareas de atención y cuidado deberían ser compartidas por hombres y mujeres.

En los últimos años estamos en un contexto de recuperación de la ternura por parte de los padres, una faceta hasta ahora reservada en exclusiva a las funciones maternales. Pero este fenómeno, tiene lugar en unos pocos países del norte occidental como Estados Unidos, Holanda o Alemania, y a una escala todavía minoritaria. «
El hombre que cambia pañales está cambiando el mundo
, dice el lema no escrito de la “contrarrevolución” masculina» (Fresneda, 1999: 36). En Estados Unidos existe desde hace poco un movimiento llamado
Padres en Casa
que reúne un colectivo de hombres que comparten su dedicación a las tareas del hogar y han decidido compartir sus experiencias y reivindicar sus derechos. Anualmente realizan convenciones nacionales y han creado su propia revista (
At Home Dad
). Se trata de padres que deciden dejar su trabajo y ocuparse de la crianza de los hijos y las tareas del hogar desafiando los roles tradicionales (Fresneda, 1999). Bob Frank principal promotor del movimiento
Padres en Casa
afirma que «los hijos de padres en casa crecen ajenos a los estereotipos tradicionales y son el embrión de las futuras familias igualitarias, en las que los hombres y las mujeres deberán repartirse equitativamente las responsabilidades laborales y domésticas» (Fresneda, 1999: 38).

Algunos sociólogos están constatando un cambio de tendencia en la actitud de los hombres en la familia (Flaquer, 1998; 1999).

Un número creciente de hombres, […] se plantea conciliar las satisfacciones emocionales, el descanso, la creatividad y la necesidad de producir. El contacto con niños pequeños, y también con los mayores, lo perciben como una fuente de gratificaciones que les resulta apreciable, y lo consideran como parte del patrimonio emocional que corresponde a todos y al cual no desean renunciar (Bayo-Borràs, 1999: 16).

Carol Gilligan ya lo señalaba en su obra principal:

El descubrimiento que hoy están celebrando los hombres en mitad de la vida, de la importancia de la intimidad, las relaciones y el cuidado es algo que las mujeres han sabido desde el principio. Sin embargo, como tal conocimiento en las mujeres fue considerado “intuitivo” o “instintivo”, como una función de la anatomía unida al destino, los psicólogos han descuidado describir su desarrollo (Gilligan, 1986: 39).

Es un paso adelante en una larga lista de pasos. Un paso importante desde las reivindicaciones feministas y también desde el interés por la construcción de un mundo más pacífico. «Si tanto el padre como la madre desarrollaran tareas de cuidado, la contradicción cuidar la vida-destruirla se haría extensiva a los hombres, lo que supondría un revulsivo para ellos y un paso atrás en su autoidentificación con las instituciones de violencia» (Magallón Portolés, 1996: 92). Las tareas de atención y cuidado de la vida hacen que la violencia y la destrucción de la vida parezcan más aborrecibles. Sara Ruddick (Ruddick, 1989) es quien mejor ha analizado este fenómeno. Ruddick argumenta que la práctica de la crianza
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provoca la aparición y desarrollo de determinados valores morales, capacidades cognitivas y habilidades emocionales. Según Ruddick el pensamiento materno no es sólo relevante para la esfera privada de la familia y el hogar sino también para la esfera pública. La importancia política del pensamiento materno es su capacidad para producir un punto de vista arraigado y visionario desde el que criticar la destructividad de la guerra y empezar a inventar la paz (Ruddick, 1989). Así, el
pensamiento materno
y sus prácticas son fuentes importantes para desarrollar políticas de paz. Por eso los hombres deberían ser también suministradores de cuidado y ejercer ese pensamiento materno. No sólo para que se reparta más equitativamente las tareas de cuidado sino también porque la práctica del cuidado, especialmente la dirigida a la crianza de los hijos, desarrolla en el cuidador una serie de actitudes y habilidades que generan valores de paz y aprecio a la vida y de rechazo a la muerte. Según Ruddick estos valores no deberían restringirse a la crianza sino que deberían ser aplicados también a temas de política pública.

El modelo de padre desconectado de la crianza y ausente ya no es ni un modelo a seguir ni la realidad que viven buena parte de los padres de hoy en día. La implicación de los padres con la crianza está generando nuevas vivencias de la paternidad, la imagen del padre que disfruta de la relación íntima y afectiva con sus hijos se corresponde con una realidad nueva y ausente en los referentes masculinos de las generaciones anteriores (Puertas y Puertas, 1999: 91). Pero, lamentablemente, este fenómeno todavía no está suficientemente extendido y como algunos autores son señalan a veces el desequilibrio en la sociedad no sólo no disminuye sino que la desigualdad se consolida como si de un paso atrás se tratara, por ello no podemos decaer en nuestro compromiso por coeducarnos en una sociedad más justa y felicitante en la práctica del cuidar. Por ejemplo hoy en Cataluña en un 72% de los casos el trabajo de cuidado recae en las mujeres, sólo en el 9,7% de las familias lo comparten al 50% y en un 18% se externaliza, es decir, se paga a una persona para que lo haga (Solsona i Pairó, 2008: 217).

¿Por qué muchos padres, a medida que pasa el tiempo desde la separación, van perdiendo gradualmente el interés en sus hijos, dejan de pagar su pensión y de cumplir con las visitas establecidas? Ello podría deberse al hecho de que muchos hombres no aciertan a concebir la paternidad y el matrimonio como algo disociable: para ellos forma parte de un mismo trato (Flaquer, 1999: 85).

El marido se encarga de la manutención y la mujer tiene bajo su cuidado la esfera doméstica. Mientras ello siga así va a resultar difícil que, en caso de divorcio, los padres que antes dejaban la educación de sus hijos en manos de sus esposas pasen a ejercer una paternidad novedosa y responsable (Flaquer, 1999: 87).

Una de las tareas pendientes es encontrar un nuevo encaje del hombre dentro de la vida del hogar donde su papel, aunque creciente, no pasa de ser en la actualidad el de mero colaborador o ayudante de una mujer que todavía sigue arrogándose la responsabilidad de la organización familiar. Digo arrogar porque la situación actual es compleja. Si bien es cierto que la mayoría de los varones no muestran mucho entusiasmo en participar en el trabajo doméstico, también lo es que muchas mujeres se resisten a abandonar la titularidad de un espacio donde antes tenían competencias exclusivas y que configuraba a grandes rasgos los parámetros esenciales de la identidad femenina (Flaquer, 1999: 112).

Según Chodorow un elemento importante, si no decisivo para la liberación de la mujer es, más allá de su incorporación al mundo laboral, la incorporación del hombre a la co-responsabilidad paternal. «La división sexual del trabajo y la responsabilidad de las mujeres en el cuidado infantil están ligadas y generan el dominio masculino» (Chodorow, 1984: 312). De ahí la necesidad de compartir esta tarea, ya que «la organización social parental produce desigualdad sexual y no solamente diferenciación de roles» (Chodorow, 1984: 312). Según Nancy Chodorow cualquier intento de reformular los roles de género entre hombres y mujeres implica una nueva reorganización de la actividad parental, de tal forma que ésta sea compartida.

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