Fuego mágico (44 page)

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Authors: Ed Greenwood

Mourngrym suspiró.


¿Está Torm contigo?
Dejad algo potable ahí para que pueda invitar a los visitantes, ¿os importa? —y fue a sentarse en su trono con el pichel en la mano—. Bien halladas seáis, Jhess e Illistyl... ¿Dónde está Merith? —preguntó, al ver entrar a las dos mujeres.

—Con nosotros en un minuto, milord —dijo Jhessail—. Estaba en el baño cuando Shaerl llamó.

—¡Ah, por eso no ha vuelto ella todavía! —dijo con aire inocente Torm al vaso que se estaba llevando a los labios.

—¿Puedo tomar prestada tu bota un momento? —se oyó decir a otra voz, dulce y baja, desde la puerta.

—Desde luego, señora —respondió Merith quitándosela y ofreciéndosela cortésmente.

Shaerl la cogió y la arrojó con precisión y fuerza. Torm lanzó un quejido y dejó caer con gran estruendo al suelo el pichel en medio de la risa general.

—¿Ya estamos todos? —preguntó Mourngrym. Lanseril asintió con la cabeza desde la puerta mientras colocaba una barra decorada a través de los tiradores—. Muy bien... Narm y Shandril tienen algo que preguntaros.

Se hizo el silencio. Shandril pasó su mirada por todos los presentes con repentina timidez y dio un codazo a Narm. éste la miró con expresión algo embarazada, se aclaró la garganta y, entonces, se quedó mudo.

—No es necesario que pronuncies un discurso, muchacho —dijo la voz de Elminster desde su izquierda—. Simplemente ve al grano, antes de que algún otro ataque la torre para apoderarse de vosotros.

Hubo risas de aprobación. Narm tragó saliva y se puso de pie.

—Está bien —dijo—. Shandril y yo pensamos que debemos dejaros para vivir nuestra propia vida y aventuras. No queremos ofender ni herir a nadie. Habéis sido buenos amigos y protectores para nosotros, y nosotros dos os estaremos eternamente agradecidos. Pero, al parecer, mientras sigamos estando aquí, el Valle de las Sombras se convertirá en un campo de batalla, ya que no dejan de venir por nosotros un grupo tras otro con malévolas intenciones. Debemos irnos, pero no sabemos adónde ni cómo.

»Nos gustaría consultarlo con vosotros, si no os importa, y después tomar nuestra decisión entre los dos. Sólo nosotros hemos de vivir con lo que decidamos, y el uno con el otro —y se sentó con brusquedad, sintiéndose estúpido.

—Buen discurso —dijo Illistyl—. Y bien pues, ¿qué queréis saber?

—¿Qué son los Arpistas? No quiénes, sino qué. ¿Qué objetivo persiguen? —preguntó Shandril.

—Mi mujer es una Arpista —respondió Florin—, y sin embargo, ellos siguen siendo un misterio para mí. Mantienen en secreto su pertenencia y sus exactos fines, pero trabajan para causas que nosotros consideramos buenas. El aire de misterio de que deliberadamente se rodean parece ser su defensa contra enemigos que son más fuertes en armas o en magia.

»Siempre que veáis el emblema de una luna y un arpa de plata, estáis ante un Arpista. Storm Mano de Plata es uno de ellos, como sabéis, como lo es la Alta Dama de la Luna de Plata. Storm puede citaros a otros con más autoridad que yo. Muchos bardos, exploradores e incluso magos medio elfos son Arpistas. Los Arpistas son contrarios a los zhentarim y a todos aquellos que interceptan las rutas comerciales mineras y madereras que se adentran en tierras boscosas, sin pensar en los que viven allí, como los mercaderes de Amn, por ejemplo. Nosotros respetamos a los Arpistas y los ayudamos.

—Con eso nos basta, pues —dijo Narm—. Arpistas o no, ¿adónde podríamos ir?

