Frío como el acero (18 page)

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Authors: David Baldacci

Tags: #Intriga, Policíaca

—¿Cómo sabes que se casaron?

—Rectifico. Creemos que se casaron. Nos basamos en hechos descubiertos entonces. Circunstanciales en gran medida, pero, analizados de forma conjunta, apuntan a que acabaron en el altar.

—¿Y él se suicidó?

—Eso dice el expediente, sí. Creo que fue por un sentimiento de culpabilidad porque su conducta había perjudicado a su país y también por el hecho de que íbamos por él.

—Pero antes has dicho «lo pillamos». Así pues, ¿lo matamos nosotros y el suicidio fue una fachada? ¿O de verdad se suicidó?

—No importa si fuimos nosotros o se mató él; en todo caso habría sido ejecutado por traición. —Por el tono de Gray quedaba claro que no pensaba añadir nada más sobre ese punto, ni siquiera al director de la CIA.

—He mirado el expediente. Parece que hay algunas lagunas.

—Por aquel entonces no teníamos ordenadores fiables. Y es sabido que los archivos en papel de esa época están incompletos —repuso Gray.

Al parecer, el director se dio por vencido. Años atrás había estado a las órdenes de Gray y no era ni de lejos tan astuto como él y lo sabía.

—De acuerdo, Carter. ¿Y has advertido al senador Simpson?

—Por supuesto. Está bien preparado.

—¿Alguien más?

—Había otro hombre que formaba parte del equipo, un tal John Carr, pero hace tiempo que murió.

Dieron por concluido el encuentro. Astuto, Gray no había dicho toda la verdad, considerando que eso era lo más recomendable porque, de todos modos, nadie quería saber toda la verdad. El país tenía demasiados problemas en la actualidad como para preocuparse de qué le había ocurrido realmente a un hombre recordado tan sólo como traidor hacía más de treinta años.

Personalmente, Gray odiaba lo que le había pasado a Solomon, pero no podía hacer nada para cambiarlo. Tenía que mirar hacia delante, no hacia atrás. Debía encontrar al asesino antes de que volviera a actuar. Y, por último, había que acabar con Lesya.

Como consecuencia de la reunión de Gray con el director, ahora había un regimiento de agentes sobre el terreno «investigando el asunto». Aunque sonara inocente, significaba que estaban haciendo todo lo posible por encontrar al asesino de ex agentes de la CIA. Y una vez encontrado, la orden era eliminarlo. Nadie quería ventilar el asunto en un juicio. Querían un cadáver, eso era todo.

42

Harry Finn salió de la clase de tercer curso relativamente indemne. Le habían hecho muchas preguntas y en una o dos ocasiones habría querido realmente haber sido una «morsa» en vez de una «foca».

Al acabar, Susie le había dado un abrazo.

—Que pases un día fantástico, papá.

Parecía tan mayor que por un momento Finn pensó que iba a estallarle el corazón. Sus ex compañeros del equipo SEAL se habrían quedado pasmados al descubrir que bajo la piel de acero de Finn yacía un corazón tan vulnerable y susceptible a las tiernas emociones. Su única defensa, su única forma de seguir adelante, era bloquearlo. Llevaba una doble vida y nunca permitía que se mezclaran. Lo que hacía por su madre nunca salpicaría a su familia. Y lo que hacía con su familia nunca formaría parte de su otra vida. Por lo menos eso le pedía a Dios.

Fue en coche a la oficina y se reunió con su equipo para repasar la incursión al Capitolio. La sesión se prolongó varias horas mientras planificaban la estrategia y realizaban más labores preparatorias. Hacia el final de la reunión, Finn, cuyo cerebro funcionaba mejor cuando se dedicaba a varias cosas a la vez, tenía motivos para sonreír. Se le acababa de ocurrir la forma de matar a Simpson.

Fue a buscar algo de comer y se dirigió a su trastero. Tenía que fabricar una bomba.

—¡Muy bonito! ¡Así me gusta! —ladró Jerry Bagger por el teléfono—. ¿Qué os parece si vuelvo a la ciudad y os doy también una paliza?

Se tranquilizó al escuchar las siguientes noticias. Investigando un poco más, habían descubierto que el hombre bajito había ganado un montón de dinero. Y en un casino eso implicaba una obligación ineludible: para cobrar el dinero había que rellenar el modelo 1099 para que el Tío Sam supiera a cuánto ascendían las ganancias por si uno olvidaba pagar los impuestos correspondientes.

Bagger asimiló la información.

—Un momento, ¿el tío es de Inglaterra?

—Eso dice.

—¿Hablaba con acento británico?

—No lo sé.

—¡No lo sabes! ¿Alguien lo sabe?

—Tendré que comprobarlo —respondió el hombre, nervioso.

—Vale, cuando lo hayas comprobado y descubras que el documento de identidad es falso, ven aquí para que pueda estrangularte. —Bagger colgó el teléfono con un golpe.

43

Cuando Stone salió al exterior al día siguiente, se encontró a Annabelle con expresión somnolienta sentada en los escalones del pequeño hotel.

