Fragmentos de una enseñanza desconocida (55 page)

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Authors: P. D. Ouspensky

Tags: #Autoayuda, #Esoterismo, #Psicología

—¿Por qué dice él eso? preguntó G., mirando alternativamente a Z. y al doctor S. ¿Le he preguntado algo?"

En seguida me planteó otra pregunta, aún más apremiante, en la misma forma. Y le respondí por segunda vez en voz alta. Z. y S. estaban visiblemente asombrados —especialmente Z. Esta conversación, si se puede llamar conversación, continuó de esta manera por lo menos durante una media hora. G. me planteaba preguntas silenciosas y yo le contestaba en voz alta. Estaba muy agitado por lo que me decía, por las preguntas que me planteaba, y que no puedo transmitir aquí. Se trataba de ciertas condiciones que yo debería aceptar —o de lo contrario, tendría que
abandonar el trabajo.
G. me dio un mes de plazo. Rehusé ese plazo y le dije que estaba listo para hacer de inmediato todo lo que me pidiese, por difícil que fuera. Mas él insistió en el plazo de un mes.

Al fin, se levantó y salimos a la terraza. Al otro lado de la casa había otra terraza, más grande, donde se encontraban reunidos nuestros amigos.

Lo que sucedió luego llegó a ser lo más importante; sin embargo, no podré hablar de ello sino muy poco. G. conversaba con Z. y S. De repente, dijo algo de mi que no pude soportar; salté de la silla y fui al jardín. Luego, entré en el bosque. Caminé durante largo tiempo en la oscuridad, completamente dominado por pensamientos y sentimientos extraordinarios. A veces, me parecía haber hallado algo; en otros momentos lo había perdido de nuevo.

Así fue durante una o dos horas. Finalmente, cuando mis contradicciones y mis torbellinos interiores llegaron al colmo, me cruzó por la mente un pensamiento como un relámpago, aportándome una comprensión justa de todo lo que G. me había dicho y de mi propia posición. Vi que G. tenía razón: todo lo que yo consideraba en mí como sólido y digno de confianza, en realidad no existía. Pero había hallado algo diferente. Sabía que G. no me creería, y que se reiría en mi cara si se lo dijese. Sin embargo, para mí esto era indudable, y lo que sucedió después me mostró que no me había equivocado.

Me había detenido para fumar en un lugar despejado, donde me quedé sentado largo tiempo. Cuando regresé a la casa, la noche ya estaba muy avanzada; no había nadie en la pequeña terraza. Pensando que todo el mundo se había acostado, entré en mi cuarto y me acosté también. De hecho, G. y los otros estaban cenando en la terraza grande. Poco después de acostarme, nuevamente se apoderó de mí una excitación extraña, el pulso empezó a latir con fuerza, y otra vez oí la voz de G. en mi pecho. Pero esta vez no me contenté con oírlo, le
respondí mentalmente
, y G. me oyó, y me contestó. Había en esto algo muy extraño. Traté de encontrar lo que pudiera confirmarme la realidad de esta conversación, pero fue en vano. Después de todo, quizá era "imaginación" o un soñar despierto. También traté de preguntarle a G. algo concreto que no dejase ninguna duda sobre la realidad de nuestra conversación, o del hecho de que él estuviese participando, mas no pude inventar nada que tuviera suficiente peso, A ciertas preguntas que yo le hacía y a las cuales él respondía, yo mismo hubiera podido contestarlas igualmente bien. Aun tenía la impresión de que él evitaba las respuestas concretas que podrían servir más tarde de "pruebas", y que, a una o dos de mis preguntas, intencionalmente no daba sino respuestas vagas. Pero para mi
el sentimiento de que ésta era una conversación
era muy fuerte y completamente nueva e incomparable.

Después de un largo silencio, G. me hizo una pregunta que me puso inmediatamente en estado de alerta; después de lo cual, se detuvo como si esperase una contestación.

Lo que me había dicho había detenido de golpe todos mis pensamientos y todos mis sentimientos. No tenía miedo, al menos no se trataba de un miedo consciente, como cuando uno sabe que está asustado; pero temblaban todos mis miembros, y estaba literalmente paralizado, a tal punto que no podía articular ni una sola palabra, aunque hice terribles esfuerzos por dar una respuesta afirmativa.

Sentí que G. esperaba, y que no esperaría mucho tiempo.

—Bueno, usted está fatigado ahora, me dijo al fin. Quedémonos en esto hasta la próxima vez."

Comencé a decir algo, creo que le pedí que esperara todavía, que me diera un poco más de tiempo para acostumbrarme a este pensamiento.

—En otra ocasión, dijo su voz; duerma."

Y la voz se calló. No pude dormirme por largo tiempo. Por la mañana, cuando salí a la pequeña terraza donde nos habíamos reunido la noche anterior, G. estaba sentado en el jardín, a unos veinte metros de allí, cerca de una mesita redonda; tres de nuestros amigos estaban con él.

Cuando me acerqué a ellos, G. dijo:

—Pregúntenle lo que sucedió anoche.