—A algún lugar donde podáis haceros asquerosamente ricos —dijo Torm con amplia sonrisa—, y esconderos entre las multitudes y encontrar cualquier ocupación que os guste... A Aguas Profundas, por ejemplo —Mourngrym, cuya familia estaba noblemente entroncada con aquel lugar, sacudió la cabeza con triste resignación.

—¿Es que no tienes ningún honor? —le preguntó hastiada Jhessail.

—Oh, sí, por supuesto. Lo guardo en el fondo de mi morral y lo saco en las noches de viento, para abrillantarlo y mirarlo junto al fuego, en medio del bosque. Se ve grandioso, créeme. Pero es pobre compañía y no sirve para mantener a uno caliente.

—Ignoradlo —dio Rathan—. Sus instintos de rata ciudadana lo hacen desvariar. Aguas Profundas es un buen sitio para esconderse, sí, pero es probable que sea más peligroso para vosotros que el Valle de las Sombras. Está lleno de ojos espías de la mitad de las tierras de Faerun, y hay no pocos allí que tomarán de vosotros lo que puedan y dejarán el resto en la cuneta.

—Cierto —confirmó Lanseril—. Es mejor viajar a través de las tierras salvajes de la Costa Norte de la Espada, los altos bosques y la hermosa ciudad de Luna de Plata. La Carrera del Unicornio es un lugar de una belleza que quita el aliento, con sus enormes árboles que han estado allí, cubiertos de musgo, desde que el mundo era joven y el hombre una incipiente especie sureña. El viaje merece la pena, creedme.

—Sí, id adonde poca gente se aventura y donde podáis ver lo que pocos han visto y siempre recordaréis —dijo Rathan—. Vuestra travesía me dará envidia, no importa qué peligros pueda encerrar...

—¿Es que vamos a pasar todo el día oyendo filosofar pomposamente a cada uno de vosotros, damas y caballeros? —preguntó Elminster con cierta exasperación.

—¿Y por qué no? Creo que ya nos toca a nosotros, sin duda, después de escuchar tus imposiciones durante años —replicó maliciosamente Torm. De pronto se hizo un silencio y todos esperaron ver de un momento a otro al osado Torm convertido en una rana.

Elminster se limitó a reírse, y luego dijo:

—Llevas razón, muchacho. Ahora me toca a mí escuchar y que me entretengan.

Florin y Lanseril parecieron visiblemente decepcionados al ver que Torm iba a escapar, al menos esta vez, a semejante transformación y, levantándose, se pusieron a pasear por la estancia.

—Entonces, ¿esta discusión no es la forma de proceder? —preguntó Shandril.

—Bien —llegó hasta ella la voz de Lanseril—, digamos que pocos son los que tienen el suficiente juicio para discutir con tiempo. La mayoría se precipitan a la batalla sin pensarlo bastante, y hablan de ello sólo consigo mismos.

—Sin embargo, no creas que mover las mandíbulas no es bueno o necesario —dijo Rathan—. Es una de las cosas más importantes que un sacerdote puede hacer por el común de los fieles que acuden a él.

—Bien dicho —apoyó Torm—. Esa charla es tan necesaria como la espada en una vida ordenada y en los hechos de reyes y hombres de estado por todos los reinos. Fue el sabio Mroon el que definió, hace ya casi un milenio, para que lo sepas, el famoso «círculo de la diplomacia»: «¿Para qué hablar sino para terminar la lucha? ¿Para qué luchar sino para terminar las conversaciones?». Esto es tan cierto hoy día como en aquel entonces... ¿Y bien, anciano mago? ¿Me acordaba o no?

—Te acordabas, sí, señor... Quizá sea la primera cosa que recuerdas de cuantas te dije... que yo recuerde —dijo Elminster introduciendo una nota de humor a su tono severo—. Pero, basta ya de bromas... En nada ayudamos a esta buena gente tomando decisiones por ellos; así sólo conseguiremos mandarlos antes a la cama cansados y habiendo perdido el tiempo.

—Es verdad —asintió Florin—. Tal vez deberíamos hablaros de los reinos que se extienden por alrededor para que así podáis decidir mejor vuestra ruta. ¿Os sería eso de ayuda?