—¿Qué quieres de mí? —preguntó ella con amargura.

—Nada. ¿Qué quieres de ti misma?

—No te hagas el psicólogo conmigo.

—Tu padre estaba en la cárcel cuando tu madre fue asesinada.

—Pero eso no cambia que la mataran por su culpa.

—Vale, pero ¿qué tiene de malo concederle el beneficio de la duda y creer que nunca quiso que Bagger le hiciera daño a tu madre?

—¿Qué qué tiene de malo? Pues que mi padre es un mentiroso redomado que nunca se ha preocupado por nadie.

—¿Maltrataba a tu madre? ¿Le pegaba, la hacía pasar hambre?

—No conviertas esto en un chiste.

—Sólo intento comprender la situación.

—No, nunca la maltrató.

—O sea que a lo mejor la quería.

—¿Por qué me haces esto? ¿Por qué te pones de su lado?

—No tomo partido, Annabelle. El hombre se está muriendo. Estaba ante la tumba de tu madre presentándole sus respetos. Siempre has creído que él le había tendido una trampa a tu madre, pero no fue así. —Stone abrió las manos—. Lo único que digo es que quizá quieras replantearte la situación. La vida es corta. La familia no dura toda la vida. Lo sé mejor que nadie.

Annabelle se acurrucó contra el coche, con las manos bajo las axilas.

—Tardé dos años en planear la estafa de Bagger. Dos golpes modestos antes de dar el gran golpe. Invertí prácticamente todo mi dinero. Corrí más riesgos que nunca. Un pequeño error delante de Jerry y sería mujer muerta. Y lo pasé en grande mientras lo hacía. ¿Sabes por qué?

Stone negó con la cabeza.

—Cuéntame.

—Porque por fin me vengaba del hijo de puta que mató a mi madre. Después de tantos años, por fin recibiría su recompensa. Y lo conseguí: le estafé más dinero que nadie en toda su vida. Lo suficiente para joderlo de verdad.

—¿Y?

—Después de hacerlo me di cuenta de que no servía de nada. Jerry siguió su pauta de comportamiento habitual cuando mató a mi madre. Se cobró su pieza, es la ley de la calle. No me malinterpretes, siempre odiaré a ese cabrón por lo que hizo. Pero el hombre al que más odiaba era mi padre.

—Y hoy has descubierto que era inocente, al menos de eso.

Annabelle señaló la cicatriz que tenía debajo del ojo.

—Inocente en parte. Me hizo esto cuando yo no era más que una adolescente por fastidiarle un timo en un casino. Me dijo que era la única forma de aprender. Y mi madre murió por su culpa. ¿Y a él qué le pasó? Nada de nada. El muy cabrón siempre se libra de todo. Va por la vida como si ella nunca hubiera recibido un balazo en la cabeza.

—Yo no lo veo así, Annabelle. No parece que la vida le haya sonreído. Y estaba allí lamentando la muerte de tu madre. No parece un hombre que haya quedado impune.

—Nunca lo olvidaré, Oliven Nunca olvidaré lo que hizo.

—No te pido que lo olvides, sólo que te plantees perdonarle. Las personas actúan mal muchas veces en la vida, pero eso no las convierte necesariamente en malas personas.

—Entonces, ¿qué quieres que haga? ¿Darle un abrazo?

—Es algo que tienes que abordar en tu interior antes de que te destruya. Porque si conseguimos inculpar a Bagger, seguirás insatisfecha porque todavía odias a tu padre. Si realmente quieres seguir adelante con tu vida, afronta la situación.

Annabelle se sacó del bolsillo las llaves del coche.

—Pues ¿sabes qué? No quiero.

Y se marchó en el coche escupiendo gravilla.

El móvil de Stone sonó en cuanto la perdió de vista. Era Reuben para contarle todo lo ocurrido en Atlantic City, incluyendo las grandes ganancias de Milton y la intentona frustrada de los hombres de Bagger. Stone le dijo que llevara a Milton a su casa, a la de Reuben.

—Ni siquiera utilizó su verdadera identidad cuando cobró las ganancias —señaló Reuben.

—No importa. No quiero correr riesgos. Tú te mudaste hace poco. Tu casa ni siquiera tiene dirección. A Bagger le costará mucho localizarte.

—¿Qué tal va con Susan?

—Mejor imposible. —Stone colgó y clavó la mirada en el camino que había tomado Annabelle.

«No hay cosa más complicada que una familia», pensó.

44

Gray estaba hablando por un teléfono de alta seguridad en un bunker puesto a su disposición por la CIA. El presidente había sido informado sobre el asunto y había proporcionado a Gray, aunque fuera de forma oficiosa, todos los recursos del Gobierno necesarios para solucionar el tema. Por supuesto, Gray sólo había comunicado su versión de los hechos al presidente y a sus más estrechos colaboradores, pero había bastado para obtener la carta blanca que necesitaba para llevar a cabo la misión.