Por alguna razón, esto me irritó. Di media vuelta y me dirigí hacia la terraza. En el momento de alcanzarla, oí de nuevo la voz de G. en mi pecho: ¡Alto!

Me detuve y me volví hacia él. Se sonreía.

—¿Para dónde va? Venga a sentarse acá, dijo en su voz ordinaria.

Me senté a su lado, pero no podía hablar, y no tenía el menor deseo de hacerlo. Al mismo tiempo, sentía una lucidez mental extraordinaria, y decidí tratar de concentrarme sobre ciertos problemas que me parecían especialmente difíciles. Me vino la idea de que en este estado no habitual, podía tal vez hallar respuestas a los problemas que no sabía resolver por los métodos usuales.

Me puse a pensar en la primera tríada del "rayo de creación", en las tres fuerzas que constituyen una sola fuerza. ¿Cuál era su sentido? ¿Era definible? ¿Podíamos comprender este sentido? Una respuesta comenzaba a esbozarse en mi cabeza, pero en el mismo instante en que traté de expresarla en palabras, todo desapareció.

Voluntad, conciencia... pero ¿cuál era el
tercer
término? me preguntaba. Me parecía que si lo pudiera nombrar, comprendería inmediatamente todo el resto.

—Deje eso, dijo G. en voz alta.

Volví los ojos hacia él. Me miraba.

—Eso todavía está muy lejos, dijo. Usted no puede hallar la respuesta ahora. Piense más bien en usted mismo, en su trabajo."

Los que estaban sentados a nuestro lado nos miraban perplejos. G. había respondido a mis pensamientos.

Después de esto comenzó una experiencia muy extraña que se prolongó durante los tres días que estuvimos en Finlandia. Durante estos días —en los cuales tuvimos numerosas conversaciones sobre temas variados— estuve constantemente en un estado emocional desacostumbrado, que algunas veces me parecía abrumador.

—¿Cómo liberarme de este estado? le pregunté a G. Ya no puedo soportarlo.

—¿Prefiere dormir? dijo.

—Por cierto que no.

—Entonces ¿qué es lo que me pide? Tiene lo que quería.

Utilícelo.
¡Ahora ya no duerme!"

No creo que esto fuera absolutamente cierto. Sin duda alguna, en ciertos momentos "dormía".

Muchas palabras que pronunció entonces han debido sorprender a los que eran mis compañeros en esta extraña aventura. Yo mismo estaba sorprendido por mil cosas que notaba en mí. Ciertas de ellas se parecían al sueño, otras no tenían ninguna relación con la realidad. Seguramente inventé muchas de ellas. Más tarde, experimenté una verdadera sorpresa al recordar todo lo que yo había dicho.

Finalmente regresamos a San Petersburgo. G. tenia que partir para Moscú y fuimos directamente de la estación de Finlandia a la estación Nikolaevsky.

Muchos de nosotros habíamos venido al andén para despedirnos de él. Él partió.

Pero yo estaba lejos de haber terminado con lo "milagroso".

Esa noche hubo otra vez fenómenos nuevos y no menos insólitos: "conversé" con G.
al mismo tiempo que lo veía
en el compartimiento del tren que lo llevaba a Moscú.

Repetidas veces durante el período extraordinario que siguió, y que duró unas tres semanas, vi a "los dormidos".

Pero sobre esto tengo que dar algunas explicaciones.

Dos o tres días después de la partida de G., yo caminaba por la calle Troitsky; de repente vi que el hombre que venía hacia mi estaba
dormido.
No podía haber la menor duda. Aunque sus ojos estaban abiertos, andaba manifiestamente sumergido en sus sueños, que le corrían por la cara como nubes. Me sorprendí pensando que si pudiera mirarlo durante bastante tiempo, vería sus sueños, es decir, comprendería lo que él veía en sus sueños. Mas el hombre pasó. Después vino otro, igualmente dormido. Un cochero dormido pasó con dos clientes dormidos. Y de repente me vi en la situación del príncipe de la "Bella Durmiente". Todo el mundo a mi alrededor estaba dormido. Era una sensación precisa que no dejaba lugar a duda alguna. Entonces comprendí que podemos ver,
ver con nuestros ojos,
todo un mundo que no vemos habitualmente. Esas sensaciones duraban varios minutos. Al día siguiente se repitieron —muy débilmente. Pero luego hice el descubrimiento de que
al tratar de recordarme a mi mismo,
podía intensificarlas y prolongarlas por tanto tiempo como tuviera energía para no permitir que lo que me rodeaba acaparase mi atención. En el momento en que ésta se dejaba distraer, cesaba de ver a los "dormidos". Porque evidentemente yo mismo me había hundido en el sueño. No hablé de estas experiencias sino a un pequeño número de nuestros amigos; dos de ellos experimentaban sensaciones análogas cuando trataban de recordarse a sí mismos.

Luego todo volvió a lo normal.

No llegué a darme cuenta exactamente de lo que había pasado. Todo se había revuelto en mí —y es evidente que, en todo lo que dije o pensé durante esas tres semanas, había una gran dosis de fantasía.