—Desde luego —respondieron a dúo Shandril y Narm.

—El peligro, como veréis, yace a cada paso. Os interesa vagar libremente y poder esconderos, por lo que hay que descontar aquellos lugares poco habitados que están cerca de nosotros así como las tierras belicosas e inhóspitas. Eso os cierra el paso a cuanto esté más al norte del Mar de la Luna, y también a las Tierras de Piedra, al Valle de la Daga y a Myth Drannor, todos ellos lugares ahora sin ley, donde siempre aflora la violencia.

—También Mulmaster es un lugar a evitar —señaló Florin—, como lo son el castillo de Zhentil y las ciudades que se hallan bajo su yugo. Cormyr es amistosa, pero demasiado próxima a las fuerzas y espías del culto para vuestra tranquilidad.

—Puerta Oeste es el lugar donde se crió Torm... y miradlo. —Torm saludó el comentario de Lanseril con una amplia sonrisa—. Es una guarida de ladrones y casas comerciales en litigio, una ciudad edificada sobre la intriga. Manteneos apartados de ella.

El druida hizo una pausa para humedecer su garganta con un trago de agua de manantial de su pichel, y Merith tomó la palabra.

—No os queda, pues, mucha elección con respecto a la dirección a seguir. Debéis ir hacia el oeste, por tierra, hasta las ciudades de la Costa de la Espada. Luna de Plata estaría bien, aunque deberéis guardaros bien de las fuerzas malignas del castillo de Puerta del Infierno y de los orcos de las montañas. Debéis estar alertas también contra el largo alcance de los zhentarim y del culto... porque, si os unís a los Arpistas y el culto se entera, esperarán que aparezcáis por Luna de Plata tarde o temprano.

—Las Moonshaes y Eterna Primavera también son buenos sitios si podéis permanecer inadvertidos como la mujer que arroja fuego mágico y su compañero mago. Everlund también, pero Aguas Sonoras y Nesme y otros lugares demasiado favorecidos por el comercio terrestre traen consigo demasiado riesgo de que os descubran. Aguas Sonoras está entre los zhentarim, en Llorkh, y el castillo de Puerta del Infierno, y se encuentra aislada por las tierras vírgenes y el bosque profundo. Debéis evitar dichos lugares, ya que pueden fácilmente convertirse en trampas. ¿Me he olvidado de alguno?

—No —dijo Illistyl.

Jhessail se rió.

—Si vuestras cabezas no están ya dando vueltas con todo este torbellino de recorrido por el cercano Faerun —añadió—, ¡creo que deberían estarlo!

—Mejor es que den vueltas ahora y no luego cuando estén perdidos, lejos de la carretera, en las tierras vírgenes de Faerun —dijo Elminster con aire sombrío—. Os haremos un mapa de piel blanda... Florin, tú y Lanseril podéis hacerlo esta noche, si queréis. Acordaos de los tres lugares que Merith os ha dicho, porque yo también evitaría Everlund. Buscad Luna de Plata, Eterna Primavera o las islas Moonshaes.

»Debéis abandonar las tierras del Mar Interior al menos por un tiempo, no lo olvidéis, y el sur no es buen lugar para esconderos. Id hacia el oeste y que la suerte sea con vosotros.

Jhessail asintió con la cabeza.

—Lo que decidáis hacer —añadió ella con la cara seria—, hacedlo con rapidez y en silencio. Aquellos que quieren vuestra muerte andarán en vuestra busca.

—Lord Marsh —dijo una voz fría. Su emisor, un hombre de pelo rojo, se volvió desde una ventana de muchas lunas incrustada de rubíes. Fzoul Chembryl, sumo sacerdote de Bane, señor del Altar Negro y de sus sacerdotes y subsacerdotes, extendió una mano que llevaba una negra y ardiente piedra de Bane.

