Fragmentos de una enseñanza desconocida (51 page)

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Authors: P. D. Ouspensky

Tags: #Autoayuda, #Esoterismo, #Psicología

"En primer lugar, deben ustedes comprender que se debe tener cierta preparación, cierto bagaje. Es necesario saber en general todo lo que es posible saber
por los medios ordinarios
sobre la idea de esoterismo, sobre la idea del conocimiento escondido, sobre las posibilidades de una evolución interior del hombre, y así sucesivamente. Quiero decir que tales ideas no deben correr el riesgo de parecer algo enteramente nuevo. De otro modo seria difícil hablar. También puede ser bueno haber recibido una formación científica y filosófica. Puede ser útil también un conocimiento religioso bien basado. Pero el que se apega a una forma religiosa particular sin comprender su esencia, encontrará grandes dificultades. En general, cuando un hombre no sabe casi nada, cuando ha leído poco y pensado poco, es difícil hablar con él. Sin embargo, si tiene una buena esencia hay otro camino para él —se puede prescindir de toda conversación; pero en este caso, él debe ser obediente, deberá renunciar a su propia voluntad. En todo caso, de una manera u otra, tendrá que llegar a ello, pues esto es una regla general que vale para todos. Para acercarse a esta enseñanza en forma seria, es necesario haber estado anteriormente
desilusionado,
es necesario haber perdido toda confianza, ante todo en sí mismo, es decir en sus propias posibilidades, y por otra parte en todos los caminos conocidos. Un hombre no puede sentir lo más valioso de nuestras ideas, si no ha sido desilusionado por todo lo que hacía y todo lo que buscaba. Si era un hombre de ciencia, es necesario que la ciencia lo haya desilusionado. Si era devoto, es necesario que la religión lo haya desilusionado. Si era político, es necesario que la política lo haya desilusionado. Si era filósofo, es necesario que la filosofía lo haya desilusionado. Si era teósofo, es necesario que la teosofía lo haya desilusionado. Si era ocultista, es necesario que el ocultismo lo haya desilusionado. Y así sucesivamente. Pero comprendan bien: digo, por ejemplo, que un devoto debe haber sido desilusionado por la religión. Esto no quiere decir que deba haber perdido la fe. Por el contrario. Esto significa que debía estar «desilusionado»
solamente de la enseñanza religiosa ordinaria y de sus métodos
. Entonces comprende que la religión, tal como nos es dada ordinariamente, no basta para alimentar su fe, y no lo puede llevar a ninguna parte.

"Con excepción naturalmente de las religiones degeneradas de los salvajes, de las religiones inventadas y de algunas sectas de nuestra época moderna, todas las religiones comportan dos partes en sus enseñanzas: una visible y la otra escondida. Estar desilusionado de la religión significa estar desilusionado de su parte visible y sentir la necesidad de hallar su parte escondida o desconocida. Estar desilusionado de la ciencia no significa que uno haya tenido que perder todo interés por el conocimiento. Significa haber llegado a la convicción de que los métodos científicos usuales no sólo son inútiles sino nefastos, pues no pueden llevar sino a la construcción de teorías absurdas o contradictorias. Y es necesario entonces buscar otros caminos. Estar desilusionado de la filosofía, significa haber comprendido que la filosofía ordinaria es simplemente —como dice el proverbio ruso— «verter la nada en el vacío», por lo tanto lo contrario de una verdadera filosofía, pues es cierto que puede y que debe haber también una verdadera filosofía. Estar desilusionado del ocultismo no significa haber perdido la fe en lo milagroso, es solamente haberse convencido que el ocultismo ordinario y aun el ocultismo «sabio», bajo cualquier nombre que se presente, no es sino charlatanería y engaño. En otros términos, no es haber renunciado a la idea de que
algo
existe en
alguna parte,
sino haber comprendido que todo lo que el hombre conoce actualmente, o es capaz de aprender por los caminos habituales, no es en absoluto lo que le hace falta.