Sin embargo, me había visto —había visto en mí cosas que nunca había visto antes. Esto era cierto. Y aunque luego volví a ser el mismo hombre, no podía dejar de
saber
que eso había existido y no podía olvidarme de nada.

Hasta comprendí con absoluta claridad una verdad importante, a saber: que en nuestro estado ordinario de conciencia no se puede observar ni estudiar tal como se estudian los fenómenos físicos por
medios ordinarios,
ninguno de los fenómenos de orden superior —llamados a veces "metafísicos"— es decir que trascienden la categoría de los hechos ordinarios observables cada día. Es un absurdo completo pensar que se pueden estudiar fenómenos tales como "telepatía", "clarividencia", "previsión del futuro", "fenómenos de médium", etc., de la misma manera que se estudia la electricidad, los fenómenos meteorológicos o químicos. En los fenómenos de orden superior hay algo que requiere un estado emocional particular
para observarlos y estudiarlos
. Esto excluye toda posibilidad de experimentos o de observaciones "científicamente conducidos".

Ya había llegado a las mismas conclusiones después de los experimentos que describí en el
Nuevo Modelo del Universo
en el capítulo "Misticismo experimental", pero ahora comprendía por qué esto era una absoluta imposibilidad.

La segunda conclusión interesante a que llegué es mucho más difícil de formular.

Se trata de cierto viraje en mis maneras de ver y de definirme a mí mismo, mis metas, mis deseos y mis aspiraciones. En ese momento, estaba lejos de poder apreciar toda su importancia.

Pero más tarde reconocí claramente que databan de esa época los cambios precisos que intervinieron en mis ideas sobre mí mismo, sobre los que me rodeaban, y más aún sobre lo que me contentaré con llamar, sin mayor precisión, los "métodos de acción". Describir esos cambios me parece casi imposible. Solamente diré que no tenían ninguna relación con todo lo que
había sido dicho
en Finlandia, sino que venían directamente de las emociones que había experimentado allí. Lo que noté en primer lugar fue el debilitamiento en mí de ese individualismo extremo que hasta esa fecha había sido el rasgo fundamental de mi actitud frente a la vida. Comencé a acercarme a las personas, y a sentir más lo que tenía en común con ellas. En segundo lugar, en una parte muy profunda en mí, llegué a comprender el principio esotérico de la imposibilidad de la violencia, es decir de la inutilidad de los medios violentos para lograr cualquier cosa. Vi con perfecta claridad, y desde entonces nunca llegaría a perder este sentimiento, de que los medios violentos o los métodos de fuerza,
en cualquiera que fuese el dominio
, infaliblemente tienen que producir resultados negativos, es decir, opuestos a los mismos fines para los cuales se aplican. A lo que llegué era a algo que se parecía a la no-resistencia de Tolstoy, pero no era completamente igual, porque llegué a la misma conclusión, no desde un punto de vista ético sino práctico; no llegué desde el punto de vista del
bien
o del
mal,
sino desde el punto de vista de lo que es más beneficioso o más eficaz.

G. regresó a San Petersburgo al comienzo de septiembre. Traté entonces de preguntarle sobre lo que había pasado de hecho en Finlandia; ¿me había dicho realmente una cosa espantosa? ¿y por qué había estado yo espantado?

—Si tal fue el caso, quiere decir que usted no estaba preparado, respondió G.

No me dio ninguna otra explicación.

Durante esta visita de G., el centro de gravedad de nuestras conversaciones fue el "rasgo principal" o el "defecto principal" de cada uno de nosotros. Al definir nuestros rasgos, G. se mostraba pleno de ingenio. En aquella ocasión me di cuenta de que era casi imposible definir el rasgo principal de ciertas personas. En efecto, puede estar tan bien escondido detrás de diversas manifestaciones convencionales, que sea imposible descubrirlo. Por lo tanto, un hombre puede considerarse a
sí mismo como
su rasgo principal —así como yo puedo llamar mi rasgo principal: "Ouspensky", o como G. siempre decía: "Piotr Demianovich". Aquí no puede haber errores, dado que el "Piotr Demianovich" de cada persona se forma, por así decirlo, "alrededor de su rasgo principal".

Cuando uno de nosotros no estaba de acuerdo con la definición que G. había dado de su rasgo principal, G. siempre decía que el simple hecho de este desacuerdo era suficiente para probar que él tenía razón.

—No, yo no me reconozco en eso, dijo uno de nosotros. Eso de que estoy seguro que es mi rasgo principal es mucho peor. Pero estoy de acuerdo en que los otros me pueden ver como usted me ha descrito.

—Usted no sabe nada acerca de sí mismo, le dijo G. Si se conociera mejor, no tendría ese rasgo. Por cierto, la gente lo ve como lo he dicho. Pero usted no se ve como ellos lo ven. Si acepta lo que he señalado como su rasgo principal, comprenderá cómo lo ve la gente. Y si encuentra un medio para luchar contra ese rasgo y destruirlo, es decir, destruir su
manifestación involuntaria
—G. acentuó estas palabras— ya no produciría en la gente la impresión habitual sino la que usted quisiera."

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