Lord Marsh Belwintle se arrodilló y la besó, y luego se levantó con rapidez manteniendo su rostro cuidadosamente impasible. El comercio de esclavos era demasiado provechoso para ponerlo en peligro, o incluso comprometer su propia posición con una pelea. Marsh no quería al sumo sacerdote y, un día, habrían de ajustar cuentas. Fzoul serviría entonces a Bane de un modo más directo que ahora, si Tymora le sonreía.

—Te he hecho llamar para discutir el asunto del fuego mágico a la luz de la prolongada ausencia de lord Manshoon. Sememmon, Ashemmi, Yarkul y Sarhthor, así como los sacerdotes Casildar y Zhessae, ya están aquí.

—Casi todo el mundo, veo —dijo Marsh sin comprometerse mientras seguía a Fzoul escaleras abajo y, después, a lo largo de uno de los elementales puentes en que el Altar Negro parecía estar especializado: estrechos arcos de piedra sin barandillas donde un paso en falso podía significar una caída mortal a un suelo de piedra situado a una distancia de cuarenta metros por debajo. Subieron otro tramo de escaleras y entraron en una estancia que Marsh no había visto jamás. Los reunidos zhentarim saludaron fríamente con la cabeza cuando lo vieron. él les devolvió un medio saludo a todos y tomó el único asiento vacío que había.

Los sillones de Sashen, Kadorr e Ilthond habían sido retirados; también lo había sido el del mismo Fzoul, pues ahora él se sentaba en el elevado asiento negro y curvo de Manshoon. Marsh se preguntó qué habría sucedido con los otros, pero decidió que sería más prudente no hacer preguntas. A él le gustaba bastante poco el Altar Negro, con sus sacerdotes, sus trampas y sus criaturas guardianas, y menos todavía le gustaba aquella sala con su aire de trampa preparada. ¡El último asiento, claro!

—Bien; ya estamos todos, excepto nuestros amigos de muchos ojos y el Alto Señor Manshoon —dijo el sumo sacerdote de pelo rojo—. No perderé más tiempo en formalidades. Manshoon todavía sigue ausente de su torre y de la ciudad. Ni nuestros mejores conjuros detectores pueden encontrarlo ni hemos podido contactar con él por ningún otro medio. Por supuesto, él puede bloquear o desviar la mayoría de nuestros recursos mágicos, pero no existe razón alguna para creer que haya hecho tal cosa. Me temo, nobles hermanos, que Manshoon pueda estar muerto.

»Podría no ser así, pero ya hemos esperado su regreso demasiado tiempo y debemos actuar sin más demora. Si a Manshoon le disgustan nuestras acciones a su regreso, yo asumiré la responsabilidad.

»El asunto sobre el que debemos tomar una decisión es el del fuego mágico y el legendario y rarísimo poder de manejarlo. Creo que todos sabéis de qué se trata. Sus exactas limitaciones jamás han sido determinadas, pero sí sabéis lo que significa su presencia. Quisiera conocer vuestras opiniones al respecto.

Durante un momento, nadie habló. Entonces, Sememmon se inclinó hacia adelante.

—El último ser que podía manejar fuego mágico anterior a esa Shandril, que yo recuerde, era la hechicera Dammasae, que en su juventud vivía en Piedra del Trueno. ¿Es simple coincidencia el que dos portadoras del fuego mágico se hayan criado en los Dominios del Dragón, cerca de las Montañas del Trueno, o están relacionadas por la sangre?

Fzoul inclinó su cuerpo hacia delante con interés.

—¡Una cuestión de lo más interesante! ¿Alguien sabe algo sobre el tema?

Sarhthor se encogió de hombros.

—Podrían ser madre e hija. Los años concuerdan. Pero, con todo respeto, ¿qué importancia tiene eso? Dammasae murió hace mucho tiempo, lo mismo que su esposo. Esto no nos proporciona arma alguna con la que manejar a Shandril.

—Así es —asintió Casildar—. Su compañero Narm es nuestro medio de manejar a la chica a nuestra voluntad. Lo que me gustaría saber es la fuerza de su arte. ¿Resultará muy difícil hacerse con él?

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