"Poco importa lo que haga un hombre o lo que le interesaba antes. Es a partir del momento en que llegue a desilusionarse de los caminos accesibles, que vale la pena hablarle de nuestras ideas, porque sólo entonces puede venir al trabajo. Pero si persiste en creer que al seguir su rutina, o al explorar otros caminos —pues aún no los ha explorado todos— puede por sí mismo encontrar o hacer cualquier cosa; esto significa que todavía no está listo. No digo que deba arrojar por la borda todo lo que estaba acostumbrado a hacer antes. Eso sería totalmente inútil. No, a menudo hasta es preferible que continúe viviendo como de costumbre. Pero ahora debe darse cuenta de que no se trataba sino de una profesión, o de un hábito, o de una necesidad. De aquí en adelante la cuestión cambia: ya no podrá «identificarse».

"No hay sino una cosa incompatible con el trabajo y es el ocultismo profesional, dicho de otra manera: la charlatanería. Todos estos espiritistas, curanderos, todos estos clarividentes y otros, y aun la mayoría de los que los siguen, no tienen ningún valor para nosotros. Deben ustedes recordarlo siempre. Cuídense de no decirles demasiado, porque se servirán de todo lo que aprendan de ustedes para continuar burlando a pobres ingenuos.

"Hay todavía otras categorías de personas que no son mejores. Hablaremos de ellas más tarde. Entre tanto recuerden solamente estos dos puntos: no basta que un hombre se haya desilusionado de los caminos habituales, también es necesario que sea capaz de conservar o de aceptar la idea de que puede haber algo —en alguna parte. Si pueden descubrir tal hombre, él podrá discernir en sus palabras, por torpes que sean, un sabor de verdad. Pero si hablan con otras clases de personas, todo lo que ustedes les digan les sonará como absurdo, y hasta no los escucharán seriamente. No vale la pena que pierdan su tiempo con ellos. Esta enseñanza es para los que ya han buscado y se han
quemado.
Los que no han buscado, o no están buscando en la actualidad, no tienen necesidad de ella. Los que todavía no se han quemado, tampoco la necesitan.

—Pero no es de eso de lo que habla la gente, dijo uno de nuestros compañeros. Ellos preguntan: ¿Admiten ustedes la existencia del éter? ¿Cómo conciben el problema de la evolución? ¿Por qué no creen en el progreso? ¿Por qué no reconocen que la vida se puede y se debe organizar sobre la base de la justicia y del bien común? y otras pamplinas de este tipo.

—Todas las preguntas son buenas, contestó G., y ustedes pueden partir de cualquiera
con tal que sea sincera
. Compréndanme: cualquier pregunta sobre el éter o el progreso o el bien común puede ser planteada por alguien, simplemente por decir algo, para repetir lo que ha dicho otro, o lo que ha leído en un libro —o bien la puede plantear porque es una pregunta que le duele. Si es una pregunta que le duele, ustedes pueden darle una respuesta y llevarlo a la enseñanza a través de ella, a partir de todo lo que pregunte. Pero es indispensable que su pedido, su pregunta, le duela."