Aunque estaba a quince metros bajo tierra, el bunker disponía de todas las comodidades de un hotel de cinco estrellas en el centro de Manhattan, con mayordomo y chef incluidos. La comunidad de los servicios de inteligencia siempre había tratado a Gray como a una estrella de rock.

—Si Lesya y Rayfield Solomon se casaron, tiene que haber constancia de ello en algún sitio —dijo por el teléfono—. Sé que por aquel entonces no la encontramos, pero los tiempos han cambiado. Los rusos son, por lo menos en público, nuestros aliados. Aprovecha cualquier pista que tengamos. Hay algunos vejetes que siguen por ahí en la reencarnación del KGB que podrían ayudarnos. Dales euros, los prefieren a los dólares, por lo menos hoy día. —Asintió cuando el hombre al otro lado de la línea dijo algo—. El ex embajador ruso en este país, Gregori Tupikov, es un viejo amigo. Valdría la pena hacerle una llamadita. Dile que le llamas con relación a la investigación de mi asesinato. Vodka a raudales, langostas de un kilo y una pelirroja auténtica, eso es todo lo que necesitas para sobornar al viejo Gregori.

Gray colgó y siguió analizando el expediente mientras acababan de prepararle una cena de cuatro platos. Aunque hoy día el negocio estaba dominado por ordenadores y servidores, al viejo guerrero de la guerra fría le encantaba el tacto del papel. Se tomó la suculenta cena en solitario delante de una chimenea de gas que otorgaba a la estancia un resplandor romántico incluso en un lugar tan subterráneo. Gray nunca hacía las cosas como los demás. Incluso «muerto» estaba quince metros bajo tierra en vez de los escasos dos metros habituales y su «ataúd» era mucho más lujoso que el del resto de los ex mortales.

En una biblioteca revestida de paneles de madera, se sentó tras un ornamentado escritorio y continuó meditando sobre el asunto, copa de brandy en mano. Le encantaba esa parte del juego. Era una guerra de cerebros, una partida de ajedrez perpetua; un bando intentaba superar al otro a base de estrategia, de adelantarse a sus pensamientos. Estados Unidos jamás había contado con un hombre más capacitado que Carter Gray para realizar tales acciones. Sus actos habían salvado a tantos americanos que hacía tiempo que había perdido la cuenta. La Medalla de la Libertad era lo mínimo que su país podía concederle. Si hubiera sido británico, seguro que ya lo habrían nombrado Caballero. No obstante se había visto forzado a dimitir, mucho antes de estar dispuesto. John Carr le había obligado a tomar esa decisión.

Cuanto más pensaba en eso, más se enfadaba. De todos modos, entre tanta ira una idea fue forjándose en su interior a sangre fría. Era probable que quienquiera que estuviera matando a su viejo equipo de asesinos creyera que John Carr estaba muerto. Sin embargo, ¿por qué privar a Carr de la emoción de estar en el punto de mira? ¡Y encima le había hecho un gesto obsceno con el dedo!

Gray cogió el teléfono de alta seguridad y pulsó un botón.

—Quiero divulgar cierta información a través de los canales normales. Está relacionada con la supuesta muerte de un hombre llamado John Carr. Creo que ha llegado el momento de dejar las cosas claras.

45

Finn levantó el dispositivo. Aunque apenas tenía el tamaño de su palma, combinado con una serie de elementos de apariencia inofensiva era capaz de matar a cualquiera desde una distancia de diez metros. Pero sólo mataría a un hombre; Finn se aseguraría de ello.

Se probó el disfraz y repasó todos los pasos que tenía que dar para entrar en el edificio Hart e introducirse hasta donde quería.

En cuanto Finn hubo seguido el rastro de Roger Simpson e investigado a fondo, descubrió que el distinguido senador sénior de Alabama había sido un hombre de armas tomar, con muy poca consideración hacia algo o alguien que no fuera su propia persona. Aunque Simpson seguía siendo así, ese defecto había quedado oculto gracias a las maniobras de los relaciones públicas al inicio de su carrera política, lo cual se hizo con el apoyo invisible pero incondicional de la CIA, donde había ocupado un cargo muy especial pero no revelado. Su currículo estaba lleno de elogios por parte de la Agencia, pero con muy pocos hechos probados. No obstante, era un héroe para su país. Y, según había oído Finn, estaba dispuesto a ser candidato a la presidencia de Estados Unidos.

«Me parece que no podrá ser.» Simpson nunca había olvidado el apoyo de su anterior patrón. Como presidente del poderoso Comité de Inteligencia había permitido que la CIA se saliera con la suya en todo. Para Simpson, ninguna acción era demasiado extrema en lo concerniente a la seguridad nacional. Durante años había sido el defensor o perrito faldero —según se mirase— de Carter Gray. Finn consideraba que era de justicia enviarlos al mismo sitio, y del mismo modo.

Regresó a casa en coche bien entrada la noche. Mandy seguía levantada, esperándole. Hablaron frente a un par de porciones de tarta de calabaza y un té caliente.

—Hoy has causado sensación en el colegio. Susie se quedó levantada para decírtelo, pero al final se durmió.

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