Nuestras conversaciones sobre las personas que podrían interesarse en la enseñanza y venir al trabajo, ineludiblemente nos hicieron evaluar a nuestros amigos desde un nuevo punto de vista. Todos sufrimos amargas decepciones a este respecto. Aún antes que G. nos hubiera encargado formalmente de
hablar,
demás está decir que de una forma u otra, todos habíamos tratado de convencer a nuestros amigos, por lo menos a aquellos con quienes nos encontrábamos más a menudo. En la mayoría de los casos nuestro entusiasmo había recibido una glacial acogida. No nos comprendían. Ideas que nos parecían primordiales y nuevas les parecían completamente caducas, aburridas, desesperantes, o aun repugnantes. Esto nos dejaba estupefactos. No salíamos de nuestro asombro al constatar que fuese posible que personas que habían sido íntimas nuestras, con quienes poco antes habíamos podido hablar de todo lo que nos preocupaba y en las cuales habíamos encontrado un eco, ahora no vieran lo que nosotros veíamos, y que hasta vieran exactamente lo contrario. Debo decir que esta experiencia fue muy extraña para mí, aun dolorosa. Quiero hablar de la absoluta imposibilidad de hacerse comprender. Naturalmente, en la vida ordinaria, en el terreno de los problemas corrientes, estamos acostumbrados a ello; sabemos que las personas que nos son básicamente hostiles, o que por su mente estrecha son incapaces de pensar, pueden comprender al revés, falsear, desnaturalizar todo lo que decimos y atribuirnos pensamientos que nunca hemos tenido, palabras que nunca hemos pronunciado. Pero ahora producía en nosotros una impresión desalentadora, el ver que los que acostumbrábamos a considerar como
de los nuestros,
con quienes por lo general pasábamos mucho tiempo, y que no hacía mucho nos habían parecido capaces de comprendernos mejor que nadie, eran como los demás. Por supuesto que estos casos eran la excepción; la mayoría de nuestros amigos permanecían indiferentes, y todas nuestras tentativas para "contagiarles" nuestro interés por la enseñanza de G. no conducían a nada. Algunas veces, hasta tenían una muy curiosa impresión de nosotros. Como no tardamos en darnos cuenta, generalmente nuestros amigos consideraban que nos habíamos vuelto peores. Nos encontraban mucho menos interesantes que en otros tiempos. Nos decían que nos habíamos vuelto insípidos e incoloros, que habíamos perdido nuestra espontaneidad y nuestra sensibilidad siempre alerta, que estábamos convirtiéndonos en máquinas, perdiendo nuestra originalidad, nuestra capacidad de vibrar, en fin, que no hacíamos sino repetir como loros todo lo que le habíamos oído a G.

G. se rió mucho cuando le contamos todo esto. —Esperen, nos dijo, lo peor todavía no ha llegado. Dense cuenta que han dejado de mentir, o en todo caso que no mienten tan bien como antes; ya no pueden mentir de una manera tan interesante. ¡El que miente bien es un hombre interesante! Pero a ustedes ya les da vergüenza mentir. Ahora están algunas veces en condiciones de confesarse a sí mismos que ignoran ciertas cosas, y ya no pueden hablar como si lo comprendieran todo. Esto vuelve a significar que se han tornado menos interesantes, menos originales y menos
sensibles,
como ellos dicen. De esta manera pueden ver qué clase de gente son sus amigos. Hoy, se entristecen por ustedes y desde su punto de vista tienen razón: ustedes ya han comenzado a
morir
—(acentuó esta palabra). El camino que conduce a la muerte total es todavía largo, sin embargo ustedes ya se han despojado de cierta capa de tontería. Ya no pueden mentirse a sí mismos con tanta sinceridad como antes. Ahora tienen el sabor de la verdad.

—¿Por qué, entonces, algunas veces me parece que no comprendo absolutamente nada? preguntó uno de nosotros. Antes acostumbraba a pensar que sin embargo había ciertas cosas que comprendía, pero en la actualidad ya no comprendo absolutamente nada.

—Esto significa que usted está en el camino de la comprensión, dijo G. Cuando no comprendía nada, creía comprenderlo todo, o por lo menos estaba seguro de tener la facultad de comprenderlo todo. Ahora que ha comenzado a comprender, siente que no comprende. Esto se debe a que usted ha adquirido el
sabor de la comprensión.
Antes le era totalmente desconocido. Hoy usted experimenta el sabor de la comprensión como una falta de comprensión."

A menudo entre nosotros volvíamos a tratar sobre la impresión que causábamos a nuestros amigos, y sobre la que ellos nos daban. Habíamos comenzado a ver que estas ideas, mas que cualquier otra cosa, podían unir a la gente o separarlas.

Un día hubo una muy larga y muy interesante conversación sobre los
tipos.
Con numerosas adiciones, G. volvió a todo lo que ya había dicho sobre este tema; y especialmente le agregó indicaciones para el trabajo personal.

—Probablemente cada uno de ustedes ha encontrado en su vida personas del mismo tipo. Estas personas a menudo tienen el mismo aspecto exterior y sus reacciones interiores son también las mismas. Lo que a una le gusta, igualmente le gusta a la otra, y detestan las mismas cosas. Recuerden estos encuentros y las observaciones que hicieron, porque es imposible estudiar la
ciencia de los tipos
si uno no se encuentra con los tipos. No hay ningún otro método. Todo el resto es imaginario. Pero en las condiciones actuales de su vida, ustedes deben comprender que no pueden encontrar más de seis o siete tipos de hombres. aunque en realidad hay un número mayor. Los otros tipos que pueden encontrar no son sino las diversas combinaciones de estos tipos fundamentales.

—¿Cuántos tipos fundamentales hay en total? preguntó uno de nosotros.

—Algunos dicen que doce, respondió G. Según la leyenda, los doce apóstoles representan los doce tipos. Pero otros dicen que hay más."

Se detuvo por un instante.

—¿Podemos conocer estos doce tipos, es decir, sus definiciones y características?

—Esperaba esta pregunta, dijo G. Nunca me ha sucedido que hable de los tipos sin que alguna persona inteligente me haga esta pregunta. ¿Cómo es que no comprenden que si se pudiera explicar, hace ya mucho tiempo que se hubiera hecho? Pero la dificultad está en que no se pueden definir en el lenguaje ordinario ni los tipos ni sus diferencias, y ustedes todavía están lejos de conocer el lenguaje en que esto sería posible. Sucede exactamente lo mismo que con las «cuarenta y ocho leyes»; hay siempre alguien que me pregunta por qué no se pueden conocer estas cuarenta y ocho leyes. ¡Como si esto fuese posible! Comprendan que se les da todo lo que se les puede dar. ¡Con esta ayuda, de ustedes depende el resto! Pero yo sé que pierdo mi tiempo al decirles esto. Ustedes todavía no me comprenden, y pasará tiempo antes de que puedan hacerlo. Piensen en la diferencia entre saber y ser. Se necesita un cambio de ser para comprender ciertas cosas."

Alguien dijo:

—Pero si no hay más de siete tipos alrededor de nosotros, ¿por qué no podemos conocerlos, es decir, saber en qué consiste su principal diferencia, para poder distinguirlos uno de otro cuando los encontremos y reconocer a cada uno de ellos?

—Deben comenzar por ustedes mismos y por las observaciones de las cuales ya les he hablado, respondió G. En cualquier otro caso se trataría de un conocimiento inutilizable por ustedes. Algunos de ustedes se imaginan que pueden ver los tipos, pero de ningún modo son tipos lo que ven. Para ver los tipos, primero es necesario conocer su propio tipo. Este debe ser el punto de partida. Y para conocer su propio tipo, hay que haber sabido llevar a cabo el estudio de su propia vida, de toda su vida desde el comienzo. Hay que saber por qué y cómo han sucedido las cosas. Les voy a dar una tarea. Será a la vez una tarea general y una tarea individual. Que cada uno de ustedes cuente su vida, en el grupo. Que lo diga todo, sin adornos y sin omisiones. Acentúen lo principal, lo esencial, pasando por alto los detalles accesorios. Deben ser sinceros y no temer que los otros reciban mal lo que ustedes digan, porque cada uno de ustedes se encontrará en la misma situación. ¡Que cada uno se desenmascare, que se muestre tal cual es! Así comprenderán una vez más por qué nada debe traslucirse fuera del grupo. Nadie osaría hablar jamás. si pensara o si supusiera que sus palabras pudieran repetirse afuera. Debe estar pues firmemente convencido de que no se repetirá nada. Entonces podrá hablar sin miedo, sabiendo que los otros tendrán que hacer lo mismo que él."

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